D i a g n ó s t i c o s i t u a c i o n a l s o b r e r e a l i d a d d e l a s m u j e r e s e n E l P r o g r e s o , Yo r o
El progreso, zona de peligro para las mujeres
Diagnóstico situacional sobre realidad de las mujeres en El Progreso, Yoro
El progreso, zona de peligro para las mujeres
Equipo investigador: Karol Hernández Bobadilla. Nubia Mayara Orellana. Juan José Velásquez.
Coordinadora de REMUPRO Margot Navarro López Red de Mujeres del Progreso y Comité Interinstitucional contra la violencia hacia la mujer.
Edición Lucila Funes
Diseño y diagramación Bricelda Contreras
Esta publicación fue elaborado por la Red de Mujeres del Progreso, REMUPRO, con la asistencia del Gobierno Vasco y el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación, ERIC-SJ.
Introducción 7 ¿Por qué este diagnóstico? 8 Lo que dicen las leyes 10 Una mirada al departamento de Yoro y a su municipio de El Progreso
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Vivimos en zonas de peligro 15 ¿Y el Estado, entonces, qué papel debe jugar?
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Ese engendro llamado violencia 20 La violencia de género 23 Efectos de la violencia contra las mujeres
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Desde nuestra experiencia de vida, así vivimos y entendemos la violencia
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Retrato hablado de los responsables de la violencia 38 Nuestras demandas frente a todos los tipos de violencia que sufrimos las mujeres
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INTRODUCCIÓN Mientras se elaboraba este diagnóstico o en los meses previos, varias mujeres morían violentamente en diferentes puntos de la ciudad de El Progreso a manos de sus compañeros de hogar o de otras personas. Carol Jackelin Fuentes, Zulema Ortiz, Brenda Leticia Soto, Lidia Majano, una mujer desconocida... sus rostros fueron publicados en medios impresos y digitales, y las noticias revelaron la saña con que fueron maltratadas: de disparos en la cabeza; desangrada por las heridas hechas con cuchillo; decapitada con machete; abandonada en un matorral. Todas fueron noticia de un día y atrajeron la lectura y el morbo. Contra más de alguna, hechores o lectores justificaron su muerte. A Lidia Majano, de 34 años, madre de dos niños, su compañero le disparó tres balazos y cuando lo detuvieron declaró que “estaba bromeando”. Sobre la muerte de una mujer no identificada, encontrada en un solar baldío, un lector comentó: “Por gusto no ha de haber sido”; y otro agregó, “la mayoría de las mujeres hoy en día andan más sueltas que nosotros los hombres” (suprimimos sus palabras soeces). También, mientras se elaboraba este diagnóstico o en los meses previos, muchas mujeres de El Progreso sufrían violencia dentro de sus casas, en sus centros de trabajo, en instituciones públicas o en la calle, solo por ser mujeres. Sus nombres y sus rostros no fueron publicados por ningún medio de comunicación; nadie alertó sobre la saña de que fueron objeto: golpes, agresiones, hostigamientos, insultos, acosos, humillaciones, violaciones, manoseos y un largo etcétera. Como no fueron noticia, tampoco nadie se pronunció al respecto. Si lo hubieran sido, seguramente contra más de alguna, hechores o lectores habrían justificado el maltrato: “estaba bromeando”, “por gusto no ha sido”, “andaba muy suelta”. Quizá sus nombres aparezcan publicados algún día. Cuando ya sea demasiado tarde.
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¿Por qué este diagnóstico? Esta investigación muestra como la extrema violencia que registra el municipio contra las mujeres se corresponde con un acceso desigual a la justicia y con la urgencia de atajar el aumento de ambos fenómenos.
El Progreso es citado continuamente entre los municipios más violentos de Honduras y con más feminicidios. “Hay que ir solo de paso por allí”, es una frase que con frecuencia invocan las viajeras y los viajeros cuando se ven obligados a detenerse en la ciudad. ¿Cómo es posible que un municipio con 200 mil habitantes alcance tales niveles? Para tratar de responder a esa pregunta la Red de Mujeres del progreso (REMUPRO), fundada en 2009, centró su interés en que las mujeres progreseñas conozcamos mejor este problema, lo entendamos, y actuemos a favor de la defensa de nuestros derechos en el departamento de Yoro y en nuestra ciudad. Esta investigación muestra como la extrema violencia que registra el municipio contra las mujeres se corresponde con un acceso desigual a la justicia y con la urgencia de atajar el aumento de ambos fenómenos. La violencia intrafamiliar incrementa en el contexto de la pandemia por el coronavirus o COVID-19 y por las consecuencias sociales que desata. Los prolongados períodos de confinamiento, el cierre de clases presenciales en las escuelas y la pérdida de trabajos la agudizan. Este diagnóstico busca visibilizar esta problemática, reflexionar sobre ella y sustentarla con hechos y testimonios de las mujeres progreseñas. En él se plasma el sentir, pensar y vivir de mujeres que trascendieron de su condición de víctimas para convertirse en defensoras valientes de los derechos humanos.
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Con su doble experiencia de vida, una negativa y una positiva, ellas aportan elementos de juicio y propuestas para formular una política municipal de la mujer, que sea efectiva, sostenible y duradera. REMUPRO está convencida que la violencia de género requiere una mirada social diferente que identifique las relaciones de poder y la inequidad hacia las mujeres; de conocimientos específicos que ayuden a desenmarañar las situaciones complejas que llevan a sus víctimas a sufrir crisis de diferentes magnitudes.
Reflexionemos... 1. ¿Por qué pienso que es importante conocer mis derechos como mujer? 2. ¿Por qué es importante que las mujeres nos organicemos?
Por eso este análisis actualiza el tema sobre la violencia contra las mujeres en El Progreso, lo que sin duda nos fortalece como red y como un referente local y social a favor de nuestra igualdad de género. Además, este estudio servirá de base para diseñar intervenciones psicosociales e impulsar la formulación de políticas municipales que contribuyan a detener el maltrato y las muertes violentas. Esperamos que las mujeres de El Progreso, estén o no organizadas, lean esta información y la hagan suya, porque sin un reclamo permanente, documentado y acompañado no podremos cambiar las reglas sociales que nos arrinconan, nos silencian y nos arrebatan el rostro, la voz y la vida. Queremos ser mujeres libres y felices, tenemos el derecho de aspirar a serlo.
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Lo que dicen las leyes Nuestro diagnóstico ratifica que en la ciudad de El Progreso no se cumplen las leyes nacionales e internacionales relativas a la violencia de género. Peor aún, se desconocen; tanto por las autoridades municipales, que son un componente esencial para garantizarlas, como por nosotras las mujeres, que somos las llamadas a exigir que se respeten. Sin ser exhaustivas al respecto, enumeramos los principales puntos de las leyes, tratados y convenciones internacionales que el Estado ha suscrito, y lo que señalan las leyes hondureñas:
» La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida como Convención de Belém do Pará, reconoce que la violencia contra las mujeres es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres y que constituye una violación a sus derechos humanos. La eliminación de esta violencia es indispensable para su desarrollo y su participación plena e igualitaria en todas las esferas de la vida pública.
» La Recomendación General 19 del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, emitida por la ONU, reconoce que la violencia contra las mujeres se perpetúa con actitudes tradicionales que contribuyen a mantenerla en un papel subordinado y con una escasa participación en la vida pública y política.
» La Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, ley de la República de Honduras desde 1982, sostiene que la discriminación contra la mujer viola los principios de la igualdad de derechos y el respeto a la dignidad humana, que dificulta su participación en las mismas condiciones que el hombre, en la vida política, social, económica y cultural del país, que constituye un obstáculo para el aumento del bienestar de la sociedad y la familia y que entorpece el pleno desarrollo de sus posibilidades para prestar servicio al país y a la humanidad.
