Capítulo 12: El Castigo Merecido

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En la mañana antes de coger el helicóptero con destino al Monte Fuji, Shun se encontraba en un parque cercano al orfanato Niños de las Estrellas. En ese parque se encontraba un árbol gigantesco. Era un árbol enorme, y más grande parecía aun cuando habían pasado más de siete años desde la última vez que lo vió Shun. - ¡Sí, éste es el árbol! – exclamó Shun - ¡Sigue en pié y todavía están las marcas de los puñetazos que le asestaba mi hermano Ikki durante su entrenamiento! Shun acariciaba la marca del puño que estaba marcado en el tronco del árbol, cuando de repente, una poderosa ráfaga fría atravesó todo su cuerpo y partió el árbol en dos. - ¡¿Pero qué demonios?! – exclamó Shun sorprendido - ¿Quién ha osado destruir este recuerdo de mi infancia? ¡Mierda, ahora no llevo mi armadura! Entonces Shun se percató de una fina capa de hielo que se había formado sobre todo su cuerpo. - ¡No puede ser! – volvió a exclamar Shun – Sólo conozco una persona en el mundo con esta habilidad… ¡Hyoga! ¡¿Por qué nos haces esto?! - Juju, eres un pájaro indefenso – dijo una voz con un tono malévolo… ¡Toma esto! ¡Polvo de Diamante Negro! Una poderosa ráfaga de los más afilados copos de nieve se precipitó sobre el cuerpo de Shun, derrumbándole contra el suelo. - ¡Hyoga! ¿Qué te ha hecho revelarte contra nosotros? – preguntaba Shun desesperado - . Un momento, esa armadura… ¡es negra! ¡Y no sólo su armadura! ¡Su nieve también es de color negro! ¿Quién eres tú realmente? - Así que tú eres Shun, el hermano menor de Ikki – volvió a hablar el extraño individuo - . Si acabo con tu vida, romperé definitivamente los lazos que unen a mi señor contigo. - Tú… tú no eres Hyoga… - dijo Shun con las pocas fuerzas que le quedaban. - En efecto, no soy Hyoga… - afirmó el extraño personaje – Yo soy… ¡el Cisne Negro! El Cisne Negro, que por fín mostró su identidad y su rostro, ejecutó un nuevo ataque, encerrando esta vez a Shun en una especie de copo de nieve gigante, dejándole paralizado y con los brazos en cruz. - ¡¿Qué clase de ilusión es ésta?! – exclamó Shun preocupado - ¡Estoy atrapado en un copo de nieve gigante! - Ahora estás a mi merced – dijo orgulloso el Cisne Negro - . ¡Te daré el golpe definitivo! ¡Un momento! ¡¿Por qué está congelado mi brazo derecho?! - Es el hielo del auténtico Cisne… - dijo otra voz desde la lejanía. - ¡Hyoga! ¡Eres tú! – exclamó Shun con un tono alegre.


- Mi maestro, Camus de Acuario, me mencionó en una ocasión que existía un grupo de caballeros que fueron rechazados por el Santuario debido a que sólo querían utilizar su poder para dominar el mundo – explicó Hyoga - . Yo me negué a creer que de verdad existiera gente de esas características en este mundo, pero ahora que tengo delante de mí a uno de ellos, no me queda más remedio que reconocer esa verdad. En tu caso, veo que también tienes cierto poder sobre el frío. Y sin embargo… Según hablaba Hyoga, toda la nieve que estaba cayendo sobre el parque se volvió blanca, y el espejismo que mantenía encerrado a Shun fue completamente anulado. - ¡Tu poder de congelación es muy inferior al mío! – exclamó Hyoga - ¡Veamos quién es el verdadero merecedor de ser el portador del poder de la Cruz del Norte! ¡Veamos quién es el auténtico Caballero del Cisne! - ¡Está bién! ¡Si eso es lo que crees, te demostraré que estás muy equivocado! ¡Recibe de lleno el poder de mi Tormenta Negra! – exclamó el Cisne Negro a la vez que ejecutaba su ataque, lanzando contra Hyoga una lluvia de la más negra nieve. El cuerpo de Hyoga empezó a ser cubierto por una capa de hielo, dejándolo completamente inmovilizado. - ¡Maldición! ¡Hyoga! – exclamó Shun el nombre de su antiguo compañero de orfanato. - ¡Jajajaja! ¡Nadie es capaz de escapar de mi poder congelante! – rió orgulloso el Cisne Negro – Pero… ¡¿qué está pasando?! El hielo que cubría el cuerpo de Hyoga empezó a resquebrajarse por todos lados, quien no parecía sentirse nada incómodo por haber recibido ese ataque. - Tal como me imaginaba, tu poder de congelación es patético – le dijo Hyoga - . En efecto, ningún fuego podría derretir tu hielo, pero para un caballero de los hielos como yo, esto no es más que simple papel de regalo. Ahora, debes comprobar el auténtico poder del frío. ¡Recibe de lleno mi Polvo de Diamante! - ¡Rayos! ¡¿Qué hago ahora?! – se preguntaba el Cisne Negro, quien veía venir el ataque de Hyoga hacia él. El Polvo de Diamante se dirigía contra el Cisne Negro, pero parece que algo se interpuso entre ambos contendientes… - ¿Cómo? ¡Mi Polvo de Diamantes fue detenido! – se sorprendió Hyoga. - ¡Cisne Negro! ¿A caso osas desobedecer las órdenes de nuestro señor Ikki? – dijo una voz tras un escudo, que era el que había detenido el ataque de Hyoga. - ¡Dragón Negro! ¡¿Qué haces aquí?! – preguntó sorprendido el Cisne Negro. - Eso mismo es lo que debería preguntarte yo a ti – le respondió el Dragón Negro.


