Revista Argentinos.es #46

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ARGENTINOS EN ESPAÑA

Año 8 · Nº 46 · enero / febrero 2012

ENTREVISTA

EDUARDO SACHERI, ESCRITOR Y FUTBOLERO EMPEDERNIDO ERNESTO MALLO TRAE SUS POLICÍAS Y LADRONES A MADRID DE ENTRE RÍOS A GALICIA, LOS PAISAJES DE GUILLERMO BEKES



EDITORIAL // 3

Portada: el león marino del paseo marítimo deMar del Plata.

ARGENTINOS EN ESPAÑA

AÑO 8 · Nº 46 · ENERO-FEBRERO 2012

Edita: ARGESPAÑA de imagen y comunicación s. l. Calle Oña, 151, 2º 3 28050 Madrid Direccción y producción: NORBERTO NAVARRO norberto@argentinos.es Redactora jefa: BETIANA BAGLIETTO betiana@argentinos.es Colaboradores permanentes: ALEJANDRA TALLARICO CARLOS OCHOA BLANCO CINTIA MORROW LYLIANA COLOTTO SERGIO GONZÁLEZ BUENO Colaboran en este n’umero BORJA DE MATÍAS Publicidad: NORBERTO NAVARRO 630 95 46 65 Diseño Grafico: APB Impresión C. G. A. Depósito Legal: M-25327-2004

LA AVENTURA DE CADA AÑO Como con cada comienzo de año desde que compartimos esta aventura de rescatar los lazos que unen nuestras dos patrias, queremos dedicar esta página a saludar, pero sobre todo a agradecer, a nuestros lectores, colaboradores y anunciantes. Son ustedes quienes hacen posible que sigamos adelante a pesar de tantos vientos en contra. Para todos los que cada bimestre esperan tener entre sus manos nuestras pequeñas historias, para quienes las escriben, y para todos los que se publicitan entre cada una de ellas, va el especial deseo de que 2012 sea un año intenso en felicidad, paz, salud y buenas noticias. ¡Feliz Año! n


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EDUARDO SACHERI

“El fútbol nos desnuda a los argentinos” Pelota y literatura respira esta charla con el autor cuya novela inspiró la película ‘El secreto de tus ojos’ BORJA DE MATÍAS

Cuenta la leyenda que Bochini tiró un caño, inició una pared imposible con Bertoni, controló la devolución con la derecha, y ante la salida suicida de Dino Zoff, cruzó el balón para proclamar la grandeza del campeón de copas en aquella encerrona de Roma. El Rojo, el de Avellaneda, lo había vuelto a hacer: era campeón del mundo. A mediados de los setenta, mientras todos los niños fantaseaban con ser el Bocha, Eduardo Sacheri jugaba a emular las gradas de la Doble Visera en el salón de su casa. Trapos rojos por los sillones, bufanda para terminar de decorar el mueble del salón, y en el mejor de los casos, cuando el partido era televisado, la remera que sobraba, -porque una arropaba su cuerpo, claro está-, quedaba como amuleto encima del televisor. Cuando no era así, tocaba morderse las uñas en frente de la radio, ese instrumento mágico en el que las voces pintaban los caños, las paredes y los goles. Eran otros tiempos. Buenos tiempos. Hoy, más de treinta años después, Independiente vaga por el campeonato sin demasiadas esperanzas de triunfo final. Aquello del ‘Rey de copas’ cada vez va siendo más difícil de enseñárselo a las nuevas generaciones, y Eduardo Sacheri ya no redecora su casa cada vez que juega el Rojo. Ahora se dedica a escribir todo aquello que soñaba cuando era pequeño, en forma de cuentos y novelas. Los primeros, han recorrido el mundo por su sencillez y calidez, y muchos ya le comparan al maestro Fontanarrosa. Las segundas, son todo un clásico y una ya valió un Oscar con Juan José

Campanella dirigiendo lo que Eduardo había titulado ‘La pregunta de sus ojos’. Ahora que todo ha cambiado excepto una cosa: sigue escuchando la radio. Buenos Aires es una locura de ciudad que tiende a atraparte casi al instante. Los que la conocen, dicen que nunca duerme, y no tardas mucho en darte cuenta de ello. Sus calles, sus rincones, y sus plazas, aderezadas con ese toque bohemio, ese sabor a tango y ese olor a asado de domingo, no interrumpen el nacer de tantas historias como el periodista en este caso, desee. Buenos Aires es fútbol, arte y literatura. Y nuestro protagonista es una parte importante de todo eso. Quedamos con él en un café cerca de la Plaza Francia, en la Recoleta, justo enfrente de la faculta de Derecho, de donde viene de impartir una charla. Desde el inicio, sencillez: Quedamos encima del puente. No sé cómo nos vamos a reconocer: soy calvo, llevo un pullover marrón… En cada librería de esta ciudad me hablan de usted… Primero fue una oleada importante, que tuvo que ver con los cuentos de fútbol, y después vino otra oleada, un tsunami, mejor dicho, vinculado con la película ‘El secreto de sus ojos’, que la vieron más de 2,5 millones de personas. Después vino el Oscar, y bueno….ahora estamos aquí hablando. ¿Cómo surgen los cuentos de fútbol? Creo que mi objetivo fundamental era escribir cuentos que tuvieran que ver con mi propio horizonte; el lugar donde yo vivía, gente que yo conocía… Nunca me entusiasmaron las historias extraordinarias. Nunca me dio por escribir sobre espías o extraterrestres. Yo quería escribir de gente común y corriente de los alrededores de Buenos Aires, viviendo vidas comunes y corrientes, aunque en esas vidas hubiera esas situaciones excepcionales que hay en cualquier vida y que merecen ser contadas. ¿Y cómo entra ahí el fútbol? El fútbol es un elemento muy fuerte, muy básico, muy de identidad, muy de todos los días. Aquí el fútbol es un hábito muy profundo; nos gusta verlo, conversar,


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discutir…Pero surge otra cosa: como es un juego y es tan pasional, los argentinos nos permitimos en el fútbol quitarnos unas cuantas máscaras. Somos más genuinos, más auténticos. En lo bueno y en lo malo. No es que seamos maravillosos, pero…somos como somos. Jugando somos como somos, y el fútbol nos desnuda. La bipolaridad de posicionarse siempre a un extremo o a otro, ¿no la exagera el fútbol? Obviamente, y creo que el fútbol se ha contagiado de eso. En los últimos quince o veinte años, el fútbol se ha farandulizado demasiado. Se ha vuelto una presencia dominante en los medios masivos, y ahora las tapas de las primeras planas de los diarios del lunes, el setenta u ochenta por ciento, esté dedicado al fútbol. Eso no era así antes. Y me parece que el fútbol argentino se ha contagiado en ese pasaje, como esa cosa de blancos y negros, que en muchas veces es bastante maniqueo. Dicen que en el fútbol el resultado es lo que cuenta. Claro que sí, pero mira la Selección Argentina en la Copa América. Jugó cuatro partidos, empató tres, y le ganó uno a la Sub 22 de Costa Rica. Para mí fue un fracaso. Uno más, ¿solución? Me parece que hasta que no salgamos un poco de esa lógica ridícula, no hay forma de construir nada ni a corto ni a largo plazo. Porque en el corto plazo siempre vas a perder. Todos pierden. España empezó perdiendo el mundial, y no varió. Lo nuestro tiene que ver con un sistema muy enfermo. ¡Por Dios!, sí tenemos al presidente de la AFA desde hace más de veinte años… Habla de fútbol argentino, aun después del descenso de River hay varios equipos importantes que no están a salvo… Aquí, jugar el ascenso, es como una mancha en tu hombría. Más allá de que yo me manejo por amor a mi camiseta y todo lo demás, yo sé que eso es un negocio que tiene que cerrar. Y si no cierra, a la larga te caes al vacío. No se caen al vacío los clubes como parte de esta misma estructura enfermiza que tiene la


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AFA de que cuando estás a punto de caerte, te tira una mano. Una mano llena de compromisos oscuros y de trampas. No es que te estoy salvando, te estoy introduciendo en un laberinto mafioso, porque así es como sobrevivís, y quedas más atado a la voluntad de Grondona. River es el caso extremo de lo que puede pasar. Lo que pasó fue sobrecogedor. Las lágrimas, el partido de promoción ante Belgrano, los disturbios… Sí pero, hay una vuelta, y es que la sensación de resurrección que te da el fútbol, no hay demasiadas cosas en la vida que las iguale. Esa sensación de estoy en cero de nuevo y ahora empiezo otra vez. Ojalá, en la vida, en otros ámbitos mucho más personales pudiéramos manejarnos así. Después de un tiempo en esta ciudad, el fútbol deja la sensación de estar muy ligado a las sensaciones de la gente. Es algo que parece inherente… Sí, Absolutamente. Nos cuesta mucho poner un límite y una frontera entre lo que le ocurre a tu equipo, y lo que te ocurre a vos como persona. En una de las mejores memorias escritas sobre fútbol, ‘Fiebre en las gradas’, de Nick Hornby llegan al punto de decir: “no sé si la vida es una mierda porque el Arsenal es una mierda, o es al revés”… (Risas)….No sé si con ello nos pareceremos a los ingleses, pero aquí es muy difícil, que si a tu club le está yendo muy mal, vos sientas que te está yendo muy bien. Te doy un ejemplo concreto: el día de la entrega de los Oscar, yo estaba en Los Ángeles. Había como cinco horas de diferencia y allí era más temprano. Yo estaba por irme para la ceremonia, ya vestido, y mientras estaba chateando con mi hijo, que me mantenía al tanto de cómo iba Independiente con River. En general River siempre le gana a Independiente. Por lo que yo me acuerdo de la sensación de euforia que tenía cuando terminó el partido y justo me iba para la ceremonia. Y no, no tenía nada que ver con el Oscar, tenía que ver con el dos a cero de Independiente. Y estúpidamente, es vergonzoso lo que voy a decir, pero yo estoy seguro que si esa noche ganamos el Oscar, pero Independiente se comió cuatro con River, en algunos momentos de la noche, yo

