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Gerardo A. Cárdenas La Voz del Corazón

lA VOZ DEL CORAZON

G e r a r d o A . C á r d e n a s G .

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La vi pasar y desplazar pausadamente su cuerpo frente a mí. Lo hizo tan despreocupada y silenciosamente que el tiempo pareció suspenderse, pues observarla era un espectáculo ineludible. Intenté reanudar mi lectura, pero mi atención ya había sido completamente turbada y no fue posible. Ella; esa hormiga, seguía en mi nariz.

Normalmente me la habría sacudido rápidamente con la mano, gritando:

«¿Qué haces? ¡Bájate de ahí. Interrumpes mi lectura!», y una vez en el suelo, la habría aplastado de un pisotón. Pero algo pasó… Inexplicablemente mi reacción fue muy diferente. Contuve el aliento y me quedé completamente inmóvil y silencioso, mirándola avanzar y sintiendo el cosquilleo de sus diminutas patas cuesta abajo sobre mi piel.

Se encontró después merodeando por mi mejilla y, como los mosquitos que al sentirse amenazados, saben camuflarse entre claroscuros que les hacen invisibles; llegó a un punto en donde me era muy difícil observarla, al menos desde el comprometido sitio en que me encontraba, es decir: ¡dentro de mí mismo!

Avanzó un poco más, cuando, sorpresivamente… ¡se detuvo!… Quedó congelada en un sitio exacto que forzaba mis ojos a tomar una posición dolorosamente vizca, que sumada a mis cejas arqueadas, mi boca grandemente abierta, y mi lengua de fuera, debe haber producido la estampa más ridícula que se haya visto. Así permanecimos unos segundos eternos; ella como una micro estatua al máximo héroe de las hormigas, y yo como el monumento al más ilustre de los tontos. 11

Un insensato pensamiento atravesó mi mente como un relámpago: ¡»Se ha dado cuenta de que la observas, y quiere saber si se te ofrece algo! Hice un esfuerzo enorme para contener una carcajada. Además recordé que para carcajearse como Dios manda, se necesita una lengua flexible, que bailotee alegremente al interior de la boca, mientras tiene lugar la hilarante reacción, pero mi lengua erecta se encontraba proyectada en ese momento lo más lejos posible de mí, como un dedo flamígero señalando la causa de todos los males del mundo.

Intenté decir: «¡Hola!», pero mi laringe, por obvias razones, sólo produjo un tenebroso gruñido. No obstante la hormiga, giró su cabeza hacia mí y , un segundo después, levantó su patita delantera izquierda, ¡como si saludara! «No es posible», me dije internamente; «mi sa ludo sonó indiscer nible ha sta pa r a un ser huma no…» En este momento la absurda voz en mi cabeza se volvió a escuchar: «Ella no recibió tu saludo verbal, sino el saludo que emitiste desde tu corazón y tu mente, por eso te ha devuelto la cortesía.»

El arco de mis cejas, el diámetro de mis ojos y la longitud de mi lengua se ampliaron casi un centímetro más. Mi camisa estaba empapada de sudor, mi corazón batía como tambores de guerra, y mis pulmones hiperventilaban agitadamente. Luego, cuando ella continuó su camino cuesta abajo, hasta perderse de vista, recuperé por fin la compostura. Ansioso sin duda por confirmar la autenticidad de esta inusual experiencia, la busqué después entre mis ropas, en el suelo y bajo los muebles, pero nunca la pude encontrar.

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