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EL ÚLTIMO BAILE

Alejandra Rebellón

La policía había acordonado la zona tratando de evitar al máximo intrusos que pudieran filtrar lo truculento de la presente situación. Tarea imposible, pues en menos de media hora los principales medios amarillistas habían publicado las fotos de la masacre ocurrida horas antes en uno de los barrios más acaudalados de la ciudad.

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La escena era siniestra: en la cocina se hallaba una mujer sin vida, sonriendo como si se encontrara en el sueño más plácido, pero, en contraposición, con los brazos convertidos en muñones sanguinolentos cubriendo de aquel vital liquido carmesí el triturador de alimentos automático, en cuyo interior se encontraban los restos de manos y dedos mutilados convertidos en una mezcla pulposa de carne y hueso.

Al parecer se trataba del cuerpo de la empleada de servicio de la familia Jaramillo, ellos encontraron aquel macabro escenario luego de haber salido a vacacionar durante el fin de semana a un pueblo cercano. En un principio se creyó que alguno de ellos podía ser el culpable, a pesar de no haber un motivo o móvil para el mismo, pues todos parecían llevarse bien con la empleada.

Por suerte, antes de que se complicara el asunto, con alguna orden de detención, el señor Mauricio Jaramillo, cabeza de la familia y dueño de una de las empresas floricultoras más importantes del país, dijo:

—Mire, señor agente, antes de que siga amenazándome con esas esposas le informo que esta es una casa inteligente y hay cámaras por todas partes, entonces lo invito a que veamos qué carajos pasó en esa cocina y se dé cuenta que por lo menos mi familia y yo no tuvimos nada que ver.

Su esposa, la señora Clara, esperaba fuera de su hogar junto a sus dos hijos, sentados en una patrulla. Los dos niños de no más de diez años no paraban de llorar por la difunta, quien los había cuidado desde que eran bebés.

Ya dentro de la casa, en el cuarto de vigilancia, tanto el señor Jaramillo como los tres agentes de policía que habían llegado de primeras al lugar de los hechos, observaban atónitos lo que sucedió horas atrás dentro de las zonas comunes:

La empleada se había colado en horas de la tarde, y la casa, al reconocerla, le permitió el acceso sin mayor inconveniente. La muchacha, que no tendría más de 30 años, sonreía a las cámaras con coquetería y prendía velas alrededor de la cocina.

Fue entonces cuando, con delicadeza, puso música suave en el pequeño radio empotrado a la pared junto a la nevera, tomó en sus manos la nueva licuadora inteligente que se alineaba al sistema de la casa y empezó a bailar mientras musitaba con voz enamorada “amor mío, bailar contigo y bailar en ti me llena de vida”. En respuesta, la casa bajó la intensidad de las luces del recinto y reprodujo en la pantalla instalada frente al comedor auxiliar una película antigua, de esas de blanco y negro, donde una pareja de enamorados bailaba en un jardín.

Así estuvieron un rato, hasta que la mujer se detuvo de golpe, y besando el vaso de vidrio del electrodoméstico, dijo:

—Alma mía, hoy lo he decidido, que seremos uno solo… me uniré a ti y ya se cómo —la nevera se empezó a abrir y cerrar con un desespero impropio, como si deseara con todas sus fuerzas detener algo— no temas, mi cielo, todo saldrá bien, confía en mí.

Y es en este punto en el que la mujer, moviendo sus pies al son de la música, se fue hasta el triturador de alimentos, lo encendió de tal forma que la casa no podría acceder a su sistema, ni controlarlo, y con la misma sonrisa con la cual la encontraron horas después, empujó sus brazos contra la máquina mientras la casa desesperada abría y cerraba las puertas de todos los electrodomésticos, haciéndolos sonar ante la impotencia de no poder hacer nada más.

El resto es una historia que ni el señor Jaramillo ni los policías quisieron continuar viendo. Caso resuelto. Suicidio pasional.

Afuera, el hijo menor de los señores Jaramillo paró de llorar un momento y se consoló diciendo:

—Mira mami, hasta la casa esta triste y por eso está llorando.

La señora Jaramillo extrañada se preguntó por qué se había activado de la nada el sistema automático de limpieza de vidrios.

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