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Recuerdos de años felices
from Biblioteca Pública Piloto. Un Puente Entre Tiempos
by Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina
NÚMERO
025
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PÁGINAS AUTOR Juan Luis Mejía Arango 06
Testimonio de un tallerista,
director, lector y testigo del
crecimiento y consolidación
de la BPP.
ebió ser a principios de 1978. Un día me encontré con Alejandro González Jaramillo, quien por entonces se desempeñaba como director de La Piloto y a quien había conocido en el Colegio San Ignacio. En ese encuentro Alejandro me contó que acababa de regresar de Estados Unidos donde había realizado una estancia en el taller de escritores de la Universidad de Iowa y, sin más preámbulos, me propuso crear un taller semejante en la biblioteca. En un acto de absoluta irresponsabilidad, acepté y de inmediato procedimos a hacer la convocatoria a los aspirantes a escritor.
Tal vez el único antecedente nacional lo constituía el grupo que Gustavo Álvarez Gardeazábal había formado en Cali, pero de resto no había ningún referente sobre el funcionamiento, los objetivos o las metodologías de un taller para escritores. Me puse entonces a leer
fuentes de la más disímil procedencia: la experiencia de Iowa, que se asemejaba a una beca de creación; los talleres cubanos de Casa de las Américas y los nicaragüenses de Ernesto Cardenal; y, por supuesto, los textos clásicos sobre cómo escribir un cuento: Cortázar, Quiroga, etc. Y con ese frágil soporte conceptual nos lanzamos a la aventura y en poco tiempo teníamos conformado un grupo de jóvenes bisoños y entusiastas: Luis Fernando Macías, Jairo Morales, Lucía Victoria Torres, Sergio Vieira, José Libardo Porras y “Chengue”, poeta y halterista. Al
poco tiempo se unió al grupo Juan Diego Mejía, quien venía de hacer la revolución en la costa. Cada martes en la tarde nos reuníamos a comentar los textos propios y ajenos y cada quince días invitábamos a algún escritor que compartía su método y experiencia con nosotros. Una vez, influenciados quizá por Blacamán el bueno, llevamos un culebrero real, con boa incluida, como ejemplo de la rica literatura oral de nuestro medio.
Pero el momento culmen ocurrió en noviembre del 78 cuando el alcalde Jorge Valencia
Juan Luis Mejía dirigió la BPP al despuntar los años 80. Las dificultades económicas no impidieron que siguiera siendo un importante centro cultural del país. AI-BPP.
Jaramillo promovió la segunda visita de Jorge Luis Borges a Medellín. Esa mañana el auditorio de la Biblioteca estaba colmado de público. Mucha gente quedó afuera sin poder escuchar al autor de El Aleph. Fue un diálogo con los escritores de la ciudad. Yo era el último, sentado en una esquina no alcancé a salir en la famosa foto de Jairo Osorio. Cuando me correspondió el turno de preguntar, lleno de nervios, farfullé algo así como: “¿Se considera un escritor para escritores?”. No recuerdo qué respondió el maestro, pero sí me sonrojo cada que evoco esa intervención tan obvia. Luego de aquel diálogo, que más bien fue un monólogo, fuimos a almorzar al restaurante Salvatore, en los bajos del edificio de Suramericana de Seguros.
Aquella aventura duró poco más de un año hasta que, debido a mis afugias económicas, me vinculé a una empresa textil, y debido al horario y a los frecuentes viajes, debí retirarme del flamante taller de escritores de La Piloto, que gracias a la buena prensa que generó Isaías Peña Gutiérrez, desde su columna en el periódico El Tiempo, se había convertido en un referente nacional. En buena hora el director de la Biblioteca convenció a Manuel Mejía Vallejo para que asumiera la dirección del taller y allí se inició la época de esplendor de esta experiencia. Al finalizar el año 1979 me llamó de nuevo Alejandro González y me comunicó que dejaba La Piloto pues le habían ofrecido la dirección del periódico Vanguardia Liberal, en Bucaramanga, y que si me apetecía ser el nuevo director. De inmediato, y a pesar del malestar que la decisión provocó en mi papá, quien consideraba que echaba por la borda un futuro promisorio en la industria textil, acepté y el 10 de diciembre de 1979 me posesioné como director de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina.
Ya sentado en la silla del director me enteré de las inmensas dificultades por las que atravesaba la institución. Dado su origen en un acuerdo internacional suscrito entre la Unesco y el Estado colombiano, nominalmente la Biblioteca era un organismo del orden nacional adscrito al Ministerio de Educación Nacional. En efecto, la Piloto era el último de los sesenta y tantos institutos adscritos a ese ministerio. Esa invisibilidad orgánica la sometía a ser la última de las prioridades presupuestales del Estado, pero como contrapartida positiva la mantenía ajena a los apetitos burocráticos de la política.
