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Revista Edici贸n 6
- Junio 2014
La Misi贸n
2 Autores: Francisco Andres Flores Juan Ignacio Salgado Pablo Martín Scaringi Cecilia López Puertas Nora Pfluger Juan Pablo Olivetto Fagni Cristian Daniel Camargo Cobertura de eventos: Manuela Cardoso Colaboradores: Daniel Rojas Delgado Javier Camargo ILUSTRACIÓN DE TAPA Luis Ezequiel Camargo Asistente de producción Florencia Salinardi Producción: Grupo Filocalia. Encontranos en: revista-x.blogspot.com Email: revistaxc@gmail.com
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EDITORIAL
LA MISIÓN: VOCACIÓN Y ENVÍO
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onocer nuestras capacidades, salir de nosotros mismos… y lanzarnos a la tarea que se nos ha confiado. “El mundo se derrumba” –expresaba alguien en una de las últimas escenas de un clásico del cine- “…y nosotros preocupados por nuestros problemas personales…” La frase (mejor o peor traducida) intentaba abrir una perspectiva de superación del egoísmo sentimental, para una misión a favor de la humanidad. Han pasado muchos años de aquella escena y a nuestra Redacción le ha resultado difícil, en este complicado junio de 2014, encontrar, tanto en los libros como en los medios electrónicos, una definición
de “misión” que contemple profundamente la dimensión humana. Es como si todo se redujera a ser exitoso y eficiente. Para muestra, baste la noción de “misión empresarial”, muy de moda últimamente en la industria: “un componente del proceso de planeamiento de la estrategia de la empresa”. Nótese lo de “estrategia”, que no tiene desperdicio… ¡como si fuera un campo de batalla! Tal vez, para volver a encontrarnos con el verdadero sentido de la palabra “misión”, tendríamos que hablar de “vocación” y “envío”. Vocación: llamado interior (para los creyentes, de parte de Dios) para cumplir una tarea en bien del prójimo. La descubrimos en nuestros talentos y posibilidades. No se
limita a la vocación religiosa. Me puedo sentir llamado a ser médico, maestro, artista, padre o madre de familia… Envío: mi vocación me empuja a salir de mí mismo, con amor y entusiasmo, para cumplir mi compromiso con mis hermanos, y a seguir adelante, a pesar de las dificultades y los fracasos. Ojalá descubramos la alegría de ser misioneros auténticos, enviados al mundo no para cosechar aplausos, ni para resolver no sé qué problemita privado, sino para servir desinteresadamente a los demás.
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POR JUAN PABLO OLIVETTO FAGNI
La droga esclaviza, obstรกculos para ser una sociedad mรกs libre. Reflexiones en torno a una problemรกtica que se lleva puesta muchas vidas, intentando no caer en argumentos sin fundamentos o prejuiciosos, ni que le hagan el juego al narcotrรกfico.
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omo ya escribí en textos anteriores, la misión de los educadores es (o debería ser) la construcción de estructuras de vida. Para quien le interese profundizar un poco más en eso les recomiendo volver a No alcanzan las buenas intenciones. En este caso, me gustaría poner en palabras algunas intuiciones sobre los obstáculos para cumplir nuestra misión educativa, y particularmente en un gran obstáculo/problemática: la drogodependencia. Una cuestión que todos sabemos que está, pero que no llega a interpelarnos ni a preocuparnos de verdad, lo que nos llevaría a hacer algo al respecto. Si bien es cierto que el impacto del consumo de drogas depende de qué droga estemos hablando, de la cantidad que se consuma, de las causas por las que uno consuma, también es cierto que los más esclavizados y asesinados por las drogas son los sectores populares, sobretodo los más excluidos. Pero eso no quiere decir que no haya problemáticas en todas las
clases sociales por este evitar tomar posiciones en cuestiones como la legalitema. zación o no del consumo La droga esclavi- de drogas. Lo que si tengo za, la droga mata. Y lo que en claro es que tener un sostiene esto es el negocio discurso pro-consumo y hadel narcotráfico, estructuras cerlo público, es claramente de muerte sostenidas por irresponsable y es hacerle personas que sirven al di- el juego al narcotráfico, sonero, y más allá de todo el bretodo sabiendo que no es trabajo que hay que hacer lo mismo lo que se consupara desarticular a este red me según la clase social y opresora, uno de los puntos de las graves problemáticas que hay que trabajar es la que la droga está causando prevención, evitar que acre- hoy en los sectores populaciente el número de consu- res. midores, no a través de la Por último convorepresión autoritaria ni de la criminalización