13 minute read

1.4 El verdadero por qué

Next Article
Epílogo

Epílogo

Siento que este proyecto comenzó en las tardes que pasaba con mi abuela sentada en la mesa del comedor de mi casa, tomando café. Mi abuelito, su más grande amor y la que creo yo, es mi figura paternal más estable, había fallecido y su ausencia era notoria en cada espacio; más aún, en estos rituales de tomar tinto lenta y pausadamente.

En una de tantas tardes, y quizás para llenar este espacio, mi abuela comenzó a hablar. Comenzó a contarme una por una las anécdotas de su vida, las felices, las tristes, las cómicas, otra vez las felices. Podía repetir una historia muchas veces y cada vez, esa historia presentaba variaciones en algunos aspectos. Yo me dedicaba a escucharla, callada, solo asintiendo, no sólo porque estuviera interesada, sino porque sentía que cualquier palabra dicha por mí iba a interrumpir ese universo que ella iba creando poco a poco mientras contaba su vida.

Advertisement

Fueron muchas tardes, muchas historias. Empecé a acostumbrarme e incluso a esperar con ansias este pequeño acto, que juntas convertimos en ritual. Desde mi perspectiva, todo ritual está atravesado por el amor, así que indiscutiblemente en muchos de los relatos aparecía mi abuelo: joven, viejo, entusiasta, cansado, soñador; en todas sus formas y en muchos escenarios. Pero había un escenario, Trujillo, que era especialmente mi favorito. En retrospectiva creo que se convirtió en mi favorito porque era el más sencillo de imaginar, pues muchas veces compartí con él allí. Este pueblito, del norte del Valle, sitio donde mis abuelos tuvieron una vida, donde yo viví muchos años y donde vive parte de mi familia actualmente, se pintaba como un telón en el que tenían cabida muchos sentimientos. La alegría de la sencillez característica de un pueblo pequeño, la diversión, estado del alma fácil de alcanzar en este sitio; a veces la tristeza y el dolor, común a muchas de las zonas de Colombia donde el gobierno no presta especial atención. Pero también la tranquilidad y la sensación de sentirse en casa, facultad tan fácil de cultivar en un lugar así.

Quienes me leen y han tenido la oportunidad de encontrar un lugar en el que sienten que se despojan de las máscaras, podrán entender esta sensación.

El curso de la vida siguió y nuestros rituales se vieron interrumpidos cuando me fui a vivir a Argentina para realizar un intercambio estudiantil. Allí realizaba prácticas en una biblioteca que funcionaba con libros recuperados durante la época de la dictadura. Los mendocinos tienen dinámicas sociales que invitan a la reflexión desde la contemplación y el silencio. Es común que guarden objetos de la vida cotidiana como pequeños tesoros, refiriendo fragmentos importantes de su vivir. Estos libros, cuyas dueños nunca conoceríamos, tenían pequeños retazos de sus vidas: una foto, una firma, una dedicatoria; y nosotros nos pasábamos los días intentando hilar historias y organizar el material editorial, de acuerdo a categorías que establecimos al encontrar temáticas comunes en estos ejemplares.

A pesar de nuestro intento de organización, se me da por pensar que ninguna categoría terminaría por hacerle justicia a la forma en la que sus dueños entendían el valor de esos libros. Recapitulando, Argentina, diría yo, la cuna del dolor, de la resiliencia y de la memoria latinoamericana fue la primera nación en atreverse a hacer un proceso de justicia a través de las narraciones de personas que fueron víctimas de hechos inhumanos en épocas dictatoriales.

Para ser justos a la verdad, he de admitir que la idea de organizar libros no me emocionaba tanto cómo encontrar vestigios de vidas en ellos. Me causaba mucha curiosidad imaginar cómo había sido la vida de la persona dueña de ese libro. Y un día sucedió lo anhelado, una señora de avanzada edad, se sentó frente a nosotros para narrar con voz firme y total detalle, cómo había sido su vida; cómo había perdido sus libros; sus amigos, sus amores, algunas batallas; cómo había ganado otras; cómo se había sentido derrotada al sentirse sola, miedosa al ver que no habría salida y, más aún, cómo se había levantado victoriosa el día que se empezaron a ver actos de justicia.

