HISTORIA
La pastora paseo por Triana Por F RANCISCO MORALES
PADRÓN
U
n cohete cruzó el espacio y destrozó el atardecer, explotando vivamente; como si su estallar fuera una orden, las campanas de la torre enhiesta desde su base mudéjar hasta el chapitel del siglo XVII, pasando por el Renacimiento, se dedicaron frenéticamente a golpear la paz vespertina. Dentro del templo, la hermandad se puso en movimiento y, en el exterior, los músicos aprestaron sus instrumentos y la gente se agitó expectante. La Divina Pastora iba a salir de la iglesia de Santa Ana, donde desde mayo, su mes, llevaba esperando para esta salida, que hacía, finalmente, en un septiembre ya caduco y amenazado de otoño. Una cruz de guía de madera dorada con espejitos, como una labor limeña virreinal; unos estandartes, unos bamboleantes ciriales; los consabidos fieles o hermanos, nerviosos, con su medalla colgante, envestidos de ese carisma autoritario ordenador, con que dotan las procesiones a ciertos hombres; unos niños vestidos de pastoras y pastores, con sus cayados y dos o tres ovejas auténticas, mayores que ellos; unos padres solícitos, que lo mismo lucen a su hijo con el trajecito de costalero que de flamenco, que de nazareno o con los colores de su club; la banda de música de Salteras; un párroco atento a leer en su breviario gracias a la vela que una devota mujer le acerca y ajeno al jaleo externo; un forofo que grita ¡Viva la Divina Pastora!; unos chiquillos que se asoman por los huecos de la torre y dan voces a sus amigos en la plaza; unos novios amartelados ajenos al cosmos en torno; una mujer embarazada defendiendo su otra vida. Todo como en una película que de pronto se parara y las figuras quedasen fijas aguardando seguir sus movimientos, todo, repito, se ha detenido al aparecer el paso en el umbral del templo. La liturgia, el arte, la sabiduría andaluza se han conjugado para lograr del momento una obra clásica, con canon. La gente ha dejado de respirar. El paso comienza su jadeo, esa especie de respiración agonizante con que
R E V I S T A
El barrio, el mismo barrio que ha acompañado a la Señora en su regreso tras su peregrinar la noche del Jueves Santo, vuelve ahora a verla y acompañarla en esta otra advocación, nada dolorosa, sino llena de bucolismo y humanidad” hace su difícil salida por todas las puertas de los templos sevillanos. ¿Roza? ¿No roza? El granado auténtico que da sombra a la Divina Pastora se mece brindando el movimiento que la Señora, por estar en este caso sentada, no puede ofrecernos. El jadeo sigue subrayado por el arrastrar de las alpargatas de los costaleros, que rascan el
T R I A N A
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