11 minute read
Perspectiva mundial
Perspectiva mundial
Liderar con el ejemplo Fortalecidos en el Señor
Al comenzar el nuevo año, es natural preguntarnos qué nos deparará el futuro. Aunque no sabemos con exactitud qué nos traerá cada día, «una esperanza arde en nuestro ser, la del retorno del Señor». 1
Y mientras aguardamos el pronto regreso de Cristo, es importante que cada uno asuma las responsabilidades que Dios nos ha dado para guiar a otros hacia Cristo y, en especial, para capacitar a los jóvenes para que lleguen a ser firmes líderes en el Señor.
Jesús nos dice: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Al igual que los pámpanos, tenemos que ser injertados en la vid principal, que es Jesucristo. Lo que habita en el tesoro personal de nuestro corazón es fundamental antes de que podamos compartir la verdad con otros. No es posible compartir lo que no se tiene.
Liderar y capacitar a los jóvenes es una de nuestras responsabilidades más importantes. No importa si son padres, abuelos, docentes, pastores, líderes de jóvenes u ocupan algún otro cargo, los animo a trabajar con los jóvenes para inculcarles la identidad en Cristo, ayudándolos a involucrarse plenamente en el servicio y la misión de la iglesia.
Los jóvenes necesitan ser desafiados para leer y vivir la Palabra de Dios. No necesitan ser entretenidos; pero sí aliméntenlos con la Palabra de Dios y pónganlos a trabajar en servicio a Dios y a otros. Son una de las partes más vitales de la proclamación final de los mensajes de los tres ángeles, con Cristo y su justicia en el centro mismo de esos tres mensajes. Mediante el poder del Espíritu Santo, tienen que hacer que las personas regresen a la adoración verdadera y bíblica a Dios.
¿BUENO O MALO?
Jesús nos dice: «No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto, pues todo árbol se conoce por su fruto […]. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo, porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Luc. 6:43-45).
Está claro: del corazón sale el bien o el mal; todo depende de qué ocupe nuestra atención. Como hijos de Dios, ¿qué consume nuestros pensamientos
y actividades? ¿En quién nos apoyamos constantemente para nuestra vida y dirección personal? ¿Nos miramos a nosotros mismos? ¿A «expertos»? ¿A los medios sociales? ¿A otros? ¿O nos apoyamos en Jesucristo, su Palabra y su Espíritu de Profecía? ¿Cuáles son las palabras que brotan de la abundancia de nuestro corazón?
Nuestra profesa conexión con Cristo no necesariamente da fruto; necesitamos estar afirmados verdaderamente en él. ¡Qué privilegio pasar tiempo con él cada día –en su Palabra, en el Espíritu de Profecía, y en oración– buscando con sinceridad esa sólida conexión y pidiendo la lluvia tardía del Espíritu Santo! ¡Qué privilegio estar en Cristo y, entonces, mediante su poder, producir «mucho fruto»! (Juan 15:5).
El fruto que producimos será visto por nuestros jóvenes al compartir con ellos la bondad de Dios y la justicia de Cristo que nos justifica y santifica, cubriéndonos con su manto de justicia, y habitando en nosotros para ayudarnos a que lleguemos a ser más y más como él.
Al compartir los principios transformadores de la Biblia con los jóvenes, la justicia de Cristo y su plan de salvación tienen que reinar supremos. Los jóvenes reconocerán entonces que Cristo es nuestro todo en todo. Como última generación de Dios –¿y quién no quiere ser parte de la última generación de Dios y ver su venida sin probar la muerte, y todo por la justicia de Cristo?– tenemos que ejemplificar su justicia que nos justifica y santifica en nuestra vida y testificación, y todo mediante su poder.
CONECTADOS CON CRISTO
La justicia de Cristo se reveló en el servicio del Santuario es una de las maneras más poderosas de ayudar a que los jóvenes comprendan la obra de Cristo por ellos y la manera de conectarse con él. Esa purificación maravillosa del Santuario celestial comenzó en 1844, según se profetizó en Daniel 8:14, y continúa en el presente. Compartan esa maravillosa doctrina y de qué manera pueden ser injertados en la vida del humilde Cordero, el Sumo sacerdote, y el Juez, todos los cuales son Cristo, la Vid vivificante y quien produce el «buen fruto» en nosotros.
