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El labrador, la serpiente y la zorra

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La varita

La varita

El labrador, la serpiente y la zorra

Un labrador que cultivaba su campo en el cual había un montón de piedras, se hizo un día esta reflexión: quemaré los zarzales, arrojaré las piedras y de este modo lo convertiré todo en campo. Mas al ir á pegar fuego á los zarzales, encontró en medio de ellos una serpiente que le dijo: −«¡Guárdate bien de quemarme mi casa!» −«¿Como no? la quemaré». −«¡Bien, sea así, quémame la casa, pero pon tu varejón aquí en el zarzal para enroscarme y salir!» Apoyó el labrador el varejón y la serpiente se subió y se enroscó á su cuerpo. Entonces el labrador propuso á la serpiente someterse ambos al fallo de tres jueces.

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Encontraron primero un caballo, el cual, enterado de lo que ocurría entre ellos, dijo: −«Mientras fui joven, mi amo me montaba y me tenía en la cuadra, y ahora que soy viejo me ha abandonado; fallo que la serpiente te devore». Siguen adelante y encuentran un mulo que formula igual sentencia. Hallan después una zorra, y le dicen: −«Ven acá, señora María, te nombramos juez de la causa que llevamos entre manos». −«¿Qué sentencia queréis que dé, contestó, estando un litigante á caballo del otro? ¡Bajad y separaos, y después os juzgaré!» La serpiente bajó al suelo. Entonces la señora María dice al labrador: −«¿Porqué te detienes, tonto, ¡coge un palo y dale un garrotazo en la cabeza, que yo te ayudaré!» Coge el labrador el garrote, le da un palo en la cabeza y la mata. El labrador agradecido dice á la zorra: −«¡Ay! cómo te

recompensaré el favor que me has hecho?» −«No quiero otra cosa, responde la zorra, que una de las cluecas con sus pollos que tienes en tu casa». −«Conforme; voy á traértela, señora María». Va á casa, busca á su mujer y le dice: −«¡Ay, querida esposa! esto y esto me ha pasado y me ha salvado la señora María, por lo cual voy á llevarle una clueca con sus pollos». Su mujer le responde: −«¡Qué tonto eres, marido! ¿Por qué no metes los sabuesos en un saco y vas á cogerla?»

Tomó el marido los perros y metiéndolos en un saco se fué, y llegándose la zorra se lo entregó. La señora María esperó que el labrador no ausentara, y cuando quedó sola abrió el saco para comerse líos, pero precipitáronse sobre ella los sabuesos y la despedazaron. Mientras le clavaban los dientes decía: −«Ni mi abuelo ni mi padre fueron jueces y vivieron más felices; aprende para otra vez, señora María, á ser prudente».

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