» La Constitución de la República establece en su Artículo 60 que en Honduras no hay clases privilegiadas. Que todos los hondureños somos iguales ante la Ley y que se declara
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punible toda discriminación por motivo de sexo, raza, clase y cualquier otra lesiva a la dignidad humana, al tiempo que manda a establecer delitos y sanciones para quienes infrinjan ese precepto.
» La Ley de Igualdad de Oportunidades para la Mujer, aprobada por el Congreso Nacional, mediante Decreto No. 34-2000, en su artículo 1 retoma el principio constitucional de que “En Honduras todos los hombres y mujeres nacen libres e iguales en derecho”. Las leyes están y son nuestras, pero es evidente que el Estado de Honduras incumple su obligación constitucional e internacional de eliminar todo tipo de discriminación contra la mujer, tolerando la violación persistente de nuestros derechos humanos y nuestras libertades fundamentales en la esfera política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otro aspecto.
Reflexionemos... 1. ¿Por qué es importante contar con leyes que defiendan nuestros derechos contra la violencia de género? 2. ¿Por qué el Estado y los funcionarios no cumplen con esas leyes? 3. ¿Qué podemos hacer las mujeres para hacer cumplir las leyes?
En los casos particulares de la ciudad de El Progreso y en el departamento de Yoro prevalece un permanente estado de inseguridad social y violencia física en contra de las mujeres. Esa situación no cambiará si las autoridades municipales y la población en general no son capaces de entender que hay otras formas de relacionarse con nosotras, más allá de las violencias patriarcales.
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Una mirada al departamento de Yoro y a su municipio de El Progreso Yoro surgió en el primer diseño territorial y administrativo del Estado hondureño, el 28 de junio de 1825. Tiene una superficie de 7, 781 km2 y una población estimada de 572, 090 habitantes. Está ubicado en la zona centro-norte de Honduras, por lo que tiene límites con 7 departamentos: al norte con Atlántida, al sur con Francisco Morazán, Comayagua y Olancho, al este con Olancho y Colón y al oeste con Cortés. Este departamento alberga a la mayor parte de los pueblos y asentamientos indígenas Xicaques o Tolupanes. Sus 28 tribus se distribuyen en seis de sus municipios, y dos en Francisco Morazán. Estas comunidades sufren una discriminación económica y marginalidad extrema. Su cabecera departamental es Yoro y está formado por 11 municipios: Yoro, Arenal, El Negrito, El Progreso, Jocón, Morazán, Olanchito, Santa Rita, Sulaco, Victoria y Yorito. Su municipio más importante es El Progreso, lo cual es un elemento clave para entender parte de las causas de la violencia que afectan a esta ciudad. El Progreso fue fundado el 19 de octubre de 1892. Tiene una extensión territorial de 536.7 km², está conformado por 50 aldeas y 234 caseríos. Cuenta con una población de 196, 884 personas, compuesta en un 53 % por mujeres. Es un municipio esencialmente urbano; de cada tres personas, dos viven en la ciudad (INE, 2018). Según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE, 2018), en El Progreso el 54 % de la población posee educación básica (9 años), el 4 % educación universitaria y apenas el 0.1 % tiene acceso a un posgrado. Entre las principales actividades económicas de la región destacan: la agricultura, la ganadería, la silvicultura y pesca, el comercio al por mayor y menor, la reparación de vehículos, las industrias manufactureras, la construcción, el transporte y el almacenamiento.
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Pero su actividad económica también la condiciona su ubicación geográfica estratégica. Está situada a 27 kilómetros de San Pedro Sula, la capital industrial de Honduras; a 12 kilómetros de La Lima, zona agrícola e industrial; a 29 kilómetros de Villanueva, zona maquiladora. Se estima que una tercera parte de los progreseños se desplaza a diario a todas esas zonas por razones laborales, por lo que El Progreso constituye una especie de “ciudad dormitorio”, donde residen, pero no generan ingresos directos. Además, El Progreso es un paso que acorta distancias y conecta con otros municipios de su departamento y de otros departamentos; como, Santa Rita, La Barca, El Negrito, Morazán, Yoro y Olanchito. Y más lejos: Tela, La Ceiba, Tocoa, Trujillo, Olancho. Por otro extremo, a San Manuel, Santa Cruz de Yojoa, Comayagua y Tegucigalpa.
Pero su ubicación envidiable con relación a otras ciudades del país constituye, a su vez, parte de las condiciones que facilitan la violencia, aunque esta, como veremos, responde a patrones culturales que la REMUPRO busca arrancar de raíz.
También su cercanía al Aeropuerto Internacional Ramón Villeda Morales y sus conexiones con la montaña de Mico Quemado y los campos bananeros progreseños hacen de El Progreso una ciudad en tránsito permanente, de entradas y salidas. Pero su ubicación envidiable con relación a otras ciudades del país constituye, a su vez, parte de las condiciones que facilitan la violencia, aunque esta, como veremos, responde a patrones culturales que la REMUPRO busca arrancar de raíz.
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Reflexionemos... 1. Dibujemos en el mapa de Yoro las cosas bonitas que tiene y que vale la pena que rescatemos o demos a conocer. 2. ¿Qué factores creemos que influyen para que esas cosas no se conozcan mejor?
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Vivimos en zonas de peligro Yoro, como departamento; y El Progreso, como ciudad, figuran desde hace más de una década como zonas de alto riesgo para el derecho a la vida y la integridad física de hombres y mujeres. Los boletines nacionales del Observatorio de la Violencia del Instituto Universitario en Democracia, Paz y Seguridad (IUDPAS) revelan que entre los años 2008 y 2019 el departamento de Yoro siempre ha oscilado entre el tercero y cuarto lugar como el más violento del país, solo superado por los departamentos de Cortés y Francisco Morazán. En ese período de 12 años murieron 5, 162 personas de manera violenta en el departamento. El Foro de Mujeres por la Vida reportó 223 feminicidios en Yoro, entre 2012 y 2018 De cada 10 homicidios que ocurren en este departamento, entre 3 y 5 tienen lugar en la ciudad de El Progreso. Esto le ha significado ocupar entre el tercero y el sexto lugar como el más violento de los 298 municipios del país. Tan trágica posición la ha disputado con Choloma en Cortés y con La Ceiba en Atlántida. En el mismo período de 12 años (2008-2019) murieron en nuestra ciudad, por homicidio, 2, 154 personas, las cuales representaron el 42 % de las muertes departamentales. Siguiendo el hilo de los informes del IUDPAS, entre 2011 y 2019 el Ministerio Público presentó requerimientos fiscales para que fueran evaluadas 482 mujeres agredidas en la ciudad de El Progreso. La violencia no cesa con la pandemia. Entre enero y octubre de 2020 hubo 8 feminicidios en El Progreso, y durante la etapa más restringida del confinamiento esta ciudad alcanzó el cuarto lugar, a nivel nacional, de denuncias por violencia doméstica e intrafamiliar: 1, 147 sólo en los primeros 4 meses de 2020. Más de las 1, 115 que se registraron en 12 meses, entre 2016 y 2017.
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Reflexionemos... 1. ¿Qué otros municipios de Yoro conocemos? ¿Cómo se vive la violencia en esos otros municipios? 2. ¿Por qué pensamos que le tocó a nuestro departamento figurar entre los más violentos de Honduras? 3. ¿Cómo podemos contribuir como mujeres y como sociedad para que las estadísticas de la violencia y la muerte cambien en Yoro y en El Progreso?
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¿Y el Estado, entonces, qué papel debe jugar? REMUPRO, considera que el problema de la violencia de género es extremadamente grave. Afecta, de manera directa o indirecta, a más de la mitad de la población y, por lo tanto, si no se resuelve impedirá que pueda hablarse de desarrollo, justicia, democracia y armonía familiar. El goce de los derechos de las mujeres es un eje central para la transformación plena de nuestra ciudad, de nuestro departamento y de nuestro país. Sin embargo, esta violencia en muchos de los casos ni siquiera es nombrada. Está omnipresente, pero es imperceptible; es anormal, pero ha sido acogida en un contexto en el cual, infortunadamente, pareciera que no se conocen otras formas de vida. Como consecuencia, las mujeres nos vemos limitadas en nuestro desarrollo económico, social, laboral, educativo y en todos los aspectos en los que queremos desenvolvernos.