hubiera pensado…”estos boludos, cuatro se llevaron…”. Es imperdonable, pero es así. ¿Cuáles son sus primeros recuerdos de fútbol? En realidad son sobre todo recuerdos televisivos y radiofónicos. Yo vivo a unos 30 km de Buenos Aires, pero en una dirección diferente a Avellaneda. Nosotros no teníamos auto, de manera que con mi padre, que murió cuando yo tenía 10 años, nunca fuimos a ver a Independiente. Lo podíamos ver, jugando de visitante, un par de veces al año en Vélez o en Ferrocarril Oeste. Por eso, cuando daban las copas internacionales, que las televisaban de noche, poníamos todo el comedor de mi casa lo llenábamos de trapos rojos, y yo me ponía la camiseta de Independiente…Yo pensaba que eso era el fútbol: ganar la Copa Libertadores todos los años. Luego ya me di cuenta que no. Los primeros recuerdos tienen que ver con la infalibilidad. ¿Le da tiempo a ver fútbol español? Miro mucho fútbol. Bueno, de España miro bastante con mi hijo, Francisco, que tiene catorce años. Entre los dos tenemos una pelea interna en casa, porque él es fanático de Cristiano Ronaldo, y yo en cambio hincho mucho por Messi. Así de paso, le puteo un poco. Entre Real Madrid y Barcelona, ¿con cuál se queda? Creo que soy pro Barcelona, siempre desde el punto de vista de la lejanía. Aquí nos llega la visión de un club muy serio que trabaja mucho en inferiores, que trabaja a largo plazo, que cuida mucho a los jugadores, y que defiende un estilo de juego de pasársela a un compañero. Con todo eso yo me identifico mucho, y lo valoro, porque me parece meritorio. Y además está Messi, al que sigo prendiendo velas. Y el Real Madrid, ¿lo percibes como antagónico? No necesariamente. Alguna vez charlando con Valdano, escucho valores que me gustan, y los rescato. Me parece que el Madrid ha tenido generaciones de jugadores estupendos, pero la sensación que me da, y con toda la modestia es que lo del Barcelona está construido más artesanalmente, mas de vayamos a armar esto, que desde una posición de mucho poder y mucha riqueza, vamos a escoger por el mundo lo que nos sirve. Aunque al mismo tiempo, el Barcelona también es una institución poderosísima. Por lo que si lo pienso más fríamente, debo sentirme cerca del Atlético


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porque ahí jugó el Kun Agüero. Media tribuna de Independiente aún lleva la camiseta del Atleti… ¿Cómo surge el tema de los cuentos? Simplemente surgen. Siempre fui un lector apasionado. Siempre estoy leyendo y es algo que me apasiona, aunque lo de escritor surgió medio de casualidad, cuando tenía 25 o 26 años, y me había licenciado en historia. Había ido para otro lado, pero empecé a sentir la necesidad de ver escritas ciertas cosas. Supongo que tiene que ver con el hecho de perder a mi papá con diez años, más que nada por el fuerte vínculo que nos unía, por su imponente figura. Cuando fui a pensar con mi mujer en tener hijos, fue un ligero punto de inflexión, fue ir hacia atrás, y pensar en todos esos huecos que habían quedado. Para mí, la literatura, el arte en general, nos llena huecos que nos deja la vida. La vida real, la de todos los días. Mi modo de llenarlos, fue ponerme a escribir. Ahora, tiempo después, no me imagino sin hacerlo. ¿Tiene alguna disciplina de escritura? Ahora que es un laburo, y vivo de esto, sí. Casi todos los días, tres, cuatro, o cinco horas, me pongo. A veces sale, y a veces no sale. Las horas que pueda, tranquilamente, en un bar cerca de donde vivo, con un cuadernito y un bolígrafo, ya que no es muy seguro andar por aquí con una Netbook. Mejor con un cuadernito, que nadie te lo roba. Ya en casa, lo intento pasar a limpio, y vale como una primera corrección. Te sientas, y ¿comienzan a brotar las ideas, o es algo más complejo? Algo más complejo. O no. En general es como una imagen, como que hay ciertas imágenes que me asaltan con fuerza. Imágenes que a mí mismo me impactan. Ficticias. Cosas que he escuchado, que he visto…pero que se cruzan. Cuando siento ese impacto, comienzo a pensar, y a armar una historia. Por ejemplo: ‘Esperándolo a Tito’ (uno de sus cuentos más famosos); yo estoy escuchando a unos periodistas que están recibiendo a los jugadores de la Selección argentina que vienen a un partido de las eliminatorias, y éstos les preguntan las mismas obviedades de siempre: ‘¿Querés jugar?’ ‘No, quiero estar en el banco viendo como juegan los otros…’ Entonces pensé: ¿alguna de estas superestrellas se vendría a jugar un partido porque los amigos lo necesitan? Sólo por amistad. Nada más. Y automáticamente, me viene la imagen de un tipo corriendo hacia unas canchas de fútbol con un bolsito que dice: acá estoy, no empiecen sin mí, que ya llego. Me vino esa imagen a la cabeza y pensé: la puta madre, esto es fuerte. Supongo que lo complicado es a partir de esa imagen conmovedora para ti intentar que la historia sea conmovedora para el otro. ¿Juega usted al fútbol? Sí, de cinco. ¿Cómo se le da? Lo mío es el combate. Recuperar el balón y dársela a

los que saben. Me encanta jugar al fútbol. Juego por afición, con mis amigos de toda la vida los sábados por la tarde. Armamos dos equipos de once y a correr. Realmente, no me imagino qué será de mi vida cuando tenga que dejar de jugar a ese nivel. ¿El Eduardo de la cancha tiene que ver con el Eduardo de la vida real? Soy menos cuidadoso, menos cortés, pero tiene que ver. Soy mucho más hablador, y exigente, con mis compañeros sobre todo. Como que nadie está obligado a ser un dotado, pero todo el mundo está obligado a correr. Con eso venimos todos, con esa posibilidad. Pero creo que soy justo. Me gusta ganar bien. No tolero a los tipos que fingen. La sensación que da el fútbol en Argentina es que se mueve entre las alegrías y el sufrimiento, al igual que tus libros. ¿Qué prefiere, los finales tristes, o alegres? Yo creo que escribo como me gusta leer. Entonces, cuando escribo, experimento muy a fondo las sensaciones del lector. Es decir, si cuando lees algo mío te ríes, probablemente yo me haya reído cuando lo escribía. O si te emocionas, o te entristeces, seguramente a mí me pasó lo mismo. Soy más de finales felices, porque de finales tristes está la vida llena. No es demasiado absoluto, porque sería demasiado inverosímil que todo terminase bien, y de vez en cuando alguno termina mal. Pero en realidad soy una señora mayor que le gusta que en la telenovela, el chico se quede con la chica. ¿Si tuvieras que escribir un cuento de fútbol argentino acabaría bien? O sería real y cruel como es todo? Para terminar bien, tendría que ser un cuento de mucha lucha, de muchos desafíos, y de mucha resistencia, ya que el fútbol argentino está muy enfermo, ya que se sigue alimentando de la pasión genuina e inocente de miles de argentinos que siguen creyendo pese a todo. Pero para convertirse en otra cosa, requiere un enorme esfuerzo, y sobre todo una inyección de honestidad enorme. ¿Y el fútbol español, desde fuera como lo ves? ¿Saldría un cuento con final feliz? Creo que depende de dónde te pares. Hay algo que me llama la atención: el enorme desequilibrio que hay entre Real Madrid y Barcelona. En la jornada diez miro la clasificación y digo: el campeonato terminó. Bueno, antes no era así… Eso en Argentina no está tan marcado, y creo que es uno de los puntos de salud que le veo a nuestro fútbol. O el único. Creo que es algo preocupante, porque el fútbol siempre tiene que tener la chance de que el débil gane. Y en el fútbol español esa chance se va alejando de una manera pavorosa. Eso no me gusta y me parece que es algo que el fútbol español tendría que revisarlo de algún modo, porque así no tiene gracia. n


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10 // CINE

EL HOMBRE DE AL LADO, de Mariano Cohn y Gastón Duprat

propio mundo, de pronto abre la boca para manifestar su descontento debido a este proyecto de ventana. Ellos también componen un grupo humano minimalista, que se manifiestan sólo con palabras y frases cortas, y ahorran en gestos; se diría que se han mimetizado con el paisaje urbano de esa casa. Todo es frío y está impregnado de un silencio casi incómodo, hasta que llega ese vecino espontáneo, sencillo y bastante burdo, que a primera vista nos resulta extralimitado en su trato, especialmente en su contraste con los dueños de la casa. Suponemos que la necesidad de abrir una ventana es primordialmente la necesidad de luz y aire, pero la explicación del vecino que se niega a esa construcción es, en primer lugar y principalmente, el resguardo de su intimidad, aunque se parezca más al temor a que esa ventana ejerza una atracción tal, que cual imán o vacío, los convierta en unos mirones, de lo contrario no debería preocuparles hasta el desvelo tener una enfrente. Otra explicación que da para justificar su negativa es la legal, está prohibido abrir una ventana en la medianera, una pared tan cercana a la del vecino. Pero aquél no atiende a razones y la construcción de la ventana sigue su curso, siguen los golpes en la pared, hasta que llega ese temido día en el que el objeto, motivo de la discordia, surge como por arte de magia formando parte de la construcción de al lado. Cuando la situación ha llegado al límite y la paciencia de los afectados también, el destino les espera con otra sorpresa que supera enormemente sus prejuicios intelectuales y morales. Esa ventana, ese hueco, ese agujero hecho en la pared, y responsable de tantos roces y discusiones, toma vida y se vuelve inesperadamente protagonista, al servir de medio imprescindible para evitar un mal mayor. La película nos muestra qué absurdos podemos llegar a ser los humanos, cuando creemos defender nuestros derechos, bonita etiqueta que muchas veces sólo esconde egoísmo y estrechez de miras. n

