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AMORES ENTEJADOS

Sandra Jimena Bacca

Lo estoy viendo desde mi balcón, con su pelo negro y sus ojos como avellanas, ¡lo sé! suena cursi, pero así son. Ya se irá a juntar con alguna el desgraciado este, luego de que me ilusionó. —Vladimir, ven para acá.

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Sale su mamá, da la vuelta, regresa, lo acaricia y lo despide como si fuera un chiquillo.

Me mira, rápidamente me escondo tras la cortina mientras mi mamá grita:

—¡Aleida!, hora de cenar.

Limpio mis lágrimas y bajo a prisa, casi deslizándome por las escaleras.

—¿Es posible que tengas tristeza? Aleida, háblame, nadie te conoce como yo.

Qué más quisiera que decirle que el hermoso Vladimir, como lo llama, es un cretino que cada noche me buscaba en mi ventana y ahora ni me mira.

Cada noche escucho cómo el desgraciado ese se ríe con Linda, la novedad del barrio, la que tiene un pelo amarillo que destella con la luz del sol. Ya la odio, venir de la nada a quitarme a mi Vladimir…

Vuelvo a verlo desde el balcón. Arriba, en su ventana, sigue con la mirada a toda la que cruza la calle. Muchas sabían que era mío y no les importó, querían tener su historia con el más guapo del barrio. Ahora veo que llega Garabato, su amigazo. Se conocen de años, tiene manchas en la cara, su expresión dice “nada me importa” y convence a más de una por su agilidad.

Conversan como si no hubiera nada más en el universo:

—Parce, qué divinura de hembra, mueve las caderas y tiene el mundo a sus pies.

—Le hace honor a su nombre. Fuera de linda es brillante, ha viajado por el mundo, su padre es un embajador.

Todas las noches es lo mismo…Vladimir sale detrás de Linda, duran largo rato susurrando, luego se esconden entre los arbustos del jardín, ella sale despeinada y él con cara de satisfacción. Es una fácil, cuánto la detesto y a él, más.

Hace menos de un mes mirábamos juntos la luna y cantábamos a pesar de los gritos de doña Eulalia que venia a darle quejas a nuestras madres y a recordar el comportamiento con el manual del buen vecino en la mano.

Yo nunca me había sentido así, como en una nube de algodón, caminaba sin tocar el piso, no necesitaba ya de mis amigas de la cuadra de atrás, Leidy y Dulce, siempre dispuestas a escuchar, nos conocemos desde que llegué al barrio. Con ellas nos entreteníamos con lanas de colores, tejiéndolas a nuestro antojo. Ahora sí las necesito, pero siguen enojadas por mi abandono.

Ahora mi mamá está hablando con un señor:

—Doctor, Aleida ya no quiere comer, qué ventaja que sea nuestro vecino.

—¡Lucas, no molestes a Aleida! —le dice el Doctor. Mis sentidos se agudizan. ¿Quién es ese? ¡Qué guapísimo es! Tiene una mirada que te hipnotiza, quiero ir y contarles ya a mis amigas sobre el nuevo bombón.

En ese momento me inclino por guardar la calma. Llueve y me arrulla tanto el sonido… Duermo, despierto y en la ventana está Lucas. Quiere saber cómo estoy, en principio pensé que todo era un sueño. Cuando logra convencerme, salgo, trepo rápidamente por el espiral, me ronronea, suspiro, cruzamos los tejados y entrelazamos nuestras colas.

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