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Reflexiones finales en la Clausura del V Encuentro Mundial de Cofradías por Segundo L. Pérez López

REFLEXIONES FINALES EN LA CLAUSURA DEL V ENCUENTRO MUNDIAL DE COFRADÍAS

Segundo L. Pérez López Deán del Cabildo de la S.A.M.I. Catedral de Santiago

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Quiero saludarles en nombre del Sr. Arzobispo que no ha podido asistir pero que ha estado muy presente en todo momento, siguiendo muy de cerca los trabajos de este V Encuentro Mundial de Cofradías y Asociaciones del Apóstol Santiago.

A todos los que habéis hecho posible la buena marcha de este encuentro que el Señor, por intercesión de Nª Sra. La Virgen Peregrina y Santiago Apóstol, os conceda toda clase de bienes.

Los caminos de Santiago descritos en el Libro V del Liber Sancti Iacobi se poblaron de peregrinos movidos por su devoción, por su piedad, por un ambiente renovador y por una nueva espiritualidad que buscaba en el santuario compostelano y en sus caminos la oportunidad de un cambio personal, una catarsis, que llevase al individuo a un reencuentro con Dios. El impulso inicial de toda peregrinación cristiana medieval lo proporcionan la devoción a los cuerpos santos y la fe en el milagro.

En los siglos centrales de la Edad Media estas creencias potenciarán el camino de Santiago como privilegiada vía devocional y sacra; un camino terrestre íntimamente ligado a lo supranatural, capaz de transmitir los valores espirituales y culturales generados por la cristiandad latina medieval.

A partir de entonces la fuerza de esta peregrinación residirá en la vivencia individual y colectiva de la religiosidad, aunque dado su carácter multifuncional, fruto de toda creación humana compleja, el camino de Santiago también será vía de comercio e intercambio, de estrategia política y militar. En cuanto a Compostela, la meta de la peregrinación occidental, durante el siglo XII será generalizado el conocimiento de la ciudad como lugar sagrado y nuevo centro de poder. No sólo por el significado político e institucional de su señorío, ni por su capacidad creciente en la recepción de ofrendas, rentas y privilegios, sino sobre todo por el alcance simbólico y espiritual que tenía para la sociedad cristiana de la época, por su papel rector, junto con Roma y Jerusalén, en las peregrinaciones masivas del mundo occidental.

El apogeo de Compostela, con todas sus dimensiones incluida la dimensión artística y la proyección europea del arte románico en su dimensión de ida y vuelta, quizás haya que situarlo ya en el siglo XII, aunque la abundancia de peregrinaciones proseguirá en los siglos XIII y XIV. Los peregrinos venían entonces de Francia, Italia, Europa Oriental y, sobre todo, de los Países Bajos, Inglaterra y Alemania. A causa del gran número de peregrinos, puede decir el Códice Calixtino que la basílica compostelana no cerraba nunca sus puertas.

La historia del arte, por su parte, no ha dejado de señalar la difusión a lo largo del Camino de Santiago de ciertas características estilísticas, tanto de Francia a España como en la dirección contraria. De esta forma, el contacto de los peregrinos con los reinos hispánicos, cruzados por el Camino, aportó al románico francés elementos decorativos de clara raigambre árabe como el modillón de lóbulos y el arco modulado. Y es que los peregrinos entraban en contacto a la vera del Camino no sólo con mercancías árabes, sino también con ecos diversos de la cultura árabe, en particular con construcciones o detalles de las mismas, en que su influencia resultaba patente, como por ejemplo ocurría con el mudéjar de Sahagún o con iglesias como la del Santo Sepulcro de Torres del Río en Navarra.

En algunos casos esa difusión a lo largo del Camino es atribuido a un mismo maestro que encuentra trabajo en distintas villas del Camino, como es el caso del maestro, que hace la portada de las Platerías de la catedral de Santiago de Compostela y que también trabaja en Pamplona.

