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La familia que caminó unida
Caminar los 3.529* kilómetros** de El Sendero de los Apalaches es toda una hazaña. Hacerlo con cuatro niños pequeños es todavía más insólito. Los doctores Olen y Danae Netteburg lo hicieron durante el año 2020.
Lyol (11), Zane (9), Addison (7), y Juniper (4) caminaron todo el trayecto. Juniper terminó el recorrido a la edad de 4 años y 340 días, convirtiéndose en la persona más joven en completarlo. “Ella caminó cada paso del sendero”, dice Danae.
Recorrer el sendero en un 2020 perturbado por la pandemia agregó otro obstáculo. Olen recuerda su primer roce con el virus. “El 19 de marzo fue el día cuando las cosas comenzaron a cerrarse. Habíamos caminado solo 70 kilómetros. Compré nuevas provisiones, por lo que cada mochila estaba pesada. Caminamos 13 kilómetros hasta la cabaña donde planeábamos quedarnos; nuestra caminata más larga hasta entonces. Pero el refugio tenía un aviso: ‘Cerrado por coronavirus’”.
El siguiente lugar para quedarse estaba a 5 kilómetros, y tendrían que desplazarse en la oscuridad, algo que nunca antes habían hecho. Decidieron continuar y acampar justo antes de que oscureciera. “Estábamos comiendo ramén (fideos), alumbrados con linternas en las cabezas, y nadie se quejaba. En lugar de eso, ¡los chicos practicaban las poses que adoptarían en el Monte Katahdin para cuando llegaran al extremo norte del sendero!”. Esa noche, Olen sonrió para sí preguntándose si tendrían la oportunidad de completar el trayecto.
Juniper se ganó su apodo para el sendero —“La bestia”— en uno de los primeros grandes ascensos. Se enfrentaron a una colina empinada de unos 304 metros, y Danae tomó la mochila de Juniper para que fuese más fácil para la niña. Cuando habían subido unos 91 metros, Danae encontró a Juniper llorando. Oh, oh, pensó. Juniper no puede hacerlo. Pero la verdad salió a la luz: ¡Juniper gemía porque quería llevar su propia mochila! Había nacido La Bestia. “A menudo ella guiaba a la familia, estableciendo el paso para el resto de nosotros” dice Olen.
Los demás también tuvieron sus apodos para el sendero: Lyol se convirtió en Llamarada, porque cada mañana encendía la fogata. Zane se convirtió en Búmeran, porque le encantaba adelantarse o caminar un poco fuera del camino, pero siempre regresaba. Addison se convirtió en Alas de Ángel, porque a menudo caminaba con calcetines gruesos, botas, ¡y un vestido de princesa! Olen era El Rey León, y Danae era Abeja Reina.
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Cada noche significaba varias cosas en el campamento. Lyol encendía la fogata. Cada uno se sacaba sus zapatos. Se colgaba la ropa para que se secara, si estaba húmeda, o para que se ventilara porque no se lavaba muy a menudo. “Todas las semanas tratábamos de quedarnos en algún lugar que tuviera lavandería y una ducha caliente”, dice Danae.
¿Cómo mantuvieron a los chicos en marcha? Cantaban canciones. (“Nunca más quiero volver a escuchar ‘¿Quieres construir un muñeco de nieve?’”, recuerda Olen, moviendo su cabeza). Disfrutaban las comidas de campamento: panqueques o avena en el desayuno, frutos secos en el almuerzo y fideos para la cena. (“A veces estábamos suficientemente cerca como para salirnos del sendero para comprar comida china o pizza”, admite Danae. “¡O helado!”).
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Danae levantó a la familia cerca de las 4:30 a. m. para llevarlos a todos a la Saliente McAfee para esta silueta contra el sol del amanecer.
Y hacían tareas escolares. “Cada día encontrábamos algo para la escuela”, dice Danae. A veces, los juegos eran cuestionarios de ortografía. Las matemáticas consistían en calcular la distancia y los kilómetros. En ciencia, clasificar flora y fauna. “La clase de Biblia era ver la conducción de Dios en todas partes”, agrega Danae.
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La clase de ciencias se junta con el almuerzo. Uno de los beneficios a lo largo del Sendero de los Apalaches es la búsqueda de comida. Frambuesas, arándanos, manzanas y otras frutas, crecen en forma natural a lo largo del sendero. Los hongos Morel y las hojas de mostaza fueron agregados fortuitos a su dieta. Así que en la clase de ciencias, aprendieron a reconocer plantas. Y de almuerzo, aprendieron a disfrutar los proyectos de la clase de ciencias.