Cada doctrina tiene a Cristo como el mismo centro. La singularidad del mensaje adventista según se encuentra en Jesucristo tiene que ser proclamada con el poder del Espíritu Santo, dado que es la encarnación de los tres ángeles de Apocalipsis 14 y del cuarto ángel de Apocalipsis 18. Como líderes y mentores de futuros líderes, tenemos que explicar toda la verdad de la Biblia como está en Jesús, para que nadie sea engañado por Satanás, el gran engañador.
UN CANAL ABIERTO
En El Deseado de todas las gentes leemos: «El estar en Cristo significa recibir constantemente de su Espíritu, una vida de entrega sin reservas a su servicio. El conducto de comunicación debe mantenerse continuamente abierto entre el hombre y su Dios. Como el sarmiento de la vid recibe constantemente la savia de la vid viviente, así hemos de aferrarnos a Jesús y recibir de él por la fe la fuerza y la perfección de su propio carácter». 2
La transformación se produce cuando presentamos la Palabra de Dios, mostramos amor cristiano, y cuando el Espíritu Santo tiene la oportunidad de hacer de una persona una nueva criatura en Cristo. Ese es nuestro mandato para ayudar a los jóvenes, y a los mayores, para hallar a Cristo y su poder de salvación.
Al enfocarnos a ser mentores para que los jóvenes sean fieles líderes del Señor, recordemos que mucho depende de nuestra relación con Cristo, enfocándonos en la verdad celestial y no distrayéndonos por las
tentaciones del mundo. Dios nos dice en Romanos 12:2: «No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta».
Podemos ayudar a que los jóvenes encuentren verdadera madurez en Cristo si nosotros mismos reflejamos a Cristo en nuestra conexión espiritual personal, en el estudio de la Palabra de Dios, en nuestra vida personal de oración, en nuestro servicio y obra misionera, en un estilo de vida afín al ideal divino, en nuestra elección de la música, el entretenimiento, en las actividades del tiempo libre, en nuestra relación con nuestro cónyuge y familia, en nuestra mayordomía personal, en lo que decidimos comer y beber, en nuestro amor por lo verdadero, honesto, justo, puro, amable, de buen nombre, virtuoso y digno de alabanza, y todo por la justicia de Cristo, que obra en nosotros el querer y el hacer su voluntad.
Mediante el poder de Dios, elevemos la norma de la vida cristiana en los jóvenes, y permitámosles elevarse a la altura del ideal divino, mediante el poder del Espíritu Santo obrando en nosotros y en ellos.
1 Wayne Hooper, «Una esperanza», Himnario adventista, Himno 181. 2 Elena White, El Deseado de todas las gentes, p. 630.
Ted N. C. Wilson es presidente de la Iglesia Adventista mundial. Se pueden consultar artículos y comentarios de la presidencia en Twitter: @ pastortedwilson y en Facebook: @ Pastor Ted Wilson.
Fe en acción
¡Fracasé otra vez!
¿Será realmente así?
HOMER TRECARTIN
Allí quedó. En la pila de desperdicios mientras el fuego le iba devorando las patas y el cuello blanquecino. Corrí hasta la pila ardiente, tomé un palo largo y lo hinqué en la humeante obra maestra. Era mi caballo. El que había hecho con mi propia hacha de mano. Había partido y cortado las tablas a la longitud deseada, introducido los clavos con el revés del hacha, y agregado una capa de pintura blanca. Estaba dispuesto a reconocer que no era hermoso. No podía pararse bien y, por cierto, no podía cargar a mi hermanito. Pero, ¿quemarlo?
Después de un par de días de observar sus patas quemadas y lomo ennegrecido por el humo, me di cuenta de que era un fracaso. Pasaron unos días más, y lo arrojé a la siguiente pila de desperdicios, esperando que los viejos clavos herrumbrados no me pincharan las ruedas de la bicicleta cuando pasara por allí en el futuro.
Pasaron los años. Ya tenía más años y mejores habilidades. Mis padres tenían una cabaña rústica en los bosques de Vermont (EE. UU.). Tenía una estufa de leña y un baño muy precario, y solo teníamos agua cuando la sacábamos con un cubo de un manantial.
Era un hermoso lugar, pero después de una semana o dos se tornaba aburrido, en especial para un adolescente. Unas vacaciones, estaba buscando algo para hacer, un proyecto con el cual pudiera demostrar mis incipientes habilidades.