Si bien la historia del arte se ha ocupado sobre todo de la posible relación entre el Camino de San

tiago y el románico, huelga decir que también se le podría seguir la pista a la difusión del gótico a lo largo del mismo, pues no faltan a su vera magníficos ejemplos del gótico de influencia francesa (v.gr. la catedral de León y el claustro de la catedral de Pamplona). Pero una cosa es que a lo largo del Camino se encuentren similitudes entre diversas obras artísticas y que quepa seguir los desplazamientos por él de determinados maestros y otra distinta es que se pueda hablar de un arte específico del Camino de Santiago. Hoy la mayoría de los historiadores del arte discrepan de sus colegas de principios del siglo XX y niega o matiza mucho, incluso en el caso del románico, la existencia de un arte del Camino de Santiago.

También se ha hablado en múltiples ocasiones de las rutas jacobeas como canales difusores de devociones. Los franceses, por ejemplo, al peregrinar a Santiago y afincarse en muchos núcleos del Camino trajeron consigo la devoción a santos suyos como San Martín de Tours, San Saturnino o San Gil y advocaciones marianas como Rocamador, de la que pasan de media docena las que encontramos en el Camino.

En la peregrinación a Santiago no sólo son importantes “los caminos” que nacen en Francia, sino todos “los caminos” de Europa, porque en todos ellos han dejado su impronta los peregrinos que buscaban aprender la ardiente lección de aquel Apóstol de Jesús. A Compostela se dirigían gentes de todas las condiciones: pobres que después se volverán felices; enfermos que volverán sanos; gentes de corazón hostil que encontrarán en seguida la paz; crueles que se volverán mansos; avaros transformados en generosos; testigos falsos que se convertirán en hombres justos y leales: “el que llega triste, vuelve contento”.

Como ha dicho el Sr. Arzobispo de Santiago el pasado Año Santo de 2010, en una conferencia pronunciada en Roma, “en el camino de Santiago, el peregrino aprende, comprende y vive; y, al volver, enseña como testigo lo que ha visto, lo que ha escuchado y ha vivido”. En este sentido, leemos en su Carta Pastoral “Peregrinos por gracia” las palabras siguientes: el hombre de hoy, vacío por su superficialidad, necesita concentrarse, y respondiendo a la llamada de la trascendencia, orientar y dirigir sus

pasos hacia la auténtica meta, hacia el premio de la llamada celestial de Dios en Cristo Jesús. Así, la conversión significa cambiar de camino, de modo de pensar y de actuar dentro de la propia vida”.

El Camino de Santiago aparece en continuidad armónica con el fenómeno de las peregrinaciones en la antigüedad tardía. Apunto algunos ejemplos: además del itinerario Burdigalense, diario de un peregrino del siglo IV de Burdeos a Jerusalén, o el caso de Egeria, a fines del siglo IV, que partió como peregrina, impulsada por la inspiración monástica, en búsqueda del saber eclesial, tanto del Oriente como de Occidente, del mundo griego como del mundo latino. Si es cierto que la peregrina Egeria era de la provincia de la Gallaecia y peregrinó por la tierra del Señor manteniendo relación con los que dejó en su patria, en el noroeste hispánico según testimonio del monje Valerio y Paulo Orosio, procedente de la geografía jacobea, no deja de estar en contacto con las iglesias orientales y occidentales y recorre los caminos que llevaban desde la Gallaecia hasta los lugares más importantes de la Iglesia Católica.