Su omisión como parte de los desafíos del Estado convierte a la violencia de género en un verdadero problema de salud pública, debido a la gran cantidad de mujeres violentadas y victimadas a manos de sus parejas u otros allegados.
Su omisión como parte de los desafíos del Estado convierte a la violencia de género en un verdadero problema de salud pública, debido a la gran cantidad de mujeres violentadas y victimadas a manos de sus parejas u otros allegados, sin importar su estatus económico, social y cultural, aunque por lo general solo trasciendan los casos en que sus protagonistas son parejas y familias pobres. La situación, por supuesto, no es nueva. Desde los años setenta empezó a visibilizarse con denuncias públicas, a
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buscar respuestas como un problema social y a sumar esfuerzos, a nivel internacional y nacional, para su prevención, atención y erradicación.
Es obligatorio y urgente capacitar y sensibilizar, de forma permanente, al personal gubernamental y a operadores de justicia desde la perspectiva de género para prevenir, erradicar y sancionar la violencia contra las mujeres en el ámbito de las relaciones interpersonales y sociales en nuestro municipio y departamento.
En ningún momento este estudio pretende restarle la responsabilidad al Estado hondureño, como el primer garante del cumplimiento y fortalecimiento de los derechos humanos. Sin embargo, advertimos que la diferencia entre la respuesta de las autoridades municipales y las nacionales con respecto a la violencia de género es muy poca. Ambas siguen un patrón similar de reconocimiento formal de derechos, pero de indiferencia y hasta complicidad con su violación cotidiana. En el caso particular de El Progreso, existe una Oficina Municipal de la Mujer (OMM) pródiga en buenas intenciones, pero desprovista de las capacidades humanas suficientes para inyectarle una visión de género al accionar de las autoridades municipales, con apoyo psicológico, legal y socioeconómico a quienes lo necesiten. Cuando una instancia tan importante como esta se convierte en una isla que no toca puerto dentro de la alcaldía municipal, se aleja más y más de su misión, frente a una corporación que considera cumplido su deber al haberla creado y mantenerla dentro de sus instalaciones, pero que asume frente a esta oficina la misma conducta que frente a las mujeres: “están allí, las vemos, las toleramos, pero no las hacemos partícipes de nuestro quehacer”.
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Esa concepción cultural se traduce en otras instancias municipales. En el sistema de justicia, por ejemplo, la manera de abordar la violencia contra las mujeres abona generalmente a la impunidad de los hechores. Se suele partir de una lógica patriarcal que de víctima nos convierte en culpables o en responsables de desintegrar a nuestras familias. Con suerte, los principales “logros” judiciales se concentran en autorizar una pensión alimenticia a favor de las hijas e hijos cuando el hombre abandona su hogar. Y decimos que es un “logro”, así entre comillas, porque en el fondo, decisiones como estas lo que revelan muchas veces es el enfoque tradicional de que el hombre es el proveedor económico de la familia, y como tal está obligado a seguirla auxiliando. Pero no siempre se trata de un reconocimiento explícito a los derechos de las mujeres. Es obligatorio y urgente capacitar y sensibilizar, de forma permanente, al personal gubernamental y a operadores de justicia desde la perspectiva de género para prevenir, erradicar y sancionar la violencia contra las mujeres en el ámbito de las relaciones interpersonales y sociales en nuestro municipio y departamento.
Reflexionemos... 1. ¿Qué entendemos por Estado? ¿Cuáles pensamos que deben ser sus funciones? 2. Contemos cuáles han sido nuestras experiencias con el Estado, buenas y malas (en la escuela pública, en hospitales, en servicios públicos, en juzgados, en la alcaldía, etc.). ¿Cómo ha influido en esas historias nuestra condición de ser mujeres?
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Ese engendro llamado violencia Antes de empezar: 1. ¿Qué entendemos por violencia? 2. ¿Qué tipos de violencia pensamos que hay? 3. ¿Cuáles pensamos que son las causas de la violencia?
Tratar de definir el concepto de la violencia es una tarea compleja. Hay múltiples definiciones desde diversas disciplinas: la Sociología, la Antropología, el Derecho, la Filosofía, las Ciencias Políticas, la Psicología, el Psicoanálisis, entre otras. De la misma forma hay dificultad para definirla y falta de acuerdo entre los autores. De lo que sí hay certeza es de que la violencia existe desde siempre; violencia para sobrevivir, violencia para controlar el poder, violencia para sublevarse contra la dominación, violencia física y psíquica. Y que cuando hay violencia existen daños a terceros, que se convierten en sus víctimas. Las reflexiones más profundas sobre la violencia surgieron en los siglos XVIII y XIX, con autores como Juan Jacobo Rosseau, Carlos Marx y Federico Engels, entre los clásicos. Partiendo de sus referencias se sumaron pensadores más contemporáneos, como George Sorel, Eric Hobsbawm y Hanna Arendt. Lo que ocurre es que su perspectiva se alimentó fundamentalmente del análisis de las guerras, de los conflictos armados y del terrorismo. A pesar de sus invaluables aportes, no aludieron otras formas de violencia.
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Otros autores y perspectivas teóricas presentan otras definiciones. Los psicoanalistas, por ejemplo, la consideran como un producto humano que tiene principios instintivos y que es motivada por deseos salvajes y primitivos. Y hay quienes creen que no solo es propia del ser humano. La violencia ha sido asociada a factores personales, ambientales y culturales. Quienes enumeran estos elementos como causas, destacan, por ejemplo, la baja tolerancia a la frustración. Cualquier estímulo o acontecimiento que obstaculice o bloquee la consecución de una meta genera frustraciones que se desencadenan en agresiones. Citan también el hacinamiento: poco espacio de vida para muchas personas; o la pobreza, como una condición que crea un sentimiento de descontento asociado a la idea de que hay muy pocas posibilidades de mejorar la situación.
La Sociología identifica factores y patrones sociodemográficos en la violencia, con los que este diagnóstico se identifica más.
Es cierto que muchos de los casos de violencia contra las mujeres muestran, por parte de sus agresores, rasgos de ira, frustración o pobreza. Sin embargo, es peligroso pensar que la violencia es un “problema personal”, y que habrá que aceptarla porque “así nació quien la ejerce” o “porque los hombres son más fuertes de carácter” o “porque las mujeres somos más dóciles”, o “porque nos ha tocado a todos ser pobres”. La Sociología identifica factores y patrones sociodemográficos en la violencia, con los que este diagnóstico se identifica más. Por ejemplo, el papel del perpetrador (varones en su mayoría, grupos delictivos organizados, traficantes de drogas), víctimas (mujeres, niños, jóvenes, ancianos, discapacitados,
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Reflexionemos... 1. Entonces, ¿qué cosas nuevas aprendimos? ¿teníamos algunas ideas equivocadas? ¿sí? ¿no? ¿cuáles?
migrantes), relaciones (de pares, familiares, amistad, y laborales), motivos (políticos, económicos, sociales, instrumentales, emocionales, patrimoniales, racistas y de género), tipos de violencia (física, psicológica y sexual, entre otras). Estas exploraciones sociológicas describen también los escenarios de la violencia (familia, comunidades y entorno social), y se apoyan en variables (edad, género, raza, nivel educativo e ingreso económico). Tampoco dejan por fuera las referencias a las condiciones (pobreza, urbanización acelerada, desigualdad en el acceso a servicios públicos, la presencia de redes del crimen) (Arteaga Botello, 2013). Lo que debe quedar claro es que la violencia no la genera el hecho de ser pobres, la violencia social no es producto del mal carácter de las personas, pero sí puede ser un engendro cultural que se hereda de padres a hijos y entre generaciones sociales, a causa del machismo. Y que la violencia no es ni debe ser vista ni aceptada como un acto normal y que es posible luchar contra ella y vencerla.
