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EL SABOR DEL FUTURO

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EL ESCAPE

EL ESCAPE

Brian Juárez

Hace no mucho había leído de teléfonos inteligentes, más inteligentes que muchas personas. De hecho, aun me río de aquellos videos en los que un extraño con un micrófono en la mano prometía dar dinero a cambio de responder preguntas de cosas que todos debían aprender a los doce años: a cuánto tiempo equivale un siglo, el nombre completo del presidente de turno, qué día se celebra la independencia (el mismo que todos confunden con el de la revolución). Sin embargo, recuerdo también, todos fallaban en por lo menos una pregunta. Supongo yo que son los nervios, los mismos que no tiene mi teléfono cuando le digo “Okey, Google ¿qué día se celebra la independencia de México?”

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A pesar de los teléfonos inteligentes y de todo lo que vino con ellos, nunca pensé que llegaría el día en el que toda nuestra casa fuera Smart: jamás imaginé que las ventanas se cerrarían solas y que las luces se apagarían cuando no hay nadie.

Recientemente, cansado de hacer los deberes del hogar, opté por comprar uno de esos refrigeradores futuristas con pantalla táctil, control de voz y, lo más importante, cocina automática. Qué maravilla, ya no tengo que comer las gorditas todas grasosas de la esquina por no tener tiempo para cocinar, ahora solo tendré que acercarme al refrigerador con su pantalla táctil que muestra una vasta cantidad de platillos que se pueden hacer con los ingredientes disponibles: enchiladas, tacos dorados, chilaquiles, burritos, sopa de frijoles… Todo eso solo con las tortillas del día de ayer, un poco de tomate, chiles, crema, queso y pollo deshebrado. Claro, es el refrigerador más grande que he visto, pero supongo que lo vale, pues remplazaría también la estufa, la licuadora y la sanguchera, una completa maravilla.

Finalmente, cuando lo pude instalar (en definitiva fue pesado, laborioso y demorado) como premio de victoria le pedí que me cocinara un huevo revuelto, algo simple, sin mucha dificultad, hasta yo podía hacerlo a los ocho años.

Tras un par de minutos salió de un compartimento, con plato y todo, lo probé… no tengo palabras, en definitiva es más rápido, solo es poner los ingredientes y ya, no tiene cascarones, ni cabellos, no está crudo ni sobrecosido y, sin embargo, no sabe a lo que esperaba, no sabe a lo que estaba acostumbrado, no sabe bien, le falta algo y no sé qué es, simplemente no sabe bien. Bueno, después de tanto trabajo y de tanto esfuerzo instalando ese aparato supongo que deberé seguir comiendo las gorditas grasosas que venden en la esquina.

SOLO ME DUELE LA CABEZA

Luisa Lovera Pestana

Recuerdo la trocha, los huecos que me hacían tambalear tras el volante. Recuerdo que pensaba ¿a quién se le ocurre poner un colegio en medio de la nada?

Hay niños que viven en medio de esto, pero entonces ¿por qué todos tienen ruta? que desperdicio de recursos. Como si nos fueran a pagar lo del transporte…

Recuerdo la voz de Fito que salía como un fantasma del viejo reproductor del auto. ¿Dónde está ese cacharro? No lo veo y me duele moverme. ¿Qué pasó? Vamos, Juliana, busca en los recuerdos. Recuerdo el polvo pegándose al parabrisas. Pero el sol aún brillaba ¿Por qué está tan oscuro? No siento las piernas, aunque no recuerdo haberlas sentido nunca. En las películas usan frases muy extrañas.

Concéntrate, Juliana ¿dónde estás? Recuerdo el motor del carro ronroneando y el sonido del motor apagándose. Sí, primera pista, el carro se apagó. Maldito carro de mierda, justo ahí se le ocurre dejarme botada. Pero si el carro se apagó ¿dónde está? Aún era de día cuando eso pasó. ¿Cuánto tiempo habrá pasado? Recuerdo que llamé a Carlos, no contestó. El mensaje decía que el carro se había apagado, pero ¿dónde está mi celular? Recuerdo pensar en Superman. No, en los Simpson. “No soy un hombre de plegarias, pero si estás en el cielo, sálvame por favor, Superman.”

Tenía que salir antes de las seis de la tarde ¿por qué debía salir a esa hora? Carlos dijo algo sobre ser mujer sola y sobre la noche. Me duele mucho la cabeza. ¿Por qué está húmeda? Es sudor.

Juliana, concéntrate ¿dónde dejaste el carro? Tenía gasolina, recuerdo que las llamadas no salían. ¿Dónde están mis zapatos? ¿me los quité cuando empecé a caminar buscando señal? El cielo está muy estrellado, qué buen paisaje, no lo niego, pero me duele todo y no sé qué estoy haciendo en el piso. Carlos debe estar preocupado. ¿Yo le escribí? Si, yo le escribí. El carro está varado. Piensa, recuerda la pantalla del maldito celular ¿qué le dije? Soy una mujer independiente, yo puedo, Carlos, yo puedo sola. No, esa conversación fue después del desayuno. Quiero un cigarro. Los tenía en el bolsillo cuando dejé el carro y fui a buscar recepción o ayuda.

Piensa, piensa. ¿Qué más pasó? Recuerdo que se empezó a oscurecer, sentí miedo y el celular no tenía señal. No debería estar sola por esta zona, eso pensé. Juliana ¿qué más pasó? El hombre, sí, recuerdo la energía del hombre que se acercó a preguntarme si necesitaba algo. Me dio miedo.

Me duele la cabeza, no puedo pensar. ¿Dónde putas estoy? No siento la mitad del cuerpo, solo el maldito dolor de cabeza. Esa cara, la recuerdo, sentí miedo. No necesito nada, ya vienen a buscarme. Pero el hombre se fue. ¿Entonces qué pasó? No aguanto a ese mosquito rondándome la cabeza. Es sudor, creo.

