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Los ajedrecistas también lloran

Andrés Ignacio

www.heytabasco.com

Poemas desconocidos Ramón Galguera Noverola

Un poeta sin fe Jorge Priego Martínez

Ilustraciones de Alejandro Hernández-García

El día que Pelé metió gol Marina Lugo Martínez

Cartones

El ojo inca

Aníbal Santiago Diego Barrionuevo

Carlos Dzul y Pavel Santa Rosa


www.heytabasco.com Semanario digital= Ideas+Gente+Cultura; Cuento+Poesía+Ensayo; Crónica+Entrevista+Noticia; Ajedrez+Cartones+Audio; Radio por internet. Editor Carlos Coronel Infomática Wilberth de la O Arte Alejandro Hernández-García Radio Gilberto Vigil

Colaboradores: Fracisco Magaña Magaña, Jorge Priego Martínez, Sergio Antonio Reyes Ramos, Marcos Rojas Gutiérrez, Gerardo Rivera, Antonio Solís Calvillo, Pablo A. Graniel, Sara Emilia Medina, Moisés Villareal, Andrés Ignacio, Francisco Payró, Carlos Dzul, Juan de Jesús López, Mario Guzmán, Diego R. Barrionuevo, Aníbal Santiago, Josimar Reyes Mosqueda (q.e.d.), Ulises Rodríguez, Alejandro Rabelo, Didier Garaven, Alejandro May, Luis Acopa, Pedro Luis, Beatriz Pérez Pereda, Jesús Heredia Cañaamo, Liz Marín, Nezih Einar, Cecilia Díaz de León, Jasmín Simone, Fernando Abreu, Alejandro Breck, Manuel Campos, Francisco Cubas, Manuel Felipe, Garbro, Rubén Mondragón, Pavel Santa Rosa, Marina Lugo Martínez.

Editorial Se cumplen 100 años del nacimiento de Ramón Galguera Noverola (19141979), poeta tabasqueño que dejó dos libros impresos: Solar de soledades y Examen de primer grado. Su poesía ha sido difundida a las nuevas generaciones gracias al lingüista Jorge Priego Martínez, quien reunió lo que sería su legado poético: Nocturnos horizontes (ICT, 2004). No obstante, después de la fecha de publicación de ese libro, Priego Martínez ha rastreado otros poemas que no se incluyeron en volumen. Se trata de composiciones que aparecieron en revistas y periódicos, como Rumbo Nuevo, donde Galguera fue director. El hallazgo reciente ha pasado desapercibido en el medio cultural, gesto que revela la pereza intelectual que desde hace tiempo aqueja. Contra ese malestar y ninguneo, Hey Tabasco destaca y difunde en esta entrega los poemas rescatados por Priego Martínez. En el sitio web hallarán más ensayos dedicados al llamado “poeta de la desesperanza”.


Poeta de la angustia Jorge Priego Martínez

Un recuento de la recepción crítica que tuvo la publicación de Examen de primer grado y Solar de soledades, poemarios de Ramón Galguera Noverola.

R

amón Galguera Noverola nació en San Juan Bautista, hoy Villahermosa, el 28 de junio de 1914. Sus estudios de primaria y secundaria los

realizó en su ciudad natal. Fue hijo único del matrimonio formado por don Hermenegildo Galguera y su señora esposa, doña Esther Noverola de Galguera.


Desde muy joven, ya despuntaba, en Ramón Galguera Noverola, el gran poeta que conocemos a través de sus magníficos libros; y en 1934, cuando sólo contaba con 20 años de edad, publica en el periódico La Voz del Estudiante, editado por la Sociedad de Estudiantes Libres del Instituto Juárez, el poema “Son dos gotas iguales”, compuesto de cinco raras décimas heptasílabas, en el que se nota el influjo que sobre el novel poeta ejercía la lectura de Gustavo Adolfo Bécquer a quien rinde homenaje y en el que a la vez, se advierte la atmósfera de tristeza y desolación que campeará en la totalidad de su obra poética, pues al parangonarse con el sevillano considerado uno de los más altos exponentes del romanticismo, declara: “Camarada en el llanto, compañero en la pena, millonario de ensueños, trovador de sirenas, siempre tras una estrella sobre la comba fría; siempre amando la noche y aborreciendo el día, son dos gotas iguales tu alma triste y la mía…” Esa melancolía rayana en amargura, se advierte en el poema de corte nerudiano “Sitio”, incluido por el maestro Francisco J. Santamaría en su libro La poesía tabasqueña, que en una de sus partes dice así: “Aquí donde el crepúsculo corre borrando mástiles y el puerto lava el alma y es el vértigo urbano un rumor que se pierde y un afán que no llega; entre estas cosas húmedas de mares y gaviotas,