“Los niños son inquisitivos, en forma natural”, dice Olen. “Cuando los llevas a la naturaleza y ven lo que hay alrededor de ellos, comienzan a hacer preguntas. Pueden obsesionarse con una babosa, un tritón o un árbol. Ningún día es aburrido a través de sus ojos”.
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En su caminata, la familia vio una variedad de vida silvestre, incluyendo osos, venados, y ponis salvajes. Zane casi se sienta encima de una serpiente de cascabel. Aquí, Juniper sostiene una polilla luna.
La caminata fue un descanso, de nueve meses, que se tomaron de su trabajo habitual como médicos misioneros del Hospital Adventista Beré en Chad, África. Han prestado servicios durante 11 años en el hospital de 100 camas. Olen es médico de emergencias y oficial administrativo, y Danae es especialista en ginecología y obstetricia. “Además, hacemos lo que sea necesario”, dice Olen.
Habían planeado realizar el viaje en 2008, pero el médico de emergencias no llegó. Luego, en febrero de 2020 pensaron: “Tenemos un equipo excepcional en el hospital. Tenemos tiempo. ¡Deberíamos pensar en hacer esto ahora!”. Cinco días después dejaron África. Cuatro días después de eso fue su primer día de caminata.
“Estar en el camino por tanto tiempo, me ayudó a recuperar una sensación de paz”, dice Danae. “Viviendo en Chad, tratamos con mucha enfermedad y muerte. Comienzas a sentir esa carga. Esta fue la manera cómo Dios nos ayudó a estar listos para el resto del servicio en Chad”.
La familia comenzó la caminata en Pensilvania y debía avanzar y retroceder, como en el juego de la rayuela, a causa del virus. Eso significó caminar en Virginia, luego más en Pensilvania, luego hasta Carolina del Norte, antes de saltar hacia el norte a Vermont, New Hampshire y Maine, mientras el clima fuera agradable.
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El Sendero de los Apalaches serpentea a través de cañones y picos montañosos, brindando vistas espectaculares. Desde la izquierda: Danae, Olen, Lyol, Zane, Addison, y Juniper.
“Siempre quisimos estar a salvo”, dice Olen, “así que fuimos por donde el sendero era más seguro para caminar respetando las reglas del Estado”.
También hicieron todo lo posible para mantener la distancia física a lo largo del sendero y no alterar la paz cuando llegaban a un lugar para acampar. “Pero como somos seis, no somos realmente muy silenciosos”, dice Olen.
La familia caminó un promedio diario de entre 24 y 27 kilómetros hasta que llegó a New Hampshire. “La mayor parte de los días allí no hicimos ni 10 kilómetros”, recuerda Olen. “Comencé a preguntarme si seríamos capaces de caminar todo el sendero antes del invierno”.
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Cada 160 kilómetros, los Netteburg tomaban una foto para marcar el momento. A los 3.000 kilómetros el olor de los zapatos fue el objeto de la foto. Cada miembro de la familia usó entre dos y cuatro pares de zapatos para caminar los 3.529 kilómetros del Sendero de los Apalaches. Desde la izquierda: Olen, Juniper, Zane, Lyol, Addison y Danae.
Para aumentar el desafío, Olen se torció el tobillo. “Habíamos caminado un sector muy difícil. Cuando terminamos, me quité mi mochila, crucé un puente y me torcí el tobillo en un ángulo de más de 90 grados. Pensé que estaba quebrado”.
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Olen recuerda uno de los momentos más aterradores de la caminata: “Había llovido mucho, durante varios días, en Maine. Este río normalmente tiene ‘escalones’ de piedra para que los excursionistas crucen sin mojarse. Pero el río había sumergido esos escalones y era demasiado rápido y profundo para Juniper. Así que se subió a mi espalda. Yo tenía que sondear con mis bastones de senderismo, en busca del siguiente escalón. Después tenía que mantener el equilibrio mientras movía una pierna a través de la corriente para asegurar el siguiente punto de apoyo. Nos tomó una hora cruzar aquella corriente”.
Un examen en la sala de emergencias de un hospital cercano reveló que tenía un severo esguince. “La hinchazón hacía que mi pie se viera enorme. Yo estaba negro y azul desde los dedos de mi pie hasta la mitad de mi tibia”, dice Olen, con la típica descripción médica. “Todas las mañanas me dolía muchísimo, pero el dolor disminuía luego de unos pocos kilómetros cojeando”.