Déjame pensar, mosquito. ¿Qué le escribí a Carlos? La pantalla del celular, no, no estaba rota… ¿por qué lo recuerdo con la pantalla rota? Me duele respirar, no tengo fuerzas. Necesito saber dónde estoy. Recuerdo el miedo. ¿Por qué sentía miedo? El hombre me seguía, sí, lo vi. Recuerdo que le escribí a Carlos “un hombre me sigue”. El mensaje no salió. Recuerdo el pitido de la llamada sin conectarse y la pantalla rota. Recuerdo que estaba corriendo ¿por qué estaba corriendo? Eran las ocho de la noche cuando vi el celular en el suelo. Una rayita de recepción, los mensajes salieron. Lo recuerdo. ¿Pero dónde estoy? Necesito salir de aquí, Carlos debe estar preocupado. ¿Por qué estaba corriendo? El hombre que iba en la bicicleta me alcanzó, él rompió la pantalla del celular. Me duele la cabeza.

Piensa, Juliana. ¿Qué hizo el hombre? ¿Por qué tengo tanto sudor en la cara? Piensa, piensa. Está muy oscuro. Maldito pasto, me está picando la espalda. Mi blusa ¿por qué está rasgada? Recuerdo cuando Carlos me la regaló, era su favorita. No, eso no es lo importante. Carlos debe estar preocupado. Recuerdo al hombre, le tomé una foto. ¿Dónde está mi celular? ¿Dónde estoy? Carlos tiene la foto, pero no sabe dónde estoy, me habría encontrado. ¿Y si me están buscando?

Debería gritar, pero me duele mucho la cabeza. Piensa, Juliana, piensa. ¿cómo te metiste aquí? Recuerdo el dolor de cabeza, no el de ahora, el que me causó el hombre jalándome el cabello. Yo no me metí aquí, el hombre me arrastró.

No puedo pensar ¿por qué el hombre me arrastró? No llores, Juliana, no llores. No me puedo dar el lujo de llorar. El cielo está hermoso, despejado, después de tantas noches de lluvia hoy se ven las estrellas. Qué precioso paisaje. No puedo moverme. Ese olor tan cerca mío… Recuerdo el olor a sudor. ¿Por qué recuerdo eso? ¿Por qué el hombre me metió aquí? Carlos debe estarme buscando.

Debes salir, debes levantarte, Juliana. Carlos debe estar preocupado. Me dijo que no debía salir sola de la trocha, que una mujer sola no podía manejar por esa zona y que el carro estaba fallando. No llores, Juliana, lo vas a volver a ver. Esto es un sueño, una pesadilla. Despierta, Juliana. Si es un sueño ¡sálvame, Superman! Ese olor me da nauseas. ¿En qué momento se fue el hombre? Recuerdo que me desmayé ¿qué me hizo? ¿Por qué no puedo mover las piernas? Piensa, Juliana, piensa. No puedes mover las piernas porque el hombre… el cuchillo… el dolor en la entrepierna. No llores, no puedes llorar, debes guardar la calma. Carlos debe estar preocupado, debe estar buscándome. Carlos, mi amor ¿dónde estás? ¿dónde estoy? Recuerdo la frase de Fito, la melancolía de morir en este mundo y de vivir sin una estúpida razón. ¿Quién pone un colegio en mitad de la nada? No me voy a morir, pero tampoco me puedo mover. Esto es una pesadilla.

Me duele mucho la cabeza. ¿Esas son luces? Sí y voces. Carlos debe estar buscándome. Aquí estoy, amor. ¿Me puedes ver? Cerca debe estar el auto, mi celular en el suelo y los zapatos. No me puedo mover o iría a buscarte. Lucas, peludo, ya te puedo sentir cerca, aquí estoy.

Debería gritar, no me puedo mover, pero debería gritar. Lucas, sí, soy yo, soy mamá. Vamos perrito, trae a Carlos. ¿Por qué lloras, perro tonto? Ve, él me va a encontrar. No me voy a morir. Ahí estás, amor mío. Pensé que no volvería a ver tus ojos. Amor, no llores, todo va a estar bien. Solo me duele la cabeza. No llores, amor.

Aquí estoy. Estoy bien. ¿Quiénes son esos? ¿Por qué viene la policía? No, no le digan eso. Amor te prometo que yo fui fuerte. No fue mi culpa. No fue mi ropa. Yo corrí y peleé. Yo no me lo busqué. No quería, no lo dejé tocarme. Yo te esperé, sabía que me encontrarías. Sí, fue el tipo de la foto, el que me seguía. No me mató, no le digan eso. Amor, yo no estoy muerta, yo fui fuerte. Aquí estoy. Aquí sigo a tu lado. Solo me duele mucho la cabeza.

VARADO

Paulina Karime Villarreal Centeno

Como si todo lo de antes no fuera suficiente. Como si todavía tuviera ganas de quedarme a la mitad de la nada —porque eso era la nada, a mí nadie me dice que no— en un día de trabajo, en el que, además, seguro estarían enviando hasta señales de humo informando que mi presencia era necesaria, porque así son los jefes, necios, imprudentes, les dices que te quedaste varado y te piden pruebas, es cuestión de minutos para que empiecen a pedirlas.

Sí, claro, ¿y qué quieres que haga? ¿Me tomo una fotografía y te la mando? “Los abuelos deberían ser eternos”, va a decir mi pie de foto, como las burradas esas que suben las chicas en calzones de las redes sociales. Y yo aquí, con mi cara de imbécil, varado en la nada, porque esta cosa decidió no avanzar más. Hizo un ruido bien extraño, y de pronto, ya no quiso caminar más. Como si supiera algo de mecánica, o de autos.

Sé conducir porque me enseñó a conducir mi hermano mayor, Joaquín, porque mi papá se ponía histérico. “¡Pisa el freno, Julián! ¡Nos vas a matar!”, me gritaba. Lo pisaba, y entonces todos se daban o con el tablero del auto o con el asiento de adelante. “No cabe duda que estás bien tarado para manejar”, me decía, “Y para otras cosas también”, agregaba, como si lo anterior no hubiera sido suficiente.