del consu- co a todas las personas de midor, sino a partir del diálo- buena voluntad que quieran go y de una educación para meterse más en el tema, la libertad. Los jóvenes son con el fin de realizar acciomuchas veces condiciona- nes concretas, a que se codos para consumir, ya sea muniquen conmigo por acá por la presión de pares, por o por algún otro medio. Sola influencia del individualis- mos muchos los que queremo, hedonismo y/o consu- mos cambiar esta realidad, mismo. Como educadores pero hay que sumar volunno podemos olvidarnos de tades, organizarse y apoyar que trabajamos en contra a los que ya están trabajande esos valores el tema es do por construir estructuras ¿Cuáles promovemos? ¿Y de vida. cómo? El consumo de drogas es un tema que genera muchos debates, y como este es un tema en el que apenas estoy empezando a interiorizarme, preferiría
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POR PABLO MARTIN SCARINGI
RUIDO “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos. De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban. Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse. Residían entonces en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todos los países del mundo. Al oírse el ruido, se reunió una multitud, y estaban asombrados porque cada uno oía a los apóstoles hablando en su propio idioma…” (Hechos de los apóstoles).
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n ruido como de viento huracanado fue el desencadenante de tamaño relato, un ruido que en definitiva es Dios, un momento que permitió un encuentro intercultural y un momento clave en la vida de la Iglesia. Los apóstoles, encerrados tras la ascensión de Jesús a los cielos, se encontraban esperando ese momento, me imagino sus caras y sus preocupaciones, el silencio imperante en aquel instante seguramente no permitía descanso, afuera estaba un mundo entero que quizás no sabía de Jesús o era descreído. Ellos también sintieron ese ruido y sin dudarlo, se acercaron hacia de donde provenía. El ruido parece algo extraño a nosotros, incluso un elemento difícil de decodificar, el ruido puede ser molesto e incomprendido a veces, también, seguramente, llama la atención o nos motiva a tomar decisiones intempestivas. El aporte que comparto se refiere a los ruidos, los ruidos que escuchamos los católicos y el ruido que escuchan aquellos que no comparten nuestra Fe o no la practican. Comencemos por estos últimos. Cuántos de esos, seguramente amigos nues-
tros, han escuchados ruidos que lo han hecho alejar de la Fe, podemos enumerar algunos: pedofilia, riqueza, doble moral o doble discurso, Obispos sordos ante las necesidades del pueblo, jerarquías amigas de los poderes de turno, etc. ¡Cuántos ruidos han escuchados nuestros amigos¡ ¿Pero, estos sonidos, fueron de Dios? Luego, ¿qué ruidos escuchamos los piadosos orantes de la palabra? Ninguno, solo aquellos como los de las campanas, los de la iglesia, los del chusmerio barato de “quien quiere ser más amigo del cura”, los de los Obispos dando cátedras en sus homilías, etc. Al parecer nosotros, los católicos, fuimos tales en grandes persecuciones, en los martirios, en los momentos desesperantes, cuando se tocaban algún interés primordial de la vida burguesa o cuando algún gobierno de turno nos tocaba el bolsillo. Definitivamente, hablar del ruido que escucharon los Apóstoles, es hablar de Dios. El Espíritu Santo, fue aquél ruido memorioso que permitió a esa primer comunidad cristiana salir al encuentro de la muchedumbre. El mismo Dios, fue el que movilizó a la gente y la colocó delante de ellos. Hoy día, el único sonido que escuchamos es
el del materialismo, el de la corrupción, en definitiva el que no viene de Dios, cuantos bullicios de Dios dejamos pasar de lado por nuestra inoperancia, cuantos buenos samaritanos existen que nosotros no respetamos por nuestra incapacidad de amar al prójimo. Es momento de sentarnos y escuchar el ruido que proviene del Creador, esos que nos motivan a salir al encuentro, tales como la cultura, la naturaleza, la pobreza, la exclusión, la violencia, la paz, etc., ruidos que muchos de nuestros hermanos escuchan y hacen una verdadera opción. No debemos quedarnos encerrados, afuera existen personas que nos necesitan de verdad, no podemos hablar de Misión cuando estamos enfrascados en divergencias morales, debemos ser prácticos, estar con los más necesitados, hablar en sus propias lenguas y permitirnos un verdadero diálogo de paz y fraternidad. El bullicio de hoy, es Dios pidiendo a gritos compromiso, amor e igualdad, ruidos que compartimos con toda la humanidad que espera un gesto significativo de nosotros.