- Vine para acabar con la vida de Shun, y así romper definitivamente los lazos con su hermano – le respondió el Cisne Negro. - ¡Y yo he venido para acabar con tu vida si no regresas de inmediato al Monte Fuji! – le dijo el Dragón Negro con un tono amenazante. - Está bién… - dijo el Cisne Negro cabizbajo – Lo siento, Hyoga, pero tendremos que posponer nuestro combate para otra ocasión. De momento, te perdono la vida… El Cisne Negro provocó una extraña niebla negra, y ambos caballeros negros desaparecieron en ella sin dejar rastro alguno. - ¡¿Cómo han logrado desaparecer tan fácilmente?! – se preguntó Hyoga. - ¡Hyoga! ¡Gracias por salvarme la vida! – le agradeció Shun. - Creo que viajaré con vosotros dos al Monte Fuji – le dijo Hyoga. - ¡¿De verdad, Hyoga?! – preguntó Shun con una gran sonrisa. - Hay algo que quisiera confirmar allí… - afirmó Hyoga con un tono serio. Poco después, todos los Caballeros Negros ya se encontraban reunidos en el Monte Fuji, todos ellos arrodillados frente a su líder, el Caballero del Fénix. - ¡Señor Ikki! Perdone la demora –dijo el Dragón Negro - . Se presenta el Dragón Negro y me acompaña el Cisne Negro. - Está bién. Ya era hora – dijo Ikki con un tono de enfado - . Los caballeros de plata han reducido nuestro ejército a la mitad. Pero eso es algo lógico, ya que su poder es muy superior al vuestro. Por otro lado, todavía poseemos la mitad de las piezas de la Armadura de Sagitario, y ahora vamos a enfrentarnos a los caballeros de bronce, que han perdido todas sus piezas, por lo que partimos con una importante ventaja. ¡Más os vale que las protejáis con vuestras vidas! - ¡Así será! – exclamaron los caballeros negros. Por otro lado, Shiryu ya había llegado al Pico de los Cinco Ancianos. Allí pudo reencontrarse con su maestro, quien se supone que se encontraba gravemente enfermo. Sin embargo, el Viejo Maestro se encontraba con buena salud, y Shiryu se sorprendió al verle en tan buen estado de forma. - ¡Maestro! ¿Cómo es posible que usted se encuentre tan bién de salud? ¡Usted debería estar reposando en la cama! – le dijo Shiryu con un rostro de sorpresa. - Lo siento mucho, Shiryu, pero te he mentido – dijo el Viejo Maestro con un tono de enfado. - ¡¿Cómo?! – preguntó Shiryu sorprendido.


- Y no sólo eso, sino que he utilizado a la propia Shunrei, quien sabía la verdad – dijo el Viejo Maestro sintiéndose en cierta manera arrepentido por ello - . ¡Shiryu! ¡Has quebrantado las leyes de caballería! - ¡Lo siento, Shiryu! ¡Temía por tu vida y por lo tanto quise aceptar la misión del Venerable Maestro para que abandonaras el Torneo Galáctico lo antes posible! – dijo Shunrei con un tono de tristeza. - Entonces, ¿usted no está enfermo? – preguntó Shiryu sorprendido. - No, no lo estoy – respondió el Viejo Maestro - . Le dije a Shunrei que viajara a Tokio para decirte que yo estaba enfermo, y así conseguir que vinieras a verme lo antes posible. - Pero… ¡¿por qué?! ¿Qué norma de la orden de caballería he roto? – preguntó Shiryu sin entender las palabras de su maestro. - ¡Has luchado por motivos personales! ¡No has luchado por el bién y la justicia! – exclamó el Viejo Maestro a la vez que se le palidecía la cara a Shiryu. - ¡Oh, Venerable Maestro! ¡Yo sólo quería demostrarle a usted que he sido un digno discípulo! – intentaba excusarse Shiryu. - ¡Eres un necio! – le increpó el Viejo Maestro - ¡No es a mí a quien debes demostrar tu fuerza! ¡Si no a la propia diosa Atenea! - ¡Oh, Venerable Maestro! ¡Disculpe! – dijo Shiryu a la vez que se arrodillaba frente a su maestro – Aceptaré el castigo que me corresponda por realizar tal acto. ¿Qué castigo es el que me corresponde? - ¡El castigo por luchar por motivos personales es la muerte! ¡Y así será! – exclamó el Viejo Maestro.


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