MULTIVERSO REVISTA DE NARRATIVA FANTÁSTICA, CIENCIA FICCIÓN Y TERROR| NÚMERO 5
6
LECHO CRUENTO Por: Gonzalo Montero Lara
(Este es un cuento; pura ficción, cualquier parecido con la realidad es simple casualidad) Los míticos ángeles de la vida y de la muerte, no tienen tiempo para nada; “ellos” son parte de la dimensión que discurre insondable en el círculo continuo de la creación-destrucción. Así se la pasan jugando con el destino de todos nosotros; las criaturas de existencia densa. — ¿Muere o no muere? —pregunta el Ángel de la muerte a su colega y rival de juego, el Ángel de la vida. —Lo ayudaran los otros humanos de su especie a sobrevivir —contesta el Ángel de la vida —Yo creo que la mayoría de los humanos del entorno los ayudaran a desencarnar, no olvides que muchos están de mi parte. El hombre pertenece a una especie muy destructora. —No todos…muchos pueden ser de tu equipo, aunque la mayoría juegan para ambos lados, dependiendo de circunstancias de origen; humanas…muy humanas. Era la una de la madrugada de un agitado fin de semana. No importa recordar la fecha, porque fue un espacio preñado de desgracias. Por lecturas conozco que la aterradora parálisis del sueño, las crisis lancinantes de las úlceras, y los trabajos de parto entre otras contingencias mundanas tienen preferencia por presentarse con mayor frecuencia a la luz de la luna llena. Este cuerpo estelar que imagino se divierte mucho contemplando esos cuadros tan poco románticos. Viene a mi memoria que luego de tres días de compartir de manera entusiasta, pletóricas copas de chicha de maíz morado y un navegar festivo en ríos de brebajes amarillos, junto con almas que llegaron el día de difuntos al puerto terrenal, pensé que se resintió mi estómago a las profusas cargas festivas; cocteles urpus (juguetes), t’anta wawas (muñecos de pan), y otras masas dulces deliciosas de los mast’akus( mesas de difuntos). Un súbito dolor en mi abdomen superior, me despertó a la hora fatídica, poniendo en cuestión mi capacidad semiológica de poder definir si este dolor me comprimía, retorcía o quemaba. Pedí a mi compañera de vida, muy solícita en estos 6
trances, me aplicara una inyección de ranitidina para las gastritis y úlceras, de manera directa en mi torrente sanguíneo y otra de propinoxato en mi macizo glúteo para concluir el asunto. Sin embargo, cuatro horas después, despierto nuevamente con el dolor plenamente instalado en los segmentos anatómicos que académico lenguaje anatómico se denomina epigastrio, y popularmente conocido como “boca del estómago”. Era la primera vez que sentía un dolor con esta localización, esas características y una irritante persistencia. Llamé por teléfono a Carlos mi cirujano de cabecera, quien se hallaba cerca de terminar su turno en la guardia del Hospital. Con mi compañera al volante volamos virtualmente en su búsqueda y de calzándome las medias impares y el calzoncillo al revés. Una vez allá acostado en un cubículo de urgencias, persistía la incertidumbre sobre el origen del dolor; yo continuaba sin poder definir bien el problema y el caso apuntaba, a mi entender, solo a una banal irritación gástrica. El referido cirujano amigo, solicitó los exámenes de apoyo para conseguir un diagnóstico sustentable. Lamentablemente el moreno galeno terminaba el turno, y no podía continuar con la atención, pero en su lugar llego otro morocho de la especialidad, quien con los resultados de los exámenes complementarios en la mano, evaluó la presencia de cálculos biliares de unos siete milímetros de diámetro, conglomerados (seguramente conspirando o en alguna movilización biliar), cerca de la desembocadura del conducto natural de drenaje de la vesícula biliar. Los glóbulos blancos estaban aumentados en la sangre con un nivel de 13.000, encima de la cifra normal, apuntando a un proceso infeccioso agudo. Para entonces el dolor como dicen del gobierno estatal; “se corrió a la derecha”. Instruyeron mi internación a piso para prepararme a una cirugía de urgencia. Todo esto mientras una amable enfermera licenciada me canalizaba una vena asegurándome que la necesitaría y duraría hasta mi operación. Encargaron a una hermosa interna, para que me interrogara. Ella me pidió el detalle sobre mis enfermedades anteriores y antecedentes alérgicos. —La cefotaxima me produjo una reacción cuando me la administraron en el transoperatorio de una cirugía traumatológica anterior —señalé—. Ella tomó nota del dato. —Me produjo una severa taquicardia — complementé admirando su figura. Luego, ya resignado continué informando, — nacido en día 7 del mes 7—, por casualidad ingresé a la sala 7 de cirugía varones, recién pintada con colores cálidos donde yacían tres