Diversas Pero No Dispersas N7

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DIVERSAS PERO NO DISPERS A S

Boletín de diversidad sexual y de género

NÚMERO 7

© FransA / Pexels

La ley LGTBI, ¡ya es una realidad!

Bienvenidos/as a este nuevo número del Boletín de Diversidad, el primero que publicamos con la nueva Ley LGBTI ya aprobada.

Amnistía Internacional considera que esta ley es muy positiva para las personas LGBTI. La autodeterminación de género ha dominado el debate público sobre la ley y ha invisibilizado en ocasiones que el texto aprobado plantea mejoras en aspectos críticos para los derechos humanos, como son la elaboración de una estrategia estatal para la igualdad de trato y no discriminación de las personas LGBTI, la prohibición de la mutilación genital intersexual y las terapias de conversión, medidas en el ámbito de la educación, para combatir la discriminación laboral o en el campo del derecho a la salud. Sin embargo, la ley no es perfecta. En primer lugar es necesario dotarla de suficientes recursos para que su puesta en marcha sea posible, y que las autoridades den el impulso que aún falta para que algunas de las medidas se hagan realidad. Por otro lado, han quedado fuera del texto aprobado algunas cuestiones importantes: la ley no reconoce las identidades no binarias, no se garantiza a las personas trans el acceso a prestaciones sanitarias específicas dentro del sistema público de salud, en el poder judicial sigue siendo escasa la formación obligatoria sobre delitos de odio y diversidad y no se garantiza que las personas LGBTI que solicitan asilo puedan hacerlo de forma ágil y efectiva, entre otras cuestiones.

El debate público sobre la autodeterminación de género ha estado rodeado de polémica. Desde Amnistía Internacional defendemos desde el principio que la falta de reconocimiento

legal de las personas trans —incluidas las menores de edad— puede suponer una vulneración de sus derechos que las expone a más discriminación de la que ya sufren a diario. Para estas personas, tener un documento de identidad que refleje su identidad de género es de vital importancia para el disfrute de sus derechos humanos.

Ahora sí, esperamos que disfrutéis mucho con este boletín. ¡Comenzamos!

© Bruna Sonore / Pexels Por el Equipo de Diversidad de AI España
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1. Entrevista a Mónica Martín

Nos encontramos con Mónica en la sede de la Fundación 26 de Diciembre (26D), fundación que tiene como objetivos, entre otros, el apoyo especializado y profesional a personas mayores LGTBI, la atención residencial y la gestión de recursos sociosanitarios para este colectivo.

Mónica es una mujer trans que inició su activismo en los años ochenta y, desde entonces, no ha dejado de trabajar por y para los derechos de las personas trans en nuestro

país. Habla rápido y sabiendo lo que dice. Todo lo que comparte lo ha visto, lo ha vivido y lo ha luchado. No es fácil resumir una hora y media de conversación sobre el derecho a la protesta en España en los años ochenta y noventa, ¡pero lo vamos a intentar!

Gracias, Mónica, por tu trabajo todos estos años y, sobre todo, por la generosidad con la que has compartido esta parte de tu ¿vida? con nosotros.

© AI
Por Ana López, Gustavo Bonache y Daniel Guzmán, del Equipo de Diversidad de AI España
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1. Mónica, tú no eres de Madrid, ¿no? ¿Qué te encontraste en esta ciudad en los años ochenta?

El proceso de identificación era muy duro en aquellos tiempos, finales de los años setenta, porque no tenías nada de información ni de referentes. Yo no sabía qué me pasaba, pensé que era homosexual. Me daba cuenta de que me gustaban los hombres, pero yo no quería que los hombres me vieran como otro hombre, sino como una mujer. Envidiaba a mis compañeras de clase con sus lacitos, sus melenas… Y vi que ahí pasaba algo, que yo no era homosexual, sino que había algo raro. Entonces empecé a mirar revistas, como Party, donde empezaron a salir personas trans. “Travestis” era el término entonces. Y fue cuando me dije: “¡Anda, claro, hay gente como yo!”. Este fue mi proceso de identificación.

Cuando vine a Madrid ya había iniciado un proceso hormonal por mi cuenta. Las hormonas que conseguíamos nosotras eran un antiabortivo, que nos lo daban en la farmacia y nos lo pinchábamos a criterio nuestro. O sea que no existía control ni diagnóstico ni nada. Era el boca a boca. En mi caso, yo tendría 17 años, vi a una trans en Sevilla, me fui detrás de ella y le dije: “Niña, yo quiero ser como tú”.

