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REL ATOS DE TRIANA NO ES MI INTENCIÓN ASUSTAR A LOS LECTORES CON AGORERAS PREDICCIONES, NI TAMPOCO, QUE LLEGUEN A PENSAR EN SITUACIONES QUE PUEDAN ALTERAR SU MODO NORMAL DE VIDA. TODO LO CONTRARIO, SOLO PRETENDO QUE, CUANDO TERMINEN DE LEER ESTAS PÁGINAS, REFLEXIONEN SOBRE EL PASADO, LO QUE ESTÁ PASANDO Y LO QUE PUEDE PASAR. EL MALDITO COVID19 NOS ESTÁ LLEVANDO A SITUACIONES LÍMITES QUE TODOS CONOCEMOS Y A UNA CRISIS ECONÓMICA DE DIFÍCIL SOLUCIÓN. A NADIE NOS GUSTARÍA VOLVER A UN PASADO DE MISERIAS, PERO AL RECORDARLO, VALORAREMOS MEJOR LO QUE TENEMOS Y NOS DARÁ MÁS FUERZA PARA AGUANTAR ESTE EXTRAÑO ACONTECIMIENTO, CON LA ESPERANZA DE QUE PRONTO LLEGUE A UN FINAL FELIZ.
Por MIGUEL RIVAS RASERO
Por ello, voy a recordar aquellos tiempos en que, agarrado de la mano de mi madre, atravesábamos el puente para ir a Sevilla. En mi mente han aflorado hoy algunos de esos recuerdos, de los que nunca se borran con el paso del tiempo, debido a las circunstancias del momento en que se produjeron y a los sentimientos que alberga al evocar su historia. En Triana, allá por los años 40 y 50, había muchísimas familias que vivían en condiciones paupérrimas, debido a las circunstancias tan precarias que nos dejó la dichosa Guerra Civil entre hermanos que, quiera Dios, hayamos aprendido lo suficiente, para que algo tan lamentable no ocurra jamás. En el viejo arrabal y en sus corrales de vecinos, había familias enteras que no tenían lo más básico para subsistir, ni siquiera para comer, algunas incluso tenían que ejercer la mendicidad, otras
En Triana, allá por los años 40 y 50, había muchísimas familias que vivían en condiciones paupérrimas, debido a las circunstancias tan precarias que nos dejó la dichosa Guerra Civil entre hermanos” P A G . 4 0
R E V I S T A
malvivían con la ayuda prestada por los vecinos, instituciones religiosas o estatales como el Auxilio Social. Pero, con todo eso, no conseguían aliviar los gritos de sus estómagos, ni de otras necesidades esenciales. Por ello, los sábados, si mal no recuerdo, muchas de estas familias indigentes, sobre todo las personas mayores, pasaban persignándose ante la Capillita del Carmen y atravesaban el puente en dirección a Sevilla para ponerse en la cola de la “Ventanilla de los Pobres”. Allí acudían las abuelas con los cabellos recogidos en graciosos moños o roetes, todas vestidas de negro y con delantales gris oscuro, algunas acompañadas por algún nieto; también abuelos, con sus gorrillas de viseras, pantalón gris con blusa de patén y, cómo no, discapacitados y personas no tan mayores acuciadas por el hambre y con necesidades perentorias. La “Ventanilla de los Pobres” estaba ubicada en el frontal del Pabellón de la Asociación Sevillana de Caridad, donde había una ventana con reja de hierro forjado que una vez abierta, dejada ver a un hombre que ejercía de recepcionista y realizaba su humanitaria labor asistiendo a los pobres. Una vez tramitadas sus peticiones y, de acuerdo con sus necesidades, les hacía entrega a los titulares de donaciones de dinero en efectivo de exiguo importe, bonos para comidas en instituciones benéficas o vales para alimentos, ropa y calzado; todo ello de acuerdo con el perfil económico y social de cada solicitante. Todos los sábados se aferraban a esa “Ventanilla” las personas más humildes y desvalidas del arrabal, con la esperanza
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