La necesidad de una ventana LYLIANA COLOTTO

Película minimalista de contenido y de continente. El argumento es sencillo, todo gira alrededor de una ventana que no existe, de esa abertura hecha en una pared que así, a simple vista, sería un no tema, un hablar de nimiedades, cuando su presencia en las casas es algo tan normal; pero un tema inmenso cuando se trata de que el vecino nos deje o no abrir una ventana en nuestra pared, que dejará al descubierto su vida y la nuestra. Fue también una buena oportunidad para entrar en la casa construida por Le Corbusier en La Plata, la única hecha en América por el arquitecto francés. Todo en ésta es amplio, diáfano, luminoso, sutil, delicado, blanco, impoluto. Ningún objeto ni adorno perturba el fluir de los que la habitan, hasta que un día el vecino trae el caos a esa tensa calma que viven los de la casa. Los ruidos ensordecedores de la pared de al lado los enfrenta a la realidad que se les ‘avecina’, y nunca mejor verbo. Allí se va abriendo ese boquete que dará pie a toda la historia. Cada uno de los miembros de la familia que vivía inmerso en su



12 // LAS CRÓNICAS DE CINTIA

San Petersburgo en colores (sobre todo el blanco) CINTIA MORROW

Cuando llegamos a San Petersburgo, el 29 de diciembre, hacía 11 grados bajo cero. El primer shock térmico fue bravo, pero nada que nuestras múltiples capas de ropa no pudieran soportar. Subestimamos la temperatura, que nos pasó factura cuando, de camino al hotel, se nos empezaron a congelar los dedos de los pies y las manos. Lo primero que me llamó la atención de Rusia fue la cantidad de nieve. Yo conocía la nieve, pero nunca había estado en un lugar con una capa de metros de grosor recién caída, sobre todas las superficies quietas de la ciudad. Entramos en San Petersburgo y quedé gratamente sorprendida ante la belleza de la ciudad y también por el tamaño de todo. Inmensos edificios de colores bordeaban la avenida, cada tanto cruzábamos gigantescos parques, iglesias, plazas y monumentos.

Todo descomunal, de proporciones formidables. La ciudad me resultó mucho más linda y colorida de lo que esperaba. Se me hacía que Rusia era un país gris y taciturno. Habría de descubrir lo taciturno, pero de gris, nada. Los múltiples edificios de colores y la ciudad vestida de Navidad me hicieron cambiar de idea rápidamente. San Petersburgo es una ciudad construida en un gran delta, por lo tanto está formada por distintas islas y atravesada ampliamente por canales y ríos. Esta pintoresca localidad fue fundada en 1703 por el zar Pedro el Grande, un personaje que se inspiró en sus viajes por Europa para buscar el progreso de su país. La primera gran construcción fue la Fortaleza de San Pedro y San Pablo que tenía el objetivo de proteger la

zona y vigilar el tráfico fluvial. Luego se fueron construyendo palacios, edificios y parques inspirados en las teorías urbanísticas de los europeos. Al llamado del zar, que se había instalado en dicha fortaleza, acudieron los nobles a vivir en la nueva ciudad de San Petersburgo que, en 1712, se convertiría en la capital de Rusia por unos años. Con el tiempo, se llamaría Petrogrado, Leningrado y finalmente volvería a su nombre original gracias a un referéndum popular. Y, por último (en cuanto a acontecimientos históricos) sería la ciudad donde se germine la Revolución Rusa de 1917. El primer día de paseo por la ciudad de San Petersburgo nos fuimos a tomar el metro, que sería nuestro medio de transporte para todo el viaje. El nuestro y el de los rusos en general, ya que con el frío y la nieve, los transportes terrestres suelen ir muy lentos y atascados. El viaje en subte cuesta 28 rublos, que son unos 50 céntimos, y se materializan en un cospel. Vuelta a lidiar con el alfabeto ruso para averiguar la dirección correcta. Rápidamente llegamos a nuestro destino: la plaza Troitskaya. Cruzando el puente de San Iván se llega a la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, donde se puede visitar la Catedral donde se encuentran 32 tumbas de la dinastía Romanov, entre las que destaca la de Pedro el Grande. También están enterrados el zar Nicolás II y toda su familia que fueron fusilados por los rebeldes en 1918, dando por finalizada la era de los zares en Rusia. Se puede visitar el Museo de Historia de San Petersburgo y el Museo del Cosmos, donde podrán ver una copia del Sputnik (primer satélite artificial), la nave en la que viajó Laika (primera perra en ir al espacio; que después me vine a enterar que solo fue, ya que nunca volvió) y artefactos varios pertenecientes a Gagari (primer astronauta del mundo). A través del Puente Kirovskij, se cruza por encima del río Neva hacia la isla de enfrente, que es la más importante en cuanto a atracciones turísticas. Allí se encuentra la Iglesia del Salvador de la Sangre Derramada, llamada así por haber sido construida en el lugar donde murió asesinado el zar Alejandro II. Una de las iglesias más curiosas que vi, totalmente cubierta de ornamentos y detalles, y con varias cúpulas de bulbo, algunas doradas y otras decoradas con cerámi-



14 // LAS CRÓNICAS DE CINTIA

cas y piedras de colores. ¡Impresionante! Es como ver un dibujo de colores en medio de la ciudad. Por adentro, es un despliegue tremendo de pinturas e imágenes religiosas. No te alcanzan los ojos para ver todos los detalles. Al otro día (el invierno ruso limitaba nuestras facultades físicas y se hacía de noche a las 4 de la tarde, así que el día no nos rendía demasiado), fuimos a caminar por la populosa calle Nevski Prospekt, donde vale la pena sacarle una foto al Palacio Strogonov (donde se inventó el lomo strogonov, stroganof o como quieran llamarlo). Al final de la Nevski Prospect se encuentra la Catedral de San Isaac. Esta imponente iglesia, con capacidad para 14.000 fieles se construyó para festejar la victoria sobre las tropas napoleónicas. El interior es verdaderamente extraordinario (el más lindo que vería en este viaje), de estilo italiano, con paneles de oro y mármol, y columnas de granito rojo y lapislázuli. Desde San Isaac, se puede caminar a un lado del Almirantazgo, un inmenso edificio amarillo y llegar a la Plaza del Palacio, donde se localiza el Museo del Hermitage (formado por 6 antiguos palacios, siendo el más bonito, el Palacio de Invierno). Esta plaza está rodeada de algunos de los edificios más hermosos de San Petersburgo, y también más imponentes… pero lo que sorprende son los colores. El Museo del Hermitage es majestuoso. Es como el Louvre, el Prado y la National Gallery todos juntos (al menos en tamaño), pero tiene el plus de estar adentro de un palacio increíble, donde cada habitación es una obra de arte en sí misma. Del museo subrayo los pisos (con diseños increíbles, hechos en madera, colocados pieza por pieza), los techos (lo que se imaginen con oro y pinturas) y las arañas inmensas que cuelgan de ellos. Esa noche era 31 de diciembre, nos esperaban los festejos en una humilde mesa para 7 en la Fiesta de Año Nuevo de un hotel. Los agasajos resultaron bastante parecidos a los nuestros: mucha comida, mucha bebida (en este caso vodka y jugos, los rusos tienen debilidad por los jugos naturales), música en vivo, una especie de tango, una odalisca, aplausos y bailes. 5 minutos antes de las 12, nos traen el último plato, que engullimos vorazmente para que no se nos pase la hora de brindar. En cuanto nuestro reloj da las 12, nos empezamos a abrazar y a brindar como buenos argentinos que

somos… pero las demás mesas no compartían nuestro jolgorio: en la televisión, el presidente daba un discurso. Metida de pata. Nos quedamos calladitos y escuchamos atentos. Llegaron oficialmente las 12, sonaron las campanadas y ¡ahora sí! Brindamos, y nos abrazamos… otra vez nos adelantamos. Todos los rusos estaban contando las campanadas e iban por la 4. Esperamos e hicimos como que contábamos en ruso hasta la bendita campanada 12… ¡Y brindamos y nos abrazamos y reímos y nos fundimos en la alegría general! Al día siguiente, caminamos entre ráfagas de viento y nieve por la rivera del río congelado, que se veía realmente preciosa. A lo lejos (cuando la nieve lo permitía) veíamos el Hermitage, el Palacio de Verano y los puentes de hierro que cruzan el río. El punto panorámico está determinado por dos grandes columnas, una especie de faros, en cuya punta se enciende el fuego durante la noche. Foto panorámica con poca visibilidad debido a la nieve, y seguimos rumbo hacia el crucero Aurora, atracado en una de las márgenes del río Neva. Este gran barco fue el que la noche del 25 de Octubre de 1917, con su tripulación del lado de los bolcheviques, se situó frente al Palacio de Invierno y abrió fuego, dando comienzo al estallido revolucionario. Después de un chocolate caliente, y pese a estar relativamente desaconsejado, nos introdujimos sigilosamente en la iglesia del monasterio para presenciar una misa ortodoxa. Es sumamente rara ya que no hay asientos, la gente se mantiene parada durante toda la ceremonia. Al entrar a la iglesia, los fieles saludan a ciertas imágenes haciéndose tres veces la señal de la cruz (tocándose el hombro derecho antes que el izquierdo, raro) y apoyando la frente en ellas. El resto de la ceremonia es misterioso, ya que se desarrolla en un recinto donde está el altar, de espaldas al público y a puertas cerradas. Para despedirnos de San Petersburgo buscamos un restaurante autóctono para ir a cenar. Lo más típico que encontramos fue un encantador restaurante ucraniano, con música y bailes representativos. Y donde comimos unos riquísimos platos, como la sopa borsh (con remolacha, verduras y trocitos de carne), los dumplings rusos (una especie de ravioles gorditos rellenos de carne) y un postre que nos sorprendió muchísimo por su ingrediente principal: ¡el dulce de leche! No somos tan distintos, al final. n