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La violencia de género La violencia de género hunde sus raíces en las relaciones de género dominantes en una sociedad. Desde este enfoque hay diferentes formas de violencia, incluidas algunas que no tienen como víctima directa a una mujer (los crímenes de odio contra homosexuales, por ejemplo) pero que pueden explicarse, más adecuadamente, desde consideraciones de género. Muchos autores no diferencian entre ambos conceptos -violencia de género y violencia contra las mujeres- y llegan a identificarlos. Por ejemplo, en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993, se toman como equivalentes. Y las define así: Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vía pública o en la vía privada. La violencia se genera y se reproduce en un sistema patriarcal en el que la mujer es considerada como propiedad del hombre, no importando si es el padre, hermano, esposo e incluso sus propios hijos o la comunidad. No se le reconoce su dignidad y, en consecuencia, tampoco su autonomía personal. Bajo tales condiciones, se le limita su libertad de expresarse, de decidir y de actuar por sí misma, incluyendo las decisiones que pueda tomar sobre su propio cuerpo, no digamos sobre sus bienes materiales y su vida en general. Su conducta la rige y determinan las decisiones de otros, quienes de hecho o de derecho se consideran facultados para imponerle su voluntad, incluso la violencia, sin que constituya una conducta socialmente desaprobada, por el contrario: se le aprueba, se le estimula y se le justifica. Estas reglas del sistema patriarcal fluyen a través de las instituciones públicas y sociales para fundamentar y asegurar las relaciones de poder familiar, económico y social. Instituciones e instrumentos como las leyes, el sistema educativo, los medios de comunicación y la familia reproducen las reglas de subordinación para las mujeres, y con ellas, la violencia, como su secuela más trágica.
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La siguiente tabla describe con más detalle los espacios y expresiones de la violencia de género. Formas de violencia de género Espacio donde se Manifestaciones desarrolla la violencia Violencia contra la mujer dentro de la familia
En la pareja: violencia física, psicológica, sexual y económica.
Violencia contra la mujer en la comunidad
Feminicidio.
Prácticas tradicionales nocivas: infanticidio, ablación o mutilación genital, preferencia por hijos varones, matrimonio precoz y/o forzado, exigencia de la dote, crímenes por honor, prácticas nocivas con mujeres de edad o viudas.
Violencia sexual infringida fuera de la pareja. Acoso sexual y violencia en el lugar de trabajo, en las instituciones educativas y en los deportes. Trata de mujeres.
Violencia contra la mujer cometida o tolerada por el Estado (a través de agentes o políticas públicas) Violencia contra la mujer en conflictos armados Violencia contra la mujer por discriminaciones múltiples
Privación de libertad. Esterilización forzada.
Violencia física, psicológica o sexual. Factores como raza, origen étnico, casta, clase, condición migrante o refugiada, edad, religión, orientación sexual, estado civil, discapacidad, condición de VIH, etc.
Fuente: basado en Marín Sánchez, M., & Martínez Pecino, R. (2012). Introducción a la Psicología Social. Madrid: Pirámide.
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Las diferentes representaciones de violencia de género expresadas en el cuadro anterior no se presentan puras y únicas. Puede ocurrir, por ejemplo, que la trata de mujeres, siendo una formada de violencia que la ejercen personas particulares, sea tolerada por el Estado o que existan discriminaciones múltiples dentro de la familia, la comunidad y el Estado.
Reflexionemos... 1. ¿Por qué las mujeres somos discriminadas? 2. ¿Cómo nos afecta ser discriminadas?
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Efectos de la violencia contra las mujeres Insistimos: el abuso y la violencia hacia las mujeres no es un problema de “familias pobres”; se trata de un fenómeno que se repite en todos los estratos sociales, donde el hombre sobrepone su interés personal por encima del familiar. Los efectos de la violencia no solo recaen sobre la mujer que la sufre directamente, sino también sobre las hijas e hijos, y alteran la personalidad de la mujer y de todos los integrantes de la familia, como se detalla en la siguiente tabla: Principales secuelas psicológicas de la violencia contra la mujer Secuelas
Reacción ante la secuela
Miedo
Es una característica predominante, ya que gira alrededor de sus acciones y la inmoviliza en su actuar. Dificulta que una mujer salga de esa situación.
Minimización del abuso
La mujer que sufre de violencia minimiza la gravedad de su situación para poder convivir con el agresor, con ella misma y ante la sociedad, ya que se avergüenza de lo que ocurre, se siente culpable y responsable de ello.
Aislamiento
La mujer se distancia de familiares y amigos para que nadie pueda darse cuenta de lo que vive. Muchas veces este distanciamiento se debe también a que la pareja le ordena alejarse de quienes podrían ayudarle, haciéndola más dependiente de él.
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En vano, la mujer trata de evitar o escapar de la situación de violencia y llega a convencerse de que no podrá cambiar la situación.
Indefensión aprendida
Internalización de la culpa
La mujer piensa que tiene la culpa y responsabilidad del maltrato e infidelidad, al grado de acomodar su vida para complacer a su agresor.
Internalización de la desvalorización
La mujer cree que no vale nada o vale muy poco; se siente inferior, incluso asume un rol de subordinación, lo que a su vez la hace más vulnerable a la violencia, el abuso y el maltrato.
Ambivalencia
La mujer no quiere ser víctima de maltrato, pero tampoco toma acciones para salir de ese ambiente.
Baja autoestima
Esta situación es clásica en la mujer que es víctima de maltrato y abuso; no permite que desarrolle confianza en ella misma.
Fuente: elaboración propia basada en Marín Sánchez, M., & Martínez Pecino, R. (2012). Introducción a la Psicología Social. Madrid: Píramide.
Reflexionemos... 1. Contemos historias sobre violencia de género y de cómo pensamos que esas historias han afectado a las mujeres que las han vivido
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Desde nuestra experiencia de vida, así vivimos y entendemos la violencia Las mujeres consultadas para esta investigación dieron su testimonio sobre 5 tipos de violencia íntimamente ligadas entre sí: violencia social, violencia patrimonial, violencia física, violencia psicológica y violencia sexual. La violencia social Realmente es muy común, va uno caminando y ya empiezan a silbarle y van desde silbidos hasta palabras más desagradables. Yo durante casi 4 años caminé sola a las 10 de la noche cruzando dos colonias, me pasaron infinidad de incidentes, desde hombres que intentaron hacer cosas. Yo me ponía a pensar, “no quiero nunca que mi hija pase por esto”, pero es un riesgo que corremos las mujeres. En febrero hubo una actividad de las jóvenes aquí en El Progreso, una muchacha contó que ella pensó mucho en venir a la actividad porque cada vez que va por la calle la acosan de diferentes formas y sueña con moverse en un lugar sin que la estén acosando.
La violencia social ocurre dentro de espacios públicos: trabajos, centros educativos, vías públicas, internet, medios de comunicación, o desde las instituciones del Estado y sus actores. La ejercen generalmente personas desconocidas o que comparten un vínculo social dentro de la comunidad, desde una posición que les otorga aparentemente cierto poder con respecto a las mujeres que acosan. Por ejemplo, más edad, una posición social “superior”, un poder mediático, un poder jerárquico, un poder que impone “respeto”.
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Una de sus manifestaciones es el acoso callejero, con expresiones verbales y no verbales de sexismo, ofensas, insinuaciones sexuales e invasión a los límites del cuerpo femenino -sin un consenso- que provocan molestia, miedo y la percepción de inseguridad en los espacios públicos. La respuesta común de las mujeres acosadas es buscar compañía cuando salen para evitar sentirse expuestas. O limitar su circulación en las comunidades. La violencia social puede manifestarse también de forma impersonal, a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Acá la cosificación de la mujer es más evidente. Las imágenes y la narrativa la muestran como un objeto de deseo sexual.
La respuesta común de las mujeres acosadas es buscar compañía cuando salen para evitar sentirse expuestas. O limitar su circulación en las comunidades.