A veces creo que es verdad. Me di cuenta ese día en el trabajo, cuando me pidieron que solicitara compañía para ir a cuidar de las vacas. Miré a Lorena con ojos de súplica, pero no funcionó. Ella me sonrió de vuelta, eso sí, porque sabe que me gusta que lo haga. Es bonita, tiene el cabello negro y los ojos verdes, grandes y brillantes, y a veces imagino cómo sería si pudiera enredar mis dedos en su pelo. Ese día solamente me quedé como tonto mirándola sin poder decirle nada. Terminó yendo con Francisco a ver a los patos. Carajo.

Todo iba bien, sí, todo iba bien, ¿cuándo se fue todo a la mierda? No era demasiado complicado: ir a la ciudad, traer medicamentos y volver, lo de siempre, aunque nunca me habían mandado a mí, porque, según ellos, siempre tengo cara de pocos amigos.

No es que tenga cara de pocos amigos, es que son bien mensos, ¿quién se pierde en camino a la ciudad? Como si existieran diez caminos, sólo hay uno, te vas derecho, camino a la ciudad, y se acabó.

¿Cómo se pierde uno yendo en un solo camino, que además no tiene curvas, que sigue derecho? Para mí que se van a otros lugares antes y por eso se pierden, y ahora… ahora estoy perdiendo yo mi dignidad, seguro creyeron que me perdí también, como todos los demás. A ver si mañana no comentan que me perdí yendo por el único camino posible.

No, lo caótico no termina allí. Está atardeciendo y pronto estará lo suficientemente oscuro como para que ni yo, ni nadie, pueda arreglar el cacharro este. Ya llamé a Lorena, le dije que esta cosa no camina, y dijo que alguien vendría a ayudarme. De eso tiene cuatro horas, y yo sigo aquí, sin poder hacer nada al respecto de esta cosa porque no se me ocurre qué hacerle.

Abrí ya el cofre y me asomé, puse cara de saber qué es lo que estaba haciendo, y la verdad es que todo se ve normal. Ojalá hubiera puesto atención antes, cuando mi papá me enseñó a manejar y a arreglar el coche… pero no. Querías ser veterinario de la granja, ¿no, Julián? Ya ni para quejarme me quedan ánimos.

Pedí ayuda, claro que lo hice. Era un hombretón gordo, grande, que me hizo la misma cara que yo puse cuando abrí el cofre, como si de verdad supiera qué estaba viendo. Negó con la cabeza mirando el motor, y sólo se fue diciéndome que no, que mejor alguien viniera a revisarlo. Pues gracias, que para esos diagnósticos de lo evidente se hubiera quedado mejor en casa, señor, quise decirle.

Me siento en la silla del copiloto y enciendo la radio. Bueno, al menos no es algo eléctrico, ¿no? Cierro los ojos un momento, qué calor hace, creo que este año hace más calor que ningún otro. Apenas es mayo y ya parece que estamos a mediados de julio, cuando en el supermercado sólo venden trajes de baño y vasos para la piscina… aunque la mayoría de las personas estemos trabajando en julio.

Sólo los niños dejan de ir a la escuela, y no tengo ganas de tener uno de esos. Dios, ni los ojos verdes de Lorena podrían convencerme de tener una de esas fábricas de caca, que eso son. Puros gritos, puros chillidos y pura caca, y tú tienes que poner cara de que verdaderamente sabes lo que haces, como ahora. Bueno, creo que prefiero estar atorado en medio de la nada, a decir verdad.

Así me quedo, escuchando música, meditando en letras a las que jamás había puesto atención, sudando y pensando en que me voy a deshidratar, qué más da. A ver si mejor me reporto enfermo mañana como castigo por no haber venido pronto. Si se quieren deshacer de mí, deberían decírmelo. Claro que se quieren deshacer de mí. Sé que a la mayoría no le agrado, en especial al imbécil de Francisco. Como Lorena sí me mira a mí y no a él, escucho una voz que me hace saltar en el asiento, como si hubiese invocado a alguien, perturbando mi paz. ¿Qué pasa? ¿Quién es? Yo no llamé a nadie, justo cuando necesito no tengo forma de comunicarme más que con ellos.

Es entonces cuando la miro a través del cristal, con su sonrisa amplia y sus ojos bonitos. Es Lorena, ¿estoy soñando? ¿estoy alucinando? ¿es la deshidratación? No puedo evitar preocuparme, ¿cómo se les ocurre mandarla sola hasta acá, a la mitad de la nada, con este calor? Ella me sonríe, me dice que era más fácil para ella venir porque estaba desocupada. Le agradezco. Es mi ángel guardián, estoy seguro. La veo sonreír y creo que jamás he visto a una mujer más bonita. Ella ríe y se mueve con gracia, abre el cofre del auto y me suelta una pregunta que me hace volver al inicio, al mero inicio, cuando la cosa esta decidió no caminar más, antes de pensar en reportarme enfermo mañana y antes de pensar en Joaquín y mi papá cuando aprendí a manejar. Hace ella la pregunta más inocente del mundo y, al mismo tiempo, la que más me lastima.

—¿Tiene gasolina? —pregunta, con esa voz tan alegre, como confirmando que yo ya revisé eso.

¿Tengo cara de saber algo de autos? Creo que ya lo había dicho, que no sé nada de esto, que sé manejar porque de verdad Joaquín es buen profesor. Cuando le doy vuelta a la llave, prefiero no decirle nada, porque ya más herida mi dignidad no puede estar. Todo este tiempo, lo único que le faltó a la camioneta era gasolina, simple gasolina. Traigo como tres galones en la parte de atrás.

Pensándolo mejor, creo que mejor mañana voy a renunciar.

TRES PROMESAS

Rocío Castañeda

Que buena bailada nos echamos, verdá que sí, el compadre estaba zapateando como un endemoniado, pobre de la comadre lo estará llevando a rastras por la loma, seguro mañana lo saca corriendo a punta de escobazos, ja, ja, ja, ¿pero a quien no le gustan las fiestas patronales?, buena chicha, las muchachas bien bonitas, la comida nunca sobra y el cura con sus naguas tratando de salvarnos, ah, viejito, todos los años con sus cuentos. ¿será que si me salva? ¡Brincos diera, mi madrecita!

