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M. Vicente Sánchez Moltó pág

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natura». En el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid podemos admirar algunas de ellas, dispuestas en pequeños escenarios independientes (dentro de un mueblo relicario), representando seis escenas de la vida de María: Desposorios, Anunciación, Visitación, Adoración de los Pastores, Adoración de los Magos y Huida a Egipto. Con respecto a otros maestros de la época mencionaremos las figuras de barro representando al Niño Jesús en brazos de María o de San José, del granadino José Risueño y las de Pedro de Mena y Pedro Duque Cornejo, de gran tamaño, algunas de las cuales se conservan en el Museo Nacional de Artes Decorativas. Uno de los belenes más característicos de este periodo se encuentra en Madrid, en el Convento de las Carboneras. Este es un belén del siglo XVII que representa la escena del Nacimiento de Jesús y adoración de los Reyes Magos. Tiene, como todos los belenes, un gran número de elementos simbólicos: al lado de las figuras las monjas colocan unas flores blancas (representación de la pureza del niño) y un par de granadas (símbolo de la Resurrección). En la iglesia, en uno de los altares, está el cuadro de la Virgen encontrado por unos niños entre un montón de carbón, hallazgo que dio nombre al convento. Dentro de lo legendario, se especula con el hecho de que fue en San Cristóbal de La Laguna, Tenerife, donde se expuso un nacimiento de forma pública en una casa particular. Ocurrió en el siglo XVII en el do-

Natividad de Pedro de Mena

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Natividad de Pedro Duque Cornejo micilio de la familia Lercaro en la calle San Agustín de dicho municipio, edificio que hoy alberga el Museo de Historia tinerfeño y en el que se conserva un belén procedente de Génova. El Belén en España alcanza su auge y esplendor durante el siglo XVIII con la subida al trono español de Carlos III, las figuras procedentes de Nápoles marcarán la pauta a seguir por los artistas españoles. Decide el Rey, junto con su esposa María Amalia de Sajonia, continuar en España la costumbre, adquirida en Italia, de instalar durante la Navidad un belén en Palacio para su hijo Carlos IV. Para ello, encarga al escultor valenciano José Esteve Bonet la confección de más de 200 figuras que completen las que

Belén de Las Carboneras trae de Nápoles y que deberán ser de su misma hechura para no desdecir del conjunto, de más de 4.000 figuras; empieza así el llamado “Belén del Príncipe”, obra que continuaría más tarde el también valenciano José Ginés y el murciano Francisco Salzillo. Construye una sala especial para el belén, para que sea exhibido al público todos los años. Este belén se caracteriza por tener figuras de diferentes tamaños para una acertada perspectiva al ser colocadas en las diferentes escenas. Muchas terminaron en mano de particulares, en salas de museos o simplemente se han perdido. Aún se conservan muchas figuras, unas trescientas, en el Palacio Real de Madrid, que se pueden visitar gratuitamente cada Navidad. Los nobles de la Corte imitan rápidamente al Rey, y la moda se extiende, primero entre la aristocracia y, más tarde, entre la burguesía y el pueblo llano, que la hacen suya cuando artesanos más modestos la ponen a su alcance económico, pierden las figuras calidad artística, pero ganan popularidad. Es obvio añadir que la representación por

