Revista x - Edición 5

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Revista Edici贸n 5 - Mayo 2014

Esperanza

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Autores: Francisco Andres Flores Juan Ignacio Salgado Pablo Martín Scaringi Cecilia López Puertas Nora Pfluger Juan Pablo Olivetto Fagni Cristian Daniel Camargo Cobertura de eventos: Manuela Cardoso Colaboradores: Daniel Rojas Delgado Javier Camargo ILUSTRACIÓN DE TAPA nicolas Pedroza Asistente de producción Florencia Salinardi Producción: Grupo Filocalia. Encontranos en: revsita-x.blogspot.com Email: revistaxc@gmail.com

Espe


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EDITORIAL

FE, ESPERANZA, CONFIANZA

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A

lbino Luciani, el patriarca de Venecia que fue Papa durante un mes y unos días con el nombre de Juan Pablo I, transcribe en uno de sus libros un párrafo muy original del escritor francés Charles Péguy sobre la esperanza: “La fe de los hombres no me admira –dice Dios-, no es nada sorprendente: resplandezco de tal manera en mi Creación, que para no verme, esta pobre gente tendría que estar ciega. La caridad de los hombres no me admira –dice Dios-, no es nada sorprendente: esta pobres creaturas son tan desgraciadas que, si no tienen un corazón de piedra, no pueden menos de sentir amor unas por otras. La esperanza, ¡esto sí que me admira!” Lo que dice Péguy tiene mucho de verdad pero… ¿por qué? ¿Será la esperanza en sí virtud tan admirable, o lo que sucede es que no abunda? Vivimos hoy tiempos complicados para hablar de esperanza, y no sólo en el terreno de la fe religiosa. El panorama, visto en conjunto, es desalentador, y abarca desde la falta de horizontes de tantos niños y adolescentes víctimas de la injusticia

social, hasta la desesperación de padres y educadores ante la violencia juvenil, tan ligada a la ausencia de motivaciones e ideales. Entretanto, los profesionales de la salud mental que se ocupan de la depresión –esa oscuridad difícil de combatir y a veces, inexplicable-, ganan cada día más clientela. Hace poco, el Papa Francisco nos dirigió a los integrantes de grupos cristianos unas palabras muy enérgicas y muy oportunas: nos instó a dejar de “mirarnos el ombligo” (consejo que ya usaban nuestras abuelas para prevenir la “melancolía” de la gente joven) y salir a la calle para ayudar a los demás. Se trata de una caridad que debe ir mucho más allá de no tener un corazón de piedra: la generosidad que nos transforma en personas abiertas, confiables, que saben ser apoyo y seguridad para muchos. Estamos llamados a convertirnos en signos de esperanza. Sólo así esta virtud, sin dejar de ser admirable, será también un poco menos escasa. La Redacción


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POR JUAN PABLO OLIVETTO FAGNI

¿Y para que educar? Si el mundo se viene a pique. ¿En que se funda la esperanza? ¿De dónde viene? ¿Por qué se pierde? ¿Qué relación tiene el educador con la esperanza? ¿Cómo conservarla? ¿Quiénes la tienen? La necesidad de esperanza en un mundo que parecería

irremontable. En “No alcanzan las buenas intenciones” invito a todos los educadores a trabajar en red, a pensar estructuralmente y a construir estruc-

turas de vida. Ahí señalaba en forma de exclamación “¡Cuántas intervenciones no logran concretar las buenas intenciones! ¡Cuántos educadores con buena voluntad terminan frustrados, desilusionados!”.


