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Hospedaje para un alérgico

Alejandra Úsgame Mesa

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13 años

Colegio Empresarial

Medellín

Finalista 2

En un pueblo de calles de piedra y casas de monótono color pastel, se erguía, colosal, un hotel. Con amplias habitaciones y hermosos jardines adornados, con sillas cómodas para que sus huéspedes descansaran de sus cotidianas y aburridas vidas.

Pero además de las personas, este lugar también estaba habitado por otros seres, y, precisamente esta historia habla sobre uno en particular, el cual, era lastimosamente alérgico a la mayoría de animales, en especial, a aquellos que eran peludos.

Era pues, nuestro amigo, un hidalgo fantasma llamado Joaquín. Personaje de aspecto morado y de mejillas rojizas como un tomate, colores que adquirió por causa de su trágica, pero singular muerte, pues cuando humano era, estaba comiendo zanahoria y se ahogó.

Joaquín era amante de la buena vida, le gustaba viajar por el mundo, cenar en restaurantes de alto gourmet y hospedarse en refinados hoteles.

Esta era su primera parada, y al llegar al pueblecillo hacia el colorido hotel se dirigió, y a la recepción de fantasmas, que quedaba continua a la de los humanos, con mucho sigilo llegó, allí, una damisela de unos cuantos siglos de edad muy amablemente le atendió.

Ella le dio la bienvenida, ofreciéndole a tan estirado señor la suite principal con todo incluido, con crédito en módicas sumas, que durante toda la eternidad él podría pagar. Pasó nuestro amigo toda la semana rondando y visitando el lugar, sin saber que los últimos días, al pobre, el viaje se le iba a complicar.

La tragedia comenzó cuando unos humanos y su rabioso perro, en la suite, con él se hospedaron, y pasmado el pobre fantasma quedó, al ver que en su armario su ropa rasgada estaba, debido a que al perro le encantaba el olor a fantas-

ma y, al parecer, el can, su ropa exquisitamente degustó.

Pero lo malo aún faltaba por venir, y fue, cuando al intentar dormir, el perro a su lado se echó, y la alergia de inmediato llegó. Empezó a estornudar y hasta rasquiña en el ombligo le dio, se le pararon las pestañas y la nariz le picó, le dolió la cabeza y un bostezo por su boca salió, sin contar, que, su rostro más rojo que de costumbre estaba, las pulgas lo picaron aquí y allí y desesperado, el pobre, la noche pasó.

Creyó Joaquín que en la madrugada todo mejoraría, pero lo contrario sucedió. Las alergias aumentaron debido al sol, y tanto su nariz sonó, que en el pañuelo pegada quedó.

Desesperado por la situación a la recepción se dirigió y otra habitación solicitó, pero todo ocupado estaba, solo una alternativa quedaba.

-A costo más barato la azotea le puedo brindar, si se desea quedar -fue lo que la dueña a Joaquín le intentó explicar.

Y aunque en nada a la suite se parecía, la habitación era espaciosa, y lo mejor era que ningún humano, ni animal, se atrevería a llegar al lugar. A nuestro amigo le pareció que el problema al fin se solucionaba y aunque las ratas en todo el lugar estaban, al fantasmita no le importunaban, ya que del hambre que las pobres aguantaban, hasta el pelo les faltaba.

Por fin nuestro amigo el sueño pudo conciliar, pero avanzada la noche otra sorpresa se volvió a llevar. Una figurilla sigilosa el umbral cruzó, de inmediato, Joaquín la luz encendió, viendo que su visitante era un gato que a las ratas cazaba. De inmediato la fiebre a la cabeza le subió, la moqueadera regresó y ni qué decir de la roncha, que todo su cuerpo invadió.

De allí salió corriendo y en el camino a la dueña del hotel

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encontró, y ante sus súplicas y ruegos el hatillo por último ella le ofreció, dejándole claro que debería compartir aquel recinto con otro huésped que de lo mismo sufría, y que por ello allí vivía; entonces, el lugar, la mujer gratis le ofreció, y Joaquín de inmediato lo aceptó.

Por fin al sitio llegó, y después de tanta molestia que había pasado, una cama suave y delicada encontró. Sin dudarlo en ella se recostó, quedando dormido sin preocuparse de quien habitaba el mismo lugar.

Asustado al otro día se despertó, sintiendo como unas manos suaves como el algodón le acariciaban. Gran sorpresa el atormentado se llevó, cuando sentada a su lado una hermosa fantasma encontró. Después de mucho platicar hasta la alergia se disipó, el sol entró al lugar y el amor a los dos los atropelló.

Desde entonces Joaquín dejó de viajar, y juntos todos los días se les puede ver salir por la puerta de atrás. Ni los perros ya les hacen estornudar, pues el amor a los dos, la alergia les logró espantar.

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