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Odeim no existe! – Zidney Alzauro
Imagen: Pixabay
¡Odeim no existe!
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— El tiempo no espera a nadie —decía Yendiz—. Si no atiendes tus requerimientos nadie lo hará por ti. Ser médium no es tan fácil como todos creen, tener que escuchar y comprender a cualquier cantidad de espíritus andantes por el mundo sin volverte loca, definitivamente es una gran responsabilidad. Ya era la segunda vez en el día que limpiaba su habitación, esa bendita manía de limpiar cada vez que necesitaba ordenar sus ideas, cambiaba de lugar las cosas con la esperanza de que el tiempo se detuviese y no tener que volver a ver a ese hombre que tanto escalofrío le causaba. Un cigarrillo y un café lo resuelven todo. —¡Me la paso el día resolviendo! Ya llevo 6 tazas hoy —la tos de fumadora retumbaba en la habitación blanca llena de plantas. Se hacía la hora de buscar a los niños al colegio, le pedía al universo que el tráfico fuese benevolente para poder llegar a tiempo. Toma su suéter gris favorito, se recoge un moño alto y baja corriendo las escaleras sin levantar la mirada del suelo, ¡siempre corriendo! Perdida en sus pensamientos choca fuerte con alguien que venía en dirección contraria, cuando levanta la cara para pedir disculpas sintió como una escalofriante sensación le subía desde los pies, su rostro se palideció, comenzó a transpirar y no pudo pronunciar palabra.
Es tan alto, con ojos verdes que hipnotizan a cualquiera que los mire, con su piel oliva y cabellos castaños, era completamente impactante estar cerca de él. Esa emoción confusa entre temor y fascinación se adueñaban de ella tras cada encuentro. —Justo venía a verte —dice Odeim-, ¿a donde vas tan apurada? —le preguntó él con su tono de voz grave y vibrante. —Voy a buscar a mis hijos, ya se me hace tarde —contestó ella tratando de abrirse paso ante su presencia —¡Ah! Perfecto, entonces te acompaño —¡NO! ¡No es necesario! Puedo caminar, así rebajo la pizza que me comí de desayuno, no te molestes
—No eres molestia para mí, ¡vamos! Te acompaño. ―No me escucha, ¿qué hace aquí?‖, pensaba ella mientras intentaba disimular la incomodidad que le causaba la presencia de Odeim Alos en su vida. Lo había conocido a través de una amiga, él buscaba a una vidente que le ayudara a comprender algunos asuntos de su vida en los que no encontraba respuesta. Fue muy puntual en la cita, vestía un conjunto deportivo de color negro que hacía resaltar sus grandes ojos verdes. En cuanto se tomaron de la mano, Yendiz pudo observar su oscuridad, era un hombre realmente peligroso, con deseos oscuros, lleno de vanidad y repleto de caprichos. Ella soltó su mano de forma intempestiva, le pidió que se sentara y comenzó a interpretarle los oráculos que dispuso para él; definitivamente es alguien que no debe estar cerca, su energía la hacía mirar su propio abismo, ese por el que tanto ha luchado para sanar. Desde entonces, él ha tomado la costumbre de acercarse hasta la casa de Yendiz en un intento por domarla. No cruzaron palabra en todo el camino, él intentó tomar su mano un par de veces a lo que ella lo rechazó de manera continua; ella tenía miedo de estar sola, muchas veces pensó en aceptarlo para llenar ese vacío que existía por el abandono del padre de sus hijos. Llegaron al colegio y al retirar a los niños ella se despide de Odeim pidiéndole que por favor no regrese a buscarla. —No puedo continuar siendo tu vidente personal Él, en un arrebato de locura le gritó: —No, Yendiz, no es a tu manera, es a la mía —la tomó fuerte por el brazo, la lanzó al suelo y ella se desmayó. Al abrir los ojos estaba de regreso a su habitación blanca como la nieve, todo estaba en orden, limpio, fresco, y a su izquierda estaba él.
—Buenos días, cielo Ella lo miró con detenimiento, le dio un dulce beso y le dijo: —Buenos días, Miguel Ángel —mientras pensaba ―Gracias a Dios todo fue un sueño y Odeim no existe‖.