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EL REGALO DE LUALINDA

La primera vez que la vi, ella caminaba por el pueblo bajo el sol abrasador del mediodía. Su cuerpo estaba muy inclinado hacia la derecha para equilibrar el peso que cargaba en su lado izquierdo. Mientras caminaba, denotaba un sentido de determinación y responsabilidad que la hacían ver más como una adulta que como una niña.

Cargaba un niñito sobre su cadera izquierda y un registro de vacunas en la mano derecha. Estaba descalza. Lo único que vestía el niñito era una pequeña camiseta que apenas cubría su vientre muy hinchado y lleno de parásitos. Ella era solo una niña que no parecía tener más de nueve años. Su nombre era Lualinda.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención sobre esta niña miskito fue su sonrisa. Aunque caminaba presurosa por el pueblo, a menudo volteaba hacia mí y me sonreía. Así que también le sonreí y la alcancé.

Cuando llegué a su lado, noté que sus dientes estaban manchados y con caries. Pero eso no evitaba que Lualinda sonriera.

Yo recién había llegado a cumplir con mi tarea misionera en la Misión Adventista de Tasba Raya, ubicada en la pequeña comunidad miskito de Francia Sirpi, al norte de la costa atlántica de Nicaragua. Era la semana de vacunación, y Lualinda iba a la clínica para ser vacunada junto a su hermanito. Ambas nos dirigíamos hacia la clínica: ella como paciente y yo como enfermera.

Lualinda, a la derecha, y sus hermanos en la escuela.

Lualinda no hablaba español, y yo sabía muy pocas palabras en miskito, pero eso no le impidió hacerme sentir bienvenida.

Mientras ambas caminábamos en silencio, vino a mi mente la historia de S. Juan cap. 6, del muchacho que tenía cinco panes y dos peces. Como él, Lualinda no tenía mucho qué ofrecer. Sin embargo, tal como él, no dudó en ofrecer lo que sí tenía: su sonrisa y su amistad.

Misión Adventista de Tasba Raya.

Fue exactamente por eso que Jesús dijo que para entrar en el Reino de los Cielos debemos ser como niños: de corazón puro, siempre dispuestos a perdonar y dar sin vacilar.

La vida de Lualinda es difícil, así como la de los demás niños que asisten a la Escuela Adventista de Tasba Raya. La mayoría de ellos no tiene zapatos, ropa, atención de salud adecuada, nutrición balanceada, ni útiles escolares.

De Lualinda, aprendí que no importa cuánto tienes, sino lo que eliges hacer con eso. Puede ser tiempo, recursos, o talentos, todos tenemos algo que ofrecer a otros. Ningún aporte al bienestar de alguien más es demasiado pequeño o insignificante. Recuerde: aún cinco panes y dos peces pueden llegar lejos cuando se ponen en las manos del Maestro.

Visita postnatal.

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La panameña, Jasiel Ordóñez, se graduó de enfermera en la Universidad Adventista del Suroeste y trabajó como misionera médica en Nicaragua.

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