Pese a las penurias económicas, encontré un grupo de personas con una gran mística de trabajo, entregadas en cuerpo y alma a su labor,
Juan Luis Mejía, Manuel Mejía Vallejo y Elkin Restrepo de tertulia. Ca. 1978. AI-BPP.
que mantenían encendida la llama de los ideales altruistas con los cuales se habían creado las bibliotecas piloto del mundo. Tantos nombres vienen a la memoria: Gloria Inés, María José, Olga Luz, Mario Vargas, Emigdio… Sería largo enumerarlos, pero estas palabras quieren exaltar a todos aquellos silenciosos trabajadores de las instituciones culturales de Colombia que, pese a todas las adversidades, mantienen a flote las frágiles embarcaciones que transmiten, preservan y diseminan la cultura.
Pero hacia fuera, La Piloto encarnaba (y encarna), los ideales de una biblioteca pública: sus salas siempre atiborradas de lectores, colecciones que rotan no sé cuántas veces al año, presencia en los barrios más periféricos, talleres culturales para todas las edades, etc. De ahí que la Biblioteca se convirtiera en el epicentro de la vida cultural de la ciudad.
Recuerdo aquellos años en permanente ebullición, tiempos plenos de ideas, de proyectos. Y con una figura central de toda aquella efervescencia: Manuel Mejía Vallejo. Él, en un bus de la empresa Transunidos La Ceja, bajaba los miércoles de Ziruma, su casa en El Retiro, para dirigir el taller de escritores entre la cuatro y las seis de la tarde. De allí en adelante seguía una larga, muy larga conversación, en la que se “humedecía la palabra”, como eufemísticamente se promocionaba un café de la ciudad. Poco a poco llegaban Darío Ruiz, Fernando González, Elkin Restrepo, Óscar Jaramillo, Luis Fernando Peláez, José Manuel Arango, Miguel Escobar… y tantos y tantos que continuábamos la noche en La Camerata, en el Jordán, en Finalle.
También alrededor de La Piloto, institución pionera en el costado occidental del río Medellín conocido como Otrabanda, se fue constituyendo una confederación de instituciones que en un trabajo conjunto empezaron a jugar un papel preponderante en la vida cultural de la ciudad: la Universidad Nacional, con Marta Elena Bravo en la Dirección de Extensión Cultural; Suramericana de Seguros, desde la vicepresidencia de Nicanor Restrepo Santamaría; y el recién fundado Museo de Arte Moderno de Medellín. Ese trabajo conjunto llevó a la creación de la primera asociación de entidades culturales de la ciudad, denominada Asencultura, que sirvió luego de modelo para la creación de los Consejos de Cultura en el ámbito nacional. De aquel activismo quedan algunos resultados de indudable impacto cultural como el Centro de Memoria Visual de Medellín. Su génesis fue la siguiente: en 1981 se realizó la IV Bienal de Arte de la ciudad. Los organizadores pidieron
a las instituciones culturales realizar alguna actividad concomitante con la gran exposición, que permitiera a los visitantes palpar el dinamismo de Medellín. En La Piloto decidimos realizar una exposición sobre la historia de la fotografía en Antioquia, dado que era un tema sobre el que nada se había investigado hasta entonces. Con un apoyo de treinta mil pesos que aportó Almacenes el Mar, que cumplía 30 años de existencia, pudimos hacer la exposición Cien años de fotografía en Antioquia. Nos pifiamos por más de tres décadas. Pero sirvió para descubrir que algunos de los archivos de los pioneros aún existían. En noviembre de 1982 logramos comprar el archivo de Benjamín de la Calle y luego fueron ingresando el de Melitón Rodríguez, el de Gabriel Carvajal, el de Horacio Gil Ochoa, el de León Ruiz.
Otros eventos de gran repercusión, como Bazarte, fueron devorados por la vorágine que entonces se apoderó de la ciudad. También instituciones que jugaron un papel preponderante en aquellos años se fueron marchitando. La Escuela Popular de Arte, la recordada EPA, con la que realizamos el inolvidable Encuentro Folclórico Nacional, se fue diluyendo en la burocracia local. El Instituto de Integración Cultural y la Fundación Antioqueña de Estudios Sociales (FAES) sobrevivieron apenas unos años luego de la desaparición de sus fundadores, Jorge Rodríguez Arbeláez y Luis Ospina Vásquez. En cambio La Piloto, bajo otra estructura organizacional, permanece en pie y con plena vigencia, pues está incrustada en el alma profunda de la ciudad de Medellín.
Un jueves de enero de 1983 un infarto fulminante puso fin a los días de Eddy Torres, intelectual de reconocida influencia en la vida política y cultural del país y que por entonces ejercía el cargo de director de la Biblioteca Nacional de Colombia. Al domingo siguiente, en una llamada telefónica, el entonces presidente de la República Belisario Betancur me ofrecía el cargo dejado por Torres. Esa llamada inesperada puso fin a mi paso por la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.
Estas palabras han tratado de recuperar algunos recuerdos de los años más felices de mi vida.
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