Yo me fui de mi casa, me vine a Madrid en el año 82, y aquí es donde empecé ya el proceso definitivo. Fui buscando por la calle… Me

2. ¿Qué te motivó a hacerte activista?

El activismo vino porque era necesario. Nos machacaban mucho, había todos los días redadas, detenciones, nos aplicaban escándalo público, porque yo ya no llegué a la Ley de Vagos y Maleantes sino un poco después. Con la Ley de Peligrosidad Social te detenían, te tenían 72 horas retenida: un día en comisaría, otro en Sol, en la Dirección General de Seguridad, y otro en el juzgado de Plaza Castilla, y luego ya te soltaban. O te llevaban al juzgado de distrito y allí te exponías a que el juez dictara arresto en Carabanchel. Yo me libré de Carabanchel de milagro porque me busqué un abogado y acabó en arresto domiciliario.

Según nos cuentan compañeras de la Fundación, en los años setenta y ochenta la policía las detenía a cualquier hora sólo por transitar por la calle. En aquellos años ibas a un centro penitenciario de hombres, siendo mujer trans. No fue hasta finales de los noventa cuando se consiguió que fueras a un centro penitenciario adecuado según tu identidad de género. Era muy duro, sobre todo a nivel de abusos sexuales en las cárceles.

Por este y otros motivos tomamos conciencia de que teníamos que organizarnos. También estaba el tema

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Fundamos Transexualia en 1987 y tuvimos las primeras reuniones con Ana Tutor, la gobernadora civil de Madrid, para impedir ese tipo de cosas. Ella se portó fenomenal y ahí es cuando se fue frenando un poco el acoso policial.

Transexualia al principio era un grupo que reivindicaba de forma independiente. Luego, en los noventa, vimos que había que estar dentro de los colectivos para tener más fuerza, y ya los colectivos de gais y lesbianas empezaron a entender que también formábamos parte.

¡Me costó mucho! Porque sumar la “T” era muy bonito para las subvenciones, la foto… Pero claro, la “T” era jodida porque había que reivindicar el tema del trabajo sexual y la cuestión era sensible. Había muchas cosas que a la gente le chirriaban… “Pero es que si queréis la T, la T tiene esto”, les decía.

Después tomamos conciencia de nuestros derechos. Surgió la primera resolución del Parlamento Europeo, en el año 89, que era una recomendación a los países miembros de tomar medidas para las personas trans. Tenía 14 puntos y hablaba de prestaciones económicas, temas de desempleo, vivienda, sanidad, etc. Y entonces, con eso, ya fuimos a todos los ministerios: “Mire, es que esto lo está diciendo Europa, si somos Europa hay que cumplirlo”.

3. ¿Cómo era el derecho a la protesta en los años setenta y ochenta?

Éramos un grupo LGTBI de personas que reivindicaban sus derechos no de una forma festiva, sino más sindical, de trabajadores/ as luchando por sus derechos. Éramos muy poquita gente, con espacios de manifestación más reducidos. Utilizábamos eslóganes tipo: “Detrás de las ventanas,

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también hay lesbianas” o “Entre los mirones, también hay maricones”.

En aquellos años no había redes sociales y era más difícil contactar para convocar a las personas, pero nos reuníamos en asambleas presenciales con mucha participación. Todo era más personal, más primario y, después de la asamblea, socializábamos y salíamos.

Actualmente, en mi opinión, el movimiento LGTBI se ha politizado y mercantilizado.

Ahora estoy en el sindicato Las Otras. El otro día estuve en una manifestación frente al Congreso apoyando la petición de derechos para las trabajadoras sexuales. También afecta a muchas mujeres trans, y echo en falta el apoyo de los colectivos LGTBI en este tema.

Pero hay que seguir acudiendo al Congreso, hay que protestar, porque si no protestas no existes. Por eso hay que protestar.

4. ¿Cómo ves la situación de las personas trans en países con legislaciones más restrictivas?

Cada país tiene que hacer su proceso, como hicimos aquí. Es evidente que en esos países hay más personas trans ocultas que visibles, para poder sobrevivir, porque una vez que sales ya estás expuesta.

Yo no salí del armario, yo me puse en una vitrina para que todos me vieran. También por esto no todas las personas trans son visibles.