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Ahora enmarcado en este mes de mayo, y por lo tanto en el eje de “La Esperanza”, agregaría: ¡Cuántos educadores desesperanzados! Es más, cambiaría “desilusionados” por “desesperanzados”, ya que la esperanza se funda en certezas, las ilusiones generalmente no. Sin esas certezas es muy fácil perder la visión esperanzadora, y sin logros, aunque sea mínimos, aparecen las frustraciones. ¿Qué es lo que genera la esperanza? Y estoy hablando de esa esperanza que mueve los proyectos de vida, hacia un horizonte personal y comunitario. Muchos la atribuyen a la juventud, como una característica innata, aunque se escucha definirla más como ingenuidad, la cual al enfrentarse con “la realidad” automáticamente se convierte en nada. Esto muchas veces ocurre, y ahí habría que preguntarse en qué estaba basada la esperanza o que tan frágil era, ya que ante la primera dificultad se esfumó. Por otro lado muchos jóvenes están desesperanzados, pero ¿eso quiere decir que nunca más recobrarán la esperanza? Aclaración: por si alguien lee por primera vez uno de mis textos, cuando hablo de educadores lo hago en sentido

amplio, los políticos, los militantes sociales, padres, empresarios, líderes religiosos, todos ellos educan, influyen a otros. Como educadores una de nuestras principales tareas es contagiar la esperanza, hacerla sólida y fundada. Es la esperanza la que da sentido al caminar por este mundo. Y es obvio que con educadores sin esperanza, no se puede pensar transmisión alguna. El fatalismo siempre lleva a la inacción, a la rutina, a la reproducción de las desigualdades. La clave es ir a la fuente, y para los que creemos esa fuente es Dios (¿y porque no para los que no creen también?). Él es quién nos sostiene y fundamenta nuestra esperanza, si Él pudo vencer a la muerte ¿por qué nosotros no podríamos vencer a las injusticias y a las estructuras de muerte? Ahí tenemos una piedra sólida para apoyarnos y edificar. Ahora bien, más de unos cuantos educadores cristianos y no cristianos pierden las esperanzas ante no ver resultados, al no ver frutos. Porque nos cuesta entender que cuando no estamos viendo frutos es por dos razones, porque no estamos viendo bien o porque no estamos yendo por buen

camino. A veces nos planteamos objetivos que están muy lejos de nuestro alcance, es todo un aprendizaje transitar la tensión entre lo posible y lo imposible. Freire habla del “inédito viable”, que no es más que atreverse a desarrollar la creatividad, y pensar nuevas formas de hacer las cosas, o hacer cosas que nunca antes se hicieron (al menos por quien las piensa). Otro camino puede ser ponerse objetivos simples, alcanzables, visibles, esas pequeñas cosas que nos recuerdan que cambiar algo es posible. Por último, rescato los planteos de la filosofa Hannah Arendt, que en su obra “La condición humana” (1958) plantea que el milagro que salvará al mundo, es el hecho de la natalidad. Cada persona que viene a este mundo es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad que toda la humanidad tiene de cambiar en cada nacimiento. Solo tenemos que evitar que el mundo “aplaste” a las nuevas generaciones. No dejemos que les roben la esperanza.


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POR PABLO MARTIN SCARINGI

La esperanza, el mensaje de Facundo “Pero hay gente que no se anima a ser feliz, que prefiere la seguridad del dolor, volver al pasado donde sufrió, Que vivir el presente que lo puede enriquecer…La vida es peligro, cuando comprendemos que nos puede pasar todo es cuando pasamos a ser hombre y el hombre ve y goza la totalidad porque no tiene divisiones en la cabeza. El hombre fragmentado vive de pleito en pleito porque solo genera divisiones, es decir se empobrece al empobrecer, por eso se amarga solo porque perdió river o solo se alegra porque ganó boca…el hombre entero comprende el dolor de los demás y comparte la alegría de cualquiera. El hombre, es un poco de agua en una botella que anda a la deriva por un mar infinito, pensa en que te transformarías si lograras romper la prisión de la botella” (Facundo Cabral)

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l tema que nos ocupa este mes es la esperanza, pensaba escribir o decir otras cosas, pero no puedo olvidarme del maestro, Facundo Cabral. Trataré de desarrollar en breves líneas el tema principal relacionándolo con algunas reflexiones de facundo. En primer lugar, pienso en la esperanza como algo especial, el fin de un camino, es trabajar por algo que nos gusta. Por eso la esperanza es esa idea que nos mantiene vivos, ese ideal hermoso por el que nos gusta dar la vida. Es un camino dije, en