En ese momento yo sentí que ella tomaba la vocería para contar su historia, yendo y viniendo en sus recuerdos, construyéndose de nuevo al narrarlos. Verla allí, expresando por medio de las palabras esas pequeñas minucias de sus días, significaba mucho más que todos los libros de la biblioteca.

Silvia Ontiveros, (Fig. 16) esta mujer, estaba frente a frente, explorando valientemente el pasado y enfrentándose a sus recuerdos, destruyéndose y construyéndose una vez más para que a través de sus palabras nosotros tuviéramos al menos un vistazo a la realidad que ella había vivido. No nos estaba contando una historia, nos estaba invitando a ser parte del universo que ella había construido a través de esa historia.

Figura 14 Silvia Ontiveros, Fundadora de la Biblioteca Hijos y Activista Argentina. Fuente: Fotografía Aura Gómez.

No fue hasta meses más tarde cuando fui consciente de que, esta preocupación por registrar los detalles del día a día y las diferentes versiones o puntos de vista que muchas personas pueden tener sobre un hecho, era parte de algo que se venía gestando desde las narraciones de estas dos figuras femeninas: Silvia y mi abuela, que claramente marcaron mi forma de entender el entorno. Por eso cuando llegó el momento de elegir un tema para la construcción de mi proyecto de grado, sentí la necesidad de gestar procesos donde fuera posible que se dieran estas reivindicaciones a partir de las historias, desde lo que sé hacer; no sólo como diseñadora sino como persona que está convencida que un espacio donde sea posible narrarse o acceder a las narraciones de otros, enriquece la percepción que tengamos del entorno y de nosotros mismos.

Vale la pena aclarar que durante toda mi vida he permanecido largos períodos de tiempo en Trujillo, sumados a los seis años en los que viví de forma permanente. A pesar de haber nacido en otra ciudad, mi vida siempre se alternó entre Trujillo y Cali. Al vivir en dos sitios, existe una dualidad interna, donde cohabitan dos escenarios distintos, culturalmente diversos, que desembocan en dos formas de relacionarme con el entorno muy diferentes. A veces puedo vislumbrar cada escenario detrás del telón por no estar tan inmersa, pero así mismo puedo sentir que no soy totalmente parte de ninguno, esto me ha convertido en una especie de embajadora pasiva, al contarle a mis conocidos, cercanos o amigos cómo es el otro lado. Al interactuar con personas que sólo han tenido referencias de Trujillo gracias a medios masivos de comunicación como noticias o periódicos, es común escuchar cuestionamientos sobre el peligro que representa vivir o visitar el municipio debido a la violencia. Y ante la reiterada pregunta por parte mis oyentes quienes me preguntaban si era peligroso vivir allí, mi respuesta, a lo largo de estos años ha sido la misma siempre: ¡no!

Contextualizando a quienes me leen, posterior a la violencia bipartidista que fue general a toda Colombia (entre 1930 y 1957 aproximadamente), el pueblo pasaba por un período de violencia propio, cuyo punto álgido se dio entre 1988-1994, fechas oficiales de “La Masacre de Trujillo”. (Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 2008). En esta época se hizo común la desaparición y tortura de personas, por parte de grupos armados al margen de la Ley y fuerzas armadas del Estado; pero también se incrementó la mal llamada “limpieza social”: un proceso interno donde se comenzaron a eliminar ladrones de bienes o negociantes de mercancía ilegal. Si bien es cierto que fue una etapa dolorosa para el municipio, al haber ocurrido 26 años atrás respecto a la época en que llegué a vivir al municipio, no era generacionalmente reconocible para mí.

Durante mi estancia allí, las dinámicas sociales del pueblo eran muy diferentes, y reinaba un período en el que no había mayores conflictos de este tipo; por ello nunca dudé al responder sobre la seguridad del pueblo.

