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Una Piloto de vidas pasadas

NÚMERO 02-2

AUTOR

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Juan Miguel Villegas

TÍTULO

En Nueva Delhi, India, se mantiene en pie, y casi intacta, la segunda biblioteca pública piloto del planeta.

n la Biblioteca Pública de Delhi hay un macaco que, si te alcanza, te puede arrebatar las gafas, partirlas en dos mitades y arrojarlas de vuelta. Así nos lo advirtió Sudha, la directora, mientras dábamos un paseo por el jardín: un patio trasero con una franja de hierba bien podada, algunos árboles, bancas... y un macaco.

Está ubicada al frente de la estación de trenes más vieja de la ciudad, en la que las locomotoras no paran de sonar las 24 horas. Y se conserva, por cierto, casi en el mismo estado en que quedó cuando fue inaugurada, en aquel lejano 1951, por el primer ministro Jawaharlal Nehru. Para encontrar un libro todavía se debe hurgar en los mismos cajones diminutos, llenos

Los proyectos bibliotecarios de la Unesco planteaban servicios móviles. En Nueva Delhi el “bibliobus” aún continua rodando.

de cartulinas de colores, que uno usaba en La Piloto cuando era niño. Los periódicos más antiguos se deshacen al abrir las cajas en las que se archivan. Y los libros del “depósito legal” se apilan en estanterías enclenques en las que ya no cabe una hoja más.

Por ningún lado parece haber el menor rastro de modernización bibliotecaria. Salvo por algunos computadores. Y por la sala de internet, en la que casi ningún equipo funciona.

Pero, a pesar de todo esto, tiene dignidad. No será un ejemplo de biblioteca contemporánea (en tiempos en los que las bibliotecas se reinventan), pero puede decir con orgullo y precisión que es una “bien conservada”. Tanto que uno se siente en un viaje de más de medio siglo hacia atrás en la máquina del tiempo.

Es una biblioteca sorprendente. Aún mantienen rodando, por ejemplo, los Bibliobuses

encargados de llevar libros a los barrios más alejados y desprovistos. En la sala de periódicos, todos los días se leen diarios escritos en cuatro lenguas distintas: hindi, urdu, bengalí e inglés. Una pequeña sala de música le ofrece al público guitarra, violín, cítara, una pantalla plana, un tocadiscos... y un gramófono. En las salas de lectura y en los cubículos de estudio los lectores mantienen un silencio ritual.

Si me preguntan qué pienso de La Piloto de la India, diría simplemente que es hermosa. O que creo que es una semilla. Pequeña, ordenada, contenida. Una semilla que podría secarse en un descuido. O, si se la riega y estimula, podrá desdoblarse en brote, arbusto y árbol. En bosque... (¿te imaginás, macaco?), que es lo que un país como la India se merece.

Carencias y atrasos experimenta hoy el antiguo proyecto de biblioteca piloto en la India. Pese a todo, sigue operando. La BPP cuenta con un total de 402.438 materiales, entre libros, audiovisuales, recursos digitales y publicaciones seriadas.

La Piloto, en las mangas de Otrabanda

NÚMERO

03

PÁGINAS AUTOR Reinaldo Spitaletta 06

La Piloto se construyó

al otro lado del río, en

ese entonces, un punto

lejano para los habitantes

de Medellín que andaban

con libros debajo del brazo.

ás allá, atravesando el río, a cuyas aguas cantó alguna vez el poeta Epifanio Mejía, estaban las soledades, los médanos, los cenagosos suelos de zancudos y tunas, la Otrabanda, que desde tiempos coloniales se formaba (y nombraba) desde El Guayabal hasta las inmediaciones del morro El Volador. Había quebradas y charcos, como La Iguaná, La Peña, Ana Díaz, La Hueso, La Iguanacita…

Eran días en que esas tierras anchas con rastrojos y pantanos no eran aún de engorde. Y eran comunes en la vida cotidiana nombres como Aná, Anápolis, San Ciro, El Pedregal, El Salado de Correa y el llano de Belén. La banda izquierda del Aburrá, la Otrabanda, tardaría para irse poblando hasta muy entrado el siglo XX, en un crecimiento inusitado que agregaría al paisaje chimeneas fabriles, hipódromos y

La ribera occidental del río Medellín, aún no urbanizada. Al fondo, al pie del cerro El Volador, los terrenos de Otrabanda. Andrés Ripol. Sf. AF-BPP

estadios de fútbol, barrios de artesanos y clases medias, y, cuando los años 60 aún eran jóvenes, una biblioteca.