Desde las experiencias y percepciones de las progreseñas consultadas, la violencia social también puede expresarse mediante la intimidación, como la que ejercen miembros del crimen organizado o las autoridades. En ambos casos lo que prevalece es el poder de las armas y de la fuerza. Las progreseñas también advertimos que cuando no se reconocen nuestros derechos sociales se pone en práctica este tipo de violencia, de una manera más sutil, pero no menos grave. Por ejemplo: la falta de acceso a un empleo por ser mujeres; el desconocimiento de derechos laborales, como son los casos de despidos por embarazos o la negación de permisos por maternidad y lactancia.
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Los toques de queda durante situaciones de emergencia, como la actual pandemia o los provocados tras elecciones o el Golpe de Estado, han desatado también más violencia social contra las mujeres, a quienes se les impide su libre circulación y a buscar formas de sobrevivencia, y se les obliga a permanecer a tiempo completo en sus casas, conviviendo muchas veces con el enemigo. Otro fenómeno común que violenta a las mujeres son las calumnias, o rumores sexistas sin evidencias. Son esgrimidas para dañar su integridad e imagen social. Se viralizan a través de los medios comunicación, en particular por las redes sociales, y sus autores pueden proceder del Estado, encubiertos en el anonimato, en el marco de un ambiente político altamente polarizado; o de parejas o ex parejas que manipulan o traman venganzas después de ser denunciados o porque sus compañeras ya no desean continuar la relación. Además del daño que provocan directamente a las imputadas en su autoestima, este proceder ensancha las desigualdades de poder, pues les impide a ellas confrontarlos cara a cara y dentro de los espacios que corresponde. Si las acciones que se les imputa a las mujeres constituyen realmente faltas graves o delitos, los espacios para dirimirlas debieran ser otros, no las redes sociales. Al respecto, una participante relató: La influencia política ha sido bastante dura, hacen de todo para dividir a las organizaciones, incluidas campañas de desprestigio contra las mujeres, en mi caso las he vivido. Alguien de la municipalidad llamó a una muchacha para decirle que tuviera cuidado, que el alcalde le había aprobado 6 mil lempiras y yo le quería quitar 3 mil lempiras para favorecer a una sobrina… En otra ocasión, cuando empezamos con los proyectos de la huerta, a dos de las compañeras les dijeron que seguramente yo andaba en esto porque tenía aspiraciones políticas. Otra vez hicimos una caminata para una campaña de nutrición, y se burlaron: “allá andan las de la Resistencia”, dijeron.
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La violencia patrimonial Aparte de la agresión física hay amenazas por el factor dinero, si la mujer no trabaja y tiene hijos está atada y se pregunta, “¿qué voy a hacer si lo dejo?”. Es una estira y encoge, ellos se estancan diciendo que están ahí por sus hijos y por todo lo que les dan para que puedan sostenerse. Sé de casos donde el marido usa la fuerza y dice “si no quieres estar conmigo pues entonces esta semana no hay dinero para la comida y vas aguantar hambre vos y los cipotes”, usan esa táctica para mantener sometida a la mujer. La mayoría de los bienes: casas, terrenos, carro están a nombre del hombre y si los quiere vender o hacer negocios con ellos, ni siquiera lo consulta a la mujer y no le comparte nada. Muchas veces se trata de bienes que ellas han heredado de sus padres. Con el tema de derechos laborales y la maternidad hay casos en donde el hombre que embaraza a una mujer le pide el pago por la maternidad, ellos lo administran o reclaman la mitad. Ocurre con las obreras de las maquilas. Como generalmente el proveedor de la casa es el hombre, aporta para la casa solo una parte del salario. Las mujeres, en cambio, lo entregan todo para sus familias.
La violencia patrimonial gira alrededor de la manipulación y el control del dinero y otros bienes, por parte del agresor. Se le asocia con otros tipos de violencia, especialmente la psicológica, para el control y reproducción del sistema patriarcal. Las mujeres consultadas consideran que en muchos casos los hombres destinan parte de los recursos que obtienen para consumir alcohol o sufragar otros gustos personales, y que los escasos ingresos disponibles que quedan, las mujeres los administran con celo, como amas de casa, en un trabajo que no se reconoce ni se valora.
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La manipulación y el control de recursos monetarios y materiales se relaciona también con la falta de oportunidades y de acceso al trabajo para las mujeres y con la presión de suplir las necesidades de alimentación y sustento para sus hijas e hijos. Los factores sociales y la negligencia pública propician que este tipo de violencia se perpetúe. Otra manifestación de la violencia patrimonial es el abandono de las obligaciones patrimoniales por parte de ex compañeros de hogar. Acá no se trata solamente del mal uso o apoderamiento de bienes y recursos, sino también de la negligencia por parte de las instituciones y autoridades que fiscalizan el cumplimiento de estas obligaciones. El incumplimiento de las responsabilidades parentales desemboca en un sufrimiento de las mujeres que se esfuerzan por satisfacer las necesidades mínimas de sus hijas e hijos. Al normalizarse esta violencia, muchas mujeres renuncian a exigir sus derechos y optan por buscar generar ingresos por su propia cuenta, para distanciarse de los agresores.
La violencia física Nuestro abuelo nos enseñó que se educa con violencia: con el golpe, con el grito, con el insulto. Yo quería evitar que mi primo le pegara a la mujer porque le daba con lo que agarraba. Recuerdo que había un árbol de varas rectas, él cortaba una rama y le pegaba. Yo quería era evitar esa situación. Yo tenía como 7 años. Entre el vínculo de la familia y los suegros y las suegras todos pueden ver que el hombre macanea a la mujer y aunque se sientan incómodos no es mucho lo que hacen, pero si ocurre a la inversa, ¡ay, agárrese la mujer porque la sacan de la casa! Mi primera pareja pues, ¡uhmm! me trató peor que un perro. Hoy en día prefiero estar sola que con un hombre que me maltrate. Vivo sola con mis hijos. Se sufre siempre, pero ya no presencian golpes contra mi persona, no sufren maltratos ellos, a no ser que yo les regañe. Y sí, hoy vivo mejor de lo que he vivido.
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La violencia física es toda acción de daño intencionado que se infringe contra el cuerpo de la otra persona, para mantenerla bajo su control. Además de los riesgos propios que conlleva, genera una violencia psíquica que debilita la capacidad de respuesta de las mujeres y hace caer a agresores y agredidas en un ciclo que parece no agotarse o que se agota cuando avanza a su forma más brutal de expresión: el feminicidio. Se trata de una violencia visible. Las marcas físicas que deja provocan en las mujeres una alta carga de vergüenza y estigmatización. Para evitar repercusiones penales o morales, los agresores la justifican por la forma como fueron educados, como un medio para mantener el orden en la familia, o como efecto del alcohol, entre otras excusas.
La violencia física es toda acción de daño intencionado que se infringe contra el cuerpo de la otra persona, para mantenerla bajo su control.
No es un fenómeno aislado. Es un fenómeno vinculado con los sistemas sociales y no responde únicamente a la violencia que ejerce un hombre contra una mujer, sino a poderes tiránicos que se replican en el seno de las familias: de padres hacia las hijas e hijos, de maestros hacia estudiantes, de jefes a personal subalterno, de policías a personas detenidas, de gobiernos a pueblos. La violencia física provoca traumas en las mujeres, esto significa que después de los golpes, las mujeres quedan con lesiones emocionales que duran y las marcan y que perturban su conducta posterior. Son las cicatrices más difíciles de curar.
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La violencia psicológica Conozco el caso de un señor alcohólico, toma, pero no agrede a su esposa físicamente. Sin embargo, psicológicamente ella está muy mal. Siempre que pasa algo acude a mí. “Si no vas a ser mía, no vas a ser de nadie más”, así me decía antes el marido. Pero no me dejé intimidar, a mí me daba risa. Son comunes frases como: “esto no sale de aquí”, “te tienes que callar”, “nadie lo tiene que saber”, “sos una tal por cual”, “no servís para nada”, “basura”, “eres una tonta”, “no sirves para nada”, “qué gorda estás”. Yo puedo decir que nunca tuve violencia en el hogar, pero sí con las actitudes y acciones que hacía el papá de mis hijos, nunca me insultó con una mala palabra, pero sí con lo que hacía en la práctica: tener una mujer por aquí y una mujer por allá.