Pocas semanas después, caminaron hasta 48 kilómetros diarios, en los bosques de Maine. “Ahí fue cuando supe que teníamos grandes posibilidades de completar la ruta”, dice Olen.
También tenían sentimientos encontrados respecto de la pandemia. “Escuchábamos historias de nuestros colegas médicos. Trabajaban en condiciones extremas. Arriesgaban su propia salud y sus vidas. Y nosotros aquí caminando por el Sendero de los Apalaches”, dice Olen. “La sociedad había invertido en la formación de cada uno de nosotros como médicos. Y estábamos aquí, sin ayudar en la peor crisis sanitaria de toda una generación”.
Danae reflexiona: “Esa fue una batalla diaria”.
Ya están de regreso en el hospital, llevando salud a una remota área de África. Beré tiene 65.000 habitantes; sin semáforos, ni caminos pavimentados, ni red eléctrica, ni sistema de agua potable, ni alcantarillado. Hay más carretas tiradas por bueyes que automóviles.
Cada día presenta un nuevo desafío. Un niño que cayó de un árbol de mango tiene una fractura de cráneo deprimida. (Vivió). Una mujer embarazada ha estado en trabajo de parto por varios días, pero no puede pagar por la atención. (Esto es habitual para muchos). Malaria, malaria y malaria. (Muchos no sobreviven).
“En Chad, vemos cosas que los médicos no ven en Norteamérica”, dice Olen. Ellos extirparon un tumor abdominal del tamaño de una sandía. Danae ha curado 65 fístulas en los tres años anteriores; un número que, virtualmente, ningún ginecobstetra norteamericano ve en toda su vida.
Pero ellos son misioneros; no simplemente médicos. Cada Sábado toman a sus hijos, y a algunos chadianos locales, y conducen hacia los árboles. Encuentran un árbol de mango y detienen el vehículo. Extienden unos tapetes de plástico. Los niños de la aldea comienzan a aparecer y se sientan en los tapetes. Olen les enseña canciones bíblicas. Danae les cuenta una historia bíblica. Alguien habla acerca de la oración. Los adultos se ubican alrededor, a la sombra de los árboles. Pronto, el grupo es de 50, 60, 100 personas. Y después de unas pocas semanas, es una iglesia.
"Ellos han establecido más de una docena de estas iglesias. La mayoría ahora tiene líderes chadianos. Algunas han crecido; otras no. “Pase lo que pase, han ocurrido dos cosas”, dice Olen, “La gente ha oído hablar de Jesús, y nosotros hemos tenido un genuino descanso sabático”.
¿Qué sigue para los Netteburg? “Bueno, está el Sendero de la Cresta del Pacífico y el Gran Sendero de la División Continental”, dice Olen. “Los chicos están entusiasmados con esos. Pero yo estoy pensando en vivir en un catamarán por un par de años, navegando por el Caribe”.
Así es como los Netteburg mantienen unida a la familia.
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Los Netteburg en la Montaña Springer, el extremo sur del Sendero de los Apalaches. “Recién habíamos terminado los 3.529 kilómetros como familia. Durante 25 años yo había querido ser un excursionista del Sendero de los Apalaches, ¡y ahora lo era! Pensé que me sentiría abrumado o con una sensación de pérdida. Pero fue simple alegría y satisfacción. Mis hijos hicieron algo que ningún otro grupo de cuatro niños había hecho nunca antes. Y todos nos divertimos haciéndolo”. Para celebrar, la familia dibujó con malvaviscos la distancia recorrida (en millas), tomó la foto y luego se metieron a la boca todas las millas. Desde la izquierda: Olen, Zane, Danae, Juniper, Addison y Lyol.
*El kilometraje exacto cambia cuando partes del sendero son modificadas.
**Las distancias, originalmente expresadas en millas, fueron convertidas a kilómetros.
Todas las fotos son cortesía de la familia Netteburg
Adaptado de Kermit Netteburg, “La familia que caminó junta”, Focus: La revista de la Universidad Andrews 57, Nº 1 (invierno 2021), 26 – 31
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Original de Estados Unidos, Kermit Netteburg enseñó comunicaciones en la Universidad Andrews entre 1973 y 1986, luego trabajó como encargado de comunicaciones del presidente de la División Norteamericana hasta 2004. Fue pastor durante 10 años antes de retirarse en 2014, con más de 50 años de servicio en la Iglesia Adventista. Kermit y su esposa, Donna (Karpenko), fueron entusiastas animadores y proveyeron puestos de descanso ocasional a su hijo Olen y su familia, en su travesía por el Sendero de los Apalaches.