Entonces noté que mi madre y hermanas luchaban por ingresar por la puerta de la cabaña. Las rocas que habíamos apilado a manera de escalones no eran sólidas y se movían peligrosamente. Entonces, tuve una brillante idea: ¡Haría una escalera de madera!
Corté dos palos de abedul para los pasamanos, y después de horas de cortar y cincelar y clavar, logré fabricar unos escalones de buen aspecto. De hecho, me estaba entusiasmando con la posibilidad de dedicarme a diseñar escaleras magníficas para los edificios más lujosos del mundo.
Entonces, por el rabillo del ojo, noté un movimiento. Casi en cámara lenta, vi que mis hermanos menores contaban «Uno, dos, tres», y entonces saltaban desde la puerta de la cabaña. Al caer, mis hermosos escalones se desplomaron.
Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras les gritaba. Pero en lo profundo sabía la verdad: mis escalones habían sido probados, y habían fallado. * * *
En su libro Failing Forward1 (Fracasar hacia adelante), el escritor y conferenciante cristiano John C. Maxwell cuenta la historia de un profesor de cerámica que realizó un experimento. La mitad de la clase sería calificada por la cantidad de trabajo que produjera, y la otra mitad, estrictamente por su calidad.
El «grupo de la cantidad» podía obtener una calificación excelente si producía tan solo siete kilogramos de cerámica. No se les preguntaría nada. Ni se juzgaría el aspecto final del producto. La calificación se basaría simplemente en el peso de la cerámica.
El «grupo de la calidad» sería calificado por una sola pieza. No tenían que fabricar cuatro estilos o usar tres medios diferentes. Solo una buena pieza, por la que serían evaluados según su forma, creatividad, belleza y construcción.
El último día de la clase, los estudiantes del grupo de la cantidad trajeron cajas de piezas de cerámica a la balanza. Hubo muchos excelentes y, lo sorprendente, algunas piezas hermosas. Habían trabajado muy bien.
Cuando llegó el turno del grupo de la calidad, nadie lanzó exclamaciones cuando desenvolvieron sus piezas. No había entre sus piezas ninguna que tuviera buen aspecto. Habían dedicado tanto tiempo a tratar de ser perfectos y tenían tanto miedo de fracasar que no habían producido ninguna pieza útil o bella. La diferencia es que el grupo
de la cantidad lo había intentado y había fracasado tantas veces que habían dominado muchas técnicas y producido algunas obras interesantes.
Quizá necesitamos cambiar la manera de ver el fracaso. Quizá no es en realidad un muro que nos marca el fin de los sueños. Quizá es un peldaño que nos ayudará a hacerlos realidad.
Y quizá, solo quizá, no sea siquiera un fracaso. * * *
Conocen la historia bíblica. Jesús calma el mar y entonces expulsa demonios de dos hombres aterrados. Los demonios se introducen en una manada de cerdos. Y estos (los dos mil) se arrojan por un acantilado y se ahogan. La noticia se esparce con rapidez, y pronto, las personas le piden a Jesús que se vaya de la región. (Ver Luc. 8:26-39; Mat. 8:28-34; Mar. 5:1-20). ¿Fracaso? ¿No sabía Jesús cuál era la voluntad del Padre para ese día? ¿Se había apresurado y había tomado la decisión incorrecta? Parecía así. Hasta que regresó, y toda la región se agolpó a su alrededor gracias al testimonio de esos hombres (Ver Mat. 14:34-36; Mar. 6:53-56).
Dios ve la vida de manera diferente a nosotros. Quizá, lo que creemos que es un fracaso, en realidad no lo es. * * *
Papá ingresó a la cocina y sacó una cajita primorosamente envuelta de su bolsillo. Los ojos de mamá brillaron mientras comenzaba a abrirla. Finalmente sacó una botellita de vidrio con un tope retráctil de goma. «¡Oh, Ralph!», exclamó mientras le daba un beso a papá. ¿Qué podía entusiasmarla tanto de esa botellita con un tope retráctil de goma?, nos preguntamos.
«Chicos, es un perfume», dijo. Tenía aroma a lilas.
A mamá por cierto le había encantado esa botellita. Por ello, mi hermano Lowell y yo decidimos que, si a mamá le había gustado tanto una botellita de perfume, le haríamos cubos enteros de perfume.
Por supuesto, no sabíamos cómo hacer perfume, por lo que le preguntamos a papá.
«Bueno –dijo papá–. Probablemente, con jugo de insectos y capullos de lila».
Le creímos.