bajo esta cruz de amargos soñares infinitos en que el otoño llega, dibuja el paso simple del amigo tranquilo, y nos deja en las manos un color de hojas secas… aquí te amo…” En 1951, Galguera publica Examen de primer grado. En los poemas de este libro, ya es dueño de su propia y muy personal voz poética, de tal forma impregnada de angustia, que esta circunstancia es la que hace resaltar Margarita Paz Paredes en el magnífico juicio que sobre este libro y su autor, publica en la Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, correspondiente al mes de julio de 1952, del que transcribimos a continuación los siguientes párrafos insertados un poco arbitrariamente por nosotros, para sintetizar lo expresado por la brillante poeta mexicana: “…nada hay en la poesía de Ramón que nos recuerde a Tabasco. Nos hemos asomado, con curiosidad y deslumbramiento, a su mundo poético, donde creíamos encontrar súbitamente el tronco vital de alguna ceiba milenaria, o el torrente avasallador de las aguas del Usumacinta, o el vuelo fugitivo de garzas y quetzales legendarios, o siquiera la sombra tutelar del poeta que ha dado a Tabasco carta de ciudadanía en el atlas de la poesía iberoamericana. Pero nada de eso encontramos… ”Poéticamente Ramón Galguera Noverola está emparentado, por un lado con César Vallejo y por el otro con Edgar Allan Poe y Baudelaire (esto por lo que se refiere a la melancolía y calosfríos de ultratumba que palpitan en casi toda su obra)… ”Todo rezuma amargura y desesperanza en las estrofas estremecidas y estremecientes de este poeta que concibe el amor sólo en trance de despedida, o de ausencia…” Carlos Pellicer, quien fuera maestro de Galguera en la Escuela Nacional Preparatoria y a partir de esa época, uno de sus más entrañables amigos, en la ya legendaria conferencia que sobre la poesía tabasqueña


sustentó durante tres noches seguidas en el Instituto Juárez de Villahermosa, el mes de mayo de 1952, se refiere a él y a su libro Examen de primer grado, en los términos que a continuación citamos: “Ramón toca el paisaje tabasqueño con la yema de los dedos, pero con exquisita delicadeza, acaso porque para él, la naturaleza tampoco existe. Como además, no es un poeta religioso, su desolada angustia lo lleva a refugiarse en el regazo de su madre a quien dedica dos poemas: El pequeño afán y La noche y mi madre.” Carlos Pellicer confirma lo ya antes expuesto por Margarita Paz Paredes en el sentido de que, en la poesía de Galguera Noverola, está proscrito el paisaje pleno de sol, de colores y perfumes de Tabasco y que el influjo pelliceriano que Santamaría cree hallar en la poesía del autor de Examen de primer grado, es, como bien lo acota Margarita Paz Paredes, inexistente. Esta última característica ya la habíamos hecho notar en una sencilla nota biográfica de Ramón, al decir: Mientras Pellicer canta: “Trópico, ¿para qué me diste/ las manos llenas de color?/ Todo lo que yo toque/ Se llenará de sol…” Galguera expresa: “¿Y para qué la luz,/ sus tulipanes de gritada feria…?” Exigiendo más adelante: “¡Que asesinen la luz/ o la encadenen para siempre!…” Más de diez años después, Galguera, que siempre fue refractario a camarillas o clubes de elogios mutuos y que jamás medró al amparo de su poesía, publica Solar de soledades. Si en los poemas que integran Examen de primer grado encontramos de cuerpo entero a la angustia, ésta se hace más patente en la voz dolorida, más distante y distinta todavía de los poetas del trópico, que campea en Solar de soledades. De la lectura de este libro, sale uno con el espíritu mucho más desalentado y huérfano que el de quien “acaba de hacer una azarosa travesía por el Río Amarillo de la angustia”, como dijera Hildo Gómez Castillo en nota crítica sobre Examen de primer grado. Al hablar de Galguera Noverola y referirse a su segundo libro, Manuel R. Mora, en un artículo publicado en la gaceta literaria Nivel en agosto de 1979, expresa lo siguiente:


“Solar de soledades ha sido su vida. Solo, siempre, en su grandeza. Ajeno a las tribus literarias. Por elemental respeto a sí mismo y al quehacer poético, nunca se ha promovido ni tampoco ha buscado promotores. Su trabajo se halla en la más conmovedora intimidad por no avenirse con el viento que pasa. ”Qué diferencia tan notable entre este poeta mayor, en el que se equilibran forma y fondo, respecto de algunos que, sin jerarquía ni facultades, se pasean por las calles, por las ferias, por los círculos de ineptos, pregonando ser lo que no son. ‘ Yo soy poeta’, claman, cuando no hay en ellos (mujeres u hombres), la savia que integra y proyecta. La falta de pudor es el signo de estos indotados que se esponjan de abalorios y alquilan escaparates para exhibir sus carencias


