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Cosas de chicos

Cosas de chicos

¡Milagro de la medicina! ¡Los hombres no necesitan médicos!

Patricia Pearson

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¡P or qué! ¡Oh por qué es tan difícil convencer a un hombre de ir al médico! ¡Esposas, hijas y hermanas buscan desde hace tiempo la respuesta a esta pregunta! Se trata de un dilema milenario, confirmado una vez más por investigaciones recientes de la clínica Cleveland Clinic en los Estados Unidos, que informa que el 65 por ciento de los hombres “tienden a esperar todo lo posible para consultar a un médico si presentan algún síntoma de salud o lesión”.

En mi casa la escena generalmente se desarrolla de la siguiente manera:

“Ambrose, tu cabeza está a punto de salirse”.

“¿Ah si?”. Mirada rápida al espejo. “Ah sí, parece que sí”.

“Bueno, ¿no te parece que deberías ir al médico?”.

“Realmente debería ir”.

Dos días más tarde: “Ambrose, apenas un nervio mantiene conectada tu cabeza a tu cuello. ¿Ya llamaste al médico?”.

“Oh… uh… no. Iba a llamar, pero tuve que ir a la ferretería a comprar algo para arreglar la antigua máquina para mezclar pintura. Podría ser útil”.

“Bueno, entonces ¿por qué no dejas que saque yo el turno?”.

“Si, de acuerdo, eso sería fantástico. Gracias”.

Una semana más tarde, le pregunto a la cabeza ya completamente desprendida del cuerpo de mi esposo posada sobre el piso del sótano:

“Ambrose, ¿fuiste al médico esta mañana?”.

“No, reprogramé el turno. Tuve que descargar una grabación en vivo de Tubular Bells de Mike Oldfield de 1973 y me tomó más tiempo de lo que pensaba. Algo no anda bien con nuestro servidor”.

“Entonces, ¿cuándo irás?”.

“Bueno, el jueves próximo, si puedo, o estaba pensando que tal vez… nunca”.

Mi esposo eludió al dentista por 14 años hasta que su mandíbula comenzó a explotar de dolor, lo que lo obligó a realizar al menos una visita. Tuve que suspender todo lo que tenía que hacer para llevarlo de emergencia y luego nunca más volvió, ya que evidentemente prefiere apretar los dientes que una extracción. No tengo idea cómo, pero logró doblegar a aquel nervio chirriante. Se avecina el día que en que tenga salir corriendo a la guardia odontológica. ¿Por qué lo hace? Porque eso es lo que hacen los hombres. Aun para aquellos que no apuestan demasiado a la masculinidad chapada a la antigua, que cuidan niños y hornean pasteles felizmente, apenas sus esposas dicen “ve al médico”, inexplicablemente se transforman en soldados recios y agresivos que elegirían mil veces morir en el campo de batalla antes que abrir grande sus bocas y decir “ahhh”.

Mi padre y mi esposo se llevaban muy bien porque, bueno, eran sencillamente dos cabezas sueltas sentadas una al lado de la otra mientras miraban golf por televisión. Eso fue antes de que mi padre desarrollara demencia, lo que solo sé por deducción y Google, ya que nunca se sometió a un estudio antes de morir pacíficamente mientras dormía por razones desconocidas.

Mi madre y yo nos entendemos de otra manera: seguimos incesantemente las novedades sobre salud y nos contactamos por correo electrónico y mensajes de texto para compartir actualizaciones rápidas sobre diferentes temas como un par de agentes del FBI. Ella me envía el boletín de noticias de salud de la

Universidad de Harvard todos los meses junto con enlaces a artículos sobre medicamentos nuevos para candidiasis, trastornos de ansiedad y piel seca alrededor de las uñas, y yo le informo todo lo que escuché sobre cáncer de colon, afecciones cardíacas y lunares. No es necesario aclarar que este trabajo de colaboración se aceleró notablemente durante la pandemia. Lo que no significa que hayamos podido utilizar nuestros hallazgos para ayudar a los hombres de la familia.

De acuerdo con la clínica Cleveland, más de tres quintos de los hombres prefieren el autodiagnóstico, y no precisamente después de buscar consejos de otras personas o investigar en Internet, eso sería como pedir indicaciones cuando están manejando. En cambio, simplemente arrojan al aire suposiciones que dejan salir entre dientes. “Quizá tenga 45 grados de fiebre por ese pescado que comí el otro día”.

Y, según indican las investigaciones, cuando un hombre efectivamente se presenta en un centro de salud, ni siquiera tiende a mencionar sus dolencias al médico. Lo que lleva a pensar que consulten a clarividentes para obtener diagnósticos certeros. A menos, por supuesto, que el problema sea evidente como la decapitación, en cuyo caso el médico solo lo señalaría amablemente. Y el tratamiento, señores, es otro cantar.

Esto ha sucedido desde el inicio de los tiempos. Allá por 1985 se realizó un estudio en el que se indicó que los niveles de testosterona masculina descendían un 50 por ciento cuando un hombre entraba a un hospital. Estaba hablando con una amiga sobre esto cuando su hijo de 21 años apareció en el living. Ella le preguntó: “¿Piensas que es cierto que los hombres no van al médico?”.

“Sí”, dijo él, algo perplejo. “Todos lo saben”.

“¿Y por qué no van?”, preguntó.

Él encogió los hombros. “Es sentido común”.

Nos reímos. Luego lloramos. No exagero al decir que mi esposo ha rengueado por nuestra casa durante los últimos cuatro meses teorizando acerca de tener “un poco de artritis” en la rodilla hasta que, finalmente, una resonancia magnética reveló que su cartílago se había desintegrado por completo. Debe visitar a un especialista la semana próxima. “Es muy posible que necesites un reemplazo de rodilla”, le comenté. “Pero hoy estos procedimientos son muy rápidos. Leí que implantan en el muslo una especie de bomba para aliviar el dolor por unos días”.

“¿Un implante en mi pierna?”, rugió. “No. De ninguna manera.”

Estoy segura de que pospondrá indefinidamente el procedimiento, aun si a causa del dolor termina arrastrándose en cuatro patas por la casa mientras afirma que ahora prefiere moverse de esa manera.

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