Capítulo 13: Los Cascabales de la Amistad

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Seiya y Shun ya se encontraban dentro del helicóptero con destino a la Isla de la Reina de la Muerte. No estaban sólos, pues en su interior también se encontraba Hyoga, que aún se mostraba muy distante a ellos. - ¡Este aparato es demasiado lento! – protestaba Seiya - ¡Ha este paso no llegaremos nunca al Monte Fuji! - Lo siento, Seiya – le reprochó Hyoga -, pero todavía no han inventado helicópteros que lleguen antes de despegar… - Jijiji – Shun se rió silenciosamente. Tras incontables aburridas horas de vuelo, el helicóptero llegó a su destino, y dejó a los tres caballeros en tierra firme, quienes se dispusieron a vestir sus correspondientes armaduras, a excepción de Seiya. - ¡Seiya! ¿Estás seguro de que quieres enfrentarte a los caballeros negros sin tu armadura? – le preguntó Hyoga. - Es mi deber de caballero hacer frente al enemigo, aunque no posea mi armadura – respondió Seiya. - ¡Espera, Seiya! ¡Se acerca alguien! – dijo Shun. Una persona familiar se acercaba hasta donde se encontraban ellos, portando una armadura a sus espaldas… - ¡Shiryu, eres tú! – exclamó alegre Seiya. A continuación Shiryu depositó la armadura que llevaba a sus espaldas en el suelo, y se desvaneció igual que un fantasma… - ¡Ahhh! ¡¿Pero qué ha pasado?! – exclamó Seiya horrorizado de miedo - ¡¿A caso Shiryu es un fantasma?! - Seiya, fíjate bién – le indicó Hyoga - . Esa caja de ahí… ¡es tu armadura! - ¡¿Cómo?! – dijo Seiya sorprendido. En efecto, se trataba de la caja de Pandora de Pegaso, la cual se abrió por sí sóla para mostrar su contenido. En su interior, se mostraba una Armadura de Pegaso completamente nueva. Dicha armadura se desmontó para acoplarse en el cuerpo de Seiya. Las botas, las rodilleras, el cinturón, los guantes, la pechera y la diadema, de la cual salían unas prominentes alas igual a las de un pegaso. - ¡Sin duda es la Armadura de Pegaso! – exclamó Seiya sorprendido - ¡Pero ha cambiado bastante! ¡Siento que ahora rebosa de un poder del que no disponía antes! ¡Y no sólo eso! ¡Siento también el cosmos de Shiryu en su interior! ¿Cómo es posible? No puedo creerme que la armadura haya sido traída por el espíritu de Shiryu…


A penas Seiya acabó de decir esas palabras, cuando de repente, la caja de Pandora de Pegaso empezó a levitar por sí sóla. - ¡Maldito! – exclamó Shun - ¡Nada puede esconderse ante el poder de mis cadenas! ¡Onda del Trueno! Las cadenas de Andrómeda empezaron a zigzaguear hasta que atraparon a un niño pelirrojo, de muy baja estatura, y con dos grandes puntos en la frente. El joven por fín se mostró ante los demás. - ¡Eso duele! – exclamó el joven. - ¿Quién eres tú? – le preguntó Seiya. - ¡Podrías darme las gracias por haberte traído la armadura! - ¡¿Con lo pequeño que eres, has podido traer la Armadura de Pegaso a pesar de lo pesada que es?! – preguntó Seiya sorprendido. - ¡No subestimes mi apariencia física! – le reprochó el joven – Mi nombre es Kiki, y soy discípulo de Mu de Jamir, Caballero de Oro de Aries. Como Shiryu no podía traer la armadura, mi maestro me pidió que te la trajera. - ¡¿Cómo que Shiryu no podía traerla?! ¡¿A caso le ha ocurrido algo?! – le preguntó Seiya mientras le agarraba fuertemente de los hombros. - ¡Eso duele! – exclamó Kiki – Sólo sé que un caballero debe dar su vida para reparar una armadura. - Entonces… eso quiere decir que… ¡¿Shiryu ha muerto?! ¡¿Por favor, responde?! – le preguntaba Seiya mientras agitaba el cuerpo de Kiki. - ¡Me estás haciendo daño! – le reprochaba Kiki – No sé nada más. ¡Tuve que abandonar Jamir mientras mi maestro reparaba la Armadura del Dragón! - Seiya, déjalo – le dijo Shun - . Está diciendo la verdad. Anímate, no creo que Shiryu esté muerto. - Está bién, Shun – dijo Seiya, en un tono más calmado - . Gracias, Kiki, por traerme la Armadura de Pegaso. - He decidido traer unos cascabeles – dijo Shun, cambiando el tema de conversación - . Gracias a estos cascabeles, podremos saber dónde estamos cada uno de nosotros. ¡Ahora separémonos y vayamos a por los caballeros negros! Acto seguido Hyoga y Shun se adentraron en el Monte Fuji en direcciones opuestas. Pero Seiya se quedó un momento en el mismo lugar. - Kiki, entrégale mi cascabel a Shiryu cuando le veas – le dijo Seiya. - ¡¿Cómo?! – preguntó Kiki sorprendido.