Algún nombre más aparece como precursor en las rutas cristianas del noroeste: Martín de Braga, monje y abad en Dumio, viene como un peregrino a las tierras del finis terrae para entregar las riquezas del monacato a la iglesia que se debate entre las propuestas arrianas y priscilianistas. Martín de Dumio

trajo y entregó cuanto le fue dado en la Pannonia, Jerusalén y Roma. Más tarde a la llegada de Martín de Dumio, buen conocedor de los círculos eclesiásticos de la Galia, la Gallia monástica de Martín de Tours y de Cesáreo de Arlés, daba la mano a la monástica Gallaecia siglos antes de que la Galia altomedieval se hermanara con la Tumba de Santiago por medio del camino jacobeo. A Martín se le une el monje Pascasio, que también en el monasterio de Dumio, trabajó en pro del asentamiento monástico, en favor de la unidad de un pueblo dividido, y con la unidad le entregó el saber. Antes de que en Toledo se afrontase la unidad hispánica y, juntamente con la unidad buscada por los concilios toledanos, la unidad de los pueblos europeos, es el monacato de la Bracarense el principal gestor de la unidad de la Gallaecia, anticipo de la unidad hispánica y europea. Es el monacato el que abre el camino de la unidad en la diversidad; es la fuerza generadora de la convivencia de la pluralidad en una unidad superior.

La visión cristiana, pues, valora la realidad del hombre que nace, camina, se hace en la historia, descubre, experimenta lo que Dios va haciendo en su historia de caminante hasta llegar al final de la meta en el pórtico de la gloria. Ser peregrino, como parábola de la existencia humana, es saber de dónde venimos, cómo vamos y hacia donde caminamos; es vivir acorde con las preguntas fundamentales del ser humano: de dónde, por dónde y hacia dónde.

A lo largo de la historia ha habido diversos tipos de peregrinos. Sabemos que los reyes Alfonso II el Casto y Fernando II peregrinaron como penitentes, buscando el perdón de los propios pecados y los de sus parientes. Otras personas peregrinaban para redimir las propias penas, fueran civiles o eclesiásticas. Hacían una peregrinación expiatoria. Inicialmente estos castigos se aplicaban al obispo reo de homicidio, al sacerdote que cometía pecados de lujuria, que violaba el secreto de confesión o que cometía un hurto sacrílego. En el año 1186, Federico I Barbarroja deja que el obispo decida si algunos incendiarios deben peregrinar al Salvador (Jerusalén) o a Santiago de Compostela. Algunos debían hacer la peregrinación desnudos (o con vestidos blancos, si eran mujeres), y, a veces, con cadenas. Había además peregrinos por comisión, y no faltaban tampoco falsos peregrinos.

Todos somos peregrinos, hasta el punto de que la tierra que pisamos no es la nuestra. De todos modos, hay muchos que peregrinan a Santiago. Como fruto, llegan a pensar en paz, a encontrarse con los demás, con Dios, y consigo mismos.

El Camino de Santiago concluye en la Catedral donde se encuentran los restos del Apóstol hijo del Zebedeo y hermano de Juan. Puede uno aprovechar para trasladarse a Finisterre, a Muxía o a Camariñas, pero “el Camino de Santiago, termina en Compostela”. Siempre es útil la peregrinación. Si además logra uno el Jubileo, mejor que mejor.

La peregrinación a Santiago es como un paradigma del camino de la vida: caminamos hacia una meta importante, para encontrarnos con Dios y con nuestros seres queridos. Cierto que, para ello, del mismo modo que el peregrino trae pocas cosas en el zurrón, también nosotros debemos liberarnos de tantas cosas innecesarias, que estorban en el camino que conduce a la meta.

Aunque el camino sirva para respirar aire puro, para contemplar las maravillas de la naturaleza, para perder kilos y lograr más agilidad en la vida, la peregrinación no es eso. El camino de Santiago es un camino de búsqueda del Apóstol Santiago, para pedirle al Hijo del Zebedeo que nos conduzca hasta Cristo. Él ha de satisfacer nuestra sed y orientar nuestra vida.

Que tengan un feliz regreso a sus lugares de origen. Lleven la oración y el saludo de esta Iglesia de Santiago a todos cuantos encuentren en el camino de la vida. Cada día oramos por las intenciones de los peregrinos.

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