A tus ochenta

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A tus ochenta


A tus ochenta, voy doblando la esquina de los treinta, Y el árbol que podamos juntos, ya da sombra en la puerta… Y te imagino feliz con tus bisnietos sobre tus brazos... -Veni!.. Sentemos un rato!! Conversemos… Te fuiste hace veinte años y nos debemos un abrazo. ¿Contame eso de ser criado por las tías solteronas y otro poco por la orfandad? ¿Contame si el desarraigo de tus seis hermanos, no te volvió en la vida un poco parco? ¿Contame cómo es eso de no poder estudiar y tener que trabajar desde los doce años? -Veni! sentate ahora, que la rebeldía adolescente ya urge ni me implora, y puedo detenerme a escucharte… A tus ochenta, a veces vuelvo a casa, atravieso el muro de la fabrica y corro por el pasillo, me siento a la sombra del parral y un niño de anteojos, me mira temeroso y desconfiado detrás del ventanal... Ya no me quema el tiempo, ya no huyo de los cuidados paliativos, ya no hay hospitalizaciones, ya no hay convulsiones, ni infecciones de morfina, ya no tengo que sostenerte la cabeza para darte la comida, ya no tengo que afeitar tu barbilla, ya no sufro el insomnio en las eternas noches que escupías tus pulmones. ¡Veni tomemos unos mates! Dale relájate, contame de tu amado San Lorenzo, de los carasucias, de los matadores, de Telch y el nene Sanfilipo, del gasómetro, y escuchemos juntos otra vez a Mochin Marafioti… A tus ochenta, puedo verte entrar por el pasillo y te imagino con la ternura y la impaciencia que me despiertan los ancianos, y te imagino jugando al juego de carpintero que más amaste, y puedo oír el martilleo de tus manos forjando en pino rubio las bases de mi cuna y te imagino un artesano, de profundos silencios y espaciadas sonrisas, de contemplaciones infinitas y valores inquebrantables. …¡Veni y contame! En este universo donde nada vale, que mi madre fue la primera y la única mujer que amaste. Que odiabas las internaciones y al ver la luz del día filtrarse por la ventana, me pedías por favor escapar de los hospitales… “Sácame de acá Gaby quiero volver a casa” y los dos mirábamos en silencio la ventana… Veni ahora... Y enséñame otra vez a manejar las herramientas, a encuadrar un cuadro, a lijar la madera, que me quedaron muchas materias adeudadas para recibirme de carpintero, y te prometo no olvidarme el serrucho a la intemperie antes que se largue la tormenta!!.… -¿¡Ya se!?- Juguemos otra vez al chinchón y esta vez no me dejes ganar. Llévame a cocochito a ver las murgas y de vez en cuando bajá, y bájame a la tierra que ya perdí el miedo a los perros... A tus ochenta “ya no hay dolor, ya no duele y no va a doler” Y en la batalla de la vida y la muerte, diste lucha hasta el último instante. Como un gladiador de hueso y carne, un guerrero sin tiempo, un ejemplo, un estandarte. A tus ochenta me voy despidiendo apenas temporalmente, un fragmento más de este minuto eterno en el pensamiento, apenas este segundo donde se detiene el tiempo en aquel nuestro último momento, antes que cerraras los ojos en un profundo sueño, me acerque a tu oído, te tome la mano, te dije que te amaba, y te di las gracias por darle vida a mi vida y a la de mis hermanos, y en un tenue reflejo de tu absoluta debilidad, me apretaste la mano, casi como si me hubieras escuchado… ¡Entonces, ahí va otra vez, de hombre a hombre mi apretón de manos, sé que me estas escuchando, te envió este fuerte abrazo, viejo querido! …Te extrañamos! Donde quiera que estés, felices ochenta años!!

Gabriel Acevedo ® 2014


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