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Te recordaré siempre, Amor – Oriana Vargas
Imagen: Pixabay
Te recordaré siempre, Amor
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entada con los ojos cerrados se encontraba Isabella recordando el día exacto en el que S conoció al amor de su vida, Gabriel. Ese día iba saliendo de la biblioteca, eran las 8:00 de la noche para ser exactos, llevaba un abrigo y gorro oscuro pues hacía una suave y fría brisa que movía su cabello largo y oscuro. Caminaba poco a poco a la parada de taxis que quedaba a una cierta distancia, pocos autos circulaban por la zona, no sentía tanto miedo. Pero eso cambió cuando sintió la presencia de dos personas caminando detrás de ella, trató de acelerar el paso, pero ellos eran mucho más rápidos. Su corazón lo sintió a millón como si fuera una bomba de tiempo y sin avisar explotaría. Corría y corría sin saber a donde ir, hasta que localizó un café. Sin mirar atrás, entró rápidamente al local, al hacerlo tropezó con una persona. Al levantar la mirada quedó paralizada por la persona que tenía ante ella. Nunca había visto a un hombre tan hermoso como él, era tan alto, fuerte y elegante, con una barba recién afeitada dándole un aspecto atractivo, sus ojos azules la observaban interrogantes. —Lo siento, lo siento —dijo nerviosa. —Tranquila, no pasa nada —dijo él con su voz dulce y varonil—. ¿Quisieras sentarte? — ella afirmó con su cabeza mirándolo, caminó con él y se sentaron en una de las mesas disponibles.
—Un gusto conocerte —sonrió ofreciéndole su mano—. Me llamo Gabriel Berruti, ¿cómo se llama usted, linda señorita? —Me llamo Isabella López —tomó su mano y sintió una conexión especial. Soltó su mano y sonrió—. También es un gusto conocerte, Gabriel, gracias por no dejarme caer hace minutos. Sin planearlo, deciden pedir dos tazas de café y una tarta de manzana, su favorita. Allí sentados se conocieron hablando de sus metas, sueños, de todo un poco. Pasaban las horas y no se aburría de escucharlo, era tan inteligente, noble, caballeroso, tenían tantas cosas en común como el amor por la lectura, la escritura y los libros. —Así que, ¿quieres escribir un libro? —preguntó él con interés. Ella afirmó con la cabeza, en su cartera llevaba su cuaderno en donde escribía, con ilusión decidió mostrárselo. Con gusto él aceptó, tomó con sus manos el cuaderno y comenzó a leerlo. —Oh... —exclamó asombrado levantando la mirada del cuaderno— Esto que has escrito es precioso, Isabella. ¡Tienes mucho talento! —colocó con cuidado el cuaderno sobre la mesa y la miró fijamente con sus ojos azules— ¡Debes intentarlo! Claro que sí puedes cumplir tu sueño, estoy seguro que llegarás muy lejos —tomó su mano suavemente y añadió:— ¿Cómo puedes dudar de este hermoso talento que tienes? Ella sabía que lo había conocido hace unas horas, pero parecía que Dios lo hubiese enviado justamente en el momento indicado, como un ángel. Isabella le sonrió emocionada y feliz al escucharlo hablar así, la estaba motivando a luchar por sus sueños. —¡Tienes razón, lo voy a intentar! —le dijo aferrada a su mano viéndolo sonreír igual que ella— No pierdo nada con intentarlo, ¿cierto? Al salir del local, Gabriel se ofreció a llevarla a su departamento. Ella aceptó y subieron al auto para ir a dejarla a su destino. Unos minutos después el auto se detiene afuera del departamento anunciando su llegada. Él bajó del auto y le abrió la puerta para que bajara igual, se miran en silencio, no querían despedirse. —De verdad muchas gracias por escucharme y motivarme, Gabriel —levantó la vista para mirarlo ya que él era mucho más alto. —Fue un placer para mi, Isa —dijo él mirándola fijamente, lleva una de sus manos a su mejilla, acariciándola. Estaban tan cerca que con decisión rodeó su cintura y la besó. Los dos se entregaron a un dulce y especial beso. Esa noche fue el comienzo de una relación entre Isabella y Gabriel que gracias al destino se unieron. Ocho meses después, Isabella caminaba con su mascota para ir a visitarlo, ya habían pasado ocho meses de su partida y su mundo ya no tenía la misma luz. Habían sido momentos fuertes,
intentaba ser valiente como él la enseñó, pero había días en los que no era capaz. Recuerda aún el momento de su funeral, sentía que la mitad de su cuerpo estaba allí enterrada con él. Compró unas rosas azules, como sus ojos y las dejó en el florero que estaba junto a la lápida con su nombre, ―Gabriel Berruti‖. Gabriel fue un ángel que iluminó sus días, la apoyó en cada momento. Una lágrima corre por su rostro cuando acaricia la lápida con sus dedos, como si de esa manera pudiera sentir a Gabriel cerca de ella una vez más. —Te extraño —dijo entre lágrimas—. Quisiera que esto fuera un mal sueño, ¿ sabes? Pero me derrumbó darme cuenta que es real —dejó escapar un sollozo—. Quisiera que estuvieras aquí a mi lado, contigo viví los días más lindos, gracias a tí me atreví a escribir mi primer libro —sonrió un poco—. Mil gracias, amor, gracias por creer en mí y en mi talento, sin ti no lo hubiera podido lograr —suspiró mirando al cielo—. Te recordaré siempre, amor. Haré todo lo posible para que te sientas orgulloso de mí. Te amo, te amaré por siempre.