16 // LITERATURA

Las malas compañías de ERNESTO MALLO El escritor argentino presenta en Madrid su última novela, ‘El policía descalzo de la Plaza San Martín’, el segundo caso del comisario Perro Lascano BETIANA BAGLIETTO

“Nací demasiado joven y sin la debida preparación para enfrentar a este mundo. A la edad de 6 años me vi forzado a abandonar mi educación para asistir a la escuela. Esa experiencia me enseñó la virtud de la autodidactia, la vida me enseñó sus pesares. No pertenezco a ninguna asociación, partido político, confesión religiosa, club o trenza ya que, como Groucho, jamás aceptaría pertenecer a algún club que me admita a mí como socio. A los 20 pensé que era mi deber cambiar el mundo. Lo cambié, es éste, disculpe”. Al teclear en Internet la página que lleva por nombre www.ernestomallo.com.ar, el de arriba es el primer párrafo con el que se presenta su dueño. Uno espera encontrarse con un tipo áspero, duro, escéptico y de pocos amigos, pero su voz desmiente todos los temores. Las primera palabras son, además, de elogio para Fernando Marías, amigo y colega español al que le tocó presentar su última novela, El policía descalzo de la Plaza San Martín (Editorial Siruela). “Fernando es muy elogioso de mis novelas y lo curioso es que siempre destaca lo más oscuro de ellas”. Ernesto Mallo viajó el pasado mes de noviembre a Madrid para hablar del segundo caso del comisario Lascano, el personaje de la historia que le ha valido el Premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón en 2007. Tras resolver un Crimen en el barrio del Once en plena dictadura militar argentina, Lascano vuelve ahora a ponerse en acción para encontrar al Topo Miranda, un conocido ladrón que sale de la cárcel para cometer su último delito: robar dinero negro en un banco, ya en la etapa de la transición democrática. “Destruí varios matrimonios que me dejaron la módica suma de seis hijos que, con todo y a pesar de todo, son mi obra más acabada. La vocación por la literatura

se me despertó muy temprano, provocándome desde entonces dificultades para dormir. En realidad esta actividad, que algún psicoanalista diagnosticó como una necesidad compulsiva de llenar hojas con la intención de que no queden más papeles en blanco, es el más eficaz salvavidas que he podido conseguir”. A pesar de esta segunda declaración que hace el autor en la ‘bio’ de su página web, estos dos casos repletos de intriga, suspenso, pasión y peligro, se le han ocurrido a Mallo pasado ya el medio siglo de vida y es difícil evitar preguntarse por qué no antes. “No creo haber empezado ni muy tarde ni muy temprano, sino en el momento oportuno, cuando la literatura me buscó a mí. De repente tuve mucho tiempo y nada que hacer y me senté a escribir”, es la respuesta que explica este inicio en la novela ya en la madurez. Antes, Mallo ya era guionista, dramaturgo y periodista independiente. Y el por qué de la novela policial también es fácil de dilucidar: “Argentina es el mejor país del mundo para hacerlo. Material no falta. Y este género es el mejor vehículo para retratar una sociedad. Una parte es la que tiene que ver con los crímenes, la política asociada a ellos y su costo social. Aunque yo solo cuento situaciones, no intento hacer un estudio sociológico ni mucho menos”. La sociedad que se dibuja en ‘El policía descalzo de la Plaza San Martín’, es la de la década de los 80, aquella que está volviendo a vivir en democracia pero en la que todavía colean retazos de los años de la dictadura y que para muchos es todavía un sitio que asfixia. “Cuando piensa en su ciudad, se le antoja que es un lugar en el que se ha hecho de noche para siempre y le parece una broma cruel que se llame Buenos Aires”, describe el escritor la capital bonaerense en la novela. “El Estado tenía un montón de asesinos a sueldo que van al paro


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y se convierten en cuentapropistas, no se extinguieron, solo se hacen más sutiles”, se explaya Ernesto durante su visita a Madrid. Argentina es también refugio de una policía corrupta donde, sin embargo, no faltan los hombres decentes como el comisario Perro Lascano, un perfil de héroe que le acarreó muchas críticas, sobre todo de la izquierda, cuando salió su primera novela. “Decían que un policía así no existe, pero es una falacia. La gente tiene la policía que puede tener. Hay gente buena y mala, y policías también”. Como también hay, o al menos había, otro tipo de ladrones, “con códigos, que no hacen daño por que sí, que roban a otros ladrones y que aman a su familia”. Toda una especie en extinción para Mallo: “Estamos asistiendo en todo el mundo a un descenso de la calidad de los criminales”. Recuperado de las heridas sufridas en la primera entrega de la serie, Lascano decide salir en busca del peligroso general Giribaldi, con el fin de recuperar la pista de Eva, la misteriosa mujer de la que está enamorado. Asesinos, ladrones, policías, y militares se dan prisa en redefinir sus roles en esta etapa de la

transición argentina. Lascano acepta un trabajo que le dará el dinero necesario para iniciar la búsqueda de Giribaldi: ha de encontrar al Topo Miranda, un delincuente que robó dinero negro de un banco. Lascano tendrá también que vérselas con policías involucrados en el negocio de la droga, así como con el propio Giribaldi, y terminará estableciendo una relación íntima con el ladrón que persigue. Las 217 páginas de ‘El policía de la Plaza San Martín’, además de atrapar al lector de principio a fin hasta provocar terminar en pocas horas su lectura, dejan traslucir un gran conocimiento del mundo que se describe, el de las cárceles, la delincuencia, y quienes se suponen que luchan para combatirla, como si el autor hubiera hecho un exhaustivo trabajo de campo. La explicación de cómo se consigue hablar de algo con tanto detalle es mucho más sencilla: “Andando con malas compañías, que son las que más me gustan”. “Todo lo que es malo para la historia, es bueno para la literatura. De qué escribiríamos si viviéramos en un mundo feliz”, se pregunta este platense nacido en 1948 y curtido en decenas de crisis como la que ahora vive España. “En 2001 vivimos un grueso ensayo de lo que está pasando aquí. Nos creíamos que éramos ricos y ahora lo estamos pagando. Hay que poner límites a los políticos y salir del engaño de las organizaciones criminales de los bancos. No hay que perder la calma ni ponerse a llorar por lo perdido. El éxito no es ganar mucho dinero. La esclavitud no se expresa ni con cadenas ni con grillos, sino con los créditos, las hipotecas. Lo único que tenemos es tiempo”, reflexiona el autor, admirador de maestros como Elsa Osorio, G.B. Shaw, Gabo, Cortázar o Italo Calvino, entre otros. El tiempo al que se refiere Mallo, su tesoro más valioso, él lo quiere para escribir, ver, leer, estar en la calle. Tiempo que le ha servido además para haber finalizado ya la tercera entrega de su serie policiaca que se publicará en 2012, y en la que Lascano se enfrenta al tema de su vejez, al momento singular de su jubilación, pero en la que también tendrá tiempo de resolver un nuevo caso, de ir en busca de una mujer perdida, y de meterse en el sórdido mundo de la trata de personas, al que define como “terrible, tremendo, de una sordidez inigualable”. Casi tanto como el mundo que habitamos. “A una edad que debería ser respetable me queda la improbable gloria de haber sobrevivido a mis padres, a la sinrazón del mundo, a las sustancias prohibidas, a mi propia estupidez, a los gobiernos militares, a los gobiernos civiles y, hasta el momento, a la globalización, aunque nos sé cuánto pueda llegar a aguantarla”, cierra su biografía Ernesto Mallo. n


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Cielo, mar y tierra en el pincel Los paisajes que forman parte de la vida y obra del artista argentino Guillermo Bekes se pueden ver en Madrid B.B.

