Periódico ACORE / Edición 602 / Agosto de 2020
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Comisión de la verdad
El lobo esquilado
La tiranía de la verdad única y absoluta se pasea arrogante por la Comisión de la Verdad. Todo indica que el lobo acecha detrás de la piel de oveja. ¡Que el sesgo no sea tan evidente! POR: CORONEL (R. A.) JOSÉ OBDULIO ESPEJO MUÑOZ/LA SILLA VACÍA
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Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?” Esta sentencia bíblica le cae como anillo al dedo al sacerdote jesuita Francisco De Roux, presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, CEV, y a al menos ocho de los otros diez comisionados que hacen parte de esta pieza del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, Sivjrnr. En el ente estatal donde se supone se adelanta la más grande conversación nacional acerca de qué pasó en el conflicto armado en Colombia en seis décadas, la tiranía de la verdad única y absoluta campea y lo hace de la mano de la censura y el veto. ¡Verdaderos lobos disfrazados de ovejas! Una preocupante situación que ya había denunciado en otros escritos y que se confirma a la luz de los acontecimientos recientes. El responsable de que la CEV esté mostrando su peor, pero verdadero rostro, es Carlos Ospina, un mayor retirado del Ejército que funge como comisionado de la verdad y el único de la corte de De Roux que no guarda ningún tipo de simpatías con la izquierda. Los más inocentes podrían creer que él logró colársele al Comité de Escogencia del proceso de paz de Santos, mas para mí sólo es el chivo expiatorio para validar el presunto carácter incluyente, plural y objetivo de la Comisión. Después de un arranque con exiguos resultados, Ospina se dio a la tarea de realizar simposios sobre el conflicto armado interno y el rol de las Fuerzas Militares, actividad que intensificó con la llegada al país del covid-19. Pero su luna de miel en la Comisión (donde nunca se ha logrado acoplar, como quiera sus colegas no lo aceptan como igual) terminó tan abruptamente como inició. Su pecado fue organizar una conversación sobre los homicidios en persona protegida (mal llamados falsos positivos o ejecuciones extrajudiciales) e invitar como panelistas al coronel retirado Publio Hernán Mejía, señalado como autor de estos crímenes y condenado por la justicia ordinaria por sus nexos con grupos de autodefensa cuando comandaba el batallón La Popa, y al abogado del general Mario Montoya, el comandante del Ejército durante la era Uribe Vélez y a quien las víctimas sindican como el cerebro y determinador de esta modalidad criminal. El primero en poner el grito en el cielo fue el comisionado Alejandro Valencia Villa. La tarde del pasado viernes, a través de un mensaje de WhatsApp, escribió a sus colegas lo siguiente: “Realizar este simposio con oficiales condenados por la justicia ordinaria que son comparecientes ante la JEP y con abogados que representan a militares que tienen serios cuestionamientos por estar involucrados en graves violaciones
de derechos humanos, y que también son comparecientes ante la JEP, es el peor mensaje que la Comisión le puede enviar a las víctimas de ejecuciones extrajudiciales y a las organizaciones de derechos humanos (sic)”. Si esta es la línea argumentativa oficial de la Comisión, explíqueme usted, comisionado Valencia Villa, ¿por qué los exguerrilleros de las Farc, también comparecientes ante la JEP y algunos con procesos y condenas en la justicia ordinaria por graves violaciones a los derechos humanos, sí han sido invitados de honor a los canales de escucha de la Comisión? ¿Será que Ospina tiene razón cuando asegura que la familiaridad de los comisionados con los exmilitantes de las Farc reúne “condiciones que parece que van más allá de un relacionamiento Institucional”? ¿Será que el exministro de Defensa Juan Carlos Pinzón Bueno acertó cuando trinó en su cuenta oficial de Twitter que “la mayoría de los comisionados registran afinidad ideológica o nexos con grupos armados”? Sobre el particular, una fuente que trabaja en la CEV y que pidió reserva de su identidad, me confirmó lo escrito por Ospina. Dijo que en más de una oportunidad, cuando en la Comisión se ha discutido la presencia de las extintas Farc en los territorios, “varios comisionados la han justificado como necesaria