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Fe en acción
Las lilas habían florecido junto al gallinero, y encontramos muchas moscas. Tomamos una fuente de la cocina cuando mamá no miraba, arrancamos una buena cantidad de lilas de entre los arbustos, y las apilamos en la fuente. Entonces cubrimos las lilas con moscas muertas. ¿Y ahora qué?
Lowell sugirió que tal vez había que cocinar la mezcla. No podíamos entrar a la cocina para hacerlo. Entonces, nos trepamos al techo del gallinero y abrimos una ventanita superior. Pusimos la fuente en el techo, volcamos agua sobre la preciosa mezcla y la dejamos para que se cocinara al sol.
Una hora después, regresamos y olimos la fuente de flores y moscas, pero aún no tenía aroma. Pasó otra hora, y nada. Entonces pisamos toda la mezcla y seguimos observándola hasta la tarde siguiente, cuando tuvimos que contener la respiración por la pila de flores y moscas aplastadas en descomposición.
Jamás le contamos a mamá de nuestro intento de fabricarle perfume. Pasó el tiempo, y lo olvidamos por completo. Pero al crecer, comencé a escribir algunas de las experiencias de mi niñez, incluido nuestro intento fallido de fabricar perfume, y se las envié a mamá y papá. Les encantó leerlas. Entonces un día, papá me llamó y me dijo: «Deberías haber visto a tu madre anoche mientras leíamos de cuando trataron de fabricar perfume con flores y moscas muertas. Mamá se emocionó, y dijo: “Qué chicos preciosos”».
Allí me di cuenta de algo relacionado con el fracaso. Mamá se emocionó no por el supuesto regalo, sino por el amor de sus dos muchachitos. ¡En realidad no había sido un fracaso! No había querido fabricar perfume; había querido hacer feliz a mamá, y en eso, había tenido éxito.
Está claro que no me convertí en un famoso perfumero. En efecto, jamás lo intenté otra vez. Y un día, leí un versículo de la Biblia que nos hubiera salvado de tantos problemas si lo hubiera sabido antes: «Así como las moscas muertas apestan todo un frasco de perfume, una pizca de necedad arruina gran sabiduría y honor» (Ecl. 10:1, NLT).2
Pero aprendí una lección valiosa: Dios me ve de la misma manera que lo hizo mi madre. Dios no ve las «cosas» que le damos o hacemos por él. Lo mejor que podemos darle no es mejor que el mejunje maloliente de moscas y flores. Dios ve el amor de nuestro corazón cuando queremos hacer algo especial para él.
* * *
En la cruz, Jesús exclamó: «Consumado es» (Juan 19:30). Para sus seguidores más cercanos, pareció un fracaso. Jesús había dicho lo incorrecto a las personas incorrectas en demasiadas ocasiones. Había regresado a Jerusalén, cuando tendría que haberse quedado lejos. ¡Qué desperdicio de una vida y todo su potencial! ¡Qué terrible fracaso!
No obstante, no fue un fracaso. Esa exclamación no fue una exclamación de fracaso sino de victoria. Fue el más grande triunfo que presenció el universo. Puede que no parezca una victoria hasta la escena descrita en Apocalipsis 7:9 y 10. Una gran multitud, que nadie puede contar, de toda nación, tribu, lengua y pueblo, estará de pie frente al trono. Y entonces quedará finalmente claro que la vida y muerte de Jesús no fueron en absoluto un fracaso. ¡Tu vida tampoco es un fracaso a la vista de Dios!
Al repasar nuestra vida, puede ser que sintamos que hemos cometido errores. Y puede ser realmente así. Pero sea que hayamos fracasado o que tan solo parezca, el siguiente paso es el mismo: hablemos con Dios, tomémonos de su mano, y levantémonos para seguir intentándolo. Porque el único fracaso es no volver a levantarse.
Homer Trecartin ha trabajado como pastor, docente, administrador y misionero. Durante varios años trabajó en Oriente Medio, y hace poco se jubiló después de servir en el área de Misión Global y la Secretaría de Misión Adventista en la Asociación General en Silver Spring, Maryland,
Estados Unidos.
1 John C. Maxwell, Failing Forward (New York: HarperCollins Leadership, 2000). 2 El texto que dice NTV pertenece a La Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.