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Justicia de Bajo Mundo – Juan Orozco
Imagen: Tanya Munroe | Creative Commons
Justicia de Bajo Mundo
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arriet alzó lentamente ambos brazos en el aire, viendo en el reflejo de la ventana H panorámica de la suite presidencial del Encore Boston Harbor la silueta de aquel familiar detective parado en medio de la habitación, su revólver apuntado firmemente a la cabeza de cabellos cobrizos de la Madame de los Red Bats. Sus carnosos labios carmesí se dibujaron en una burlona sonrisa. —¡Vaya, detective! Se tomó su tiempo para llegar… —el leve acento francés en la voz de la joven líder criminal servía para acentuar el sarcasmo de sus palabras— ¿Se perdió dentro de la fiesta o encontró algo con lo que distraerse? Mis chicos y chicas suelen tener ese efecto. El detective frunció su ceño. —¡Callate, de la Porte! Tu lengua viperina no puede ayudarte esta vez. Estamos solos, me aseguré de ello. Date la vuelta y ven conmigo, tu reinado acabó. La pelirroja simplemente acentuó su sonrisa burlona —¡Oh! Pero si fue mi lengua precisamente lo que erigió mi reinado… entre otras cosas — puntuó antes de darse lentamente la vuelta hacia el detective. Su figura rigurosamente trabajada parecía brillar bajo las luces del candelabro eléctrico; sus músculos y abdomen tonificados a la perfección, el contraste perfecto contra sus amplias caderas y
moderados pechos, todo esto cubierto por poco más de un conjunto de lencería de encaje, rojo por supuesto, con sus complementarios ligeros y stockings. La joven mujer alzó levemente una ceja perfilada, como si esperara una reacción del impasible detective. Al no ver nada discernible en aquella piedra hecha hombre sacó ligeramente su cadera izquierda hacia un lado, dejando que sus manos, con sus delicadas uñas pintadas de un negro de medianoche, cayeran sobre estas. —Sabes, hay gente que ha matado por una vista así, detective, al menos un cumplido estaría bien. ¿No crees? A aquel detective, Harriet lo conocía tan bien como la situación en la que se encontraba. Fredrik Alomar, un detective veterano tan determinado como serio, probablemente el último policía completamente limpio de todo Boston y el único que ha podido dar la talla, en su opinión. El hombre movió el pestillo de su revólver hacia atrás con un gesto más que practicado. —Manos donde las pueda ver, de la Porte —gruñó en un tono amenazador. —Oh, vamos. ¿De todo lo que hay frente a ti solo te interesan mis manos? —un firme paso hacia adelante y un barril de arma a menos de dos metros de distancia fue toda la respuesta del detective. Harriet se limitó a voltear sus grandes ojos esmeralda y a levantar sus manos nuevamente— Está bien, detective, no lo estoy juzgando. Para gustos colores, después de todo… Pero debería aprender a disfrutar de la vida un poco. La manera coqueta en la que decía cada palabra, en la que parecía hacer todo, solo servía para exacerbar al detective. —Qué extraño. Yo tengo el arma y por alguna razón tu crees que estás en control. — respondió el hombre, a lo que Harriet nuevamente mostró sus perfectos dientes blancos en una sonrisa amplia. —Es que, ¿no lo sabes, detective? Siempre que entro a una habitación, yo tengo el control. No importa cual sea —sus palabras sardónicas tomaron por primera vez un aire realmente amenazador, sus felinos ojos verdes se entrecerraron ligeramente para hacer énfasis. Fredrik se mofó, la primera expresión que le dió desde que entró en la habitación de Harriet, ―¡Ah! Entonces sí estamos llegando a algo‖, pensó la reina del crimen, más que feliz de jugar con el detective como una araña juega con su comida. Lo que el detective dijo después, sin embargo, le quitó la sonrisa completamente de la cara. —¿Si? ¿Estás tan segura de ello? Entonces, ¿por qué estoy aquí? Tu envenenaste la bebida que tenía en la fiesta, pues adivina qué: fallaste. No pudiste deshacerte de mí, de la Porte. Y no vas a poder zafarte de esto