Trujillo era el espacio que mi familia, en especial mi madre y mis abuelos, habían creado para mí, era un lugar al que se anclaban, ante todo, recuerdos bonitos. En el proceso de este proyecto, me di cuenta de que para muchas personas es el lugar al que siempre anhelan regresar; a pesar de las dificultades o de los sucesos violentos que ocurrieron allí, continúa siendo ese sitio con el que se conectan cuando piensan en ‘hogar’.

Trujillo, una historia por contar es mi intento de alzar una voz para mostrarle a las personas los diversos significados que puede tener el pueblo; es mi anhelo de encontrar un espacio donde se compartan relatos con muchos más matices, donde sea posible crear comunidad y, apelando a la esperanza, cada quien encuentre el modo de reconciliarse con su pasado. Este reencuentro está orquestado a partir de categorías como el comer, el jugar y el celebrar, construidas a partir de las recurrentes menciones en torno a estos

2

Sobre el derecho a narrarnos y construirnos, las veces que sea necesario.

La memoria es el cofre donde atesoramos nuestros recuerdos y también nuestros olvidos. Otto Berdiel

2.1 Un pasado elástico, un recuerdo que transmuta

Si pensamos en cualquier vivencia o experiencia que hayamos tenido en el ayer, nos daremos cuenta que esta sólo existe cuando recurrimos a ella en nuestros recuerdos, bien sea para contarnosla a nosotros mismos o para contarsela a alguien más.

Claro está, que es posible que nuestra vivencia haga parte de un hecho histórico y entonces, esté registrada en cualquier medio impreso o audiovisual como libros o periódicos. Sin embargo la idea que tengamos de ella, jamás será igual a la que se encuentra escrita; y en caso de no estar documentada en ningún lugar, existirá solamente en las narraciones que hagamos de la misma.

Tales relatos, lejos de ser extremadamente fidedignos respecto a lo ocurrido, dan cuenta de una percepción del sujeto frente al hecho que relata. Como dice Otto Berdiel (2011) el pasado es un producto a posteriori de lavivencia y la experiencia, un sabor que se construye después de la experiencia al ponerlo en palabras, añadiendo que no existe como tal un archivo oral y objetivo de lo que verdaderamente pasó, sino que todo pasado vuelve a reconstruirse cuando se es narrado de nuevo, modificándose constantemente de acuerdo a lo vivido durante el lapso de tiempo que existe entre lo que se cuenta y la actualidad.

Es clave entender dicha complejidad del pasado, ya que este proyecto se nutre de los relatos de varias personas que viajan una y otra vez al ayer para retomarlo, reconfigurarlo y reconstruirlo a través de sus relatos. Dado que estas narraciones no son totalmente fidedignas respecto a lo ocurrido, sino que dan cuenta de una posición subjetiva del individuo frente a los hechos, es conveniente aclarar que mi objetivo al recolectar estas historias no estaba encaminado a hacer una reconstrucción histórica del municipio de Trujillo; por el contrario, lo que me interesaba al escuchar los testimonios orales, era cómo esa persona se había sentido respecto a los acontecimientos narrados y cómo había actuado frente a estos.

Esta búsqueda era al fin y al cabo, un intento por vislumbrar los acontecimientos a través del significado, tal como si en una obra de teatro, en lugar de preguntar al público por lo que acaban de ver, se pregunta a los actores directamente implicados. “Lo hemos mencionado con anterioridad, no se trata de recordar el pasado, sino de experimentar su significado a través de construcciones narrativas”. (García Maidana & Lleras Figueroa, 2019, pág. 136) Para que esta rememoración y reelaboración de la historia ocurra, es necesario que el pasado sea lo suficientemente elástico, de manera pues que permita reconstruirse según la ocasión lo requiera. Esta característica, la elasticidad, es una cualidad intrínseca del mismo, que tiende a perderse cuándo existe un trauma.