La Jacinta estaba bonita pero muy orgullosa, ni que no hubiera con quien más bailar, ella se lo pierde, por orgullosa a botar quimba pa´ llegar al rancho. Noche de luna llena, mi virgencita no me desampara, quiere que llegue con bien a mi casa, ¡pero si se ve rebonita la noche!, y ese cura diciendo que nos iba a castigar por la bailada. ¡Jesús bendito, de por Dios! que me voy por la loma, ¡esta yegua sí será tonta!, ¿cómo se iba a meter por ese barrizal? ahora si nos jodimos, las benditas palabras del cura se le están cumpliendo.

Jumm ¿ahora como saco ese animal?, ni el canchoso está pa´ que me acompañe, se largó con la Jacinta, por un pedazo de arepa, y que el perro es el más fiel, ¡que embuste!, aquí toy solo y él sí bien calentico, pero mañana que vuelva ya va a ver lo que le toca.

Y ahora esos perros aullando, no van a dejar que me escuchen donde mi compadre, ¡compadre!, ¡compadre!, que traiga una manila que me fui por la loma.

¿Qué era lo que decía mi madrecita?, ¿Qué es lo que pasa cuando pegan esos aullidos los perros?!, ¡ah, Virgen Santa!... que viene el diablo… ¡Brille para ellas la luz perpetua!, ave María santísima, bendita yegua donde tenía que venir a meterse, mucho me lo dijo mi madrecita: Santos, no te vayas a beber, mira que el diablo anda suelto, ¡pero no!, tenía que llevarle la contraria, ahora con esa yegua renga, ¡benditas almas, que no se me aparezca el diablo!

Ah, viejita esa con sus cuentos, me tiene asustado, y tenía que ser aquí, ¡Oh, Jesús, protégeme que ahora si vienen por mí! viejas agoreras, con sus cuentos, solo pa´ asustarlo a uno. Jesús bendito pa´ que se tiene que acordar uno de esas vainas en momentos como estos, al caído caerle, en primera me quedó renga la yegua y en segunda me acuerdo del diablo. Madrecita Santa, si me sacas de esta, te prometo que el otro año solo echo rosario, y con la Jacinta hay casorio y al pulgoso no le doy su latigazo.

NI UNA SOLA GOTA DE AGUA EN EL MAR

Miguel Hernández

Se empezó a esconder el sol, hace más de diez horas que debo estar acá, será que debo pasar la noche aquí, pero y el frío y el viento, me crujen las tripas… no, no, no alguien tuvo que extrañarme y seguramente se dio cuenta de que hace tiempo no asomaba y entonces fue y buscó a otro para salir a buscarme, claro que sí, están buscándome.

Seguro más tarde alguien aparece con luces y haciendo sonar la sirena. No creo que no se hayan percatado de mi ausencia. Lo correcto es que me llamen, si así es. No, que va, si aquí no hay señal, venga miro otra vez, no, está muerta. ¡Ahora sí el sol se fue!

Pero mire qué clarito más bonito allá, hace tiempo que no veía un atardecer así… me recuerda cuando era pelao y con los del barrio nos echábamos en la playa como a esta misma hora, cómo todos se ponían calladitos alegres y agitados mirando al sol cuando desaparecía. Ja, la sonrisa del negro, sentado, apoyado con las manos atrás… parecía una silla. Nunca lo volví a ver… ¡qué chino para darle duro al balón! que épocas… ¡Dios mío! No quiero estar aquí tan solo ¿por qué no puedo llorar? Tengo que pagar por ser así y salir de malas pulgas con todos ¡ero es que las vainas se hacen como yo digo!

El pescado se vende así y a ese precio y punto. Yo soy muy pendejo… cómo voy a salir sin mirar que el motor no tenía gasolina… No, no, no en la casa deben estar peor de mal conmigo, pensarán que estoy es mamando ron y me esperarán mañana, así los tengo acostumbrados… Nooo este viento esta penetrado. Uy no joda, qué vaina, emputarme por el precio del pescado, al fin y al cabo, todo eso queda en la casa y estoy acá es porque pensé en castigarlos con mi ausencia y mi rabia… ¡Dios mío, mírame que tengo las manos en la cabeza y las lágrimas no me salen!

Tengo frío y no quiero quedarme aquí, y cuando empiece a picar el mar, ya nadie va a venir por mí, nadie. Solo con el sol de la mañana voy a ganarme una insolación… ¡AYUDA, PAPITO, AYUDA! Tanto silencio… No, esperemos, sí, mejor, alguien tiene que pasar y me verán y me salvarán.

Cuando llegue a la casa les pido perdón y les digo que, no que va, que todo lo solucionamos como la familia que somos y que me perdonen que no me les vuelvo a perder y full sancocho es que les hago y el domingo nos vamos pal rio… hoy, en esta balsa, solo puedo llorar.

• GANADOR CATEGORÍA 7 A 10 AÑOS •

EL MISTERIO DE FUNZA

Álvaro Nicolás Moreno Quiñones

Hace mucho tiempo, Funza era diferente a como la conocemos. Con el tiempo ha ido creciendo, adaptándose y desarrollándose. Robert despertó, fue a su laboratorio donde estaba trabajando en su proyecto: una máquina del tiempo para descubrir en el pasado los misterios de Funza.

Hizo los ajustes finales y se fue para el parque con su extraordinaria máquina, la idea era comenzar la prueba cuanto antes, toda la gente se reunió para ver lo que Robert estaba haciendo.

Robert estaba acompañado por Manuel, su asistente y amigo. Durante la prueba, Manuel, debía regresar al pasado por una moneda de cien pesos que él mismo había dejado una semana atrás en su escritorio de color azul. Manuel desapareció y un segundo después regresó con la moneda, ¡la máquina funcionó!

Ya no harían más pruebas, el día siguiente programaron la misión para viajar al pasado de Funza, decidieron viajar 500 años atrás. El viaje fue extraño, pero exitoso, Robert y Manuel sintieron como si se hubieran quedado dormidos y al abrir los ojos, y se abrió la máquina, pudieron recorrer un buen trecho, encontraron, en lugar del Biblioparque, la concha acústica y las casas de la ciudad, tinguas, cucaracheros, ranas sabaneras, pero muy diferentes, más grandes, con más plumas, más escamas. También encontraron en su recorrido eucaliptos, sauces, acacias y cipreses, algunos mucho más grandes, frondosos y llenos de olores y colores.

