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Catarsis – Félix Lugo

Imagen: Pixabay

Catarsis

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Bromelia descansaba en las frondosas ramas de Bucare, el árbol ancestral de la montaña, mirando el cielo nocturno cubierto de estrellas, y pensaba en la sinergia que poseía con ese lugar. Como si estuviese dentro de sí misma, sentía la paz de reconocer cada hoja, cada roca y cada ser de ese espacio, y a su vez, la abrumadora incertidumbre de no saber de lo que es capaz. Bromelia era una joven autóctona de la tribu de la montaña, su gente vivía en la región desde hace años. Nació en el seno de una familia de recolectores, su especialidad eran las frutas, bayas y demás alimentos que proveía la naturaleza. Le gustaba salir a explorar cuando le tocaba hacer su trabajo, y de tantos desvíos, conoció a Bucare, con quien descubriría gran parte de su rumbo. Recorría los ríos desde sus inicios hasta su desembocadura, con su cuerpo pequeño pero atlético lograba escalar pronunciadas montañas, su espíritu indomable y determinante le brindaban de la claridad necesaria para combatir las más contrariadas situaciones. Y en el camino de cada aventura, disfrutaba de la naturaleza y su profundo poder. Pero su cuerpo se encontraba extenuado, estresado por las constantes peleas con su gente y los forasteros. Lo último fue el incendio, unos exploradores habían iniciado el fuego en las cercanías de su tribu, y este se había extendido por gran parte de la montaña. Fue todo un desafío apagarlo.

Bromelia sufría cada vez que debía enfrentarse a una situación de estas, porque una voz en su interior le hacía llenar de una ira profunda capaz de destrozar todo a su paso. Pero los consejos de Bucare eran precisos al respecto, el sentido de su existencia era la comunión con los extranjeros, hacerlos capaz de reconocer lo que ella reconocía, y a menudo, discutía con Bucare al respecto. —Es más fácil enseñar al lobo a comportarse, que acabar con toda la manada —declaraba Bucare—. El odio genera más odio. —Sería mucho más sencillo que no existieran —protestaba ella. —No puedes controlar la existencia, pero si como te comportas ante ella —dijo Bucare— . Aquí sobre mis ramas, puedo entender tu dolor, pero observa, joven, este mundo no se construyó con miedo. —Bucare era parte de ella, tras tantas conversaciones nocturnas, y de dormir en sus ramas, se conocían el uno al otro con mucha profundidad. —¿Por qué tu no haces algo al respecto? —le increpaba Bromelia. —Lo hago a través de ti —respondía él. —Estoy muy cansada, mi cuerpo no puede más. Nadie le dijo cómo comportarse con respecto a su cuerpo, nadie le mostró como socializar con las personas o como vestirse. Pero su instinto la impulsaba a seguir un camino, como si las células de su cuerpo supieran que hacer, aunque nunca lo hubiesen hecho. Y el estrés se manifestaba en un prominente dolor de cabeza que acabó en un deseo. El deseo de flotar en el aire, volar a través de las nubes, y presenciar el éxtasis de la existencia. Ese deseo revoloteaba su cabeza constantemente y se definía en ciertas partes de su cuerpo. Sentía la curiosidad de abrir su piel y descubrir que le hacía coaccionar ante el deseo de rozar con otro ser. Ese deseo se convirtió lentamente en un impulso, impulso que se manifestó en una presión eléctrica a través de su brazo hasta llegar a su mano, y hacer que la colocara sobre sus crecientes senos, y entonces comprendió… —Bucare, ¿qué pasa con mi cuerpo? —dijo ella. —Escúchalo —dijo él. Esa noche la luna se volvió líquida, y los ríos fluyeron con más fuerza. El incendio esta vez era provocado adrede en ese misterioso espacio, las estrellas se dilataban y los caminos conseguían su rumbo, la fricción era la ley relativa que convertía el mundo en una constante complacencia, y conseguía todo el sentido de su existencia. Bromelia despertaba en su habitación, se asomaba por su ventana, y sonreía. Dispuesta a iniciar un nuevo día, con nuevas energías, recargadas tras una ancestral catarsis.

Lino.

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