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Opinión El precario balance de la justicia

En las últimas semanas, hemos tenido acceso a notas informativas relacionadas con casos judiciales de celebridades y personas prominentes en el lente del ojo público. Ya es normal en nuestro imaginario, el morbo del público y el toque de espectacularidad que algunos medios les dan a las disputas entre las partes y que terminan siendo decididas en un tribunal de justicia. Una parte de nosotros —admitámoslo— se centra en el hecho de que estos procesos nos abren una ventana a la vida privada de los famosos. Descubrimos ahí que estos, lejos de las cámaras y los micrófonos, son susceptibles a las debilidades propias del ser humano: la mezquindad, el deseo de retribuir viciosamente con creces —especialmente a partir del despecho— y la posibilidad de cometer actos que en el hipócrita puritanismo del público se consideran objetables. Lo vimos en el patético despliegue de la problemática vida en pareja de Johnny Depp y Amber Heard y más recientemente en la incómoda disposición de Gwyneth Paltrow en el juicio que sobrellevó en una corte del estado de Utah, tras el lamentable incidente con un tercero mientras esquiaba.

Pero hablemos de Donald Trump y de la tormenta política y mediática que se avecina. Bueno, ya está aquí, pero estamos en el ojo del huracán. No hay manera de circunvalar la cuestión: el gran jurado le otorgó al fiscal de distrito de Manhattan, Alvin Bragg, la potestad de presentar cargos al expresidente, Donald Trump, por su envolvimiento en un esquema de pago de dinero a cambio de silencio a la actriz de entretenimiento adulto, Stephanie Clifford, mejor conocida por su nombre artístico, Stormy Daniels. Hasta ahora nada nuevo; el alegado encuentro íntimo ocurrió en 2006, casi una década antes de que Trump siquiera declarara su candidatura. Ya en plena faena electoral, los hechos en cuestión se remontan al acto del abogado del presidente en aquel entonces, Michael Cohen, quien adquirió la cantidad de $130,000 a través de una línea de crédito con garantía hipotecaria (‘home equity line of credit’), para obtener el silencio de Daniels. Nada nuevo tampoco en pagarle a una persona por su silencio. El alegado delito y por el que presuntamente se procesará a Trump, se debe al acto impropio de declarar el rembolso —incluyendo el pago a Daniels— a Cohen como “gastos legales”. Aquí comenzó la tormenta.

Habrá que ver qué tipo de delito se le imputa al expresidente, si grave o menos grave. Lo sabremos en el momento en que Trump comparezca ante el juez del tribunal estatal en Manhattan y se quite el sello al pliego acusatorio. En ese momento, el ojo de la tormenta política desaparecerá para darle paso a los vientos más fuertes. Tienen razón correligionarios y adversarios; el acto de acusar a un expresidente no tiene precedente alguno en la historia política estadounidense. No pudo venir en peor momento.

Dejemos de lado el proceso legal para verter la mirada a la turbulencia. La narrativa y los términos de esta conversación están determinados por el campo de Trump. Tanto incondicionales como adversarios del Partido Republicano se han pronunciado; los primeros declaran a su líder “mártir”, los segundos —que no se pueden dar el lujo de alienar la base de apoyo político del expresidente— arremeten

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