Eran puras mangas cuando se erigió el edificio de vitrales azules y traslúcidos que los curiosos miraban desde los autos y buses, pocos por cierto, que circulaban por la autopista Sur, llena de jardines en sus separadores y que desde 1945, a la altura del Naranjal, tenía una plaza de toros de estilo morisco que bifurcaba la vía. Desde lejos se notaba el aviso con letras en relieve: Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina.

Era entonces una suerte de curiosidad en medio de una que otra casa y abundantes mangas con dormideras, mosquitos, batracios, grillos y uno que otro peregrino que se atrevía en las solitarias campiñas. La Biblioteca se erguía como un presagio de los días en que advendrían habitantes, almacenes, edificios de apartamentos, colegios, bancos e hipermercados. Para los años 50 ya estaba en sus inmediaciones el gringo Sears, que cautivaba a los de la otra parte de la ciudad con sus pomposas mercancías y vitrinas.

En tiempos más viejos, la Alameda (hoy calle Colombia) unía a la plaza mayor o parque de Berrío con la Otrabanda. Desde 1847, y por insinuaciones de Tomás Cipriano de Mosquera, se planeaba un puente para conectar mundos tan disímiles. Las gentes atravesaban el río por tramos vadeables mucho antes que Enrique Haeusler, carpintero y mecánico renano, construyera el indispensable puente, que más tarde se denominaría puente Colombia.

Eran comunes las maromas, saltos, frenazos, mojadas de los que se atrevían a pasar las aguas; sobre todo las muchachas, que tenían que alzarse las polleras y combinaciones para el efecto. Cuando aún ningún negociante se inclinaba a pensar que esa franja tuviese futuro, al que sí se le ocurrió comprar lotes fue al visionario comerciante J. B. Londoño. Armó una finca que después parceló para las construcciones de donde hoy está el complejo de Suramericana y realizó transacciones con Sears, el Instituto de Crédito Territorial (ICT) y con otros particulares. Entre tanto, La Piloto, con una apariencia de arca de Noé, convocaba a estudiantes y curiosos de todos lados. A comienzos de los años 60, el ICT adquirió terrenos para levantar la urbanización Carlos E. Restrepo. Se avizoraba más renovación urbana. La ciudadela, vecina de la Biblioteca, se convirtió en un vividero atractivo con valor ambiental gracias a sus frutales de nísperos, naranjos, guayabos, mangos y guayacanes,

La Otrabanda, antes de ser tomada por la urbanización. Fotografía Rodríguez. Ca 1929. AF-BPP. Las mangas de Otrabanda, reemplazadas por una de las primeras intervenciones urbanísticas de Medellín: los Jardines del Río. Gabriel Carvajal. Ca 1964. AF-BPP. 1. 2.

urapanes, palmas, pencas, y otras especies que invitaban pájaros a granel.

En ese barrio de murciélagos y búhos, de ardillas y gatos, estaba el kínder de Aurorita y desde antes había una fábrica de salchichón. La zona se llenó de estaderos y bares, con tangos y músicas del recuerdo, y en los años 60, un edificio de avanzado diseño, el de Camacol, ya era una presencia emblemática en la Otrabanda, a la que después arribarían el cine El Subterráneo, el Museo de Arte Moderno, los enamorados que se acurrucaban en las mangas de Suramericana, la escultura de Arenas Betancur. Y muchos lectores.

La Otrabanda, con La Piloto como guía y antorcha de la cultura, abrazó festivales como Bazarte, las ferias del libro, la bohemia estudiantil. Y ya nadie podía decir que esa extensión de viejas mangas “quedaba muy lejos”. Los libros, los talleres de literatura, las conferencias, la visita de escritores extranjeros de alto nivel (Borges y Rulfo, por ejemplo) le dieron lustre intelectual al sector. Y hasta el nombre, que era más ancho y largo, que cubría más territorio, se estrechó y se quedó como referencia de los barrios Suramericana, Carlos E. y, sobre todo, de ese fragmento de tierra que La Piloto comenzó a colonizar en los albores de los años 70. Otrabanda tiene ecos de cantos de chicharras y de música de alas. Y es sinónimo de libros y lecturas, y del encanto particular que consiste en no olvidar las palabras, que en este histórico lugar de aguas y vientos siempre están presentes, activas, como síntoma de civilización.

Se conservan 50 números de El Correo de Antioquia, primer diario noticioso del Departamento. Circuló entre febrero y abril de 1875. Costaba ¼ de centavo.

Puente de Colombia con la Autopista. Para la década de los 70, Otrabanda había perdido por completo todo su carácter bucólico. Gabriel Carvajal. 1973. AF-BPP.

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