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el cual cobra vital importancia no tanto el final sino el paso a paso, a cada día le basta su afán, vivir el presente, sentirse bien en el ahora, porque el ahora es el momento para estar con los demás “Que es lo más desdichado, le pregunté al derviche en las afueras de Teherán, no encontrarle sentido a la vida me dijo. Qué hace el hombre maduro, aceptar que todo termina siendo una monotonía, pero también goza de la diversidad de las reiteraciones. El hombre maduro, ante todo, espera, privilegio del que ha superado a la ansiedad. ¿A donde le gusta vivir maestro? Por ahora aquí, no podemos ser descorteces con el ahora y el aquí que nos eligió el señor, sería bueno que mañana quisiera vivir donde este, al fin y al cabo el mundo esta en uno. ¿Qué le gusta pensar? Que siempre habrá otra oportunidad. ¿Qué es lo que más le gusta maestro? Ver como se renueva la naturaleza, que no pierde tiempo con la cultura que se le opone, que hace trampas para evitarla” (este es un nuevo día, facundo Cabral). En este andar, podemos tener pautas concretas para ver y sentir la esperanza, yo las identifico con el sermón de la montaña, pequeñas oraciones concretas, que quizás, son bastantes crueles. Al parecer, en la vida para alcanzar el reino hay que ser pobre, desdichado y sufrido. La idea de este aporte es no quedarnos

con eso, sino en buscarle sentido a la vida. ¿La añoranza concluye siendo un camino de sufrimientos? Creo que no, porque el secreto se encuentra en entregarnos, la respuesta al sufrimiento es la compañía; ¿Cuándo te vimos pobre, sediento o hambriento maestro? Preguntaron los justos, y el Señor respondió, cuando lo hacen con algunos de los más pequeños de mis hermanos me lo hacen a mí también. Por todo esto, sintetizo que la esperanza es el camino que compartimos en el día a día con nuestros hermanos, trabajando juntos para formar el reino, evitando concentrarnos en nuestro propio mundo, romper nuestra celda de prejuicios y alcanzar la felicidad a la par de nuestros hermanos, encontrando de esta manera el sentido a la vida. “El hombre ambiciona cada día más y pierde el camino por querer volar Por correr el hombre no puede pensar, que ni él mismo sabe para donde va Siga siendo niño y en paz dormirá sin guerras ni máquinas de calcular Dios quiera que el hombre pudiera volver a ser niño para comprender que está equivocado si piensa encontrar con una chequera la felicidad Vuele bajo, porque abajo esta la verdad, eso es algo que los hombres no aprenden jamás” (Vuele bajo, Facundo Cabral)

POR FRANCISCO ANDRES FLORES

Esperanza Sale el sol en su extremo inalcanzable, prende un halo de luz para la aurora y apurando su carro, sin demora, corre presto al ocaso inevitable. En su curso, viajero inagotable, va tejiendo sin prisa y sin demora los segundos, los días y las horas en un lapso fugaz e inabarcable. Cuando caiga la noche inapelable con su manto de strass sobre mis días, dormiré esperanzado en otra aurora que otro Sol, con su luz inexpugnable, prenderá para inaugurar un día sin “mañana” ni “ayer”, tan sólo “ahora”.


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POR NORA PFLÜGER

UN PASO CADA DÍA

Para que exista verdadera justicia, debemos dar de lo nuestro de corazón… sin criticar ni exigir que el otro lo haga primero. “Mi alma espera en el Señor, confía en su Palabra; mi alma espera en el Señor / más que el centinela a la aurora” (Salmo 129). Esperanza: tensión hacia el futuro. Expectativa por ver cumplidos nuestros deseos. Virtud cristiana también que, según nos indica la Iglesia, se apoya en la fe en Jesús, el Salvador, que nos ha prometido la verdadera felicidad. Podemos dar muchas definiciones, pero lo que no se discute es que la esperanza sólo es posible si confiamos en el autor de una promesa, sea hombre o Dios. Hoy se habla de “crisis de esperanza”. ¿No tendríamos que averiguar si no se trata más bien de una “crisis de confianza”? ¿Quién se atreve a nombrar más de dos o tres hombres o mujeres, referentes de la sociedad, de quienes esté dispuesto a fiarse seriamente? Nuestro mundo necesita personas que observen una conducta recta y que no nos decepcionen. En medio de nuestras angustias, cuando no avizoramos ninguna salida, los seres humanos tendemos a apoyarnos en las palabras y los hechos de quienes


