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Algo que vale la pena
Mis estudiantes, ¿de verdad me escuchan?
Lo que les digo, ¿produce realmente alguna diferencia? Tal vez sí y mucho más de lo que pienso.
Estaba revisando el trabajo de Rami, haciendo unos pequeños cambios antes de enviárselo para que lo corrigiera. Yo estaba prestando más atención a la ortografía y la gramática del ensayo que a su contenido, hasta que me fijé en una frase y mi mente se detuvo abruptamente.
¡Espera un minuto!, pensé. Es de mi clase de lo que está hablando. Es algo que dije. ¡De verdad, él estaba escuchando!
Cada vez que doy una clase, comienzo con un devocional. La mayoría de los semestres he tenido el gozo de hacer una clase a las 8 a. m. No soy una persona madrugadora, de modo que ha sido un verdadero desafío para mí. Este semestre hice arreglos para comenzar un poco más tarde. Estaba muy agradecida, pero luego pensé: “Oh, no. No podré hacer el devocional, porque lo harán en la clase anterior”. Miré el horario de clases y respiré aliviada. La mía era su primera clase por la mañana.
El nuevo semestre comenzó. Nos reuníamos los miércoles y los jueves y, en vez de tener estudiantes presentes en el devocional para obtener créditos extra, como antes, decidí hacer nuestro propio devocional. Comencé compartiendo algunas de las creencias fundamentales de nuestra iglesia y algunas otras cosas que he descubierto en mis devocionales personales. Entonces, vi cómo la adoración se transformó en algo distinto a lo que había imaginado.
Una mañana, repartí a cada estudiante pequeños cuadrados de papel de color crema y les pedí que escribieran la pregunta que quisieran respecto de la vida o la Biblia. Recogí los papeles doblados y los guardé para leerlos después. Les prometí que respondería sus preguntas en la hora del devocional.
Las preguntas iban desde “¿Existe un Dios?” pasando por “¿Cómo empiezo a leer la Biblia?”, “¿Por qué no tenemos profetisas?”, “¿Cómo vivir una vida emocional equilibrada?”. Eran reflexivos y hacían preguntas difíciles.
Cada semana trabajábamos con las preguntas. Mi formato era simple: escogía versículos referentes al tema para que cada estudiante los leyera, luego resumía la respuesta y hablaba acerca de cómo ponerla en práctica. Un día, mientras corregía el trabajo de Ben, vi que había anotado algo en la esquina de su libro. Me acerqué para ver mejor, y me di cuenta de que había copiado unos versículos de la última conversación. Con humildad me di cuenta de que alguien realmente había estado atento en la clase y quería recordar los versículos para futuras referencias.
Casi al final del semestre surgió la pregunta: “¿Qué es el matrimonio?”. Puesto que la mayoría de mis estudiantes eran solteros, decidí abordarla desde esa perspectiva. Examinamos qué cualidades deberíamos buscar en una persona con quien casarnos en Proverbios 31 y 1 Timoteo 3. En la sección “Ponlo en práctica”, les recordé orar tres veces al día, buscar sabios consejeros y buscar a alguien que tenga hábitos y proyectos de vida similares. Hice énfasis en que el amor es un principio y no un sentimiento al estilo de Hollywood.
Cinco días después, tenía el trabajo de Rami frente a mí y esta frase cautivó mi atención: “En mi clase de inglés he aprendido que el amor es una acción, una decisión que tomamos, lo cual significa que es algo que decidimos hacer”. Él estaba preparando una meditación para el devocional del dormitorio y era uno de sus proyectos para su Curso de Escritura Avanzada que yo estaba enseñando. Incorporó en su charla lo que había aprendido en su clase de inglés. Mi clase. En la hora del devocional.
Este último semestre, yo estuve luchando con los desafíos de vivir en un mundo con coronavirus y no estaba segura de mi rol como esposa de misionero. Mi esposo estaba ocupado estudiando Teología y dando estudios bíblicos todos los días. Eran visibles los resultados del ministerio en su vida. Aunque disfrutaba dando una clase en el instituto de inglés cada semestre, el resto de mi tiempo estaba lleno de tareas triviales como imprimir cartas y agendar citas. No sabía si acaso estaba produciendo una diferencia significativa en la vida de alguien más.
Entonces vi el trabajo de Rami y me di cuenta de que había algo a lo que vale la pena dedicarse. Algo en lo cual vale la pena invertir. Cada estudiante que entró a mi clase era una vida en la que yo podía influir. Podría ser algo aparentemente insignificante, como un devocional de cinco minutos, y no saber lo valioso que fue hasta llegar al Cielo. Te animo para que nunca te canses de compartir a Jesús en todas partes, porque alguien, en algún lugar, está escuchando y vale la pena.
Adventist Volunteer Service
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