y justa, pues, según ellos, era la única defensa que tenían los campesinos e indígenas frente a los ataques del Estado paramilitar y su ejército burgués”. Un hecho grave de comprobarse y que merecería la mirada de los entes de control. Regresando al quid del asunto, puede ser que los invitados del comisionado Ospina quizá no fueran los más adecuados o políticamente correctos, pero sus planteamientos merecían ser escuchados en el marco de la pluralidad que debe signar los derroteros de la Comisión y al tenor de la obligada confrontación de las ideas que faciliten la confección del informe sobre la verdad de nuestra guerra intestina. La censura no era el camino. Como lo señalan Teivainen y Foster, “[…] el reconocimiento mutuo de los hechos y su interpretación es aparentemente una forma de verdad más fuerte que una evidencia firme, que es propuesta por una parte, pero negada por otra”. La escucha es un ejercicio que, en cualquier comisión de la verdad, no lleva implícita la aceptación de lo que dice el otro. Si los argumentarios de Mejía y del abogado de Montoya no eran convincentes, rayaban en la incredulidad y lesionaban el debido “respeto a las víctimas” y la “coherencia” de la misionalidad de la Comisión (como aseguró De Roux en el escueto comunicado en el que prohibió la realización del simposio este jueves), simplemente estos no serían tenidos en cuenta y quedaría como anécdota más en la bitácora de la entidad.
En mi afán de entender la decisión de De Roux y teniendo como único contexto las comunicaciones de Valencia Villa y de Ospina, contacté personas cercanas a la Comisión o que laboraron allí en el pasado. “Lo que pasa es que ‘Pacho’ De Roux le tiene miedo a ese tipo de confrontaciones”, comentó alguien que conoce muy bien la personalidad meliflua, pero a la vez flemática del presidente de la entidad. Entonces, ¿cuál puede ser el temor de Francisco De Roux? En un organismo donde las decisiones se toman por mayoría, una voz disidente se asemeja a una piedra en el zapato. Al comienzo no causa mayores molestias, pero en un largo trecho puede hacer mella. Máxime si el norte de la Comisión ya fue trazado y este conduce a la consolidación de una verdad absoluta o historia única de nuestro conflicto: el Estado y sus agentes, por acción o por omisión, son los únicos determinadores, autores y verdugos del oprimido pueblo colombiano. De paso, el rol de las Farc será excusado oficialmente y apenas dará para unos cuantos pie de página en el informe final. Será esta la razón por la cual el presidente de la CEV, como me confirmó una de mis fuentes, ha dicho a sus áulicos que ninguna persona que haya tenido relación alguna con las Fuerzas Militares, en especial si se puso el uniforme, puede
laborar para la entidad. En este veto o impedimento al parecer estarían incursos civiles, contratistas y ciudadanos que hacen parte de los cuerpos ad honorem de las fuerzas. Los casos del coronel retirado Carlos Arturo Velásquez, de Emerson Rojas (hijo de un sargento desaparecido hace 20 años por las Farc) y del abogado e investigador Jean Carlo Mejía (asesor del ministerio de Defensa durante los diálogos de La Habana y a quien conceptuaron como “sobrecalificado” para vetarlo), ilustran esta tendencia en un ente burocrático con algo más de 500 personas en su nómina entre funcionarios y contratistas. Ya lo había denunciado en una columna en 2018. Quisiera terminar diciendo que la verdad absoluta o lo que yo llamo la historia única, acompañada de verdad y memoria selectiva, hace que los colombianos caigamos en el error, las imprecisiones y una espiral de violencia de nunca acabar. La censura, padre De Roux y comisionados de la verdad, contribuye a ahondar más nuestras diferencias y nos aleja de los caminos de la comprensión de nuestro pasado violento, la reconciliación y la convivencia pacífica. Por eso, les comparto esta enseñanza del gran Antonio Machado: “Tu verdad, no; la verdad y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.
Mientras escribía las últimas líneas de esta columna, supe que el comisionado Ospina está recibiendo presiones para que no hable con la prensa sobre el contenido de su comunicación. La posibilidad de que se le abra un proceso disciplinario por ventilar asuntos internos de la Comisión es la mordaza que el censor está usando para acallar su voz disidente.