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nos inspiran esa confianza, aunque el futuro siga siendo incierto. Cuando era niña y empezaba a sufrir por mis molestias visuales (y por el miedo de que aquella incómoda neblina que me hacía ver todo borroso me llevara a la oscuridad definitiva), escuchaba cantar en mi Parroquia el salmo que dice: “Aunque cruce por oscuras quebradas no temeré ningún mal… Tu vara y tu cayado me conducen a lo largo de la vida” (Salmo 23). Me había aprendido la letra de memoria y la rezaba de noche, antes de dormir, en la sombra espesa de mi habitación. Desde entonces, la imagen del Dios Padre-Pastor y la hijita abrazada a su cayado para no caer por los despeñaderos de la roca,

Humor por Cris.

me ha acompañado siempre. Y no porque me sienta una santa canonizable, ni una creyente perfecta, sino precisamente porque sigo siendo, de alguna manera, niña y débil. Edith Stein la filósofa y monja carmelita muerta en el Holocausto, decía: “Señor, yo no te pido ver el horizonte lejano… Para eso soy tu hija. Un paso cada día es suficiente para mí”. En el extremo opuesto de la sabiduría de Edith, están la ansiedad por adivinar lo que nos va a suceder el mes que viene (ansiedad con la que lucran los “magos” de la TV y ciertas revistas), la planificación excesiva, el afán de manipular cuanta cosa nos interesa –desde las intimidades de la vida ajena hasta el por-

venir- , como si pudiéramos tener todo bajo control. Cuando Jesús nos enseña que no nos aflijamos tanto por el día de mañana, porque “a cada día le basta su propia preocupación” (Mateo 6, 34), nos está dando la norma de salud mental más grande de todos los tiempos. Pero también nos habla de confiar en el Padre y de ser, nosotros mismos, personas confiables. Que no abundemos en palabras. Que se nos conozca por los frutos. Que se nos pueda creer cuando digamos “sí” o “no”. Porque la esperanza se construye sobre la fe, es verdad, pero primero que nada, sobre la confianza.


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POR DANIEL ROJAS DELGADO

Al rescate de los sueños Hay momentos en los que creemos que todo se desmorona, como en la historia tragicómica que cuenta Augusto Cury en “De genio y loco todo el mundo tiene un poco”. Algunas pistas para soplar más rápido las nubes que ocultan el sol. Los curiosos se amontonaban en el centro de la plaza. Allí había un monumento elevado que Felipe, un boxeador, escalaba para llegar a lo más alto del caballo de hierro y luego tirarse. La escena del suicida ocupa varios capítulos del best seller del psiquiatra brasileño Augusto Cury, “De genio y loco todo el mundo tiene un poco” (2009). Los protagonistas son Bartolomé

y Bernabé, dos locos que no paran de meterse en problemas con su grupo, siempre con espontaneidad, mucha emoción y seguramente más lucidez que el autor de esta nota. Julio César —un sociólogo que se unió a esta comunidad tan ocurrente tras su propio intento de suicidio— fue uno de los primeros que trató de persuadir a Felipe:

—¡Mire, amigo! Ya pasé por eso. Entiendo, por lo menos un poco, la tragedia que está pasando. Vamos a hablar de nuestra historia, conversar sobre nuestros dramas. Vale la pena vivir la vida. Felipe le respondió que sus palabras le daban asco. Tras este paso mal dado por Julio César, entraron en escena Bartolomé y Bernabé, que le preguntaron al boxea-


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dor si se creía fuerte solamente por estar ahí arriba; le dijeron, además, que se bajara para darle unos buenos sopapos. Al sentirse burlado, Felipe empezó a tener taquicardia y sudor frío. Más tarde, los dos locos empezaron a gritar y reír, quejándose de sus vidas, como si compitieran por quién había sufrido más o quién había tenido que lidiar más con sus suegras histéricas. Al suicida, cuando dejó de ser el centro de atención, le dio un ataque de nervios. —¿Está queriendo morir porque sufrió pérdidas? [dijo Bartolomé]. Yo perdí padre, madre, hermano, segunda madre, casa, escuela, amigos —y, después de comentar esta colección de pérdidas, le lagrimearon los ojos y dijo emocionado:— ¡Perdí todo! —Perdiste hasta la vergüenza —completó Bernabé. Las provocaciones no pararon; al contrario, lo retaban a duelo, lanzándole puñetazos al aire. Luego entró en acción la profesora Jurema: le dijo a los policías que ya los rodeaban que eran todos de la misma familia. Entonces uno de los agentes le preguntó a Bartolomé quién era el que estaba sobre el caballo: —My brother más joven —respondió. La intervención de estos locos lindos desató algunos sentimientos que Felipe tenía guardados por ahí y, tras pensar lo mejor, evitó el peor desenlace. Así como en este ejemplo tan teatralizado, día a día podemos encontrar situaciones donde la interacción y el diálogo sincero hacen la diferencia. Quizás, después de todo, otro Julio (pero Cortázar)

tenía algo de razón al decir creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo. El vendedor de sueños En 1999, Emilio Fernández Cicco publicó en la revista Noticias una crónica acerca de los cinco días que duró, sobre ruedas, la campaña presidencial de los candidatos justicialistas, que unieron Jujuy con Buenos Aires: En campaña con Duhalde y Ortega, se tituló. El cierre de la nota, más pesimista que la historia planteada al principio de este artículo, decía: Hay más de setenta micros contratados para recibir al Tren de la Esperanza en la estación de Retiro. La gente viene de los alrededores, comiendo los mismos sánguches que se servían en el tren y tomando vino aún más barato. A nadie le interesa la locomotora. Tampoco, como a los chicos del Norte, lo que dicen los candidatos. De cualquier forma, rematan cada frase golpeando los bombos con brazos gordos, y se ríen porque la vida es así: un espectáculo ruidoso y sin sentido, una mordida con sabor a nada. En cualquier momento debería largarse la tormenta. Mientras escribía este collage pseudoliterario, encontré un corto que se llama El vendedor de sueños, basado en otro libro de Cury, una versión rioplatense en la que Favio Posca interpreta a un vendedor ambulante (y hace del nieto de China Zorrilla). En el colectivo, cuando termina de ofrecer sus productos, dice: —En esta oportunidad les voy a vender algo que no van a conse-

guir en ningún lado. Sí, sí, totalmente. Les voy a vender un sueño (…). Así que no busquen sus billeteras, esto no tiene, digamos, valor monetario [continuó, pese a la indiferencia de algunos de los viajeros]. Solamente tienen que pensar durante diez segundos lo que más anhelen en sus vidas (…). Sí, señoras y señores, diez segundos, tan sólo diez segundos y este sueño a lo mejor se cumple. El final del corto no se los voy a contar; véanlo ustedes mismos. De todas formas, lo importante es no dejar de soñar, ni de animarse, ni de animar a otros a buscar un cambio de rumbo si no estamos satisfechos con lo que hacemos; animarse a vivir de una forma distinta. Porque la vida, salvando las distancias, podría pensarse como una gran ecuación, un paréntesis, un corchete y un corcho tras otro donde aprendemos a despejar una X, y otra, y otra. Por más idealista que parezca, este fragmento escrito por un tal Walt Disney encierra mucha cosa cierta: Y así después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar... decidí no esperar las oportunidades sino yo mismo buscarlas, decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución. (…) Aquel dí¬a aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad. Desde aquel día ya no duermo para descansar… ahora simplemente duermo para soñar.


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SI a la

VIDA


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