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POR NORA PFLÜGER
UNA MISIÓN MÁS ALLÁ DE LOS MARES
¿Puede el cristiano ser misionero –dar a conocer a otros la verdad de su fe- sin moverse de su lugar de origen? ¿Existe alguna forma de misionar desde la sencillez de nuestra vida diaria, de la oración y del dolor? “Yo amo esa playa infiel, la que fue blanco de tu amor ardiente: hacia ella volaría yo gozosamente si un día mi Jesús me lo pidiese. Mas yo sé que a sus ojos se borran las distancias y el universo entero es sólo un punto. Mis actos y pequeños sufrimientos hacen amar a Dios más allá de los mares”. Quien esto escribía, en la Francia del siglo diecinueve, era una joven de apenas poco más de veinte años, religiosa carmelita en un convento de provincia. Desde hacía un tiempo, sus superiores barajaban la posibilidad de enviarla a otro monasterio, en Hanoi (Vietnam) que entonces se consideraba “tierra de misión”. Ella recordaba que un misionero por quien sentía particular devoción, fallecido con fama de santidad, el Venerable Teófano Vénard (1829-1861), había realizado su apostolado cerca de allí. Por aquellas regiones, en el siglo XVI, había andado también San Francisco Javier, el
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compañero de San Ignacio de Loyola en los inicios de la fundación de los Jesuitas y considerado uno de los misioneros más grandes de todos los tiempos. La joven carmelita anhelaba partir, pero no sabía si se lo permitiría su salud. Su historia anterior no difería demasiado de la de tantas chicas de su país y de su época: niña muy amada en su hogar, la menor de una familia numerosa, delicada y sensible, había decidido su vocación religiosa a los quince años (edad que si bien no era la acostumbrada para ingresar en un Carmelo, podía en aquel entonces ser la del noviazgo e incluso la del matrimonio). Y como si Dios o la
Humor por Cris.
naturaleza la hubieran querido igualar con la humanidad sufriente de aquel siglo, desde meses atrás padecía la última etapa de una tuberculosis, la enfermedad de los agotados y de los pobres, la enfermedad del pueblo. Aquella jovencita de biografía común y corriente había entrado en el convento con un altísimo ideal: sacrificarse y rezar por los sacerdotes. Quería ser “apóstol de apóstoles”, entregarse por quienes predicaban el Evangelio. Ya en el Carmelo, algunas circunstancias providenciales, a la luz de la oración, la llevan a extender ese apostolado a los misioneros enviados a tierras lejanas, ilusión que albergaba desde niña. Por ellos ofrece todo: los roces de la conviven-
cia diaria con las Hermanas, la comida que no siempre le gusta ni le cae bien, las incomodidades, la austeridad valientemente elegida, el frío de los claustros en el invierno, el insomnio, la fiebre. Teresa Martin, conocida como Teresa de Lisieux o Teresita del Niño Jesús, muere el 30 de setiembre de 1897, a los veinticuatro años y ocho meses, en el mismo convento en el que ingresara en plena adolescencia y del que nunca volviera a salir en vida. En 1925, aquella carmelita que jamás salió de su convento fue canonizada por el Papa Pío XI, y en 1927, proclamada Patrona de las Misiones, junto con San Francisco Javier.
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POR Francisco Andres Flores
El héroe, el reloj y su sueño. Sobre cómo un hombre común abraza una misión y la lleva a límites extraordinarios.
Es la mañana fría de un 26 de Junio, y la tímida luz del sol despeja la bruma sobre el Riachuelo. Desde Quilmes redobles y gaitas traen el presagio de la contienda. Detrás de la bruma, la arboladura amenazante de las fragatas. Nuestro héroe comanda algunos milicianos nerviosos a la espera del asalto invasor. Sabe que no nació ni estudió para el combate: trata infructuosamente de ordenar a sus subordinados, pero a él mismo le tiemblan las piernas. Es apenas un empleado del Consulado. Aceptó ser Capitán de milicias por pura vocación de servicio, y “para tener un vestido más que ponerme”, pero nunca pensó realmente que le tocaría empuñar las armas. En esta helada mañana, el deber y el patriotismo lo empujan a hacerlo. Por un momento se abstrae y su mente viaja a Salamanca: recuerda las clases de Derecho
Romano… los compañeros… pero hoy está en otro baile. Cuando comienza el combate, la carga de los soldados imperiales es demasiado para los milicianos inexpertos y se desbandan desordenados. Infructuosamente intentarán una nueva defensa. Al día siguiente las autoridades capitulan y entregan la plaza a los invasores. Sobre Buenos Aires flamea la bandera británica. Nuestro héroe queda masticando bronca: le hierve la sangre por la derrota y el honor herido, y lamenta una y mil veces su poca formación militar. Claro que nuestro héroe aún no sabe que es “héroe”; ni siquiera sabe que es “nuestro”, y desconocerá éstas líneas como desconocerá casi todas las que se escriban sobre él, incluso cuando la historia cincele en bronce su nombre y su memoria. Tampoco sabe que está herido de muerte:
desde Europa la enfermedad crece en su carne y agazapada avanza inexorable. Las horas avanzan sobre Buenos Aires y en ella no se debate el heroísmo, sino la obsecuencia: las principales familias desfilan frente a las nuevas autoridades, y el General Beresford ordenará un juramento de lealtad a la corona británica. Cuando concurren a jurar los miembros del Consulado, falta uno: su secretario. Lo buscarán en vano: huyó a Montevideo, desde donde los patriotas planifican la Reconquista. Antes de irse deja una frase memorable: “Queremos al antiguo amo, o a ninguno”. Nuestro héroe, sin quererlo, comienza a serlo. Luego de la Reconquista de Buenos Aires, se suma a los preparativos para la defensa, ya que se espera que los ingleses vuelvan a atacar en breve. Se incorpora como sargento al Regimiento de Patricios, pero surgen desavenencias con otros oficiales. Claro, muy pocos reconocen a un prócer antes del bronce. Algunos no lo obedecen, e incluso muchos se burlan de él: una voz poco marcial, modales demasiado educados… También dudan de su masculinidad y dispersan rumores de todo tipo. Le llaman “cotorrita”, por una chaqueta verde que usa y por el tono
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de su voz… Éstas calumnias lo perseguirán por años. Él, sin embargo, las ignora y sigue adelante: renuncia al regimiento de Patricios y se pone a disposición de Liniers, el jefe de la defensa. Cuando al año siguiente los ingleses vuelven a atacar, nuestro héroe está como uno más sobre la calle Suipacha combatiendo contra la columna central de “casacas rojas” que comandaba Alexander Duff. A pesar de las calumnias y de una salud frágil, no pierde su vocación de servicio: cada vez que es requerido para algo acepta y cumple con diligencia. Se pliega al movimiento independentista, y participa activamente en el levantamiento revolucionario de las colonias. No le dirá que no a nada que se le pida por el país, por más inverosímil que sea; incluso cuando le encomienden encabezar una expedición con un ejército inexperto y en absoluta inferioridad numérica. En contra de todas las previsiones y de su salud, parte al Paraguay: quedarán en el recuerdo algunas fundaciones, una victoria memorable y un par de derrotas previsibles. Quedará también un tambor redoblando en la memoria de los héroes caídos. A su vuelta el exitismo político le someterá a proceso marcial, del que saldrá impoluto. Ya se empieza a generar la leyenda de su frugalidad, su humildad (vive y pelea como soldado raso) y su disciplina. La idoneidad de su conducta le da revancha: es nombrado Jefe del Regimiento de Patricios. Nuestro héroe arrastra su salud como una carga, pero aún así
vuelve a ponerse en movimiento. Aquello que le critican, su intelectualidad y su poco pragmatismo bélico, es su fuerte: su mente está siempre adelante. Cuando le ordenan defender el río Paraná, él no arma una defensa, dibuja un sueño: Libertad, Independencia y un pabellón nacional para una nación que aún no existe. Libertad e Independencia no son dos baterías, son las alas de ese sueño. Y la bandera no es el pomposo estandarte de un héroe: es el manto de la Virgen de la cual es devoto, una oración al cielo por ese país que imagina. Cuando en Buenos Aires se enteren de “su” bandera se pondrán nerviosos, e incluso le ordenarán que la destruya. Él, sin embargo, no renuncia a ese sueño: desobedece la orden y guarda el paño a la espera de que mejores vientos lo enarbolen. Para el reciente levantamiento independentista las cosas no van bien: los gobiernos patrios son inestables, y los realistas presionan desde el norte: se hace imperiosa una nueva expedición. El gobierno no sabe a quién encargarla. Un joven militar recién venido de Europa, aquel que luego liberará medio continente, opina a favor de nuestro héroe: “es el mejor que tenemos”, dirá. Parte entonces nuestro protagonista en una epopeya que excede su salud y sus medios. Organiza el ejército: prohíbe los naipes, la prostitución y el juego, y ordena el rezo del rosario diariamente. Y avanza decidido hacia el Norte, hacia la libertad o hacia la muerte. Lo que sucedió luego lo narran todos los libros de historia:
irá y plantará batalla, luego retrocederá ante un enemigo muy superior, vaciará ciudades y quemará campos en un éxodo memorable y, cuando esté en franca retirada, nuevamente leerá la jugada anticipadamente: desoirá las órdenes de Buenos Aires de refugiarse en Córdoba, y esperará en Tucumán para presentar batalla. Allí, a todo o nada, define el destino de la Revolución: cuando el ejército realista se acerca a la ciudad nuestro héroe lo ataca por sorpresa; y en una confusa batalla, que incluye una tormenta de tierra y una nube de langostas, pone al enemigo en retirada. Ahora la iniciativa la tiene él: sabe que necesita un triunfo completo para asegurar el territorio nacional, y avanza entonces hacia el norte. Al llegar al río Pasaje comprende que está en instancias decisivas: hay que comenzar a hacer realidad el sueño. Despliega la celeste y blanca, y todo el ejército reunido jura fidelidad a la bandera. Sobre el tronco de un árbol hace grabar el memorial del evento, y rebautiza al río como “Juramento”. Es un 13 de febrero de 1813. Una semana después, en las inmediaciones de la ciudad de Salta, se prepara nuevamente para la batalla. La salud del héroe está muy resentida: amanece con vómitos de sangre y a duras penas puede montar para pasar revista al ejército. El combate sin embargo es una victoria completa para los suyos, que por primera vez pelean bajo la bandera albiceleste. El sueño comienza a realizarse. Sin embargo nuestro amigo no está en un lecho de rosas: con su salud
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quebrantada y luego de dolorosas derrotas en Bolivia, es obligado a retirarse. Entrega en Yatasto el mando del ejército y “su” bandera a aquel joven militar que lo elogiara: éste llevará la enseña victoriosa por medio continente. Nuestro héroe volverá abatido y sin tener conciencia de la gesta que acaba de presidir, pero con la tranquilidad del deber cumplido. Al regreso encontrará una Buenos Aires que aún no conoce los libros de historia, y recibirá fuertes críticas por sus decisiones, en especial por haber perdonado la vida de los prisioneros españoles. Él, seguro de sus convicciones, se limitará a responder: “Siempre se divierten los que están lejos de las balas, y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos; también son esos los más a propósito para criticar las determinaciones de los jefes: por fortuna, dan conmigo que me río de todo, y que hago lo que me dictan la razón, la justicia, y la prudencia, y no busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la Patria.” Le encomiendan, sin embargo, una tarea compleja: viajar a Europa en diferentes misiones diplomáticas de política exterior para procurar la consolidación del país naciente. Acompaña a un famoso político que más tarde será presidente y que dejará un famoso sillón y una deuda de cien años. En Inglaterra recibe de regalo, en nombre del rey Jorge III, un reloj de oro y esmalte. Nuestro héroe no lo sabe, pero con el tiempo del reloj ha comenzado la cuenta regresiva de sus días sobre la tierra. De regre-