Según expone Modell (2005, p. 560) “una experiencia traumática crea una alteración retrospectiva de su significado.” El trauma termina convirtiéndose en el responsable de que el pasado se congele e incluso anula su capacidad elástica, tan necesaria para conectarse con el presente. Esto ocurre porque la persona pierde la opción de decidir qué recordar y se enfrenta a una imposición del hecho, es decir, la historia sobre lo sucedido está escrita, difundida, aceptada y no admite cambios en su narrativa; lo que termina por privar al sujeto de poder apropiarse de esta historia pasada para reconfigurarla y traerla al presente.

Al respecto Berdiel (2004) insiste en que el pasado guarda una relación directa con lo que una recuerda, pero también con lo que se imagina, simboliza, se convence y pretende recordar. Son distintas formas de acceder al mismo recuerdo que no admiten que el pasado sea estático. Y cuando por alguna razón lo es, un lazo se rompe entre ambos tiempos; así la propiedad cíclica que permitía al individuo ir y volver sobre sí mismo con el fin de entender y significar los hechos, se ve anulada.

Este acceso bloqueado, reduce las posibilidades de que la persona se reconcilie con la situación traumática, lo que termina influyendo negativamente en su modo de relacionarse con el presente. Como decía Eduardo Galeano (2010, p. 4) en su Libro de los Abrazos, “recordar, según el latín re-cordis, es volver a pasar por el corazón”; y en una situación dónde sanar depende en su mayoría de volver a la historia una y otra vez, hasta que sea más sencillo entenderla y aceptarla para poder cerrar el ciclo, no tiene mucho sentido pretender que un relato sea estático, por el contrario, es el momento justo para apelar a la inestabilidad misma de la memoria.

Los relatos orales que guardan dentro de sí las memorias de lo vivido, están clasificados en la ciencia archivística, como archivos vivos, dado que los testimonios están narrando y narrándose directamente y, por ende, tienen opción de reconfigurar la historia de acuerdo al momento en el que esta sea contada. Pero más allá de la recolección de narraciones, uno de los principales retos de dicha ciencia, es la difusión de los archivos recopilados.

Este proyecto se posiciona como un mediador entre esta relación de recopilar y difundir. En medio de estos dos pasos, existen procesos de sensibilización frente al archivo recopilado y de apropiación con el mismo; y este puente está construido por un ente que transmuta el lenguaje del archivo para que estas dinámicas de sensibilización, recopilación, difusión y apropiación sean posibles y accesibles a un mayor grupo de personas.

Sabiendo que el fin de un proceso archivístico es dejar un registro de lo ocurrido, de tal manera que las personas tengan una base de datos a la que puedan acceder, cuando se hagan preguntas sobre su historia o quieran clarificar algo sobre su identidad, Trujillo una historia por contar, comienza a jugar este papel de mediador entre un grupo de archivos vivos y una comunidad que se pregunta a veces sobre su propia historia.

La instalación como base de datos, propone un espacio que se presta para exponer todo este archivo vivo, construido bajo una colectividad de voces con sus respectivos puntos de vista, donde priman relaciones colaborativas. Se acerca bastante a un modelo Post-custodial de archivo, en donde los archivistas –quienes registran- y los testimonios, -quienes son o poseen el archivo-, trabajan en una realización horizontal, construyendo la historia entre ambos y desligándose de cualquier imposición o discurso dominante durante el proceso (Afanador Llach, 2019). Mi preocupación por alejarme de las imposiciones que promueve a veces la historia dominante, estaba anclada a mi búsqueda incial de acceder a pequeños recuentos narrativos en donde primaran sucesos cotidianos. Esto por el hecho de que a través de estas rutinas del día a día, se puede acceder a un registro mucho más cargado de simbolismos y significados, que redimensionen la forma de ver la sociedad. Cómo bien lo explica la autora húngara Agnes Heller, “la vida cotidiana es la actividad con la que «formamos el mundo» y aquella con la que «nos formamos a nosotros mismos»” (Heller, 1977, p. 31). Un aspecto social realmente complejo, pero importante, pues es allí donde ocurre la génesis de la comunidad como núcleo de relaciones entre personas y sistemas culturales, económicos, políticos y sociales.

This article is from: