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TU LECTURA DEL MIÉRCOLES
¿Qué decidió hacer el rey entonces? (Léelo en Mateo 22: 8, 9).
Esta vez el rey invita a todo el mundo que quiera ir. No le importa quiénes sean; fíjate que los criados traen a buenos y malos. Para nuestro rey todos son bienvenidos. No importa si son ricos o pobres, si son judíos o gentiles. El príncipe se va a casar de todas formas y quien acepte la invitación podrá asistir a la boda y al banquete reales.
Algunas personas podrían decidir no ir a la fiesta por no tener una ropa adecuada. No pueden ir al palacio real con harapos o con la ropa de trabajar en el campo. Sería un insulto al rey y a los novios. Pero para que esto no pase el rey les ofrece una ropa especial para la fiesta. En aquellos tiempos el rey o el señor solía regalar un kaftan (manto o túnica) a sus invitados más pobres para que todos se sintieran cómodos y elegantes. ¡Qué lujo! ¡Poder vestir ropa cara y elegante! Y esa ropa se la podrían quedar para siempre.
Muchas personas creen que no pueden salvarse porque son malas, porque se han equivocado muchas veces y han pecado. Esa es nuestra «ropa harapienta y de trabajo». ¡Claro que no podemos entrar con esa ropa sucia al banquete del rey! Y por eso Jesús nos regala ropa nueva, lujosa. Cuando aceptamos la invitación de Dios, la vida sin pecado de Jesús nos envuelve. El sacrificio de Jesús al convertirse en ser humano, al vivir con nosotros y llegar a entregar su vida por nosotros, nos regala el perdón de Dios. Y el amor que sentimos hacia Jesús nos transforma el corazón.
Pero cuando entra el rey, ¿qué ve? (¡Qué sorpresa más desagradable! Léela en Mateo 22: 11).
¿Por qué alguien pobre no quiere ponerse una ropa elegante? Aunque solo sea por agradecimiento a quien te invita y te regala el vestido te lo pones ¿no?
El rey le preguntó por qué no iba vestido adecuadamente y el invitado no respondió nada. (Lee Mateo 22: 12). No se disculpó ni le dio las gracias. No puso ninguna excusa. Simplemente no quería ponérselo.
¿Qué crees que hizo el rey? Lo echó fuera. (ver Mateo 22: 13).
Ese es EL SEGUNDO REQUISITO para estar en la Tierra Nueva: dejar que el amor de Dios viva en nuestro corazón y nos envuelva como ropa nueva.