Primero Santa Fe, luego Concordia, después la llanura del litoral entrerriano, más tarde Buenos Aires y ahora también Madrid, Galicia o Castilla. La biografía de Guillermo Bekes se podría escribir con paisajes. Con el Litoral dentro… El artista argentino que este 1 de febrero estrena exposición en la Casa de Galicia de Madrid (hasta el 17 de febrero) dice que empezó a agarrar el pincel por culpa de un libro del Museo del Prado que había en su casa de Concordia –donde se mudó a los 7 años desde Santa Fe-, y en el que descubrió los cuadros de Velázquez y El Greco. Arrancó copiando esas “pequeñas fotos” de Las Meninas y otras obras de arte de la pinacoteca más famosa de Madrid y ya no paró hasta convertirse en un especialista en paisajes. Los primeros, los que sirvieron de escenarios de su infancia y adolescencia, y que salpicaron esa crianza dentro de una familia, capitaneada por una abuela húngara, en la que la cultura tenía un lugar importante. “Me críe en Concordia, en un entorno paisajístico muy hermoso, costero, con el río Uruguay, los verdes, los maravillosos atardeceres…”, cuenta Guillermo desde su piso madrileño, un mes antes de inaugurar la muestra ‘Paisajes de mar y tierra’. A los 30, dejó la ciudad entrerriana para aislarle en la llanura solitaria del Litoral, en el campo, en busca del paisaje que consolidara un estilo y una temática que ya

no iba a abandonar, a pesar de dejar la quinta que era su hogar para marchar a Buenos Aires. “Estuve allí 10 años y, por circunstancias personales me tuve que ir, pero el paisaje me lo llevé dentro, y se hizo más evocativo, metafórico, ha mejorado. Ahora hay en mis cuadros una nostalgia poética de lo que ya no es, un paisaje remoto no tan remoto”, explica este hombre de dos pasiones, la pintura y el fútbol. Las circunstancias, los colores, las características, la humedad, la luz son los elementos de los sitios que habita que conmueven al pintor y que le llegan a lo más hondo. Pero también hay una explicación algo más racional, si se quiere, a la elección de esta temática. “Se ha dado una correspondencia muy buena con el público. Hay una devolución, un ida y vuelta, porque es un género muy amplio, abarcador, o folclórico, llevándolo a términos del ámbito musical. No es de élites, por eso lo priorizo, por su fuerte vigencia popular, para gente que ‘no entiende’ de arte”, enumera. “Hoy en día, parece que el arte tuviera la obligación de inventar algo, de ser ingenioso, como si un cuadro fuera un vestido. Se ha perdido la trascendencia. Hay una disociación entre el artista y el público. Se va a las bienales porque hay que ir, pero no se contemplan las obras, se pasa por ellas. Es presuntuoso y absurdo querer inventar algo. Yo no pretendo hacerlo, sino pintar desde las emociones y desde lo que te vas encon-


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trando, porque al fin y al cabo, eso es la vida también”, profundiza. Su segundo hogar Hoy, Guillermo vive a caballo entre Buenos Aires y Madrid y es en la capital española donde va a tener el placer de compartir más de una veintena de sus obras con marinas y valles gallegos y llanuras argentinas. “En 2009 expuse en Mondariz, Pontevedra, y la muestra tuvo una gran repercusión, algo que ahora ha permitido que la Casa de Galicia haga una excepción e invite a un artista que no ha nacido en sus tierras en la sala principal de su sede madrileña, además de editar un catálogo de lujo”, dice Bekes. Casualidades o no de la vida, los lienzos de Guillermo colgarán de las paredes de una sala que casi comparte medianera con su amado Museo del Prado, al que pudo conocer por primera vez treinta años después de que ese libro, que iba a despertar el “gen de la maldad” que ya tenía dentro, cayera en sus manos. “El Prado forma parte de mi vida y fue muy fuerte conocerlo y ver que esas pequeñas fotos que yo copiaba eran cuadros gigantescos. Era un poco como estar en mi casa y en cada viaje que hago paso varias horas allí”, confiesa. Si bien aquí no está tan instalado como en Buenos Aires, donde tiene su casa taller, se siente apoyado por mucha gente y en un ambiente favorable, como el que encuentra en el Círculo de Bellas Artes, uno de los sitios donde trabaja sus obras. “Es complicado desde lo emocional tener la vida repartida entre dos lugares, porque hay que quitarse un chip y ponerse el otro, pero tengo muchos años de entrenamiento y tardo unos quince días en adaptarme”, asegura. Y es que al final, en una u otra capital le pasa lo mismo que con los paisajes que a primera vista a uno le podrían parecer muy diferentes, como el de Entre Ríos y Galicia: la esencia es la misma. “Mis paisajes de llanuras entrerrianas son distintos a los valles gallegos, pero las emociones que provocan son similares. En

Galicia, noté que compartía con Entre Ríos la luminosidad y los tonos de verdes, la luz y el color y hasta encontré al costado de un camino gallego, una planta de burucuyá, como si estuviera en Concordia. Así como esta última está llena de plátanos. No por nada tantos gallegos eligieron Entre Ríos para quedarse, se sentían como en casa”, reflexiona Guillermo Para terminar, Bekes deja una reflexión que vuelve sobre su obra pero también sobre la vida misma y que puede servir a la vez de invitación a su muestra: “El paisaje expresa la universalidad de nuestro mundo, lo común y lo interesante que habita nuestro planeta. Más allá de las variaciones y de las diferentes improntas, hay un estar de la naturaleza. Cielo, mar y tierra”. n


20 // EL PERSONAJE

Las cosas de MANUCHO Manuel Mujica Lainez fue uno de los escritores argentinos más importantes del siglo pasado y una destacada figura social B.B.

En 2010 se cumplieron 100 años del nacimiento de Manuel Mujica Lainez, uno de los grandes escritores argentinos del siglo XX, y del que ahora se pueden conseguir en Madrid todo tipo de valiosos objetos. ‘Manucho, el mundo de Manuel Mujica Lainez’ reúne hasta el 17 de enero en el Centro de Arte Moderno (Galileo, 52) de la capital española, manuscritos, dibujos, fotografías, primeras ediciones, libros dedicados, discos, películas, periódicos y revistas de la época de esplendor del también periodista del diario La Nación, y reconocido creador de la llamada “saga porteña”. Todas cosas que formaron parte de la vida del artista nacido en Buenos Aires, en el seno de una familia patricia, quien además residió en Francia e Inglaterra, y que murió en La Cumbre, en su casa El Paraíso de la sierra cordobesa, en 1984. Todo escritor sabe lo que significa la persecución tiránica de las voces que lleva adentro. Lo aguardan en su biblioteca, cuando se sienta frente a la máquina o frente al papel, susurrantes, cuchicheantes, y más y más sonoras y rotundas y, para escapar de ellas y de su obsesión sale a la calle y se mezcla a los corros cotidianos, también allí lo hostigan, sumando su monólogo interior a los diálogos indiferentes”, declaró Mujica Lainez para explicar su temprana pasión por la literatura, basada también en su descendencia por parte materna de una familia de periodistas y escritores. Narrador y poeta, combinó imaginación novelesca con

datos históricos y el color local con el cosmopolitismo, desarrollando una serie de tramas de corte histórico. Entre los trece y los dieciséis años vivió en Europa, donde se familiarizó con los clásicos franceses e ingleses, y a su regreso se vinculó con Alfonsina Storni, Arturo Capdevila y otros, y más tarde con Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Silvina Bullrich y el círculo de colaboradores de la revista Sur. Pero nunca perteneció a ninguna “capilla literaria”, según sus propias palabras, aunque sí fue vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) cuando Jorge Luis Borges la presidía. Sus gustos clásicos lo mantuvieron ajeno a vanguardias e innovaciones. Admiraba a Marcel Proust, Henry James y Virginia Woolf. Obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Literatura (1963) y recibió la Legión de Honor del Gobierno de Francia (1982). En 1931 comenzó a colaborar en La Nación como crítico de arte y en 1936 reunió bajo el título de Glosas castellanas sus artículos periodísticos; dos años después publicó la novela Don Galaz de Buenos Aires. Si con los cuentos de Aquí vivieron (1949) y Misteriosa Buenos Aires (1950) abordó momentos de la historia de la ciudad desde sus orígenes, con las novelas Los ídolos (1952), La casa (1954), Los viajeros (1955) e Invitados en “El Paraíso” (1957) retrató el apogeo y la decadencia de la alta burguesía argentina. Volvería a ello muchos años más tarde, con El gran


EL PERSONAJE // 21

teatro (1979), aunque derivó antes hacia la novela histórica de ambientación europea. Aquí vivieron narra diversas historias sucedidas entre 1853 y 1924 en San Isidro, un suburbio tradicionalmente habitado por la clase alta de Buenos Aires. El libro responde al proyecto de plasmar una literatura que combinara la imaginación novelesca con una base de datos históricos. La misma voluntad se percibe en La casa, relato en el que una señorial vivienda de la calle Florida de Buenos Aires narra en primera persona su propia historia y la de sus habitantes. Más abarcadora, aunque sin romper con esa línea, resulta Misteriosa Buenos Aires, una reconstrucción no carente de elementos ficticios de la historia de la ciudad, desde el mismo momento de la llegada de su primer fundador, Pedro de Mendoza. Pero además de su talento literario, Mujica Lainez fue muy reconocido por su lado social, sobre todo en los movidos años 60, como lo cuenta Jorge Cruz en un artículo de La Nación. “Fue un personaje novelesco, que fascinaba a quienes lo conocían con anécdotas, humor, irreverencia y una pose de esteta decadente”, dice el autor del homenaje en el centenario de su nacimiento. “A partir de la publicación de la novela Bomarzo y, más aún, a raíz de la prohibición, por el gobierno militar de Juan Carlos Onganía, de la ópera homónima,

cuya autoría compartió con Alberto Ginastera, el escritor multiplicó la venta de sus libros y se convirtió en figura mediática y hasta popular, reconocible a donde fuera y requerida por los semanarios y por los programas de radio y televisión. Fue ingenioso comensal de más de un almuerzo con Mirtha Legrand y entrevistado forzoso en suplementos y revistas. No era habitual entonces, en un escritor, ese frecuente primer plano”, agrega Cruz. Su estética tampoco pasaba desapercibida, según recuerda también Jorge Cruz: “Cuidadoso del atuendo desde siempre, en los años de fama y éxitos le añadió notas ligeramente extravagantes de hombre de mundo con hábitos de dandi: el monóculo, los chalecos llamativos, las corbatas tipo plastrón y el bastón ornamental que ocultaba un estoque. Cuando se mudó a El Paraíso, la indumentaria se tornó más sobria, más campesina, con sombrero flexible o boina; campera o abrigo de gruesa lana resistente a los fríos serranos y el bastón ahora más servicial”. En Cruz Chica sobrevive hoy su casa museo con miles de los objetos y libros que pertenecieron al escritor. A Madrid, ha viajado una pequeña parte que conecta sin tener que subirse al avión, con el inmenso e intenso mundo de Manucho. n


22 // DEPORTES

Fontanarrosa y la caricatura del campeón En una charla en el paraíso, el Negro y Osvaldo Soriano discuten la genética de Lionel Messi y sueñan a lo grande SERGIO A. GONZÁLEZ BUENO www.laculturadelapelota.com Anfitrión de los sensibles, el paraíso habilita la sala mayor del fútbol. Desbordado de felicidad, Roberto Fontanarrosa no gambetea la impostergable cita; El Cairo del firmamento, célebre bar que convoca a intelectuales, artistas y demás bohemios de la esquina, recibe al Negro con la bendición de un café made in Rosario. Acomodada su anatomía en la silla de los virtuosos, Fontanarrosa se despacha con una frase de las suyas: “A pesar de ser leproso, Messi es cosa seria. ¿Cómo hace para correr a la velocidad de la luz con la pelota atada al botín zurdo? No, ese pibe desafía las leyes de la gravedad, Gordo. Te lo dije… por algo nació en Rosario, cuna de talentos”. La genuina sonrisa de Roberto Fontanarrosa da paso a la réplica de Osvaldo Soriano. “Dale, Negro. Lo único que te falta decir es que Messi tiene el carisma de Aldo Pedro Poy. O la clarividencia de Omar Palma. Vos sí que no tenés remedio. Por más que te duela en el alma… ¡Messi es de Newell’s!”. La fogosa tertulia, lejos de bajar los decibeles, los incrementa. Naturalmente, entran a la cancha del debate Di Stéfano, Maradona, Pelé, Garrincha, Zico, etc. Inevitables, surgen las épicas gestas de los Canallas relatadas por Fontanarrosa y los gloriosos onces del Ciclón de Boedo, evocados por la indeleble memoria de Soriano. Modélicos embajadores de Rosario Central y San Lorenzo, Fontanarrosa y Soriano viajan por las naciones del fútbol portando el pasaporte diplomático de su inextinguible pasión. Apagada la llama de la discusión, El Negro sorprende a su amigo con un revelador secreto: “Te cuento una infidencia, Gordo. ¡Voy a dibujar una caricatura de Messi! El pibe se lo merece más que nadie. ¿Acaso alguien representa mejor a la Argentina en el mundo que Leo?”. La mirada de aprobación del Gordo Soriano ahuyenta el sonido de las palabras. Y la ilustración del gol festeja a cuenta en la exclusiva mano diestra de Roberto Fontanarrosa.

Concluida la obra Messi, el Negro Fontanarrosa obsequia a las musas la emotiva pared de sus lágrimas. Exhausto, desnuda en El Cairo los inimitables trazos de su obra Mayor. Incrédulos, los desorbitados ojos de Soriano transitan por la prosa del asombro. Es que la caricatura del campeón devuelve la imagen de un Lionel Messi blindado por una trilogía de escudos: el de la AFA, el de Newell’s… y el de ¡Rosario Central! Pícaro, el Gordo Soriano le replica: “Negro, ¿y el escudo del Barça?” A lo que Fontanarrosa, rápido de reflejos, responde: “Que me perdonen el FC Barcelona y Pep Guardiola. Pero Messi es más argentino que el dulce de leche. ¿Argentino dije? Por D10S, cada vez estoy peor del bocho. ¡Messi es más rosarino que Alberto Olmedo! “. Gordo, ¿cómo te ves dando la vuelta olímpica con Messi en el 2014? Fantaseemos con el escenario: ¡les ganamos la final en el Maracaná a los “brasucas” y los gozamos en el patio de su casa. Se inmolan ahí mismo los danzarines de la samba! De yapa, sumamos la tercera estrella a la gloriosa camiseta de la Selección. Reflexivo, Soriano le responde: “¡El único campeón del mundo que conozco se llama Roberto Fontanarrosa!” n


DE CUENTO // 23

Dios estaba de espaldas ALEJANDRA TALLARICO

Sus padres tenían la esperanza de recibir un varón, especialmente luego de que uno de los mellizos nacidos siete años antes muriera, pero llegó ella. El día de su alumbramiento la madre le pidió perdón al marido y el hombre, indulgentemente, dijo que no importaba. Creció siendo la hija menor en el seno de una familia pueblerina, muy católica y sin instrucción, en el sur de Italia. La hermana mayor se había casado muy joven, y vivía con su suegra en lugar de sumar al esposo a la fuerza masculina de la casa, por eso ‘un varoncito hubiese sido una bendición’. Presa del furor de la expiación, asumió más trabajo que el resto de la familia; limpió, cocinó, atendió a sus padres, al poco fraternal mellizo restante y, lo más importante, nunca dio motivos a los suyos para que se avergonzaran de su comportamiento. La principal lealtad que profesaba era a la propia sangre y la segunda a Dios, así que pregonó con orgullo su virginidad, mantenida a fuerza de seguir al pie de la letra el decálogo regional y divino, hasta los cuarenta y un años cuando, autorizada por la casta, se casó porque ‘ya era hora’.

La madre lo lamentó; una hija soltera hubiese sido muy útil para cuidarla cuando la artrosis y las cataratas le impidieran moverse, pero entendió que eran la comidilla del pueblo. Desde que se convirtió en casadera nadie había pedido su mano, excepción hecha de un cartero bajito con tan pocos billetes como dientes, y un campesino que la madre juzgó muy abajo en la escala social. Era de uso y costumbre recibir a los parientes con toda la hospitalidad y curiosidad disponibles, especialmente a los descendientes de familiares directos que se creía que nunca se conocerían, así que eso hizo cuando un buen día llegó un extranjero que dijo ser su primo, hijo de aquel mentado

único tío materno, emigrado hacía más de cuarenta años. La visita duró doce días en los que ese aventurero sacudió la letanía de la casa, del pueblo y del, por años estático, frasco de perfume sobre su mesita de noche. Hasta el mellizo se entusiasmó con el evento, pero no ayudó en nada con los quehaceres domésticos. Del cansino mellizo se esperaban algunas prestaciones prácticas como reparaciones menores, y mantener económicamente la casa -si alguna vez hiciere falta- pero la función más destacada había sido siempre la de guardián del honor de las mujeres de la familia. En el afán por cumplir con su cometido el hombre rebuscó toda la vida motivos para entrar

en acción; las primas, hermanas del recién llegado, vivían en un país muy lejano, las primas por parte de padre habitaban en otro pueblo -dificultándole bastante el control- la hermana mayor era responsabilidad del marido, y la única hermana soltera por cuarenta y un años, no cometió reales transgresiones. No obstante, él, llevado por la inercia, seguía armando auténticos escándalos cuando esta se retrasaba media hora regresando de misa, o si la veía en la plaza conversando, sin mediadores, con cualquier hombre que no fuese anciano. Gracias al azote de la culpa perpetua, ella le ganaba al residual mellizo en contribuciones dinerarias y colaboración, lo que junto con los madrugones, la ausencia de diversión y el cansancio permanente, le valía el reconocimiento social. A lo largo de su vida fue disfrutando geométricamente de relatar sus dolencias físicas, lo demandante que era su familia y lo indispensable que ella resultaba para todos -cosa sobre la que nadie le llevaba la contraria- así que el sentido de su vida estaba bien determinado. El primo tenía unos cua-

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24 // DE CUENTO

renta y pocos años, era buen mozo, de ojos claros -raros en la familia- dicharachero y locuaz, a pesar de su pésimo italiano, y la miraba de una forma rara. Comenzaron las compras, los convites y el desfile de vecinos para conocer al americano, hijo de aquel paesano al que la posguerra empujó a los mares. Por esos días ella agregó a sus obligaciones un sinfín

de quehaceres porque ‘hay ocasiones que lo exigen’. Aunque por principios morales vivían sin confort, sin enfermera y sin mucama, gozaban de una situación económica muy acomodada, tanto era así que el mellizo casi no desembolsaba dinero porque luego de lo que aportaba ella, de los ahorros familiares y de las pensiones vitalicias de los progenitores,

no hacía falta más. En pos de la redención, ella hacía esfuerzos para justificar su excesivo sacrificio; ejercía como cuidadora y cocinera en una institución geriátrica, trabajando horas extra y turnos rotativos, además de limpiar, cocinar, lavar y planchar en su casa, y de encargarse de los trámites y de la asistencia de sus padres, ya con movilidad reducida, y del mellizo

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quien, por hombre, no debía lavarse los calzoncillos. Los albañiles, plomeros o electricistas eran contratados y pagados por ella cada vez que se necesitaban, e informáticos nunca hicieron falta. Para su asombro, el americano insistía en lavar o secar los platos, la ayudaba a cocinar, a hacer las compras o a barrer; ‘será una costumbre de su país’


DE CUENTO // 25 se explicaba a si misma. Ese hombre poseía un impúdico misterio, era un ser alegre que a pesar de haberse divorciado tres veces no mostraba remordimiento, y se permitía viajar y disfrutar de la vida ante la mirada de Dios. Cuando ella se casó, lo hizo con un hombre que sufría de una minusvalía no muy limitante, pero que lo forzaba a pedirle ayuda para ciertos quehaceres, por lo tanto, sólo le faltaba dar a luz un hijo que requiriese cuidados especiales y su círculo virtuoso quedaría completo. No fue así; tuvo una niña rebosante de salud a la que sobreprotegió de tal manera, que se transformó en temerosa e incapaz de participar en actividades físicas simples, dentro o fuera de su casa. A los cuatro años, ya con sobrepeso, no era inusual ver a

la pequeña llorar frente a los tres escalones de la puerta de calle, pidiendo la mano de su madre para bajarlos. No estaba mal considerado que la vieran pasear con un familiar directo, bastaba con decir que era divorciado, omitir el número de veces y echarle la culpa a la ex esposa, así que, siempre cumpliendo con las normas de una buena anfitriona, llevó a su pariente a conocer los alrededores, y hasta dejó que la tomara del brazo o de la cintura en los tramos escarpados. Como seguramente se usaría en las tierras de las que era oriundo, pensó ella, el viajero piropeó y regaló flores a las mujeres de la familia, invitó a todos varias veces a cenar a restaurantes en pueblos vecinos y demográficamente mayores, los hizo trasno-

char y les contó anécdotas, aceptables sólo en gente que está de paso. En la mañana del día de la partida, lo único que le faltaba al primo, era ir a ver la casucha prácticamente derruida de la sierra, en la que el abuelo de ambos había trabajado como remendador de zapatos muchos veranos junto al padre de él; era un recuerdo que aquel aventurero quería llevarse en la retina y en su ordenador portátil instrumento que en el pueblo pocos habían visto de cerca- así que muy temprano, casi sin luz, ella lo guió y él condujo. En la solitaria montaña, la casucha, único representante en pie de aquellos tiempos peores, se recortaba pequeña y aislada como un pedazo de memoria que había sido reimplantado en ella, y que por fin tomaba cuerpo en

él. Entre los desconchones y escasos muebles viejos, ella le contó qué función había cumplido cada objeto polvoriento y roto, y él le agradeció que operara como restauradora de la genealogía que deseaba comprender. Quizás por la sensación de estar unidos por la historia, se abrazaron. Ella, temblando, lo besó. Él reciprocó. Dios estaba de espaldas, entonces, amparada por el anonimato de ese firmamento de agujeros, vigas y ladrillos añejos, se dejó llevar. La palabra diferencia cobró sentido. Cayó la tarde y los aviones no supieron de esperas. Por la noche, bajo la desorientada mirada de los hombres de la casa, sin estar enferma, le pidió a su marido que fuera a comprar pizzas porque, simplemente, no tenía ganas de cocinar. n

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26 // HOMENAJE

Adiós a ALBERTO DE MENDOZA, el porteño de acento español Alberto Manuel Rodríguez Gallego González de Mendoza, bonaerense del barrio de Belgrano y pionero entre los argentinos que triunfaron en las tablas españolas, murió el pasado 12 de diciembre en la madrileña Clínica de la Luz, donde llevaba varios días internado por una insuficiencia respiratoria. De Mendoza despuntó en los años sesenta como uno de los grandes galanes del cine español, con Carmen Sevilla o Sarita Montiel como compañeras de romances en la gran pantalla. El 1 de diciembre había estre-

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nado con gran éxito en Buenos Aires su último trabajo, el abuelo protagonista de ‘La mala verdad’, una cinta de Miguel Ángel Roca que en el último Festival de Málaga le valió el premio al mejor actor en la sección iberoamericana. Actor principal y de reparto en más de 190 películas, las nuevas generaciones le redescubrieron por su entrañable de abuelito en ‘Tapas’, “un papel simpático y cortito”, como decía él. No le importaba esa fama sobrevenida como octogenario con un personaje

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HOMENAJE // 27

secundario. “No conozco envidias ni frustraciones. Empecé de soldado y llegué a teniente general. No me siento sabio; solo escéptico y experimentado, porque he vivido intensamente”, relataba en el verano de 2006 en una entrevista para la revista de la Fundación AISGE. Sus hijos, Belén y Fabián (psicóloga y publicista de profesiones), le recordaron como “un hombre apasionado, temperamental, enamorado de su trabajo”. No solo acababa de estrenar con éxito ‘La mala verdad’, donde aceptó un papel durísimo, el de un anciano machista que abusa de una menor en el contexto familiar; también había apalabrado una teleserie de 13 capítulos para la televisión argentina y en verano confiaba en llevar ‘Las brujas de Salem’ a los escenarios bonaerenses. Habría seguido siendo actor hasta los cien años y nos sentimos orgullosos de que nos haya dado una vida fantástica a todos”, relataba Fabián de Mendoza, que en su juventud fue actor (“muy malo, porque la sombra paterna era insuperable) y ejerció como productor y realizador de programas televisivos. DESCENDIENTE DE ESPAÑOLES Hijo de andaluz y vasca, huérfano a los cinco años, al pequeño Alberto de Mendoza le mandaron a vivir a Madrid y conservaba recuerdos de niño republicano, “cuando todos éramos amigos de todos, desde el hijo del panadero al del Conde de Aguilera, y los más crediticios pagaban un duro a una chica para que le toqueteara mientras los demás esperábamos abajo a que nos contara cómo había ido todo”. Se enamoró del séptimo arte en las butacas del Cine Argüelles y del teatro, cuando se colaba a ver las zarzuelas entre las cajas, en el Lara. Su primer mentor profesional fue Carlos Casaravella:

un chansonier uruguayo, galán de Celia Gámez, con el que coincidió en un autobús de evacuación de Madrid a Valencia y, más tarde, en el barco Tucumán, rumbo a Marsella. “En Francia me enseñaron a zapatear, pero era un bailarín muy malo. Así que no me quedó más remedio que pasarme al teatro independiente. La primera vez que salí a escena me quedé con la garganta tan seca que no fui capaz de articular una sola palabra. Cero. Me marché avergonzadísimo. Pero el actor que no haya sentido ese nudo en la garganta no es actor”, confesaba el actor en la citada entrevista. Alberto de Mendoza se confesaba “escéptico” y reflexionaba así sobre el tránsito final: “La vida es un camino hacia la nada. Cuando te das cuenta de que se ter-

mina, todo adquiere una importancia muy relativa. Me conformo con no hacer mal a nadie y vivir con dignidad”. En su caso, además, deja el legado indeleble de títulos como ‘El retrato’(1947), ‘Barrio gris’ (1954), ‘La chica de Via Condotti’ (1973), ‘Cazar a un gato negro’, ‘El infierno tan temido’, ‘La máscara de Scaramousche’, ‘La joven casada’ (de Mario Camus), ‘Luna de octubre’, ‘Tú y yo somos tres’ o ‘Tierra de gigantes’, entre muchísimos otros títulos. n


28 // OPINIÓN

¡Qué buenos son los que mandan! CARLOS OCHOA BLANCO

No sé si es que estamos todos locos o es que somos tontos. Esta es una duda que desde hace tiempo ronda mi cabeza y que el otro día volvió a surgir, cuando vi en las noticias al presidente de Estados Unidos, sirviendo comida a unos indigentes, en un comedor de caridad. Esa escena, preparada para el protagonismo de un gobernante, se está transformando en una imagen típica de la Navidad. Ya es como, Papá Noel, el Nacimiento, los villancicos, el arbolito, etc.

Al ver al señor Obama repartiendo comida entre los pobres, empecé a reflexionar sobre algo que intentaré explicar con un ejemplo: imaginemos que por una calle va caminando un señor “A”, que en su bolsillo lleva una billetera con cien euros. De repente, un delincuente, llamado “B”, lo asalta, lo tira al suelo, le da una paliza y le quita la billetera. En ese momento el personaje “B”, es rodeado por una multitud que le recrimina lo que hizo. Entonces “B”, se agacha y empieza a curar

las heridas de “A”. Luego saca de su bolsillo la cartera de la víctima, extrae un billete de diez euros y se lo da al señor “A”, que está en el suelo, hecho una piltrafa, sangrando como si lo hubiese aplastado un camión. En ese momento, la multitud, rompe en una ovación cargada de aplausos, con el fin de agradecer la “bondad” del personaje “B”. Algo similar sucede cuando un presidente o presidenta, se rodean de pobres para darles regalitos, comida, etc. Da lo

mismo si es comida o un televisor. La cuestión es que nosotros, pobres tontos, aplaudimos y vitoreamos la acción sin analizar lo que está pasando. En primer lugar, los pobres que están en un comedor público de caridad, están ahí porque alguien en el gobierno de su país, no supo hacer las cosas bien para que ellos no llegasen a ese estado de miseria. Si hay pobres en un país, es que hay un mal gobierno. Y si hay un mal gobierno: ¿De quién es la culpa? Pues del presidente o presidenta.


