Introducción Platón (427-347 a.C) hablaba de la existencia de la dimensión y el mundo inteligible, el de las ideas, mientras Aristóteles (384 a. C.Calcis, 322 a.C.) reconocía que somos alma, cuerpo y razón. Entre ambos, precursores de la filosofía griega y pilares de nuevas construcciones filosóficas futuras, lo común era la existencia innegable de una dimensión metafísica, más allá de lo corporal en el ser humano. Partiendo de esta premisa, diremos que cada uno de nosotros necesita un vehículo para vivir en esta experiencia humana el cómo percibir esas dimensiones superiores, este lo constituye el cuerpo físico el cual, entre otros aspectos de su carácter limitado requiere nutrición y cuidados. Dado que todo humano busca “su bienestar”, muchos teóricos han defendido su propia tesis acerca de la felicidad, unos centrándola en el concepto subjetivo de “éxito”, otros en el cui-dado corporal o en el alimento “álmico”. El mismo Aristóteles desarrolla la tesis de la felicidad como una virtud que concibe la fortaleza, la templanza, la justicia, la prudencia y la inteligencia como indicadores de esta. De lo que ha vivido el humano en aproximadamente 300,000 años de historia, se ha podido comprobar que atender una sola dimensión de las muchas que conforman la humanidad no resulta en una gestión eficiente de la felicidad. Quiero decir, no es sólo la paternidad, el ejercicio profesional, la conquista del amor eros, la práctica sacerdotal lo que trae la felicidad en sí, pues todos estos espacios se muestran como medios y no como el fin en sí mismo. Desde el punto de vista de la dimensión de lo que podemos llamar espiritual diremos simplemente que se manifiesta en que todo lo que sucede tiene un sentido y un propósito porque aporta a la paz y la felicidad en sí, aunque no lo entendamos desde el punto de vista en que actualmente estemos situados.
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