- Estoy convencido de que está vivo, y también estoy convencido de que vendrá aquí – le explicó Seiya - . Por favor, dale mi cascabel cuando le veas. - Está bién, Seiya, así será – le dijo Kiki, en un tono de agradecimiento. Los tres caballeros ya se habían adentrado en el Monte Fuji. Por su parte, Seiya encontró la entrada a una cueva. - ¡Desconocía la existencia de una cueva en el interior del Monte Fuji! – exclamó Seiya sorprendido – Jamás había leído sobre cuevas en el Monte Fuji en las guías turísticas de Japón. Está claro que ésta debe ser la guarida de los caballeros negros. - Jeje, ¡caíste en la trampa, Seiya! – dijo una voz tenebrosa. - ¡¿Quién dijo eso?! – preguntó Seiya. - ¡Yo, el Pegaso Negro! – dijo orgulloso, el sirviente de Ikki. - ¡Vamos, entrégame la Armadura de Oro! – le ordenó Seiya. - ¡No será tan sencillo! - le respondió el Pegaso Negro - ¡Deberás luchar conmigo para conseguirla! ¡Meteoros Negros de Pegaso! Una lluvia de golpes cayó sobre Seiya, quien acabó enterrado bajo innumerables piedras. - ¡Jaja! ¡Jamás pensé que sería tan sencillo derrotar al Caballero de Pegaso! – se jactó el Pegaso Negro – Un momento… ¡se está levantando completamente indemne! - No te será tan sencillo derrotarme – le explicó Seiya - . Mi armadura acaba de ser completamente reparada y es más resistente que nunca, por lo que no he sufrido daño alguno. - ¡Maldito! – le arremetió el Pegaso Negro. - ¡Es increíble el poder del que rebosa mi nueva armadura! – decía Seiya para sí mismo – No ha sufrido un solo arañazo, y siento el cosmos de Shiryu en su interior… ¡Gracias, Shiryu! - ¡Seiya! ¡Muéstrame el poder de esa armadura de la que tanto te sientes orgulloso! – le pidió el Pegaso Negro. - ¡Está bién! – exclamó Seiya - ¡Presta atención a mi ataque! ¡Meteoros de Pegaso! Un sinfín de meteoros cayó sobre el Pegaso Negro, quien acabó con la armadura completamente destrozada y herido de muerte. - Vaya, parece ser que tú poseías la pierna derecha de la Armadura de Oro – dijo Seiya – Ahora dime… ¿dónde se encuentra Ikki? - Idiota… ni aunque te lo dijera, jamás llegarías a tiempo a donde se encuentra él… - dijo el Pegaso Negro en su estado moribundo. - ¡¿Cómo dices?! – preguntó Seiya sorprendido.