Siguieron su exploración subidos en la máquina, entonces escucharon un crujido, una parte del motor se había caído y rodado. Los viajeros ya habían tomado datos sobre todas las cosas de Funza, pero tuvieron que ir en búsqueda de la parte perdida de la nave.

Esto no fue casualidad, el aparato tenía ahora el espíritu de Funza que era el protector de las reliquias, y llevó a los viajeros a una cueva.

Buscaron adentro y encontraron minerales preciosos. Ellos cogieron unas muestras, pero cuando iban a salir de la cueva, la entrada por donde habían ingresado desapareció, el espíritu apareció atrás suyo y les hablo:

“No pueden llevarse esa información, todo esto pondría en riesgo el pasado y el futuro, los seres humanos podrían, además de utilizar los minerales y todos los datos de este tiempo para descubrir los secretos de Funza, lo que podría ser muy negativo para la fauna y flora. También podrían utilizar la máquina para traer más gente y poblar este paraíso tal como está pasando en el futuro. Devuelvan toda esa información y prométanme que al volver al futuro van a destruir la máquina y van a destrozar los planos. Si no cumplen mi orden, deberán quedarse aquí para siempre”

Robert y Manuel, muy asustados, tomaron la decisión de hacer lo que les ordenaba el espíritu, les fue devuelta la parte del motor que estaba perdida.

Al regresar, se untaron de aceite y dijeron que la máquina había fallado y que no había podido hacer el viaje. Los funzanos preguntaron si iban a arreglarla, pero Robert les dijo que la única fuente de energía que podía permitir un viaje en el tiempo era un mineral muy extraño que solo se encontraba en Marte y que no podían hacer nada, cuando fueron a su laboratorio quemaron los planos de la máquina y luego la destruyeron, pieza por pieza.

Al terminar de desmontarla, un mes después, se deshicieron de los materiales, y cuando ya no dejaron ningún tipo de rastro, decidieron comenzar otro proyecto.

Una noche, mientras dormían, el espíritu apareció en sus sueños y les agradeció por haber cumplido su petición, en recompensa el resto de las vidas de Robert y a Manuel, mientras estuvieran en Funza, sería productivo y feliz.

Sin embargo, Robert y Manuel habían cometido un pequeño error, no habían borrado los planos de la máquina del tiempo del teléfono…

• GANADOR CATEGORÍA 11 A 13 AÑOS •

LA ARDILLA BLER

Julián David Peña Amórtegui

Bler era una ardilla que se la pasaba trabajando, era amable, pero no le gustaba compartir con los demás. Ella recolectaba comida para el gran invierno porque no tenía un lugar fijo para vivir. Le encantaba cambiar de árbol cada día para proteger su comida de otros animales. Entonces empezó a dejar su botín en una vieja madriguera abandonada, se enteró, porque escuchó a los animales, que era de un conejo que desapareció hace muchos años.

A Bler le gustaba de vez en cuando salir a hablar con Oso pardo y él le confirmó lo de la desaparición del conejo. A Oso lo veía pocas veces porque se la pasaba la mayor parte de su tiempo durmiendo, en la búsqueda de miel de abejas para saciar su voraz hambre y conseguir comida para el viejo Zorro, que estaba muy viejo para cazar.

Una noche Bler se encontraba durmiendo en la Madriguera después de recolectar mucha comida en la mañana. Despertó asustada porque escuchó un fuerte ruido. Se propuso mentalmente revisar su comida, luego empezó a ver unos ojos muy grandes y rojos. Pensó que era una araña y fue a hablar con ella para preguntarle qué hacía en su casa. —¿Qué haces aquí?

La araña no respondió.

Tomó aire y habló más despacio. —Oye, ¿qué haces aquí?

Como lo hacía su mamá, tomó más aire y, muy despacio, pero fuerte, le preguntó nuevamente y aún seguía sin responderle. Por más que tomó aire, sintió que sus manos temblaban, su párpado derecho se sacudía rápidamente y el corazón palpitaba muy acelerado. Se sintió muy estresada y muy rápido le dijo: —¡Sal de la madriguera!

La araña le hizo caso, pero se alejó llevándose con ella casi toda la comida que la ardilla con mucho esfuerzo había recolectado.

Al día siguiente, Bler fue hacia la cueva donde vivía su amigo Oso para contarle: —¿Quién es esa rara araña y dónde puedo encontrarla?

Oso no se encontraba en su cueva y fue a buscarlo al bosque porque tal vez estaba en la búsqueda de la miel de las abejas. En el camino se percató de que entre los árboles había una enorme casa hecha de tela de araña, vio a Oso y le dijo. —¡Me acompañarías a la casa de las arañas para investigar!

Pensaba que tal vez podía estar la araña que había ido a su casa. Oso lleno de miedo y angustia, respondió: —Bler, esto es una mala idea.

Se pusieron de acuerdo para entrar, salía humo y pensaron que estaban cocinando. Al entrar vieron muchísimas arañas, eran miles. —Yo me voy de aquí —dijo Oso. —No te vayas, además no saben que estamos aquí, así que vamos a investigar un poco, ¿está bien?

Procedieron a adentrarse más, hasta encontrar unas pocas arañas que llevaban toneladas de comida en carruajes de tela improvisados hacia una misma dirección. —Vamos, pero en silencio —dijo Bler.

Avanzaron hasta llegar a una especie de castillo, entraron, vieron que las arañas los rodeaban y los superaban en número. Pocos segundos después llegó una araña, pero no era como las otras, era más grande y de repente les dijo: —¿Qué hacen en mi castillo? —¡Nada!

Al observar sus ojos rojos como fuego, Bler dijo: —Solo estamos buscando lo que nos robaron. —Como que nos... —le dijo suavemente Oso. —Solo sígueme la corriente —dijo Bler. La gran araña les dijo: —¿Acaso su almacén de alimento fue robado?.