OPINIÓN // 29 Por tanto, el gobernante es el menos indicado para lucirse sirviendo un plato de comida o dando regalitos a los pobres. Eso lo pueden hacer organizaciones o personas que no tienen otra forma de ayudar a los ciudadanos, sumidos en la miseria. Los que gobiernan son los que llevan el timón del país. Así que ellos, desde su puesto, tienen la posibilidad y la obligación de lograr que en su país no haya pobreza y que sus compatriotas no tengan la necesidad de recurrir a los comedores de la caridad publica. Creo que en este teatro de la vida, se están confundiendo los papeles. Los comedores sociales fueron creados por personas que no tenían otra forma de mitigar las miserias que sufre el pueblo. Las ONG de ayuda, son instituciones que al no tener las riendas

del poder, no pueden influir directamente en la desaparición de la pobreza y miseria que sufre el pueblo, producto de las ambiciones de políticos sin escrúpulos. Cruz Roja, Caritas y otras instituciones, nacieron porque los gobiernos del mundo se empeñan en meternos en guerras y arrastrarnos a la miseria, en nombre de estúpidos ideales políticos, que solo nos complican la vida y hacen que nuestro paso por este mundo, sea un infierno en busca de un trozo de paz y de pan. Por tanto, los que en estas fiestas navideñas están en sus mansiones, rodeados de lujos y estupendas viandas, preparadas por exquisitos maestros de la cocina, es mejor que se dejen de tomarnos el pelo apareciendo en la prensa con una sonrisa, mientras dan un plato de comida en un

comedor social, a los pobres desgraciados que el gobierno no supo sacar de la miseria. Por eso digo al principio, que pienso que somos tontos, pues es la única explicación que encuentro para que todavía haya gente que aplauda a todos los que se hacen propaganda, a costa de las miserias que hay en el mundo. Y esto no solo lo digo por los políticos. También incluyo en este teatro, a muchos artistas y millonarios que se dedican a adoptar niños, de distintos países y razas, como si coleccionasen cuadros o recuerdos de los sitios que visitan. Quien quiere hacer obras de caridad, de verdad, no debería aparecer en los medios de comunicación, posando ante los pobres desgraciados que padecen las miserias, resultantes de

la acumulación de poder y dinero que atesoran unos pocos, mientras que el resto de la humanidad son, para ellos, como un perro que junto a la mesa, mira a los comensales para ver cual de ellos le tira un trocito de comida. Lo malo es que hay algunos, que al igual que el perro, que es un ser irracional, ladran de alegría cuando el comensal se digna a tirarles ese trocito de comida. La caridad es cosa de las ONG, los que gobiernan solo tienen que lograr que las ONG se queden sin clientes, por falta pobres. Para ello solo es necesario que el pueblo madure y deje de aplaudir el teatro de los políticos. Quizás algún día los pueblos dejemos de ser tontos y aprendamos a pensar. Mientras esperamos que eso suceda, les deseo un ¡FELIZ AÑO 2012! Un saludo. n

FICHA TÉCNICA ACHAVAL-FERRER FINCA ALTAMIRA 2008

Finca Altamira, es parte de nuestra línea de investigación del “terroir” en la Argentina. Malbec Finca Altamira es fruto de la búsqueda de la mejor expresión de ese territorio, aquel en donde la suma de clima, suelo y cepaje se expresan en una personalidad única y consistente año a año. La simple expresión varietal se ve desbordada y subyugada por la fuerza del “terroir” que habla desde lo más profundo de las raíces

WINEMAKER: Roberto Cipresso, socio y winemaker de Achaval-Ferrer. Roberto es considerado como uno de los más talentosos y jóvenes enólogos por la prensa especializada. PRODUCCIÓN: 825 cajas de 12 botellas.

CEPAJE: 100% Malbec procedente de un solo viñedo plantado a pié franco de 6 has. en La Consulta, Valle de Uco, hace más de 80 años, a una altura de 1050 metros sobre el nivel del mar. La producción es menor a 2000 kg por hectárea o 400 gramos de uva por planta (se necesitan tres plantas para poder hacer una botella de vino). COSECHA: Manual, el 18 de marzo de 2008.

PERÍODO DE MADUREZ: Madurez óptima, desde 2011 y hasta más allá del 2021.

APUNTES DE PRODUCCIÓN: El Malbec es el cepaje tinto emblemático de la Argentina que ha encontrado en Mendoza un clima y suelo ideales. Altamira, en La Consulta, tiene el potencial para ser un verdadero “grand cru”. Nuestra filosofía es trabajar duro lo necesario durante los 11 meses en el viñedo, para obtener uvas que necesitarán muy poca intervención durante el proceso de elaboración del vino. La ubicación del viñedo, la edad de las plantas, el programa de trabajo y el manejo hídrico al que están sometidas las cepas son elementos esenciales que trabajan a favor del objetivo de elaborar un vino que sea verdadera expresión de su terruño. Su personalidad se destaca a través del vino, cosecha a cosecha, con un carácter único, reconocible y repetitivo. La fermentación tiene lugar en pequeños tanques. Finalizada la misma el vino se coloca en barricas nuevas de roble francés. El vino se cría en estas barricas por un período de tiempo tal que éstas le otorguen la estructura que la concentración de la fruta necesite. En esta cosecha fueron 15 meses. EMBOTELLADO: El 21 de agosto de 2009 sin clarificar ni filtrar. Si bien hay un riesgo adicional en este procedimiento, preferimos no despojar al vino de los sutiles aromas y sabores. La formación de depósitos en la botella puede ser observada luego de algún tiempo de estiba en botella. ANÁLISIS: Alcohol 13.5 %, PH 3.5, Acidez Total 6.11 gr/l, Acidez Volatil 0.76 gr/l, SO2 Total 54 mg/l., Azúcar 1.53 gr/l Localidad: Ubicación: Suelo: Variedad: Superficie: Rendimiento:

La Consulta, Valle de Uco, Mendoza. A 20 metros del Río Tunuyan. Riego por surco de sur a norte Canto rodado y capa limo arenosa de 20 cm. Algo de cenizas volcánicas Malbec. Altura: 1.00 metros s.n.m. 6 hectáreas. Densidad: 6.500 plantas/ha. 12 hl / ha. Data de: 1925.

Para Servir: Temperatura entre 16º y 18ºC. Recomendamos fuertemente decantar este vino al menos una hora antes de beberlo. Roberto Cipresso (Winemaker), Santiago, Manuel, Marcelo, Diego y Tiziano Amigos, soñadores y socios

www.achaval-ferrer.com

ventas@achaval-ferrerr.com


30 // OPINION

El tiempo no pasa ENRIQUE PINTI

El tiempo pasa con esa extraña manera que combina la rapidez con la velocidad, característica que nos hace vivir como si cada día fuera a ser el último. Y de pronto nos miramos al espejo y observamos cuántas cosas han marcado ese rostro. Es un gesto de cada mañana, pero una mañana en especial nos hace ver que el tiempo pasó día a día, despacito y muy ligero. Parece ayer cuando no llegábamos a vernos en el espejo y teníamos que usar un banquito para peinarnos, parece tan reciente el día de la primera comunión, el fin de la primaria, la foto del curso de quinto año nacional, aquella vez que, acicalados con una camisa a la moda, el pelo largo a la usanza de los setenta y un pantalón Oxford apretado en la cintura y con pata de elefante, creíamos que íbamos a matar en una fiesta y matamos, pero de risa, a un montón de pinchadores de globos que gritaron: "¿Vos te miraste al espejo?" Y uno llega a cada fin de año haciendo proyectos, planificando todo con la ilusión y la prepotencia vital del que sabe que tiene la vida por delante, impaciente, ansioso, sin tomar conciencia real de que lo que parece tan lejano va a llegar mucho más rápidamen-

te de lo que uno cree. Ansiedades, ambiciones, angustias, incógnitas, enigmas, miedos y júbilos y, de pronto, casi sin darse cuenta, las cosas pasan, lo futuro se vuelve presente y muy pronto queda en el pasado, y ahí vienen las preguntas sin respuesta. ¿Esto era todo?, ¿ya fue?, ¿y ahora? Y la rueda vuelve a empezar pero poco a poco vamos comprobando que ya no nos queda tanto tiempo. Y no es que uno pretenda vivir cien años (de sólo pensar mi propia vida si hubiera nacido en Europa en 1870 y hubiese tenido que morfarme la centuria entera hasta el 1970 se me erizan los pelos). Claro que ustedes pensarán qué diferencia hay si naciste en 1939 en la Argentina y deberás fumarte los despioles locales y mundiales hasta 2039, año que, sin hacerme el Nostradamus del subdesarrollo, amenaza con una destrucción planetaria y ecológica que salvo los locos de Greenpeace, nadie parece querer resolver. No, no es que creemos

que vamos a ser inmortales, todo lo contrario, a medida que envejecemos tomamos conciencia de que los plazos se van acortando. Algunos encuentran filosofías de vida adecuadas, mezcla de ansiedad y resignación, otros bajan los decibeles y algunos cambios en el acelerador vital y se concentran en lo que consideran importante, y con sabiduría dejan de hacerse problemas, por lo que asumen que ya es tarde para resolver y se dedican a disfrutar lo mucho o poco que la vida les haya brindado. Y también hay quien en edades avanzadas descubre una nueva etapa de realizaciones personales y (¡a la vejez, viruela!) encuentra

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un gran amor, una habilidad ignorada o una vocación adormecida por la rutina y que de pronto despierta con inusitado entusiasmo. La calesita de la vida es sorpresiva y apasionante, nadie puede saber qué traerá la próxima voltereta. Y eso es lo más hermoso que tiene: sus sorpresas, sus cambios, esos que poco y nada tienen que ver con la edad biológica. Sólo hay que dar tiempo al tiempo, un tiempo tramposo que parece que no pasa nunca y de pronto se precipita y nos hace ver toda la energía que hemos malgastado en tonterías y, del mismo modo, todo lo que podemos recuperar antes de que sea muy tarde. Una cosa es cierta y nos ocurre a la inmensa mayoría de los veteranos: nuestra paciencia se agota más rápido que antes, ya no tenemos tanta tolerancia ante los errores repetidos de los que nos ningunean y, perdido por perdido, decimos lo que pensamos sin los frenos hipócritas de la domesticación masiva; volvemos a ser niños en ese aspecto, caen las hipocresías, se acaban los filtros y como ya no nos interesa quedar bien con nadie que no nos guste, nuestras verdades (que no son la verdad, pero que son nuestras) brotan como en la más tierna infancia y nos vamos convirtiendo en inimputables. Alguna ventaja tiene que tener llegar a viejos n

y la recibirás por correo

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