so al país participará activamente en la Declaración de la Independencia. Le encomendarán nuevamente misiones militares, esta vez contra compatriotas rebeldes al gobierno de Buenos Aires, pero él tratará de evitar este encargo. Enviará a Buenos Aires su opinión sobre la guerra civil: “Hay mucha equivocación en los conceptos: no existe tal facilidad de concluir esta guerra; si los autores de ella no quieren concluirla, no se acabará jamás... El ejército que mando no puede acabarla, es un imposible. Su único fin debe ser por un avenimiento... o veremos transformarse el país en puros salvajes…”. Sus palabras sonarán en vano y el país se desangrará en guerras internas por más de 60 años. Finalmente regresa a Buenos Aires, muy enfermo, y queda postrado en su casa paterna. Los esfuerzos de las campañas y la enfermedad que lo carcome desde joven dan finalmente su estocada final. Asistido por amigos y hermanos agoniza en una capital convulsionada que pone en peligro los logros ganados con tanto sacrificio. Lo asiste un médico escocés, Joseph Redhead, que lo acompaña desde Tucumán. Nuestro héroe ya no tiene dinero, y decide pagar a su amigo con su única pertenencia: un reloj de oro y esmalte que le obsequiara el rey Jorge III de Inglaterra. El médico lo rechaza. Nuestro héroe, sin embargo, insiste: abre las manos del médico, pone el reloj en su palma, luego las cierra. La cuenta regresiva ha concluido. Es 20 de Junio de 1820. En Buenos Aires tres gobernadores se disputan el poder y la muerte del héroe ignorado pasa
desapercibida. Sus últimas palabras: “¡Ay, Patria mía!”. ¿Qué nos deja nuestro héroe, además de un cuerpo amortajado en el hábito de Santo Domingo y sus deudas persistentes? Dos niños que ignoran su padre, una lápida con el mármol de una cómoda, la promesa de escuelas que el gobierno tardará más de cien años en levantar… El sueño de nuestro héroe, sin embargo, levanta vuelo: libertad, independencia y una bandera para un país naciente. Aún hoy somos deudores de ese sueño. Empujada por la evocación y la historia vuelve mi mente a la víspera de la batalla de Salta, a esas 2500 almas reunidas rezando el rosario en medio de la noche norteña: gauchos, indios, porteños, conservadores y liberales, católicos y masones… algunos con ganas y otros a regañadientes, todos unidos rezando al filo de la batalla, sabiendo que muchos tal vez no volverán a contemplar el cielo estrellado… Y pienso que si. Que aunque hubiera sabido de antemano que caería herido de muerte en la batalla para entregar mi cuerpo a la tierra o a las aves de rapiña… aunque hubiera tenido la certeza de morir anónimo, sin nombre ni descendencia ni memoria sobre los campos de Salta, sin más recuerdo que la vaga memoria colectiva o la fútil mención de los libros de historia… aún así hubiera estado feliz de compartir ese rosario con los patriotas, y cargar el fusil, y correr a la batalla, hacia la libertad o hacia la muerte, a las órdenes de Manuel Belgrano, detrás de la celeste y blanca.
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POR NORA PFLÜGER
No por mucho caminar se llega al lugar correcto “Hay una juventud que se pierde por falta de ayuda… Y es necesario tenderles la mano”. Santa Juana de Lestonnac Lo importante no es llegar, lo importante es el camino, canta el gran Fito Páez, y casi puedo decir que estoy de acuerdo con él, si es que él entiende como yo, que lo importante del camino es el lugar al que nos lleva, lo importante es cuál es el punto final de ese camino, porque es ese punto final el que da sentido y valor al mismo, es decir, lo importante del camino es hacia donde se dirige. Alicia, durante su estadía en el País de las Maravillas pregunta al Minino de Cheshire “¿podrías decirme, por favor, cómo hago para salir de aquí? ¿Qué camino debo tomar?”, a lo que el Minino responde, que todo depende del lugar al que quiera ir. “La verdad es que me da igual” dice nuestra niña perdida. “Entonces da lo mismo cualquier camino que sigas” sentencia finalmente Cheshire. Si no tenemos a dónde ir el camino no importa en lo más mínimo. Y se me ocurre que este es uno de los problemas más importantes de nuestros días y de nuestros jóvenes. “La juventud está perdida” es una frase que podemos escuchar bastante seguido en boca
de cualquier hijo de vecino, y como muchas veces pasa, es posible que el sentido común del hombre sencillo de la calle no se equivoque, y la juventud en nuestra patria este perdida realmente, tal como lo estaba Alicia en el País de fábula creado por Lewis Carroll. Y desde su desorientación existencial esta juventud nuestra de cada día repite a los cuatro vientos la misma pregunta que le hizo Alicia al Minino de Cheshire, “¿cómo salimos de aquí? ¿Qué camino debemos tomar?”.
