De guacho

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DE GUACHO. De guacho, cuando mi vieja volvía del trabajo y yo no había cumplido con los encomendados roles de hijo; esos que implicaban, ordenar mi pieza, no dejar los platos sucios, tirar la cadena del baño cada vez que defecaba, y lo más importante, que no rompiera ni las macetas del patio, ni los vidrios de su pieza con la pelota y los pelotazos. Cosa lógica que casi nunca lograba después de tardes enteras pateando contra el angulito que formaba el macetero en la pared, alguna botella o plantita de mierda siempre se rompía. Por consecuente, cuando mi vieja volvía del trabajo se enfurecía y para esa época tenía muy pero muy buena puntería con los zapatos a larga distancia y como mi casa quedaba al final de un pasillo largo de casi media cuadra, correr por él, con la espalda desnuda, dándole toda mi retaguardia en frenética búsqueda de mi liberación, no era la mejor opción posible como aparente escapatoria... Más si otro zapatazo rabioso y preciso volvía a impactar en mi raquítico huesito dulce… Eso era sin exagerar, brutalmente terrible!... Uno quedaba inmovilizado y de rodillas, como en la posición de una plagaría divina, (es más, creo que en segundos le rogaba a Dios que mi vieja no me alcanzara y me arrastrara de los pelos pal´ fondo). Era un segundo dramático donde el tiempo se detenía, un zapatazo certero de mi vieja era como abrir un Chakra y paralizar mi cuerpo. Así, como se descubren tantas cosas; por miedo y simple contraposición, una tarde tome el camino inverso al pasillo, intentando subir velozmente los veinticuatro escalones de mi escalera al cielo. La escalera era un camino bastante arriesgado, pero debía intentarlo a cualquier precio, no tenía escapatoria. La distancia del impacto entre la mano de mi vieja, la trayectoria del zapato en el aire y yo, era mucho más corta y esto me favorecía. Ella tenía un ojo biónico y una puntería exquisita en carrera y a la distancia por el pasillo, de cerca, para mi suerte, mi madre no era tan precisa, sumado a eso los barrotes de metal de la baranda me servirían de escudo. Así que no dude un segundo… (Previas puteadas), que sonaron bastante parecidas a las de un diablo enfurecido; creo que mi madre recordó varias veces las partes pudorosas


de mi madre, mi tía, mi hermana y mi abuela... Y en una fracción de segundo mi vieja hizo un fugaz y único movimiento y se descalzo los zapatos más rápido que la luz. Yo ya conocía ese movimiento casi de memoria, pero aún no era más rápido que ella... .....Creo que subí los veinticuatro escalones volando, y creo que volando también paso un zapato, y al segundo, como nunca antes el otro zapato, luego un secador de piso que sobrevoló mi cabeza como un misil, una lanza, una flecha, que esquive contorneando mi delgada silueta, y por ultimo un balde de plástico vació, que se estrelló furioso contra la pared del vecino!!. No había imaginado jamás en mi vida antes un bombardeo semejante, estaba atemorizado y perdido. Mi madre desencajada había enloquecido, igualmente logre alcanzar la cima de la escalera sin que impactara nada en mi cuerpecito.... Pero para mí desgracia, la muy enfurecida madre mía, más aun con mi osadía, subió las escaleras no tan rápido como yo, pero igual subió.... Y en un instante de desesperación me dije: "¡Estoy muerto, me alcanza y me mata!!" Creo que empalidecí entero y me paralice por un segundo, no podía creer lo que estaba sucediendo, fue tal vez, casi sin dudarlo, el peor de todos mis tormentos. ....Así fue como descubrí el refugio más maravilloso que había en mi casa. Me trepe en un acto imitado de los gatos que veía escapar de mi perro, salte el primer sobretecho y trepe a la pared finita que dividía mi casa de la casa de mi abuela, y con el mismo envión, me encontré corriendo con los pies descalzos por la medianera de la fábrica vecina a unos filosos doce metros del suelo, me agache para no llevarme puesta, bien a la altura de los ojos la antena de la tele donde vivía mi hermana, y luego la antena del techo de mis abuelos... Mi vieja quedo puteándome en el primer intento por subir el sobretecho, justo donde sus limitaciones físicas gracias a Dios le ponían un freno. Entonces con calma me volví a colgar de la medianera, pretendiendo alcanzar con la puntita de los pies la base de la columna de la pared en el frente de la casa... ¿¡Si le pifiaba!?….Si le pifiaba, de un lado estaba el jardín de mis abuelos a largos once metros del suelo, y del otro lado la salvación, es obvio que no le pifie… Pero aún quedaba un tramo más por recorrer. De la terraza salte al techito y de ahí al naranjo en flor lleno de pinches, esquive la bajada de los cables de luz para no quedar electrocutado y por fin alcance la tierra. Una vez sobre el suelo y con una sonrisa de sarcasmo puro, me pare en la puerta del pasillo toque el timbre, y espere que saliera mi vieja, la salude con la mano derecha y una sonrisa inmensa de oreja a oreja, y me fui a la mierda.... Alcance a oírla gritando algo, con esa seguridad, como de quien conoce mucho sus ventajas, -“Ya vas a volver…-” y hacia “así” con la palma de su mano sacudiendo la muñeca, en clara señal de que iba a cobrar una tremenda paliza cuando volviera. Más tarde volví…