- Aún habiéndome derrotado, sabrás por qué el Meteoro Negro también es conocido como “La Muerte Negra”… - dijo el Pegaso Negro justo antes de morir. El rostro de Seiya palideció por momentos, pues no entendía qué era lo que quiso decir el Pegaso Negro con esas palabras. Seiya encontró una salida de la cueva, que le llevó a un lugar más alto del Monte Fuji, donde había restos de nieve. Sin embargo, Seiya empezaba a sentirse asfixiado. - Si todos los caballeros negros son tan sencillos como éste, entonces la victoria será sencilla – decía Seiya para sí mismo - . Sin embargo, siento como mi cuerpo se siente cada vez más pesado. Siento un profundo dolor en los lugares en los que me golpeó el Pegaso Negro. Ante la asfixia, Seiya se quitó su brazalete izquierdo, y observó una marca negra en su brazo, justo donde le había golpeado el Pegaso Negro. - ¡¿Cómo es posible?! – se preguntó sorprendido Seiya – ¡A pesar de llevar puesta mi armadura, los golpes del Pegaso Negro la han atravesado y ha logrado golpearme! ¿Eso quiere decir que el Meteoro Negro me matará lentamente? Seiya se sentía muy acalorado, y decidió quitarse toda la armadura, y se metió un poco de nieve en la boca. - ¡Los moratones negros me están quemando y están creciendo rápidamente! – se lamentaba Seiya. En ese momento, Seiya resbaló y cayó a las profundidades de un precipicio, donde quedó profundamente inconsciente. Por otro lado, Hyoga volvió a encontrarse con el Cisne Negro. Ambos contendientes estaban deseosos de reanudar la batalla que les fue interrumpida en Tokio por el Dragón Negro. - ¡Por fín nos vemos de nuevo, Hyoga! – dijo el Cisne Negro - ¡Esta vez nadie se interpondrá en nuestra batalla! ¡Veamos quien es merecedor de ser llamado Caballero del Cisne! ¡Tormenta Negra! Una ráfaga de afilada nieve se precipitó hacia el cuerpo de Hyoga, quien no hizo el más mínimo esfuerzo por esquivarla. - ¡¿Cómo es posible?! – preguntó sorprendido el Cisne Negro. - Cisne Negro, ya utilizaste ese ataque contra mí en Tokio – le explicó Hyoga - . No lograste hacerme daño alguno. ¿Pretendes arrebatarme el título de Caballero del Cisne con un ataque que sólo es una réplica de mi poder? - ¡No es una réplica! ¡Yo soy el auténtico Caballero del Cisne! – gritaba furioso el Cisne Negro. - ¡Coliso! – Pronunció Hyoga el nombre de su técnica. Un aro de hielo se formó alrededor del Cisne Negro que lo dejó inmovilizado.


- ¡¿Qué es este aro de hielo?! – preguntó el Cisne Negro horrorizado – Un momento, ¡los aros se están multiplicando alrededor de todo mi cuerpo! - Vamos, Cisne Negro, ríndete y entrégame tu pieza de la armadura de oro – le dijo Hyoga. - ¡Jamás! ¡Deberás derrotarme primero para conseguirla! – le respondió el Cisne Negro. - Está bién, como tú quieras – le dijo Hyoga mientras concentraba su energía cósmica – recibe la técnica más poderosa el Cisne Negro antes de morir: ¡Kholodnyi Smerch! Una ráfaga de hielo se precipitó contra el Cisne Negro, que le destrozó toda la armadura y le dejó congelado boca abajo en una pared, con la cabeza y el brazo derecho libres del hielo. Sin embargo, en vez de utilizar su brazo para intentar escapar, decidió utilizarlo para arrancarse el ojo derecho, y utilizó sus últimas fuerzas para tele transportarlo a algún lugar justo antes de morir. - ¿Por qué habrá decidido mutilarse el ojo antes de morir en vez de intentar escapar del témpano de hielo? – se preguntaba Hyoga – En cualquier caso, he logrado derrotarle y conseguir el brazo izquierdo de la armadura. Un momento, ¿qué ha sido eso? Me ha parecido escuchar a alguien escuchar mi nombre… - Hyog… - pronunciaba Seiya desde las profundidades del barranco, pero su voz era demasiado débil como para ser escuchada por alguien. - Habrá sido el viento – pensó Hyoga - . Si fuese Seiya o Shun, escucharía su cascabel. Mientras tanto, en la cima del Monte Fuji se encontraba Ikki, deseoso de saber que los caballeros de bronce habían sido derrotados. - ¡¿Cómo?! ¿Me mandas un mensaje, Cisne Negro? – dijo Ikki - ¡¿Pero qué carajos?! ¿Simplemente me tele transportas tu ojo? Ya entiendo… has utilizado tus últimas fuerzas para mandarme este mensaje. Buen trabajo, Cisne Negro. ¡Gracias a tu mensaje, derrotaré al Caballero del Cisne!


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