La violencia psicológica presenta características diferentes a las anteriores por su naturaleza subjetiva y sutil, lo que incluso la vuelve difícil de identificar. La intimidación y las amenazas son sus manifestaciones más visibles y más fáciles de detectar. Tienen como objetivo provocar miedo y mantener un control en el comportamiento de las mujeres. El miedo provoca un estado de indefensión que se traduce en silencio, en no denunciar lo que está pasando, ni siquiera a los parientes más cercanos o a las personas de más confianza. Otras de sus manifestaciones son los insultos y las ofensas, que dañan la autoestima de las mujeres. Estos patrones conductuales, al igual que el miedo, responden a un proceso elaborado, que consiste, primero, en destruir las defensas íntimas (factores de protección psicológicos) para facilitarle al agresor el control y en dominar a la víctima.
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Generalmente son ataques a la apariencia física de las mujeres y no necesariamente se acompañan de amenazas o violencia física. Otra manifestación de violencia psicológica es la manipulación. Es un manejo elaborado de las palabras que distorsionan la verdad y la justicia, con las que el agresor intenta favorecerse y controlar el comportamiento de la mujer. Es muy común y efectivo para producir un cambio en las actitudes de las víctimas. Los factores que determinan una manipulación exitosa son el uso de las emociones y de los bienes materiales como formas de control. Existe, por parte del agresor, una aparente preocupación hacia la víctima, vendiéndole la idea de que sus acciones son para el bien de ella. Esto, unido a la baja autoestima, puede propiciar una dependencia emocional en las mujeres. La violencia sexual Una niña como de 8 a 9 años fue violada en su casa, la abuela denunció el caso, la mamá se fue, la dejó abandonada. Las niñas adolescentes que salen embarazadas tienen una perspectiva de vida muy diferente a la esperada. Sufrimos violencia en nuestra casa, luego en el trabajo porque el jefe acosa sexualmente y luego en la universidad porque el catedrático aprovecha su posición de docente. Esto provoca un sentimiento de frustración, de enojo. Contaba alguien por ahí: “mi pareja cuando yo no quería me ponía la pistola aquí (en la cabeza) para que pudiera acceder”. Algunos hombres amenazan a la mujer; “sino me das me voy a buscar otra”, la colocan entre la espada y la pared y para tenerlo contento acceden a una relación no deseada. Es violencia sexual. “Como va ser violación, si es mi mujer”, piensan los hombres. Consideran a la mujer de su propiedad. No consideran que se ejerce violencia sexual porque creen que para eso estamos y que tenemos que estar dispuestas a la hora que a ellos les dé ganas.
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La violencia sexual se caracteriza por el uso de la violencia psicológica o física para obtener un beneficio sexual en contra de la voluntad de la mujer. Pero no solo tiene como objetivo obtener placer sexual desde el punto de vista del agresor, sino ejercer una relación de poder y dominación. Al igual que la violencia física, repercute de manera física y psicológica. La violencia sexual se manifiesta en hostigamientos que pueden avanzar a la violación a menores de edad, con consecuencias traumáticas permanentes, embarazos no deseados o el contagio de enfermedades venéreas. De acuerdo con la narrativa de las mujeres, la violencia sexual la perpetran personas del círculo familiar más cercano, pero de manera escondida y validada. La tolerancia a estos casos explica también la ausencia de acciones punitivas por parte de las autoridades correspondientes. No solo se presenta de la forma más explícita y violenta: la violación a menores de edad y el abuso sexual de los hombres hacia sus compañeras de hogar. Es también la manifestación simultánea de otros tipos de violencia. El más visible es la manipulación emocional y las amenazas a las parejas sexuales para mantener relaciones sexuales, aun cuando ellas no lo desean. De forma sutil, esta violencia queda por fuera de la concepción de violencia en muchas mujeres y población en general, porque socialmente se asume que el cuerpo no le pertenece a la mujer, sino al hombre que la posee. La falta de educación sexual normaliza muchas conductas de violencia sexual, cosifican a la mujer y la convierten en un objeto de placer.
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Actuemos... 1. Un grupo o varios pueden presentar un sociodrama sobre algunos de los tipos de violencia (en él deben poner en evidencia una o varias de las manifestaciones de la violencia y las consecuencias que tienen para la mujer que es víctima). Pueden integrar a más de dos personas, evidenciando como actúan generalmente los testigos o las autoridades frente a estos casos (por ejemplo: el vecino indiferente, el juez o la jueza que culpa a la mujer, los miembros de la familia que justifican al hombre, etc.).
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Retrato hablado de los responsables de la violencia En un recorrido imaginario por la ciudad de El Progreso desde nuestras casas hacia afuera, pasando por las calles, los barrios y las zonas que se consideran los más peligrosos, hasta llegar a las postas de la policía, a los juzgados, a la alcaldía municipal, hemos identificado a los sujetos e instituciones que-desde nuestra precepción- violan con más frecuencia nuestros derechos.
La violencia en los espacios más íntimos Él decía que me encontraría sola y en varios lugares me lo encontré, yo dejé de visitar lugares. A mí me da mucho pánico ver a ese hombre. Cuando lo miré la última vez sentía que me iba a matar, que me iba a montar al carro, porque él me miraba con odio. Es difícil vivir con ese miedo. ...Yo le pregunté a ella; “¿quiere estudiar?”, “claro que sí”, me dijo, “pero tengo cinco hijos y ya esa etapa mía pasó”. “No”, le dije, “no ha pasado, usted puede seguir estudiando” y ella: “¿de veras?”. Y se fue emocionada a la casa y le dijo a su esposo: “yo quiero estudiar y tengo la oportunidad, me van a dar la beca”, y le dice él: “¿vos, con cinco hijos, así de fea, así de vieja, con esas canas? Regresó y me dijo: “creo que no voy a estudiar”. Hace diez días viví una situación de violencia en mi casa, ahí hubo de todo, golpes, palabras, hasta golpearon a una tía, es algo muy duro. La verdad eso me provoca dolor de cabeza, fue la primera vez que ocurría, pero nunca lo voy a olvidar. Para este diagnóstico enumeramos en primer lugar lo que está ocurriendo en nuestros propios hogares, pero en realidad es lo último sobre lo que nos sentimos cómodas de hablar. Varias de las que participamos en los talleres para esta investigación hemos sido víctimas de maltratos en casa o hemos escuchado los relatos de otras mujeres que son agredidas.
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Algunos de los actores más señalados como fuentes de violencia psicológica, sexual, física y patrimonial en contra de las mujeres son, lamentablemente, nuestros esposos, amigos, novios, hermanos, familiares… de quienes deberíamos esperar respeto y solidaridad, no agresión.
La violencia del crimen organizado y de personas desconocidas La vez pasada iba para mi casa y de repente se paró un carro y yo estaba sola en el desvío. Él me dijo: “yo la miré cuando cruzó la calle y me pareció una mujer bonita”. Yo sentí mucho miedo porque me decía que podía llevarme, tenía terror porque estaba sola. Le dije que ya me venían a traer, pero él se acercaba más. ...amenazaron a mi nieta de 8 años. La niña vino llorando y me dijo, es que fulano me dijo que si yo no le hacía me iba a golpear. Entonces hice un escándalo y les dije: “ustedes pueden vivir en la comunidad, pero si se meten con mi nieta, van a tener problemas serios conmigo”. Me pidieron disculpas y dijeron: “no madre, no se preocupe, no le vamos hacer nada”. “No, ¡es que no le tienen que hacer nada!”. Estamos viviendo en un tiempo de miedo y terror. Por algo que se dice o se hace, mandan a matar.