Belén del Príncipe

excelencia del arte belenístico en España, durante el siglo XVIII, la ostenta Francisco Salzillo. El Belén de Salzillo, un verdadero hito en el desarrollo del belén hispano lo constituye el conjunto encargado en 1776 por don Jesualdo de Riquelme, rico prócer murciano que, tras un viaje a Madrid, se entusiasmó con el arte belenista. El afamado artista recreó la historia de la venida de Cristo, en un ámbito popular sacado del medio pastoril, con tipos populares de la huerta murciana, e inspirados en los grabados de trajes populares, obra del célebre grabador Juan de la Cruz. Hoy se puede admirar, en el Museo Salzillo de Murcia, este monumental belén con más de 900 figuras que se conserva casi completo. Hasta el siglo XVIII los belenes solían mostrarse exclusivamente en las Iglesias, pasando entonces a instalarse en las viviendas particulares. En este siglo XVIII, aparte de los mencionados José Esteve Bonet y José Ginés, debemos destacar al catalán Ramón Andreu que, hijo de alfarero, aprende desde niño a trabajar el barro, y presta a las figuras ese realismo tan propio de su región, sitúa junto a unos Magos cargados de lujo y majestad, unos paupérrimos pastores de remendadas ropas; creó escuela por su técnica y buen hacer. A lo largo del siglo XIX, la abundancia de excelente material, procedente del XVIII, hace que la producción artística se paralice algo, queda prácticamente en manos de pequeños artesanos el privilegio de mantener un ritmo mínimo de fabricación, tiene que llegar la segunda mitad del siglo XX para que resurja con fuerza este arte. Podemos contemplar un ejemplo en el llamado Belén de San Isidro (Madrid), Se trata de un precioso belén del siglo XIX, obra del escultor catalán Doménec Talarn Ribot, policromado por Mariano Fortuny Marsal. No es un belén montado, sino que las piezas están dentro de urnas separadas. Forman como una pequeña exposición: la ordenación de esas figuras dentro de los expositores de cristal es la lógica de un Nacimiento, con el llamado “Misterio” (la Virgen, San José y el Niño) en el centro. Otro belén que es digno de visitarse es el Belén del Monasterio de la Encarnación (Madrid). Situado en el altar de San Felipe, su peculiaridad histórica radica en el especial eclecticismo y mezcla de sus figuras. La escena principal nos muestra un misterio del siglo XVII, con la Virgen tradicional española, un San José de marfil de estilo filipino y un Niño Jesús en madera tallada policromada. Al fondo a la izquierda, el grupo de los Reyes Magos aparece con figuras de barro del siglo XIX, procedentes de la Escuela de Olot;

Belén de Salzillo, Murcia a la derecha, dos pastores del artista José Luis Mayo, del siglo XX. Todo ello combinado con elementos vegetales y complementos de cerámica y bronce de diversos talleres españoles desde el siglo XVIII. En el siglo XIX se puso de moda el orientalismo, gracias a los viajeros románticos por Oriente Medio y Egipto, posteriormente se decanta por representaciones realistas, pero más árabes y beduinas que propias de la Judea del siglo I bajo la ocupación romana. Esta tradición se generaliza en los hogares a mediados de este siglo al realizarse en serie la producción de pequeñas figuras. Destacan las de poca factura producidas en barro, muchas veces sin cocer y pintadas con vistosos colores, en su mayoría fabricadas en Murcia, Granada, Barcelona y Olot (Gerona) y que podían ser adquiridas en tiendas de imaginería religiosa o mercadillos populares en Navidad. Durante finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX aparecen los belenes de “cacharrería”, de confección muy modesta y humilde pues hacen uso de materiales al alcance de las clases más populares, musgos para recrear los montes, trapos o cajas de cartón para dotar al belén de una orografía accidentada, papel de plata para simular riachuelos, hojas y flores para hacer todo ello más natural. En ocasiones se recubre con harinas a modo de nieve. Las figuras, muy sencillas, de barro policromado, a veces sin cocer, se colocan en el belén, las principales en el portal y el resto distribuidas por todo el belén. Desde los primeros belenes españoles, la ejecución material de las figurillas tiene una tendencia especial, “la policromía” sobre madera o barro, empleándose lienzo en algunas de ellas como en la escuela murciana. A nivel arquitectónico, una de las mejores plasmaciones artísticas del belén podemos encontrarla en la Fachada del Nacimiento del Templo de la Sagrada Familia de Barcelona, obra de Antonio Gaudí. Y ya en el siglo XXI, un bello ejemplo se halla en la Basílica Pontificia de San Miguel (Madrid), realizado por uno de los mejores artistas de belenes contemporáneo: José Luis Mayo Lebrija. La técnica para modelar las figuras se denomina “a palillo”. No se hacen con molde, sino que cada figura se esculpe de manera individual y única, con una gran cantidad de detalles (como las figuras son de tamaño pequeño, esos detalles se hacen con un utensilio denominado palillo, de ahí el nombre de la técnica de realización de estas figuras). En él se desarrollan varias escenas perfectamente combinadas de vida cotidiana y fervor religioso: la Anunciación, el Nacimiento, la llegada de los

Belén de San Isidro

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