4 minute read
Fe en crecimiento
Vixie en la cueva de la fiera
Vixie quería gritar, pero no podía. Sabía que cualquier ruido podía alertar a la bestia que estaba cerca, y llevarla hasta su presencia, y entonces, ese sería su fin. El animal se fue acercando, y Vixie rápidamente se cubrió la boca con las temblorosas manos. Se arrastró hasta el rincón más lejano del pequeño e improvisado refugio y luchó para no llorar. Jamás había estado tan aterrada en su vida. ¿Dónde está Dios?, se preguntaba. ¿La había realmente sacado para que muriera?
FRENTE A LA BESTIA
Vixie quería gritar: ¡Estaba muy entusiasmada! Ella y sus compañeros estaban participando del evento más grande del año escolar: la Semana de Supervivencia. Durante toda una semana, habían estado aprendiendo cómo hacer fuego, cómo hallar alimento y agua, y también cómo construir refugios. Ahora, cada estudiante pasaría 24 horas solo en la jungla para poner a prueba sus habilidades de supervivencia.
Vixie estaba entusiasmada porque le gustaba pasar tiempo a solas con Dios en la naturaleza. Estaba todo tranquilo, por lo que hasta le parecía que podía oír su voz; podría adorarlo mientras se sentía rodeada por la creación de Dios. ¡Estaba ansiosa por participar!
Justo cuando se estaba alistando para pasar el día con Dios, todos los sueños de Vixie se desplomaron. El grupo fue dividido para ocupar distintas secciones en la montaña donde acamparían y ella descubrió que la habían asignado a la primera sección. ¡No es justo!, pensó. Quería estar en la última sección, donde estaría lejos de todo, menos de Dios. Justo cuando estaba por quejarse, recordó que había orado la noche anterior. Le había pedido a Dios que la pusiera donde él quisiera. ¿Quería Dios que estuviera en la primera sección? Parece que sí, pensó, y con un suspiro, comenzó a caminar.
LA CUEVA DE LA FIERA
Antes de no mucho, llegó a un lugar donde sobresalía una roca, creando abajo una pequeña cueva. Sintió que le volvía el entusiasmo: ¡era el momento de construir su refugio! Usó rocas que estaban desparramadas en las cercanías, para levantar una pared de un lado, y empujó un tronco contra el otro. Entonces usó tiras de corteza para cerrar el lado con el tronco y amontonó agujas de pino y hojas en las grietas para que el refugio fuera cálido y cómodo. Se lastimó un poco las manos mientras trabajaba, pero sabía que un poquito de sangre no era para preocuparse.
Después de pasar un tiempo con Dios, Vixie decidió que era
hora de dormir. Trepó a su refugio y estaba por quedarse dormida cuando escuchó un ruido que la puso en situación de observación.
Probablemente es un ciervo, pensó mientras procuraba mantenerse serena. Todo estará bien. Entonces procuró conciliar el sueño, pero escuchó otra vez el ruido, ahora más cerca. Armándose de valor, espió hacia afuera para ver de dónde venía ese sonido. Al comienzo estaba un poco oscuro, pero cuando lo vio, su corazón dio un vuelco. No era un ciervo. ¡Era un puma! ¡Y ella estaba durmiendo en su guarida!
ATRAPADA
Vixie no sabía qué hacer. Podía gritar para pedir ayuda, pero el puma la atacaría antes de que alguien llegara. Podía usar el cuchillo, pero tenía demasiado miedo siquiera de mirarlo. Acaso si se quedaba muy pero muy quieta, ni siquiera…
De pronto, el puma miró en su dirección. Se relamió y comenzó a olfatear el refugio. ¡Oh, no! pensó Vixie, mirando el corte en su brazo. ¡Puede oler la sangre!
Como si pudiera leer sus pensamientos, el puma comenzó a arañar el tronco fuera del refugio. No pasaría mucho tiempo hasta que desaparecería lo único que separaba a Vixie del puma.
Aterrorizada, sabía que solo le quedaba hacer una cosa. Se desconectó del sonido, de los arañazos contra la madera y comenzó a orar como nunca antes. Pero no oró por sí misma. No, no le parecía bien. Por el contrario, oró por sus amigos. Oró para que tuvieran paz, estuvieran seguros y sin frío. Y cuanto más oraba por sus amigos, más paz la inundó.
Finalmente, decidió que había llegado el momento. Abrió sus ojos, lista para enfrentar su suerte, pero el puma había desaparecido. Había estado tan ocupada orando que ni lo había escuchado irse. La exhausta sobreviviente se llenó de alivio, y se quedó dormida alabando a Dios y aun orando por sus amigos. A la mañana siguiente, se despertó y encontró huellas tan grandes como su mano, pero lo único que sabía era que Dios la había protegido. Puede que haya estado sola en medio de la jungla, pero en realidad, jamás estuvo sola.
Tesoro bíblico:
Cuando ando en medio de la angustia, tú me vivificas; contra la ira de mis enemigos extiendes tu mano y me salva tu diestra.
Salmos 138:7
Esta historia apareció por primera vez en KidsView de Octubre 2014.