La ardilla pensó: ¿cómo sabe que es comida?

El Oso le dijo: —Por tu culpa estamos en problemas, jamás me dijiste porqué tuvimos que venir a este lugar. —Lo siento, okey, pero no peleemos, ¿está bien? —dijo Bler. —Sí, pero piensa rápidamente cómo podemos salir de aquí, esa gran araña tiene intenciones de comernos —dijo Oso. —Oso, vamos a salir corriendo.

Lo intentaron, pero no les salió muy bien ya que los atraparon y encerraron en el calabozo. —Tenemos que buscar una forma de salir, podemos morir aquí —dijo Oso.

En el calabozo había una ventana por la cual se podía ver una especie de sala en la cual se almacenaba toda la comida que robaban, de repente de la sala salió una araña y detrás de ella otras arañas más pequeñas que comían toda esa comida en cuestión de segundos. —Tal vez podamos encontrar algo lo suficientemente grande para romper los barrotes de la ventana, pero primero tenemos que esperar a que esas arañas se vayan de aquí.

Cuando se fueron las arañas, aprovecharon la oportunidad. Oso y Bler lograron escapar, pero una araña que hacía de guardia dio la alarma y la reina ordenó que los encontraran, así tuvieran que buscar hasta debajo de las piedras.

Oso y Ardilla querían huir rápidamente para pedir ayuda al Zorro, irse a vivir en su cabaña y esperar que el invierno llegara para hacer que las arañas los dieran por desaparecidos.

El niño guarda sus juguetes y baja a cenar. Debe madrugar para ir a estudiar en el Colegio Funza.

• GANADOR CATEGORÍA 14 A 17 AÑOS •

CUANDO CREZCAN FLORES EN EL PAVIMENTO

Samuel Guillermo Benavides Muñoz

Es en aquel arrabal pintado de verde donde la vida cobra sentido. En aquel museo desbardado, lleno de historias donde las aves navegan, sus alas despeinadas opacadas por el oscuro firmamento, comúnmente rompen el silencio. Este no es el caso, pues, alguien se les ha adelantado. Siendo las cuatro de la mañana el distintivo ruido del gallo inunda la vereda completa, el despertador primitivo funciona lo suficiente como para levantar a Jorge.

Se frota los ojos, las lagañas quedan en sus manos como prueba de su reciente reposo. De manera instantánea, posa sus pies sobre la pálida baldosa, estira sus brazos intentando tocar el cielo, al no conseguirlo se levanta de la cama. Su mente le habla, le recuerda la rutina crepuscular. Rápidamente busca una deshilachada toalla y entra al baño, no demora más de cinco minutos, se viste con el overol de su padre.

Los lugares comunes están descoloridos balanceándose entre un par de tonos grises. Viste sus pies con las botas de caucho, emblema de las zonas rurales. Cada filamento de su ropaje grita historias que jamás serán contadas, quizá queden en el olvido. Poco le importa, ya que sale de manera apresurada a ordeñar las vacas. La tarea mecánica de levantar las ubres le reconforta, el calor animal ataca el gélido ambiente situado en sus manos, recoge el producto en un antiguo balde, roto en algunas esquinas por el uso. Sin apuros se percata de la iluminación en su rostro, el firmamento se ha tornado claro, en su lógica, este color lo incita a emprender su aventura hacia un aula lejana, busca su uniforme, lo viste de manera apresurada, lustra sus zapatos con añejo betún, solidificado por el pasar de los meses.

Se siente preparado para la travesía, abre la puerta de su casa y busca su bicicleta, le gusta pensar que es un caballo metálico, cabalga su compañera “la bici” con un destino trazado.

La neblina terrosa dibuja su recorrido reciente, como si de una tormenta de arena se tratase, el polvo le inunda los ojos y los labios de manera progresiva desaparece lo que la naturaleza reclama como propio, el verde desaparece y las huellas de su caballo se hacen invisibles, pues el asfalto no funciona como la tierra, no es un lienzo en el que se pueda trazar un mapa, no es un jardín espontáneo donde abundan vestigios vegetales. Es simplemente asfalto, suelo gris y rugoso.

Al pedalear diez o veinte minutos, al pasar la polvareda y algunos charcos, cuando se aleja del enjambre de troncos repleto de insectos, cuando las llantas de la bicicleta agarran adoquín, comienza a ver edificios que se extienden por el cielo, ve postes con lámparas que resplandecen en las calles. La maleza es remplazada por cortinas de acero rotuladas, anunciando diversos productos. Veinte minutos en bicicleta bastan para que aquellos que vivían en la nombrada vereda, se sintieran en otro país —si el viaje fuera más extenso— verían cosas más sorprendentes y el verde de los pastizales sería completamente reemplazado por el gris profundo citadino, las vacas desaparecerían a lo lejos y los pájaros se convertirían en peluches encerrados en vitrinas polvorientas.

Mientras más se aleja de su hogar, sin saberlo, ve en lo que se convertiría su aceitunada vereda. Las llantas de su bicicleta chocan con un oxidado tubo metálico, se baja rápidamente de su caballo y corre por el patio del colegio, al llegar al aula, se da cuenta de su tardanza, la profesora ya está desarrollando la lección. Sus ojos ansiosos llaman de manera desesperada a la licenciada, gritan por conocimiento.

La maestra, al verlo, lo invita a entrar. Jorge le regala una sonrisa de agradecimiento, acerca la silla a su pupitre y saca su cuaderno. La profesora se dispone a dictar su clase: la temática, unidades de medida y busca empezar con una pregunta: ¿Alguien sabe cuántos mililitros son un litro? Jorge pocas veces levanta la mano, pero por su mente circulan muchos recuerdos, uno de ellos es fresco, de una tarea recién desarrollada. Jorge recuerda el balde lleno de leche, recuerda el frío en sus manos y el aroma a hogar. Al notar que ninguno de sus compañeros tiene la respuesta: se dispone a levantar la mano —otra vez simulando tocar el cielo—

“Yo, profe” dice Jorge, con un entusiasmo a flor de piel y recuerda las pequeñas líneas del balde, recuerda que antes de “un litro” está “quinientos mililítros”; duda que la respuesta sea “quinientos mililítros” puesto que la distancia hasta “un litro” es la misma que de “cero” a “quinientos mililítros”; deduce rápidamente que son “mil mililítros”. ¿Cuántos mililitros son un litro, Jorge?, pregunta la maestra.