Actualmente la mayoría de las mujeres trans que ejercen la prostitución en España son de países en los que no tenían unas garantías mínimas de supervivencia y se han venido aquí en busca de una seguridad personal y jurídica; pero la falta de papeles y el hecho de ser trans las lleva a ejercer la prostitución como salida laboral.

5. ¿Cómo ha cambiado la situación de las personas trans en España?

Sin duda ha mejorado mucho. Yo he vivido cosas que no pensé que iba a ver jamás: como el matrimonio igualitario o que la sanidad pública madrileña incluyera entre las prestaciones los tratamientos para las personas trans.

La situación sanitaria también ha cambiado para bien. Antes ni te miraban a la cara porque los médicos no sabían ni cómo tratarte, les generaba conflicto el hecho de tenerte delante. La gente se hormonaba por su cuenta, hacía barbaridades. La cirugía de reasignación tenía que ser privada, fuera de España, con cirujanos que te cobraban una burrada y te hacían destrozos. Si salía mal y te morías, a tomar por saco.

Y luego, cuando llegó el VIH, nos convertimos en apestadas. ¡No nos dejaban entrar ni en los bares de Chueca! Aumentó muchísimo la marginación en la que ya vivíamos.

Por su parte, el “colectivo gay” (tal como se decía en aquella época) era bastante tránsfobo. Nos costó mucho, a mí y a otras compañeras, incluir la “T”, porque se asociaba casi exclusivamente a la prostitución y eso generaba rechazo. Ha habido que trabajar mucho para conseguir incluir a las personas trans en las demandas del colectivo.

“Me he pasado la vida luchando por un carnet, por un DNI que a cualquiera no le costaba nada conseguir”.

6. ¿Qué nos falta por conseguir?

En mi opinión, hay que regular el derecho al trabajo sexual porque es una salida laboral legítima para muchas personas que no encuentran otra forma de subsistir.

Yo fui una de las fundadoras de Hetaira en 1995, el primer colectivo en defensa de

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las trabajadoras sexuales. Muchas personas trans que se dedican a esta actividad se están viendo afectadas por esa falta de regulación.

También es muy importante el tema de la educación. Si no se modifica la conducta de los que vienen, van a repetir los mismos errores.

7. ¿Qué te motivó a continuar con tu activismo?

Siempre he tenido vocación solidaria. He hecho voluntariado desde los 14 años. Para mí, ayudar es muy gratificante: recibo más y más por cada experiencia vivida y por cada aprendizaje, lo que es una satisfacción tremenda.

De ahí que gran parte de nuestra lucha me haya compensado. Me emocioné mucho cuando se aprobó nuestra Ley en el Congreso en 2007. ¡Todo el trabajo fue reconocido! Eso te ayuda mucho y te hace pensar en la gente que ha caído, que ya no está.

Por mi parte, aunque creo que el activismo no se deja nunca, ya no estoy en la primera línea. Ha de venir gente más joven.

8. ¿Colaboras en la Fundación 26 de Diciembre?

En las personas mayores LGTBI hay mucha soledad porque no tenemos hijos. Además, las residencias de ancianos no son espacios de visibilidad y hay que trabajar por poder vivir nuestra vejez con normalidad, pudiendo hablar de nuestra vida sin que nadie nos juzgue.

En la Fundación puedo compartir libremente mi vida con otras personas: comemos, hacemos actividades y, además, me preparo para envejecer viendo a los mayores que vienen aquí. Yo aprendo mucho de los mayores.

Esta Fundación trabaja por las necesidades específicas de las personas mayores LGBTI y hace incidencia política en este sentido. Hay que lanzar el mensaje de la diversidad en la tercera edad.

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2. La protesta para que reconozcan nuestra identidad El caso de las activistas paraguayas Yren Rotela y Mariana Sepúlveda

Yren Rotela y Mariana Sepúlveda. Esos son los nombres de las dos activistas trans cuyos derechos han sido vulnerados recientemente en Paraguay, junto con los de otras muchas compañeras LGTBI. Estos dos nombres se suman a la larga lista de personas trans que no pueden ejercer sus derechos ya que las autoridades de sus países no reconocen legalmente su identidad.

El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Memoria Trans. Este día nos recuerda la importancia de reivindicar el papel de todas aquellas personas que cada día defienden los derechos del colectivo trans, personas como Yren y Mariana.

