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La culpa – Francisco Villegas
Imagen: Pixabay
La culpa
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rase una vez, un joven que vivía en un pequeño apartamento a las afueras de la ciudad de É Los Ángeles. Su nombre era Santiago Valente, muy amable, responsable y organizado con sus clases de Ciencias Políticas en la Universidad de Los Ángeles. Permanecía en solitario por su trabajo desde hace un tiempo, pues su familia había agarrado sus cosas y guardado todo en sus maletas para decir que volverían en seis meses tras su plan de viaje de todos los años. El pueblo donde estaba era Pomaire, regularmente tranquilo y silencioso a todas horas del día y la noche. Pomaire estaba situado en medio de cuatro montañas que, en invierno, cuando nieva, se cubre con un manto de neblina, de poca visibilidad en los caminos y edificios. Santiago Valente a sus 35 años de edad tenía 84 kg y 1,70 m. Era un joven que no salía de su rutina diaria, pues todas las mañanas impartía sus clases, en la tarde llegaba a su apartamento a escuchar música, leer y acostarse a dormir en una cama matrimonial, y volvía despertarse en las noches. Era meticuloso, pero venía con vicios regularmente entre el alcohol y el cigarrillo. Todos los viernes por la tarde, el viejo amigo de Santiago, Samuel Catro, llegaba de viaje. Era un hombre mayor que rebosaba los 54 años de edad. El tiempo de ellos se reducía en hablar de la vida y experiencias del día a día. —Hola, Samuel ¿Cómo estás? —dijo Santiago con agrado.
—Todo marcha bien en el bosque, logras una tranquilidad que no imaginas. Pude conseguir hacer una pieza para ti —dijo Samuel contento de ver a su amigo—, es un trozo de tronco con el símbolo de Derecho.
—¡Está perfecta! Justo así es, muchas gracias —dijo muy agradecido por el presente. —¿Sigues en la misma rutina de profesor? —preguntó curioso. —Sí, doy clases todos los días en la mañana —respondió apresurado. —Sabes, deberías tomar unas vacaciones —dijo Samuel—. Es mejor que no te satures demasiado, pues imagina sí cometieras alguna imprudencia en tu trabajo. —Tienes más razón que canas en el cabello —dijo bromeando—. Mucho de algo es malo. —¡Mucho de algo es malo! —repitió. Santiago miraba con frecuencia por la ventana en las noches. —Una hermosa vista tras un lago casi helado por el invierno —dijo Santiago notando que ya no tenía más cigarrillos en la caja— ¡Coño, he olvidado comprarlos! —dijo con rabia— ¡Esperaré hasta mañana en la tarde! Pero Santiago tenía un vicio excesivo con el cigarrillo, por lo que se aventuró en una noche solitaria y fría sobre mantos de neblinas en los caminos hacia el kiosco de la tercera esquina, abierto a las 24 horas del día. A punto de llegar a su destino, Santiago chocó con un desconocido que corría a una velocidad muy rápida por la captura de dos policías. En ese momento, el desconocido exclamó hacia Santiago ―¡Sálvate!‖, y siguió corriendo. Después de ese evento, Santiago sintió curiosidad sobre la situación. —¿Pero a qué se refiere por salvarme? —dijo entre risas—, y sí ese fuera el caso, yo podría salvarlo de la prisión. Es un caso perdido, ¡mejor que no me llamen a resolver sus problemas! — afirmó.
De regreso a su pequeño apartamento, Santiago situó su abrigo en el perchero, y se fue a tomar un vaso de agua natural a la cocina. Cuando volvió a su habitación desde su niñez, fijó la mirada en todas las cosas de su papá, como el escritorio de estudio, equipo de sonido, televisor, una biblioteca con muchos libros y pizarrón de tiza. Pero había otra cosa que ponía contento a Santiago: era el guardián de la habitación, el perro dálmata inteligente, tranquilo y alegre cuando llegaba de la calle.
—Espera, Patch. Te daré comida ahora —dijo sonriendo. De un momento a otro, el olfato de Patch lo transportó al perchero. Santiago se dio cuenta del fajo de billetes y de algo brillante que sacó del bolsillo del abrigo.
—¿Qué es todo esto? —se preguntó, ansioso por saber más sobre el asunto echado en la cama. 2.500 dólares en billetes y dos cadenas de oro— ¡Esto definitivamente no es mío! —afirmó mientras imaginaba al desconocido en el techo— No, no. ¡Esto es un error! ¡Definitivamente es un error! —volvió a afirmar.
Al día siguiente, Santiago camino a la universidad. Era la primera vez que estaba apretado con el horario de rutina. Era un profesor disciplinado y responsable con su trabajo que nunca pensó en hacer lo contrario. Sin embargo, cuando estaba en la puerta de la universidad, se preguntó por la noche anterior.
—Pero, ¿cómo hizo el desconocido para poner todo eso en mi abrigo? ¿Acaso lo tenía todo pensado? La Universidad de Los Ángeles, una prestigiosa universidad privada muy conocida en el pueblo donde vivía Santiago, con unaamplia infraestructura que permitía albergar diferentes niveles de pregrado, posgrado y maestría. Santiago servía en el nivel de pregrado en Derecho. —¿Qué ha pasado? — dijo un estudiante en voz alta, interrumpiendo la clase— Una noticia nueva en las redes sociales —siguió leyendo—. ―Robo a una artista en la noche de ayer y otra persona está involucrada en el hecho de puente‖ —Silencio la fila de atrás, vamos a continuar con la clase —dijo Santiago mientras pensaba porque había dejado pasar tanto tiempo para entregar a las autoridades las cosas de la noche anterior.
Al culminar la clase de manera diferente de lo normal, Santiago caminó a las autoridades para hacer lo correcto. Pero antes de llegar, escuchó a un grupo de personas conversando del mismo robo de la artista con una hoja de periódico en la mano. Santiago no pudo hacer más que sentir una culpa por no haber entregado a tiempo las cosas robadas. —No tengo pruebas suficientes de lo que pasó en la noche, ni ningún testigo a mi lado —se dijo con preocupación—, ¿cómo voy a salir de esto? —meditaba antes de llegar a las autoridades, pero concluyó en volver a su apartamento y pensar mejor las cosas. Santiago creía que las leyes levantaban a un país, pero sin las pruebas suficientes, ni el respaldo del tiempo que había ocurrido, lo estaba acercando a un concepto de difamación. De regreso a su apartamento, pensó que lo mejor de todo era que tenía la casa sólo para él, y podía moverse fácilmente cómo y dónde quisiera, no quería que su familia supiera de esto. No había más nada de compromisos, o al menos, eso pensaba Santiago, hasta que recordó que solamente su amigo venía de visita. —Hola, dejaste la puerta abierta —dijo Samuel muy contento—. ¿Te pasa algo?
—Wow, que susto, Samuel. Salí muy tarde hoy de mi rutina diaria —se expresó muy
deprisa.
—¿Te enteraste de la noticia del robo de la artista? —le mostró las hojas del periódico. —Sí, si algo escuché. Vaya caso tan peculiar—dijo nervioso. —Sí, y no es sólo eso, hay una persona implicada en el hecho de puente. ¿Qué es el hecho de puente? —preguntó Samuel muy curioso. —El hecho de puente, es una modalidad de robo planificada entre dos o más personas— informó Santiago —, y yo soy el hecho de puente del que todos hablan, pero no es lo que parece. Santiago volvió a pensar en algo diferente en ese momento. ―¿Será qué por mi rutina me quedé callado, o se trata de alguna cosa que no puedo recordar?‖.