Profe, yo creo que son mil mililítros.

La maestra, entre sorprendida y entusiasmada, le da el visto bueno a su respuesta.

Muy bien, Jorge. Un litro son mil mililítros.

Jorge se siente realizado, su sonrisa es evidente. Por un momento siente cómo el conocimiento campesino fue de utilidad, crea un portal entre su hogar y su colegio, siempre los había separado. Lo veía lejano, su hogar no estaba enladrillado, la flora le invadía la vista. Recordó las vacas, sus compañeras matutinas, el viejo tronco lleno de insectos ubicado al frente de su casa, el ropaje que atribuye como propio.

La infinidad de vegetación ubicada en su vereda. Como una fotografía que se desvanece por el tiempo, el cataclismo gris es continuo, niega la verdad de que en algún momento su caballo dejara de cabalgar. No quiere que se desvanezca, ¿Por qué no puede quedarse en ese lugar donde las aves son libres y las serpientes nadan en los charcos? ¿Por qué la ciudad no regresa a ser una vereda donde la gente sonríe? ¿Por qué los postes de luz no se convierten en arboles?

Jorge extraña su hogar, sabe que no pertenece a la ciudad. Pero lo reconforta saber que, mientras las aves vuelen, los gallos cantarán.

• GANADOR CATEGORÍA 18 A 64 AÑOS •

UN LUNES DE CACHILA

Juan Carlos Galindo

Los lunes eran de todo o nada. Eliseo salió de la casa y antes de cerrar la puerta le dijo a su novia que uno no es de papi y mami que le dieron de tragar. Si, le gritó la mujer, hágale más bien rápido que va a llegar tarde. Eliseo se acomodó la gorra, y sin recordar por cuál calle debía coger, tomó la dirección que le dio su intuición. Hace dos días, él y su novia, se habían bajado en la entrada del pueblo que su hermana mayor le había recomendado: —Eliseo, hágame caso, con esa plática de mamá, alma bendita, compre en otro lado. Eso por acá en el campo ya no hay trabajo.

Eliseo, a pesar de que tenía un papelito con las indicaciones escritas como si lo estuviera regañando su hermana, no supo para dónde coger con su novia. Él recordaba que debía tomar, al bajarse de la flota, un bus rojo pequeño que tuviera en letrero escrito las palabras “El Hato”. Se la pasó todo el camino diciendo entre dientes “El Hato”, “El Hato”, “El Hato”.

Recordaba muy bien la cantaleta que su hermana le había dado: “ni se le ocurra subirse a otro bus, ni coger para otro lado si no quiere perderse. Cuando llegue por allá debe buscar la calle veintitrés con carrera tercera (se dio cuenta de que su memoria mejoraba en las cantaletas), ahí es donde yo me quedé una vez. Es una casa grande con muchas habitaciones y mucha gente y muchos perros. Así que con cuidadito. Si no, mano, pregunta, usted tiene esa maña de sabérselas todas.”

Eliseo le dijo a su novia “mucha maricona si jode la Yolima, yo qué me voy a perder”. Sin embargo, Eliseo no supo si el bus del Hato pasaba en esa acera o en la otra. No sabía si ahí era El Hato o donde carajos quedaba El Hato. Aunque su novia le insistió para que preguntara, le hizo caso a su intuición y decidió pasar la calle con ella.

Eliseo se frotó las manos, sintió que el frío le penetraba el hambre que tenía, no había sido suficiente la arepa con chocolate en agua. Caminaba con los ojos chiquitos para poder ver más allá de la niebla y no perder tiempo en calles que no lo llevaran al Bar del campo. Lo estaba esperando un señor que había conocido el día anterior. —Vea, muchacho, para llegar al Bar del campo, busted sale de aquí del Hato, toma toda la principal, la quince, sigue derecho, derecho, ahí no hay pierde. —Claro, patroncito. Yo sé mucho de la sabana. —Mañana nos vemos ahí a las seis de la mañana. No vaya a llegar tarde porque segurito lo dejan botao.

Eliseo había conocido al señor en una tienda del barrio, estaba en busca de trabajo y, a pesar de que no conocía a nadie, preguntó tienda por tienda si alguien sabía del trabajo que daban en el Bar del campo como cachila, pues era domingo y había escuchado en la pensión que los lunes se reunían unos tales cachilas a cosechar papa y hortalizas.

Eliseo no sabía cómo salir del barrio y encontrar la calle quince. Pensó que lo más fácil era guiarse por las direcciones de las casas. Solo debía hallar el sentido en el que las calles descendían de número. Sí él estaba en la veintitrés debía descender unas cuantas cuadras.

Pero, al ir caminando, las calles aumentaron. Yo sí soy mucho bruto, mano, dijo, es para el otro lado. Retornó por la calle y pasó de nuevo por la pensión en la que se estaba quedando.

Eliseo continuó guiándose por las placas de las direcciones de las casas. Pasó en frente de lo que, al parecer, era un colegio. Pasó en frente de varios potreros. Caminó por calles destapadas. Se devolvía al ver que las direcciones aumentaban y no descendían. Se le hizo eterna la salida. Miró su reloj, ya eran más de las seis de la mañana. Ya no sentía hambre.

Solo quería decirle a su hermana que era una fastidiosa morronga, que por qué le había dicho que podría encontrar trabajo fácil aquí en la sabana.

Eliseo, después de algunas horas, llegó a la casa. Su novia le reprochó: ¿si ve, por qué no pregunta dónde quedan las vainas?

Eliseo le dijo: —Pa serle sincero, yo como que no sé nada de la sabana.

