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Manifiéstate

Manifiéstate

De Dhàrma DeLarge

Pues, era de no más de una cuartilla, para que te des una idea. Un cuento corto de un joven que, después de pasar por un momento difícil, se encuentra cuestionándose el destino preparado por Dios. Pidiéndole una respuesta. El caso es que como a la mitad se me hizo muy aburrido, tedioso, trillado. Para no hacerte el cuento largo, no tenía ni pies ni cabeza, el personaje principal era plano, sus motivos superficiales y estaba mal escrito. Lo tiré. Por esos años todavía vivía con mi mamá, en una casa frente a la farmacia, ¿te acuerdas? La del portón rojo. A ella le gustaba mucho lo que escribía yo. Mi primera y única fanática. Después de que me fui a Francia deje todo en la casa, ni mi maquina me lleve. Bueno, pues, la navidad pasada decidí regresar a visitarla. Ella ya llevaba un tiempo enferma y me pesaba no poderme despedir de ella. Bien sentimental yo. La fui a cuidar y pasé unas semanas ahí. Como para la tercera lectura de un catálogo de Avon, ya estaba tan aburrido que me puse a revisar todo cajón con el que me topaba. Vi de todo; fotos viejas, botones de todos los tamaños, libros de autoayuda noventeros y entre tanta basura encontré, literalmente, mi basura. Ahí, al lado de su kit de costura había una cajita de esas que te dan de recuerdo en las primeras comuniones o en las bodas. Dentro, un tesoro. Un total de 30 o 40 hojas desbaratadas. Resulta que, sin que yo lo supiera, ella revisaba mi basura, rescatando uno que otro papel que creía que algún día sería importante para mi carrera. Y que me pongo a leer. Y entre tanta porquería escrita, me encuentro ese texto; del que te quería hablar. El caso es que se leía así:

“Las gotas de lluvia hacían un ruido terrible al golpear la ventana de su lado derecho y pensó que era demasiado cliché llorar mientras afuera hay una tormenta, pero ¿para qué llueve si no es para exponer los sentimientos más profundos de la naturaleza? Era quizá una forma en que la tierra podía replicar aquello que el ser humano parecía hacer tan fácilmente; lamentarse. El sabor salado en sus labios actuaba como una especie de recuerdo de aquél amor que, esa tarde, por su incongruencia había perdido y que probablemente nunca regresaría. Lentamente, como de manera involuntaria se había empezado a levantar de la silla y a caminar como aquel que no tiene un rumbo especifico, un zombie. Así se sentía, a la merced de algo más que no tenía nada que ver con él. Suspiró y como aquel que quiere decir algo que sabe que nadie escuchará, susurró: Oh, Dios. Yo sé que tú me creas conforme abro los ojos y respiro. Cada paso dado es tuyo. Pero aún así me pregunto, ¿Qué será de mí?” ¿Ya viste?, te dije que estaba feo. “Si muero caeré de nuevo al mar. Como una gota derramada que se evapora por el calor del día. Señor, si escuchas esto dame una señal, solo una quiero. Para saber que me escuchas, que me oyes, que me ves. ¿Qué puedo hacer para que me la des? Estoy aquí, sentado de rodillas suplicándote. Dime algo”

Creo que era más como un romance fallido combinado con una exploración filosófica existencialista de carácter adolescente. Pero ahora tenía un par de ideas para continuarlo. Me senté a escribir. La máquina obviamente no tenía tinta después de tantos años sin usarse. Pero así, con una pluma, le seguí.

“Una sombra apareció y él, todavía sentado en el piso logró cubrirse antes de que esta lo cegara. Como un rayo cuando golpea a un árbol estas palabras le retumbaron la cabeza; una voz seria, le recitaba «Oh, hijo mío, aquí estoy. Ya por fin tengo una respuesta a tus súplicas, ¿quieres verme? Abre los ojos, que aquí estoy».” Ya era tarde, dormí. Al día siguiente me senté en el escritorio y lo releí. A mi sorpresa, escrito en perfecta ortografía y en máquina... la hoja tenía una sola frase «Lo sabía». Desconcertado volví a mi cuarto. Una tenue luz, un portavasos de corcho y música de fondo. Me senté. Algo más. Y tal vez solo para probar darle un nuevo género de terror al cuento escribí «Sí, hijo mío aquí estoy, álzate para mí, te quiero ver». Esperé. No sé a qué, verdaderamente. Porque no creía que mágicamente estas cosas pasaran. «¿Sí me escuchas? ¿Te llegan todas las palabras?» conforme más escribía parecía que este joven del otro lado de la página estaba verdaderamente interesado en tener una relación conmigo. Y así, por varios días me comuniqué con aquél que creía que yo, un escritor de tercera, era su dios. Reflexionándolo cada noche se volvía más y más digerible la idea de que tal vez, en realidad sí era su dios. Hasta que un día me pregunto por qué lo había creado, que cuál era su propósito. Yo, tratando de no lastimar a alguien o a algo, no me atreví a decirle que era solo un cuento corto. Que no tenía ninguna razón de ser más que para distraerme de la pronta muerte de mi mamá. Dejé de escribirle. Y esperé, hasta que él también dejara de escribirme. Mi mamá murió y tiré todos aquellos papeles. Pero, te contaba estas cosas porque ahora sé que hay algo más allá ¿No? Digo, si yo estoy arriba de algo, supongo que algo debe estar arriba de mí. En fin, no espero una respuesta, pero me gustaría tenerla. Así que si escuchas esto, o tal vez, como yo lo estás escribiendo, sería bueno que te manifestaras.

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