Yren lleva años trabajando como activista y luchando por los derechos de las personas trans en su país desde hace años. Por su incansable labor, Amnistía Internacional le concedió en 2015 el premio Peter Benenson a la Defensa de los Derechos Humanos. Algunas de las organizaciones y movimientos de las que ha formado parte son la Federación de Mujeres del Paraguay, de la que es directora; Movimiento por el Derecho a la Salud María Rivarola; la Red Lactrans de Latinoamérica y el Caribe; y la Red Paraguaya de la Diversidad Sexual.

Por su parte, Mariana Sepúlveda es actualmente la secretaria general de la organi-

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zación Panambí: Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros

Ambas nacieron en Paraguay, un país que no permite el cambio legal del nombre ni del marcador registral de género a las personas trans, negándoles cualquier posibilidad de ver reconocida su identidad. Esta situación las invisibiliza y supone una vulneración constante de sus derechos, ya que acciones cotidianas como ir al médico u obtener el certificado escolar requieren un documento legal de identidad.

Es precisamente en este contexto cuando, en 2016, Yren y Mariana solicitaron un cambio de nombre ante el Poder Judicial de Paraguay, siendo las primeras mujeres trans en hacerlo. En primera instancia recibieron

una sentencia favorable, pero posteriormente esta resolución fue recurrida por la Fiscalía y ambas han tenido que lidiar, desde entonces, con multitud de trabas judiciales para que se reconozca su identidad. Por ello acudieron a la Corte Suprema de Justicia, en cuyas manos está actualmente que Paraguay reconozca legalmente la identidad de las personas trans.

El pasado 21 de septiembre, estas dos valientes activistas anunciaron que recurrirían la inacción del Estado paraguayo ante el Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, ya que el no reconocimiento de sus nombres es un acto lesivo de sus derechos humanos y constitutivo de discriminación por identidad de género.

Si quieres contribuir a garantizar que Paraguay respete los derechos de las personas trans, escribe una carta a las autoridades de este Estado, tal como te proponemos aquí, para que se garantice el derecho de Yren y Mariana a una identidad.

©Pexels
¡ACTÚA! BOLETÍN DIVERSIDAD SEXUAL Y DE GÉNERO NÚMERO 7 9

3. Las identidades trans en el cine: Rompiendo poco a poco las historias estereotípicas

Por Marcos Carrasco, autor del blog de cine @los10escalones. Amanda, Sophia, Chloe y T se desnudan como ciudadanas y ciudadano de la metrópoli que ha dado cabida al desarrollo en un país tan hipócritamente ambiguo como es Estados Unidos. En I Hate New York (2018), el cineasta español Gustavo Sánchez da voz a personas trans acogidas y expulsadas casi a partes iguales de una ciudad que gracias a su heterogenia ha sido capaz de prender la mecha ante el rechazo. Siguiendo la estela de otras obras como Paris is Burning (Jennie Livingston, 1990), mucho más importantes como manifiesto socioartístico, aquí la supervivencia en la subcultura underground se lee mirando al pasado a través de identidades que hablan en primera persona, de sus triunfos como meros individuos y de los fracasos fruto de la discriminación. Fracasos que van desde la expulsión hasta la misma muerte, autoinfligida o no

© Silent SoundSistem & Colosé Producciones DIVERSAS PERO NO DISPERSAS 10

El cine ha tardado mucho en escuchar estas voces y en darles espacio. Paralelamente a la sociedad, las primeras historias en las que las personas trans eran tratadas más allá del travestismo, como personajes no circenses y con nombre y motivaciones propias, surgían desde lo experimental y lo underground, desde la desconexión de una norma regida por la industria hollywoodiense. Con los nuevos cines europeos, apareció una de las figuras más importantes de la mirada LGTBIQA+ cinematográfica: Ranier W. Fassbinder, un cineasta bisexual artísticamente reconocido en su corta pero prolífica vida que mostró abiertamente en lo cinematográfico su mundo, este mundo inadaptado. En Un año con trece lunas (1978), el director alemán muestra a Elvira, una mujer trans que desde su primera aparición, en una violenta escena de cruising, es víctima del escarnio. Elvira dejó atrás una identidad y a su mujer e hijo para contentar a un hombre, un hombre que no la quería antes y ahora la desprecia como mujer. El reflejo de un alma que, pese a forjarse en la esencia, siempre estará destinada a no ser reconocida y a vivir en la melancolía, atravesada por la desesperanza. Fassbinder borda el papel de representante de las realidades ignoradas. Esto resuena en su propia vida. La vida del escondite, la del falso delincuente obligado a ocultar sus emociones en la privacidad de su propia casa o a exponerlas a los peligros de la clandestinidad.

