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El sueño del pelipintao'

El sueño del pelipintao’

Por Carlos Guineo

Amo a mi marido. Me casé con él hace cinco años. Y desde hace cinco años que dormimos juntos, cada noche, sin excepción.

Él me dijo que empecé a roncar. Yo no entendía en qué momento lo hacía si pasaba las noches despierto porque no sé qué se soñaría él que no se quedaba quieto. No dormíamos bien y no teníamos el dinero para ir a esas terapias de pareja.

Sus amistades de la universidad nos decían que abriéramos la relación. Qué si dormíamos en casa de otros tipos el ambiente en la casa se relajaría. Algo así como liberación de la ira monogámica capitalizada. Amo a mi marido, pero odio a los intelectuales fingidos de sus amigos.

La solución que encontré fueron pastillas para dormir. Una sola pasta dos horas antes de acostarme era suficiente para que los químicos me relajaran. Un silencioso sueño farmacéutico.

Durante un tiempo tuve de esos sueños de pantalla apagada. Así les decía cuando el paso de las ocho horas en las que descansaba se sentía como un chicle de yerbabuena, se estiraba y se encogía, mientras yo observaba en una pantalla apagada el reflejo de ninguna cosa.

Luego vinieron los sueños en el campo de flores. Me veía corriendo descalzo sobre esa hierba mojada, acompañando a los cucarrones que volaban a mi lado. El sueño del cacique cucarrón.

Pero las cosas se empezaron a complicar cuando apareció en mis sueños el pelipintao’. Cada vez eran menos las noches en las que me soñaba en campos de flores o sentado frente a una pantalla viendo nada.

En estos sueños me veía acostado en la cama de un hombre pecoso que tenía doce perforaciones, las contaba en cada sueño, un arito plateado más pequeño que el anterior a medida que la mirada subía por cualquiera de las dos orejas. Algunas veces tenía el pelo teñido de azul eléctrico, otras era de un verde neón o de un naranja volcánico. En cada sueño una tintura distinta, en cada encuentro un color diferente.

El sueño del pelipintao’ era cada vez más frecuente. Con el tiempo empezó a decirme cosas desde lejos, lanzaba palabras dulces, formas de coquetear que no conocía, tampoco las recordaba después de beberme el café de la mañana, solo quedaba la sensación de cosquillitas en la punta de la lengua.

Amo a mi marido, pero me dormía más temprano. Amo a mi marido, pero me tomaba la pasta a las 4 de la tarde. Amo a mi marido, pero ya ni le daba las buenas noches. Amo a mi marido, pero no amo a los pachamamertos de sus amigos, no amo que orine con la puerta abierta, no amo que hable tan fuerte por teléfono, no amo que hace años no le ponemos comino a la comida porque él no ama el comino como yo sí lo amo. A veces creo que amo más el comino de lo que amo a mi marido.

Empecé a dormir en los descansos del trabajo para encontrarme en el jeep del pelopintao’. Lo veía conducir mientras cantaba canciones de reggae, la luz iluminaba su pelo lavanda traslúcido, verde saltamontes o azul delfín.

Mi marido no me ama. Eso me dijo esta mañana después de despedirme del pelopintao’. Me dijo que me paso toda la noche roncando y todo el día dormido en los laureles. Que había que divorciarnos pronto, que nos habíamos casado muy jóvenes, que hace meses no me desea, que no recuerda por qué me pidió matrimonio, que no soportaba conocer mejor mis párpados que mis pupilas.

No le di importancia, no me interesaba seguir con él. Comenzamos el proceso de divorcio y me fui a vivir a un apartaestudio con un colchón, un par de muebles y una mininevera.

La primera noche no me preocupé, la segunda noche tampoco, la tercera noche me tomé dos pastillas y a las dos semanas me había tomado la mitad del frasco. Solo sueños de pantalla apagada e infinitas horas de cucarrones y yerbabuena. No pude encontrar esos pelos verde limón, gris perlado o fucsia saturado.

Amo al pelipintao’ y extraño contarle los aretes de la oreja izquierda mientras manejaba su jeep. Dejé de tomar las pastillas para dormir porque me daban taquicardia y ahora el té de manzanilla me genera malestar estomacal. Terminamos el papeleo. Ya no estamos casados. Ya no es mi marido. No amo a mi marido, no amo a mi exmarido.

Cuando se hizo de noche me acosté bocarriba sobre el colchón, me arropé con las cobijas, me quedé mirando al techo, cerré los ojos y dormí como nunca en mi vida había dormido. Al día siguiente me di cuenta de que no había soñado nada.

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