• GANADOR CATEGORÍA ADULTO MAYOR •

UN NUEVO RUMBO

Marco Antonio Torres Galeano

Los años 60 fueron una época difícil para vivir en Colombia, especialmente en el campo. La violencia estaba agudizada por la guerra entre partidos políticos, era peligroso pensar en voz alta. Yo quería un mejor futuro para mi familia, no esperaba que mi hermosa esposa y mis dos pequeñas hijas vivieran bajo un terror que no merecían. Por fortuna, no pasamos necesidades, pero mi trabajo como sastre no era suficiente para cumplir las promesas que en secreto tenía pensadas para mi familia.

Tenía un amigo que no hace mucho había viajado a la capital. Cuando volvió al pueblo me contó maravillas de su viaje, lo diferente que era la vida por allá, las muchas oportunidades que estaban a la espera de ser aprovechadas, pero no solo en la ciudad, sino también en los pueblos cercanos. Los relatos de mi amigo alimentaron mi deseo de buscar algo mejor. Fue así como tomé la decisión de abandonar mi pueblo natal en Santander, dejando temporalmente a mi esposa e hijas.

Fue muy triste dejar a mi familia, no nos habíamos separado antes, pero no podía llevarlas a aventurar conmigo sin saber lo que iba a encontrar. Le prometí a mi esposa que volvería en cuanto pudiera, que la llevaría a ella y a las niñas a un mejor lugar, pero que por favor fuera paciente y confiara en mí, que me tuviera presente en sus oraciones para que me fuera bien. No quería alargar la despedida porque eso sería más doloroso para ambos. Finalmente, partí.

Un día de 1973 llegué a la capital, asustado por lo desconocido como cualquier mortal. Pronto empecé a trabajar como peón de construcción, siempre he sido muy trabajador, no tuve problemas mientras estuve allí. Pero la ciudad era muy ruidosa para mi gusto, ese ajetreo no era a lo que yo estaba acostumbrado. Me gustaba la tranquilidad que me daba el campo, salir a respirar el aire fresco junto a mi esposa. Si bien no estaba atrapado, no iba a volver a mi pueblo con el rabo entre las patas, le había hecho una promesa a mi esposa y la iba a cumplir, pero tampoco quería seguir donde no me sentía cómodo. Ahí fue cuando recordé el relato de mi amigo, oportunidades no solo había en la ciudad, también en los pueblos cercanos. Entonces decidí irme a un lugar nuevo.

Escuché de un pueblito que no quedaba muy lejos, decían que había muchas flores y se necesitaba gente que las trabajara, justo lo que necesitaba, otra oportunidad. Así llegué a Funza, un lugar más tranquilo que la ciudad, me recordaba un poquito a mi pueblo, eso me hizo sonreír. En cuanto pude empecé a trabajar en una empresa de flores. Sagradamente madrugaba todos los días e iba a trabajar, pensaba en mi familia y que pronto volvería a verla, eso me motivaba. Después de unos meses de duro trabajo pude reunir el dinero para traer a mi esposa y mis hijas, las extrañaba mucho y nos habíamos comunicado muy poco desde mi partida.

Pedí permiso en el trabajo y viajé a Santander. Estaba feliz porque le estaba cumpliendo la promesa a mi esposa, pero más feliz me puse cuando la vi a ella, tan hermosa como siempre, y a mis niñas que apenas eran unas bebés cuando me fui.

El viaje a Funza no fue fácil. El transporte en ese entonces era incómodo, cargar con las cositas que teníamos fue un encarte y las niñas no estaban acostumbradas a viajar, de hecho, era la primera vez que lo iban a hacer. Después de un largo viaje llegamos al pueblito prometido. Llevé a mi esposa y a mis hijas a una casita en la que pagaba arriendo cerca al parque principal, era humilde, pero con ellas ahora el lugar era más ameno.

Mi esposa nunca fue floja, al contrario, era una mujer echada pa’ lante, una santandereana que no le huía al trabajo y que me ayudó mucho desde que nos casamos. Ella consiguió trabajo en otra empresa de flores, ahora juntos estábamos sacando adelante nuestro proyecto de vida, como siempre habíamos querido.

Pronto pudimos mudarnos a un lugar más amplio y justo a tiempo, porque íbamos a tener otra hija, una gran bendición para nosotros. De momento mi esposa no podía trabajar, ella estaba cuidando de nuestro hogar. Yo sabía que me tenía que esforzar más porque ahora tenía tres hijas, mi familia había crecido y mi alegría también. Mi dedicación al trabajo dio frutos, me ascendieron de puesto en el trabajo. Cuando mi esposa estuvo lista para volver a trabajar, volvió más guerrera que antes. Los dos logramos comprar un lote en Serrezuelita, un barrio que en ese entonces quedaba un poquito alejado del parque principal.

Ya teníamos nuestro propio lugar, mi esposa y yo estábamos tan felices. Yo mismo me encargué de construir el primer piso de nuestra casa, los conocimientos que tenía en construcción me fueron muy útiles. El tiempo pasó y este pueblo nos seguía llenando de bendiciones. Las niñas iban muy juiciosas al colegio y nosotros emprendimos un negocio que nos permitió agrandar la casa. Pasamos por muchos ires y venires, pero no había sido en vano. El tiempo que pasé lejos de mi familia fue duro, pero gracias a eso nuestra vida mejoró. Este pueblo me ha dado tantas alegrías que me da nostalgia recordarlas, aquí hicimos nuestro hogar, aquí crecieron nuestras hijas, aquí echamos raíces.

Para no alargar la historia, Funza nos cambió la vida. Mi esposa y yo no pudimos terminar nuestros estudios, pero nuestras hijas sí. Ellas se convirtieron en mujeres fuertes y trabajadoras, tal como su madre. Fuimos muy afortunados, vimos progresar a nuestras hijas, nacer a nuestros nietos y también a nuestra bisnieta. Qué bonito ha sido todo. Aunque ya no tenga a mi esposa a mi lado, estoy seguro de que ella también recordaría nuestros tiempos aquí con mucha alegría, porque a veces es necesario cambiar el rumbo para cambiar las cosas, tal como nos pasó a nosotros.

El presente libro compuesto en caracteres ZapfHumnst y Capture it, se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2022 con el aval de la alcaldía de Funza y el Centro Cultural Bacatá.

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