4 minute read
TU LECTURA DEL MIÉRCOLES
Se acercaba la fiesta de la Pascua y Jesús quería celebrarla en Jerusalén con sus discípulos. Por el camino debían pasar por la ciudad de Jericó. Jericó estaba muy cerca del río Jordán, seguramente cerca de donde había predicado Juan el Bautista y muchos de sus habitantes habían escuchado y creído al profeta. Muchos también habrían creído que Jesús de Nazaret era el Mesías porque lo había dicho Juan.
Conforme se acercaba a la ciudad, mucha gente se unió al grupo de Jesús y pronto era toda una multitud la que lo seguía. De todas formas, Jesús quiso entrar en la ciudad.
Las ciudades de Israel no tenían grandes avenidas. Solo unas pocas calles tenían el ancho para que pudiera pasar un carro y apenas había espacios abiertos como plazas. El resto de las calles eran bastante estrechas. Te puedes imaginar la que se organizó en Jericó cuando de repente una multitud pretende entrar en la ciudad siguiendo a Jesús. Todo Jericó se enteró de que Jesús estaba en la ciudad.
Entre los habitantes de Jericó había alguien muy especial. (Podrás saber quién era si lees Lucas 19: 2). No sabemos si Zaqueo había escuchado predicar a
Juan o había escuchado acerca de Jesús por otras personas. Pero lo cierto es que tenía muchas ganas de verlo y escucharlo.
Cuando intentó acercarse a Jesús se encontró con tres problemas. Primero la multitud. ¿Has intentado moverte en medio de una calle abarrotada de gente? Es muy difícil. El segundo problema era más personal. (Lo puedes leer en Lucas 19: 3). Tú lo has vivido, ¿a que sí? Cuando quieres auparte para ver algo en medio de la gente y no te dejan. Cuando eras pequeño tus padres te subían en brazos, o a los hombros, y así podías ver algo. Pero Zaqueo no tenía a nadie que le aupara. El tercer problema era más humillante. Zaqueo era publicano. Los publicanos eran los recaudadores de impuestos para los romanos. Todo el mundo odiaba a los publicanos porque los consideraban unos traidores por trabajar para los invasores. Además, siempre estaban bajo sospecha de que eran unos corruptos. Todo el mundo sospechaba que cobraban más de lo que los romanos les pedían y se quedaban con parte del dinero que recogían. Pero es que Zaqueo no era un publicano cualquiera. ¡Era el jefe de los publicanos! Era el que mandaba. Era al que más odiaban. Y nadie le dejaba un hueco para acercarse a Jesús.
Ayuda a Zaqueo a encontrarse con Jesús.
Busca un camino entre las casas de forma que no atravieses ninguna línea.
Tu Lectura Del Jueves
Pero la voluntad de Zaqueo de ver a Jesús era muy superior a los empujones, pisotones o los insultos que podía recibir de la multitud que abarrotaba las calles de Jericó.
Pensó un poco y se dio cuenta de que Jesús se dirigía a una plaza, a un lugar un poco más ancho donde crecía un sicomoro.
Seguramente Jesús se pararía en esa plaza para descansar o para predicar.
Zaqueo no se lo pensó dos veces y se fue corriendo a la plaza antes de que llegara la multitud y se aseguró de tener un sitio que nadie le quitara. (Si lees Lucas 19: 4 sabrás dónde se colocó).
¡Pero esto no era serio! Un hombre adulto, con un puesto importante y con ropas muy caras subiéndose a un árbol ¡como si fuera un chiquillo!
Pero Zaqueo no quería que nadie le molestara ni le
Curiosidades
impidiera ver ni escuchar a Jesús.
Allí se quedó, escondido en medio de las ramas, hasta que comenzó a ver llegar a la gente y llenar la plaza. Zaqueo estaba feliz. Vio llegar a Jesús. Seguro que se pondría a enseñar y él estaba justo encima y lo iba a poder ver y escuchar todo, todo.
Pero cuál fue su sorpresa que cuando Jesús llegó y se colocó bajo el sicomoro, miró hacia arriba y lo vio. ¡Qué vergüenza! Seguramente toda la multitud quiso mirar hacia el árbol y cuando descubrieron que era Zaqueo…
Lo que le faltaba a Zaqueo: odiado, humillado y avergonzado.
Pero Jesús lo miró y le sonrió. No con una sonrisa burlona, sino con una mirada de cariño.
Y lo que Jesús le dijo a continuación no se lo esperaba ni en sueños. (Lee las palabras de Jesús en Lucas 19: 5).
Un sicomoro es un árbol parecido a la morera pero que da higos. Puede crecer hasta 20 metros de alto y sus ramas pueden dar mucha sombra.
Tu Lectura Del Viernes
Zaqueo no se lo podía creer. Jesús se estaba… invitando… ¡a su casa! De todas las casas que había en la ciudad Jesús no quería ir ni a casa del jefe de la sinagoga ni a la del alcalde ni a la de ningún levita. Jesús quería ir a casa de Zaqueo.
Ya no le importaba que la gente se riera de él. Jesús lo había elegido a él. Iba a tener en su casa al Maestro.
(Lee Lucas 19: 6).
Cuando Jesús habló, todo el mundo guardó silencio. No. No podía ser. La gente pensó que Jesús no debía saber que ese hombre era el ser más despreciado de todo Jericó. Jesús se había equivocado y así se lo hicieron saber. (Lee Lucas 19: 7).
Pero Zaqueo tenía algo que decir. Él amaba a Jesús con todo su corazón y quería demostrarlo. No solo iba a recibir a Jesús en su casa y lo iba a atender con todos los cuidados sino que se ofreció a mucho más. (Lo sabrás si lees Lucas 19: 8).
Voluntariamente Zaqueo donó la mitad de su fortuna para los pobres, porque él quiso, no porque nadie le obligara. Y por si alguien sospechaba que era un ladrón y un corrupto, se ofreció a compensar al que hubiera perjudicado devolviéndole el dinero defraudado y hasta cuatro veces más.
¡Qué diferencia entre el rico Zaqueo y aquel otro joven rico!
Jesús entró en la casa de Zaqueo y descansó allí. No sabemos cuánto tiempo. Pero seguro que Zaqueo pudo disfrutar, no solo de sus enseñanzas sino también de su compañía y cariño.
Encuentra 7 diferencias entre los dos dibujos.
Piensa un poco
Fíjate en un pequeño detalle de la historia: Jesús se invita. No espera a que Zaqueo lo invite a formar parte de su vida. Jesús siempre toma la iniciativa, siempre es el primero en buscar tener una relación con nosotros porque él quiere formar parte de nuestra vida. Y ten por seguro que insitirá e insistirá hasta que tú le dejes ir a tu casa a cenar.