En este subgénero, las historias desgraciadas son las que han sabido hacerse un hueco entre el público. Una muestra de las dificultades que marcan su devenir en la no ficción. Con Boys Don’t Cry (Kimberly Peirce, 1999), el audiovisual americano deja atrás el bourlesque y la

representación de nicho y logra un alcance como pocas veces antes una historia trans había conseguido, pero como de costumbre agarrándose a lo trágico, y encarnada por una Hilary Swank merecedora de su primer Oscar. Un true crime en el que se reivindica por qué y no cómo ni cuándo. Dibuja con detalle a la víctima y a trazos toscos a los verdugos. Una denuncia al salvaje temperamento y a la educación frágil de una población, la de Nebraska en este caso, que ocupa más de dos tercios de un mapa, el estadounidense.

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© Fox Searchlight

Los actores cis han copado, como quien dice hasta antes de ayer, este duro trabajo de carga identitaria. En la mayoría de los casos, un comprometido esfuerzo que merece el aplauso de los intérpretes, pero que no puede ser ajeno a la crítica de la sociedad. Historias casi siempre empeñadas en subrayar el significado punitivo de haber nacido equivocado, que pretenden remover a la sociedad y visibilizar un daño que ha estado, está y estará. Pero en los últimos diez años, la generación de quienes llevan al cine estos discursos comienza a educarse en el progreso y, aunque la realidad siga apartando estas historias hacia el lado oscuro, la identidad se defiende en primera persona y con las uñas fuera, y no desde una tumba o desde la memoria de quienes lo intentaron pero cayeron en combate. Un ejemplo idílico de este cambio es el del magnífico Sean Baker (The Florida Project), quien en 2015, con su primera película,

se atrevió a retratar el día de Nochebuena de dos trabajadoras sexuales trans en el despersonalizado Los Ángeles. Tangerine hace humor de lo social. Cámara en mano, se desarrolla como una road movie callejera en la que Alexandra y Sin-Dee muestran con normalización la “etiqueta” de quiénes son. Una historia de amistad que, a pesar de la dureza que se extrae de ella, es capaz de calar con esperanza. La cárcel, el trabajo sexual y el abuso en estos ámbitos tienen nuevos protagonistas, aunque desgraciadamente esto signifique que la persona trans sigue teniendo un papel relegado a la marginalidad. Pero esta realidad ya deja de ser marginal para nuestros ojos y se muestra sin un muro de acero por delante, que antes sólo era capaz de romperse por la excepción del artista rebelde.

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© Magnolia Pictures

¿Qué está pasando en otros países?

El pasado 1 de febrero de 2023, Finlandia aprobó una nueva ley que suprime el requisito impuesto a las personas trans de estar esterilizadas y obtener un diagnóstico psiquiátrico para conseguir el reconocimiento legal de la identidad de género. Sin embargo, a pesar de este significativo avance, la nueva ley sólo introduce un sistema de reconocimiento legal de la identidad de género para personas adultas.

El pasado febrero también se hizo público el último estudio de Amnistía Internacional Estados Unidos sobre discurso de odio en redes sociales. En la encuesta, centrada en Twitter, el 60% de afirmó que el discurso de odio y abusivo había repercutido en su forma de utilizar la plataforma; y 8 de cada 9 activistas reconocieron que les afectaba en su forma de contribuir al cambio. Un 65% de las personas encuestadas aseguró que en Twitter había más discurso de odio y abusivo que en otras plataformas.

Desde Amnistía Internacional cerramos oficialmente el caso de Yulia Tsvetkova. Tras la desestimación del recurso de apelación contra su absolución a finales del año pasado, la activista por los derechos LGTBI y de las mujeres ya no se va a enfrentar a la pena de cárcel por sus ilustraciones de vaginas, que habían sido catalogadas por Rusia como “material pornográfico”.

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© Pexels · Lisa Fotios + Abby Chung
© Astrobobo/ Pexels AMNISTÍA INTERNACIONAL ESPAÑA C/ Fernando VI, n.º 8 – 1º izda 28004 Madrid Tel.: 91 310 12 77 Abril de 2023. Las opiniones de colaboradores/ as externos participantes en el blog no representan necesariamente el posicionamiento de AI.

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