Ante esta pregunta, en apariencia simple, las respuestas que reciben estos jóvenes son mútiples. Una parte de la sociedad, que parece ser bastante grande por lo que se ve en los medios de comunicación, responde simplemente y sin despeinarse “da lo mismo cualquier camino que tomen, lo importante es que sean libres”. Que es más o menos lo mismo que decir, “hace lo que quieras, es tu camino, es tu vida, es tu problema”. Pero siempre se da esta respuesta disfrazada po-
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sitivamente, como un acto de amor. En este mundo donde se pondera la libertad cómo único valor, en esta cultura de individualismo hipertrofiado que según dice es la que caracteriza este pequeño pedacito de historia que nos toca transitar, hay quienes defienden la idea de que no hay caminos buenos ni malos. Que todo depende de la voluntad y del deseo de cada uno. Parece ser que hay quien sostiene y cree que nuestros actos no tiene consecuencias sobre los actos de los demás, que si alguien elige destruir su vida es su decisión y su responsabilidad, y que el resto de nosotros como individuos y como sociedad no somos responsables ni tenemos culpa alguna sobre el camino que este individuo eligió. Y a veces, nos gusta creer que esto es cierto, aunque en el fondo sabemos que no es más que un lavarse las manos consensuado para continuar con nuestro estilo de vida sin que la conciencia nos moleste demasiado. Si mi hermano se pierde problema de mi hermano. Pero por mucho que lo repitamos y por más esfuerzo que hagamos por creerlo, en el fondo de nuestro corazón escuchamos la vos de Dios que nos dice “si tú no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre” (Ezequiel 33, 7-9).
Esta actitud se ve claramente reflejada, por ejemplo en el debate que se instala cada vez con mayor frecuencia sobre el tema de despenalizar el consumo de marihuana, cuando se intenta presentar esta droga como un bien o se argumenta que al despenalizarla se hará un bien porque disminuirá el narcotráfico y el consumo. El Papa francisco dejo en claro en estos días hablando de este tema que “la droga no se vence con la droga. La droga es un mal y ante el mal no se puede ceder” Hay otra repuesta habitual y estandarizada que se repite cada vez que se habla del problema de la juventud sin rumbo, es que la solución es la educación, que en el fondo todo es un problema de educación. Lo que es en rigor, maravillosamente cierto, si no fuera que nos queda por definir un detalle importante, ponernos de acuerdo en que clase de educación es la solución. Mons. Thihámer Tóth dice que Educar es “inclinar la voluntad del hombre de suerte que en cualquier circunstancia se decida a seguir sin titubeos y con alegría el bien.”. Esta definición, que me parece además de hermosa, sumamente acertada, nos deja una vez más ante un nuevo problema que resolver, el problema de
que es el bien. Y he aquí el meollo del asunto. Ya lo decía el enorme Chesterton, y cito, “Todas y cada una de las modernas expresiones populares e ideales constituyen artimañas destinadas a minimizar el problema de lo que es el bien. Nos encanta hablar de Libertad, de Progreso y de Educación y eso no es más que un truco para evitar discutir sobre lo que es bueno” Y hasta que no resolvamos esto no podremos avanzar por ningún camino a paso cierto y mucho menos indicarle a otros que camino deben seguir. Porque como decíamos al principio lo importante del camino es hacia qué lugar nos conduce, y sólo aquel que nos conduzca a lo que es bueno será el camino correcto. Por eso, la única respuesta correcta que podemos dar para esta generación en crisis es una respuesta moral. Debemos romper con la dictadura del relativismo y tomar la bandera de los valores eternos que están inscritos en el corazón de todo hombre y enarbolarla bien alto para marcar el camino y ser luz de todo aquel que esté perdido y no encuentre la salida. Construir la cultura del encuentro, construir la paz, defender al inocente, no ceder ante el mal, promover la virtud y buscar siempre, en toda circunstancia con alegría y sin titubeos el bien.
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SI a la
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