En el entorno social inmediato: en los barrios, en la calle, en los parques, en los comercios, se percibe al crimen organizado como una fuente generadora de violencia extrema. Su representación más común son las “maras”, pero hay otros grupos delincuenciales, asociados también con el tráfico de drogas o con la trata de blancas. Las progreseñas coincidimos en que sus abusos afectan y alteran nuestra vida cotidiana. Un elemento adicional que nos preocupa es ese vínculo, cada vez más visible y estrecho, entre estos grupos con las autoridades públicas, llámese indiferencia, complicidad o corrupción. Es un aspecto poco abordado pero perverso y perpetuador de violencia. Entre el surgimiento de los primeros grupos delictivos, que se remontan a mediados de los años 70, y la actualidad, han coexistido al menos tres generaciones de mujeres. Muchas nacieron
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cuando estos grupos ya estaban y adoptan normas de “convivencia” con ellos. Si bien no se relacionan y mantienen distancia, asumen un trato aparentemente normal de asimilación social. Sin embargo, tenerlos como vecinos o como parte de las relaciones cotidianas siempre genera miedo y cautela. Eso limita a las mujeres su derecho a moverse libremente dentro del espacio público, a hablar, a denunciar o acudir a las instituciones. El miedo tiene como unas de sus consecuencias más notorias el confinamiento en la casa y la invisibilización en la sociedad. La violencia en los espacios laborales, educativos y organizativos ... en el patronato hay una junta directiva de 7 u 8 personas, pero a la hora de tomar decisiones se juntan los dos hombres, a las mujeres no las convocan. Muchas veces en el colegio o en la universidad los docentes o el catedrático aprovechan su posición para manipular a las muchachas estudiantes. Los centros de trabajo, las aulas de colegios o universitarias y aquellos espacios donde se ejerce el derecho a asociarse, como juntas de agua, patronatos, asociaciones de padres de familia, sindicatos, asociaciones gremiales o partidos políticos son señalados como lugares donde se expresan las desigualdades de poder. En ellos se identifica a patronos, jefes, maestros y compañeros como actores de violencia de todo tipo, desde las aparentemente más inofensivas hasta las agresiones físicas y sexuales directas. Aun y cuando las relaciones entre pares simulan ser horizontales, o hay una aparente coincidencia ideológica o gremial, algunos compañeros pueden convertirse en acosadores.
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La violencia que procede de las fuerzas de seguridad e instituciones del orden público Cuando hay una emergencia por violencia de género resulta que sólo hay dos policías para toda la ciudad y si se les llama para que acudan, dicen que no tienen combustible para la patrulla, (casi dicen) “ahí si la mata, nos llama”. ¿Qué pasa si llega la policía y estamos ahí?, eso ya no es garantía, hay bastante miedo no solo con los extraños sino con quien debería cuidarnos y darnos seguridad. Personalmente si se me acerca uno, siento miedo. “La muerte violenta de la estudiante de enfermería Keyla Patricia Martínez Rodríguez mientras estaba detenida en una celda policial en La Esperanza, Intibucá, en el occidente del país, ha vuelto a revivir los fantasmas de la brutalidad y la impunidad que han rondado a la Policía Nacional de Honduras desde hace décadas...” (Insight Crime, 15 de febrero de 2021).
No ocurrió en El Progreso, ni en el departamento de Yoro, pero la muerte violenta de la joven estudiante de Enfermería, en la ciudad de La Esperanza, al occidente de Honduras, imputada a dos policías, simboliza a una de las instituciones públicas más temidas por las mujeres: la policía, junto a los militares. Llamados agentes de la “seguridad” y el “orden público”, estos funcionarios del Estado son continuamente identificados por actos contrarios, de violencia y represión, que cometen contra la población en general y contra las mujeres, en particular. El temor a ser agredidas, acosadas o muertas inhibe a muchas de las víctimas de violencia en sus casas o en otros espacios, a presentar las denuncias correspondientes. A esos temores se suma la desconfianza generalizada contra estos agentes de que realicen una labor efectiva y congruente con los cargos que desempeñan.
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En mi casa hace dos o tres días creo, se fue a parar una patrulla como con 6 policías, no sé qué andaban haciendo. Estuvieron ahí cerquita viendo para adentro. Esto lo viví también antes: después del golpe de Estado y después de las elecciones del 2017, en varias ocasiones se iban a parar enfrente de mi casa a estarme vigilando, otras veces me seguían. Las fuerzas de seguridad también son mencionadas como actores de represión política y social y como los símbolos del sistema que ejercen la violencia física y hostigan a quienes reclaman sus derechos ciudadanos, como el de protestar.
La negligencia de la alcaldía municipal En la municipalidad uno va a buscar algún tipo de ayuda, la que sea, pero los que están ahí para cumplir esa obligación, se esconden. Han puesto a una abogada muy preparada en tema de género, pero solo es ella, no tiene carro, no tiene recursos, no hay personal suficiente, solo tiene mucha voluntad, pero eso no es suficiente para un municipio con 200 mil habitantes.
La alcaldía municipal es la institución pública que se supone es la más inmediata a la población, de la cual las mujeres esperamos contar con empatía hacia nuestras necesidades y planteamientos, asesoría y apoyo con la implementación de políticas municipales con un enfoque de género. Lamentablemente estas obligaciones no forman parte de su quehacer ni de sus preocupaciones. Recordamos que en 2012 fue aprobada una política municipal de género a la que REMUPRO logró que se le diera seguimiento mediante el nombramiento de una comisión de monitoreo. Se nombró a personas como responsables, hubo reuniones enriquecidas con aportes, pero no se obtuvieron los logros esperados para una política de género, de un municipio con igualdad de derechos y libres de violencia.
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Aunque ya nos referimos antes a ella, merece especial mención la Oficina Municipal de la Mujer y las instancias fiscalizadores y judiciales que tratan los casos de agresiones de género. Es posible que quienes ocupan esos cargos sean mujeres o personas capacitadas, que entienden mejor la problemática y que desearían hacer algo más de lo que hacen, pero que carecen de los recursos institucionales y de una voluntad política municipal y de Estado que las motive, incentive y respalde.
La violencia judicial Una joven sufría violencia de su esposo y la sacó de la casa con sus dos niños, cuando la llamaron de los juzgados, en vez de apoyarla, la jueza le dijo que ella tenía la culpa y que no se podía hacer nada. En mi caso, llevé el caso del papá de mis hijos al juzgado y no hicieron nada. Él tenía de esas maquinitas de juego, videojuegos, quedaron en que me diera una para trabajarla, pero él no cumplió. Llamé al juzgado y no le hicieron nada... no me quise mover más. Le dieron la citatoria a la mujer víctima de violencia para que ella citara al marido. Hubo que buscar quien se la fuera a entregar porque era un riesgo... a esa muchacha la habían seguido con una pistola para asesinarla y después (las autoridades judiciales) la pusieron a buscarlo para entregarle la cita.
Sabemos que existen buenas intenciones de algunas juezas y jueces, pero falla todo el sistema, porque no hay presupuesto ni personal suficiente a cargo de los casos, lo cual aumenta la mora judicial en el municipio y los tiempos para resolverlos. Justicia tardía no es justicia. Además, no se cuenta con logística suficiente, lo que pone en peligro muchas veces a las víctimas, que son las encargadas de entregar las citaciones a sus agresores. El sistema judicial se convierte en cómplice de la violencia cuando no permite que sus funcionarios cumplan con sus funciones a cabalidad y dejan a las mujeres sin acceso a la justicia.
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Nos preocupa, además, que en la aplicación de la ley, juezas y jueces carezcan de un enfoque de género y dicten sentencias basados en estereotipos discriminatorios. Muchos fallos que deben ser a nuestro favor en los tribunales terminan siendo absolutorios de cargos para los agresores o para los responsables de delitos contra mujeres. Con frecuencia escuchamos de boca de jueces y juezas “es que usted es la culpable”.