Pero esa es otra historia un poco más intensa. Lo importante era que en mi desesperación había descubierto un lugar casi inaccesible para mis viejos, aunque no tanto para mi hermano mayor, que más de una vez me cazo de las patas en pleno intento fallido de convertirme en hombre araña. Pero en fin, ese lugar seria mi Refugio, tenía una especie de zanja donde me recostaba sobre las chapas de la fábrica, era el lugar perfecto para que cuando me buscaran no me encontraran, me quedaba mirando el cielo horas eternas, las nubes dibujaban siluetas imprecisas y desde ahí arriba todo parecía mío, el aire refrescaba mis ojos y la brisa del verano evocaba fragancias de otros tiempos, el sol tibio del otoño abrigaba cálidamente mi pecho, y el murmullo del barrio se volvía distante cuando el sol caía por detrás de las casas a lo lejos. Y ahí me quedaba…. En ocasiones de demasiada soledad y aburrimiento, le afanaba un rulero de buen diámetro a mi vieja, le cortaba la culata a un globo y como mi viejo tenía un taller, a él también le afanaba las tuercas pequeñas que terminarían repiqueteando contra las chapas de los techos vecinos; el plástico verde de la casa de Emiliano era uno de mis blancos preferidos. Obviamente jamás supieron quien las tiraba. Años más tarde solía sentarme a leer un libro o tomar mates, y desde lejos escuchaba el grito de "¡kupa veniii !!" de los pibitos del barrio….Hoy volví a subir y preguntarme: -¿En que momento se extinguió el fueguito de las chimeneas que me enseñaron a dibujar de pendejo?...Hoy martes 10/08/2004 después de 15 años de distancias y largas ausencias, volvieron a verse las caras los restos de lo que alguna vez fue una gran familia. Y sentados otra vez a una larga mesa, como en cada fin de año, nombraron a todos los muertos y sus herederos, sonrieron con cierta mezcla de indiferencia y alegría, firmaron la escritura, contaron uno a uno los billetes y nos repartimos las migajas. Hoy se vendió mi casa junto con la de mis abuelos, las compro la fábrica vecina y en breve serán demolidas. Si bien parecen más un cementerio abandonado al deterioro inmenso; lleno de ausencias, telarañas, soledades, grietas, humedades y silencios. Pero no es la palabra venta, lo que me produce ese revoltijo en el estómago, sino la palabra “demolición.” Y ver hecho polvo el sacrificio de mi viejo y mis abuelos, que resulta casi tan parecido, como que a un libro le arranquemos las primeras 25 hojas… Todo lo que quede por leer del él, es y será simplemente otro cuento.


Pero la "negra sosa" lo resume mejor que yo. ………………..Cambia lo superficial, ………………..cambia también lo profundo, ………………..cambia el modo de pensar, ………………..cambia todo en este mundo. Martes 10 de Agosto de 2004. Villa Maipú. San Martín. FIN Gabriel Acevedo ® 2014


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