El corazón de Harriet de repente se sintió pesado, por dos razones principalmente: la primera era que ella nunca usaría un método tan cobarde como un veneno; ese es el arma del verdaderamente débil, de aquel que no intenta luchar por lo que quiere y ella aborrecía a este tipo de gentuza. La segunda era, simplemente, que alguien de su banda había actuado a sus espaldas. Harriet se quedó callada como piedra, aturdida, y justo cuando Fredrik pensó que había ganado y sacaba las esposas de su cinturón, la suave y sensual voz de la joven mujer se hizo presente en un susurro sombrío del que destilaba una genuina tristeza. —Yo...yo jamás intenté envenenarte, Fredrik. Nunca se me ocurriría algo así —la mirada usualmente sagaz de Harriet se encontró en un momento distante y confusa. Esto le dió pausa al detective, quien bajó ligeramente su arma. Llevaba todo un año siguiéndole la pista a la matriarca de los Red Bats; todo un año siendo su sombra, burlando sus planes cada que podía y en todas sus conversaciones a punta de arma, cuchillo o matones con tubos de hierro, jamás en la vida la había visto siquiera melancólica, muchísimo menos triste y confundida. Esto le decía, de alguna manera, que aquella mujer no mentía. Parece que al fin y al cabo no tenía el control de todo como ella pensaba. El detective, sorprendentemente, se sintió mal por aquella mujer con el tatuaje de una silueta roja de murciélago sobre ambas clavículas, pero tenía un trabajo que hacer, al igual que ella. —Me tengo que ir. Esta transgresión no puede irse sin un castigo apropiado. Te veré luego, detective —concluyó la mujer mientras, despreocupadamente, se colocaba su vestido de gala negro. El click del arma detrás de ella la detuvo nuevamente. ¿Cuántas veces iba el detective a quitar el seguro de su arma para énfasis? —¡Oh, no! ¡Nada de eso! Puede que no hayas sido tú quien tratara de matarme esta vez, pero oportunidades no te han faltado y aunque no fuera asi, tienes una larga lista de otras fechorias: lavado de dinero, prostitución, casinos ilegales... Vas a venir conmigo ahora mismo o… —antes de que Fredrik pudiera terminar su declaración, Harriet le lanzó una mirada fulminante, tan llena de furia y de dolor que sus ojos dejaron de ser perfectos orbes de esmeralda y se convirtieron en llameantes hogueras de odio; pero no hacia él, no, Harriet jamás podría odiar a alguien tan determinado y bondadoso como el detective. Era odio contra la situación en la que se encontraban. —¿Si? ¿Y qué hay de los orfanatos y de las veterinarias gratis que he creado? Las has visto, sabes que son legítimas todas. ¿Quién sacó y prohibió el tráfico de drogas en toda la bahía? Te diré que no fue el querido alcalde, aquel títere del resto de las familias. Yo no cometo fechorías, hago lo que necesito para mejorar mi ciudad —Harriet tomó un paso determinado hacia la figura del detective, luego otro y otro más—. Y te equivocas, detective, yo no te quiero muerto. Me gusta
jugar contigo, pero de quererte fuera de mi vida lo hubiera hecho hace ya mucho tiempo. ¿O no viste el cable trampa cortado y la escopeta sobre el marco de la puerta cuando entraste? El detective giró su cabeza, viendo la trampa construida al lado izquierdo del marco, escondida detrás de las bisagras. De repente se sintió muy estupido al haber entrado como un tren de carga en la habitación. Cuando se giró, Harriet estaba a pocos centímetros de él, suficientes para susurrarle en un tono ambas partes tierno y seductor. —Créelo o no, Fredrik, pero te admiro un montón. Le haces mucho bien a esta ciudad, en realidad, necesita más hombres como tú. Hasta me siento honrada de ser tu obsesión este último año. Pero ahora mismo tienes dos opciones: puedes ponerle fin a tu obsesión, ponerme las esposas y llevarme a prisión… ¡Diablos! ¡Incluso puedes tomar el tiro que tanto deseas tomar ahora mismo! ¡Acaba con todo! —la reina de los Red Bats tomó el barril del revólver del detective, pero en lugar de forcejear con el arma, colocó el barril sobre su pecho, justo en medio de sus tatuajes. Con sus delicadas manos sosteniendo el arma con firmeza, dijo a continuación:— O, al contrario, puedes hacerte a un lado, dejar que este juego continúe por más tiempo, y darme la oportunidad de encontrar quién fue el bastardo que trató de matarte y que cree que puede meterse conmigo, y castigarlo por lo que te ha hecho. Te aseguro que a esa persona no le interesan ni los huérfanos, ni los animales abandonados, y muchísimo menos el cese al tráfico de drogas. Esa persona no es más que otra mierda mafiosa en esta ciudad llena de ellas. Debe pagar sus transgresiones. Tu decides. — concluyó, de manera contundente. No hubo más palabras entre los dos. El detective arrugó la cara y soltó un grito de frustración, luego, quitó el arma del pecho de Harriet y se hizo a un lado. Ella tenía razón, odiaba admitirlo pero todo lo que decía era verdad. Harriet se limitó a sonreír, esta vez de manera genuina. Ambos querían lo mismo, aunque por distintas razones, y esto era suficiente para ella. Salió corriendo de la habitación, pero no sin antes detenerse en el marco de la puerta y mirar atrás con ojos curiosamente tiernos hacia el detective y dijo de una manera suave y cálida, sin trazo de ironía o burla. —Voy a hacer las cosas bien, Fredrik. Te lo prometo.