Actuemos... 1. Basados en el sociodrama anterior, esta vez se presenta un sociodrama con las respuestas de apoyo que esperaríamos de la familia, de la comunidad, de las autoridades.
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Nuestras demandas frente a todos los tipos de violencia que sufrimos las mujeres Como paso primordial para poder avanzar en la conquista de nuestros derechos como mujeres, la REMUPRO, demanda de las autoridades municipales (alcaldía, sistema de justicia, seguridad, etc.) y de la sociedad progreseña reconocer la gravedad de la violencia de género. Estamos convencidas que para transformar nuestra ciudad en un entorno seguro y libre de violencia hace falta conocer los alcances de este problema y reconocer sus niveles de gravedad. Luego, demandamos, en el ámbito de lo público:
1. Crear, desde lo público, en concertación con la ciudadanía, espacios de formación, información y acompañamiento para construir una generación de mujeres empoderadas con sus derechos. Para nosotras es fundamental el conocimiento y el reconocimiento de nuestros derechos para poder exigirlos
2. La Oficina Municipal de la Mujer de El Progreso debe ser fortalecida y capaz de impulsar y desarrollar un programa de prevención y asistencia a la violencia de género. La ciudad debe contar con lugares refugios para albergar a mujeres víctimas de violencia y a sus hijas e hijos en situación de alto riesgo, que les permita preservar sus vidas y su dignidad, mientras encuentran soluciones a mediano y largo plazo.
3. Una mayor coordinación interinstitucional (entre instancias centrales de salud, de seguridad, judiciales y laborales) junto a la municipalidad y las organizaciones civiles de mujeres y sociales para mejorar el trabajo en la prevención y el tratamiento de la violencia de género. La descoordinación actual es una excusa para la burocratización y la inoperancia.
4. Como lo hemos venido insistiendo, demandamos la integración de una “Mesa sobre Violencia Municipal” que nos permita crear posteriormente un observatorio municipal de género y derechos humanos de las mujeres.
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5. Impulsar una capacitación constante de funcionarios judiciales y miembros de la policía para que conozcan y respeten los derechos de las mujeres y generen confianza para presentar denuncias cuando somos vulneradas, sobre todo en casos de violencia doméstica e intrafamiliar. La acción fiscal del Estado y la propia municipalidad deben sancionar y aplicar todo el peso de la ley a los funcionarios y policías que participen en las diferentes formas de violencia contra las mujeres.
6. Fortalecer los mecanismos de acceso a una información veraz, oportuna y puntual que refuerce la identificación de nuestros derechos. Las políticas públicas, ordenanzas y edictos de la municipalidad deben ser de conocimiento público y de apropiación para cada una de las mujeres de El Progreso para que conozcamos los mecanismos de protección que se ejecutan y poder acudir a ellos en caso de necesidad.
7. Ante la “normalización” perversa de la violencia en nuestra ciudad y departamento, resaltamos la necesidad de crear espacios de acompañamiento emocional, públicos y no gubernamentales para las mujeres agredidas o en riesgo, que complementen la denuncia y la asesoría legal. Es preciso romper ese muro impasible de que todo pasa y no pasa nada.
8. Las mujeres subrayamos la necesidad de poner el sistema de educación formal a tono con la equidad de género. Por medio del sistema de educación formal es necesario que nuestra niñez y juventud tomen conciencia de sancionar y erradicar los distintos tipos de violencia. El sistema educativo tiene que tener reformas orientadas a que las nuevas generaciones se sensibilicen en el tema, lo que requiere un compromiso efectivo de los maestros y las maestras, así como de las autoridades del ramo.
9. Las mujeres demandamos de las autoridades vigilar el cumplimiento de sanciones legales dictadas contra los agresores o irresponsables. Las pocas medidas de cumplimiento que se aplican, incluyendo la obligatoriedad de pensiones alimenticias y de sustento básico, no son efectivas, quedan casi sujetas a la “voluntad” chantajista de los hombres involucrados, y no existe ningún seguimiento de ley que pueda garantizar su cumplimiento con una perspectiva de género a esos casos.
10. Es difícil para nosotras poder decidir en un contexto de violencia, hace falta asegurar nuestro acceso a derechos básicos, como un empleo o, al menos, a subsidios dignos, que puedan impactar significativamente en la economía de nuestras familias mientras se emerge de la crisis que provoca la desintegración del hogar. 46
11. 11. La ausencia de educación sexual es una constante en los relatos de las mujeres y relacionado con eso, la salud sexual. Nos preocupa la alta incidencia de embarazos entre adolescentes que, aun siendo dependientes, tienen que afrontar el reto de criar a sus hijas o hijos. Debe retomarse la propuesta de política municipal de OYE y de otras organizaciones, socializarla y realizar un cabildo abierto para su aprobación. Las políticas públicas en salud reproductiva, por ejemplo, no pueden seguir dependiendo del visto bueno de grupos ultraconservadores que todo lo ven a través de sus dogmas.
12. Impulsar espacios familiares de recreación, seguros y centros de cuidado infantil municipales a las que las mujeres podamos llevar a nuestras hijas e hijos mientras trabajamos.
13. En el rol que desempeñamos como madres o mujeres en el hogar somos las primeras en sufrir el impacto de la escasez de los servicios básicos, en particular del agua, lo cual agrava nuestras condiciones de vida y la de nuestras familias. En medio de la pandemia por el COVID-19 que estamos viviendo, la ausencia de este elemento vital representa un riesgo permanente de contagio y muerte. Demandamos en el ámbito participativo y gremial:
1. Las organizaciones sociales y gremiales de nuestra región deben contar con una participación proporcional y efectiva de mujeres en sus juntas directivas y comisiones. Ese mandato ético y organizacional sigue pendiente de cumplirse. Aun entre nuestros propios compañeros de lucha hay mucha discriminación por superar.
2. Se debe incorporar la perspectiva de género en los planes, los proyectos y los programas de las organizaciones sociales existentes. Muchas de ellas asumen el enfoque de género en el discurso, pero no en la práctica. No puede haber desarrollo sin equidad de género; así de claro.
3. La dignidad de la persona humana se fortalece en la lucha contra la pobreza, que afecta a las mujeres de manera específica. Ello hace necesario que desde la municipalidad y el sistema financiero se garantice su acceso al crédito y a las estructuras productivas, así como asegurar la corresponsabilidad del hombre en el sostenimiento de la familia. La pobreza o la miseria
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mujeres desplazadas de sus hogares que llegan cargadas de sentimientos y esperanzas difíciles de cumplir. No podemos dejar de mencionar a las mujeres de los pueblos tolupanes que enfrentan tanto la represión de las fuerzas de seguridad y del sistema como la de sus propios compañeros de vida y familiares que no les perdonan que ellas levanten su frente en señal de dignidad.
5. Finalmente, las mujeres destacamos la difícil situación económica y social que vivimos las familias progreseñas y de todo el país, especialmente las de menores ingresos, como secuela de la pandemia que sigue afectando a nuestra sociedad y de un modelo económico neoliberal que se especializa en el extractivismo de recursos y vidas. En el caso concreto de la época que atravesamos, la municipalidad y las organizaciones sociales tienen que elaborar una propuesta consensuada de acción que no debe esperar el momento en que el virus desaparezca, sino que debe ponerse en práctica de inmediato, con presupuestos que promuevan el ejercicio de nuestros derechos, nuestro empoderamiento económico y la erradicación de la violencia de género.
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Reflexionemos... 1. ¿Cómo podemos exigir el cumplimiento de estas demandas a las autoridades municipales? ¿Qué ideas creativas se nos ocurren para incidir, dialogar y ser tomadas en cuenta? 2. ¿Cómo podemos exigir el cumplimiento de estas demandas a la sociedad y a nuestros compañeros de organizaciones, de trabajo o de aulas? ¿Qué ideas creativas se nos ocurren para incidir, dialogar con ellos para que nos apoyen y que hagan suya también nuestra lucha?
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