:: COMUNICACIÓN ¿Es posible la espiritualidad en dromocracia? Migue Roth Lector • Realizador multimedia, fotoperiodista & cronista. Editor fundador de Angular (periodismo narrativo) www.espacioangular.org.
«Porque necesitamos aprender a leer la realidad para escribir una historia diferente».
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ace no muchos años, si no tenía un libro en mano y estaba de viaje, pensaba. Al ir a dormir; o en momentos de espera —en el trabajo, en una fila para hacer pagos, en el baño—, miraba alrededor; revisaba lo que tenía por delante y lo que había hecho; imaginaba situaciones posibles, sacaba conclusiones: pensaba. Hoy, en estas situaciones tiendo a chequear el teléfono, ver si alguien mensajeó, revisar un enlace. Así como lo plantea Teddy Wayne1, he notado que quedan cada vez menos espacios y momentos para estar a solas con mis pensamientos. Pareciera que los reductos para imaginar, para probar ideas y ser creativos, para decidir conscientes, se han reducido a un mínimo peligroso. Vivimos en contextos sociopolíticos donde predomina la vertiginosidad, la superficialidad y la infoxicación: vivimos en dromocracia. (-dromo: elemento sufijal del griego que podemos entender como «lugar en el que lo que importa es la velocidad». / -cracia: autoridad; gobierno; dominio). La vertiginosidad define nuestras acciones y limita nuestra capacidad de profundización. En la actualidad, estamos en constante estado de desconcentración —Bauman lo llamó «estado líquido»2— donde la fugacidad y la procrastinación parecen conditio sine qua non en nuestras relaciones. Y esta obstrucción
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en nuestra capacidad de abstracción, conduce a inevitables limitaciones en nuestra vinculación con el otro, con el semejante. Si la vinculación cierta con un semejante es difícil; si nos cuesta o se inhibe la vinculación certera, efectiva y afectiva con mi semejante: ¿qué nos queda para con aquel a quien no considero semejante?3 La dificultad de leer al otro; la dificultad de entender el contexto y atender a lo distinto, genera un ambiente propicio para la ambigüedad y para los totalitarismos (totalitarismo entendido como aquello que se piensa sin afueras posibles). ¿Existen prácticas / ideas / creencias que se piensen sin afueras posibles, que busquen crecer para abarcarlo todo como un dogma ideal e incuestionable? En contextos sociopolíticos complejos y ante la obstrucción de la vinculación real —no virtual— con el otro, nuestras decisiones tienden a ser reactivas, en lugar de activas. Interpretamos y hacemos basándonos en niveles de pensamiento lógico concreto —propio de la adolescencia—; hemos condicionado el proceso de pensamiento abstracto; dejamos de hacerlo: pensamos como adolescentes; vivimos en sociedades caprichosas, inestables y adolescentes. Y en este tipo de ambientes en los que prevalece lo pasajero, lo superfluo y la imagen, los momentos de reflexión y los espacios de encuentro donde se retoma la palabra (como acto dialógico) son revolucionarios. Es una pena que nos suene a nada decir revolucionario. O peor: que nos suene mal. Quizá sea porque hemos ido perdiendo las palabras. Las fuimos pervirtiendo, las tornamos cliché. Hay una bellísima reflexión: «La palabra es donde reside la última batalla por la emancipación del hombre»4. Y lo creo: porque «por la palabra fuimos creados».
Teddy Wayne, «¿Se acabaron los momentos de reflexión?» New York Times, en español, 19 junio 2016, recuperado de: http://www. nytimes.com/es/2016/06/19/se-acabaron-los-momentos-dereflexion/?smid=recirc&smtyp=cur
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«La metáfora de la liquidez –propuesta por Bauman– intenta también dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones». Adolfo Vásquez Rocca, «Zyg-
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munt Bauman; Modernidad Líquida y Fragilidad Humana», Revista
Tolerancia. Nos queda la tolerancia, como una de las reacciones sectarias e hipócritas menos coercitivas.
Observaciones Filosóficas, n.º 6 (2008), recuperado de: http://www. observacionesfilosoficas.net/zygmuntbauman.html
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La palabra humillada. Jacques Ellul. Ediciones SM. 1983.
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