y su irresponsabilidad. Y lo grave es que encuentran cajas de resonancias que alientan el disparate y lo proliferan…” Más adelante, Mora coincide con Margarita Paz Paredes, al comparar a Galguera, más que emparentarlo con César Vallejo, al expresar: “Me atrevo a decir, de Ramón, que es el César Vallejo mexicano. ‘Me moriré en París con aguacero’, escribió el extraordinario poeta incaico, en dramática premonición. Galguera expresa, en su poema “De la muerte verdadera”: ‘Los que pasamos, pero no pasamos,/ porque al pasar nadie nos ha mirado./Los que estamos tan solos/ que no podemos preguntar siquiera:/ ¿cuándo fue el girasol condecorado?’ ”Es posible que los que desconocen la poesía del tabasqueño, consideren que se trata, al cotejarlo con Vallejo, de una comparación hiperbólica. Pues bien: preocúpense por conocer su obra. Búsquenla. Procuren la hazaña del descubrimiento. Cuando esto suceda, la joya se hará presente en su mágica excelsitud, en el ámbito de las letras hispanoamericanas.” Ciertamente, la poesía de Ramón Galguera Noverola, escrita siempre bajo el amparo de la soledad y de la melancolía, refleja su ánimo torturado, la asfixiante angustia que siempre lo acompañó desde sus primeros años de vida. La falta del padre, asesinado cuando él contaba con pocos días de haber nacido, fue causa determinante de su ánimo desolado; su falta de fe y de seguridad en sí mismo, hicieron más difícil su tránsito por la vida y, su ensimismamiento rayano en la misantropía, lo alejó por completo de los círculos literarios —a los que se acercó exitosamente, a raíz de la publicación de Examen de primer grado— lo que trajo como consecuencia el desconocimiento casi total de su excelente obra poética. Hacemos nuestras las palabras de don Manuel R. Mora, en el sentido de invitar a quienes desconocen la obra de Galguera, a buscarla y “procurar la hazaña del descubrimiento”.


El ojo inca

Diego R. Barrionuevo y Aníbal Santiago

Tiene 50 metros de diámetro y se halla cerca del Potosí, en Bolivia, donde aún flotan sus leyendas.

S

e escabullen las diferencias entre vos, los incas y yo, como descalzos tiempos. Solo aceptamos la invitación confortante del agua cálida que burbujea, renace y revela aquello. Ojo de Inca, es el nombre que reciben las aguas termales que se encuentran en un rincón de las montañas de Bolivia, a pocos

kilómetros de Potosí. Este sustento o cimiento de la antigua tierra, predominó y se conservó ante el paso del tiempo, dejando un perfecto sello, caliente, con inscripciones que dicen; “la tierra vive”. Estas palabras se sienten por todos lados, como un eco, que el vapor se encarga de difundir por las montañas.


El encuentro con el Inca, o mejor dicho, con su Ojo, comenzó a 20 kilómetros de Potosí, hacia el norte, cuando miramos el mapa y visualizamos un dibujo que advertía unas termas. Llegamos preguntando, cruzamos caminos sinuosos, entre murallas rocosas y rojizas, cubiertas por sectores, por un manto de pasto. Aquellos cerros bolivianos sonreían como nosotros mientras nos adentrábamos en las montañas. De forma increíble sonreían, aunque hayan sido testigo de aquella gran explotación minera, que aún recuerdan. En el ascenso por la ruta, avistamos abajo, algunas quintitas, personas trabajando, por ahí algún hilo de agua que arrojaba alguna minera, o más bien, un río que la

esquivó. Circulamos hasta el último desvío que subía hasta nuestro destino. En la entrada una mujer nos dejó pasar y nos explicó las normas que debíamos respetar, luego avanzamos un poco más hasta que nos topamos con el hoyo de agua volcánica. Esa agua verdosa, con olor azufre, brotaba y burbujeaba infatigablemente, dejando el ambiente grisáceo, por las nubes que emanaban densas contra el aire frío de las montañas. El Ojo termal tiene un diámetro aproximado de 50 metros, y en un sector, se escapa el agua de forma subterránea, como si fueran lágrimas de la misma tierra, que tal vez expresan dolor de un tesoro que robamos. ¿Acaso ese lugar no será


el tesoro de Túpac Amarú, que aún llora, por lo que es suyo? Entre otras cosas, el lugar tiene historias sobre suicidios, y de gente que se ahogó, gente como nosotros que vinieron como visitantes. Antes que oscurezca, caminamos sobre la cima de algunos cerros bajos aledaños a las termas, y encontramos vestigios de prácticas esotéricas. Preparamos las cosas, levantamos el campamento y nos bañamos en el tesoro de esa montaña, que placenteramente reconfortó la fatiga del cuerpo por el largo viaje. Oscureció, sopló el viento más fuerte y bajó la temperatura abruptamente. Comimos un estofado que preparamos dentro de la

carpa, con un anafre; afuera llovía. Los otros viajeros, por el silencio, también debieron de haber estado comiendo. Pronto se levantaron tonadas de distintos lugares que se disipaban a lo lejos, empujadas por el viento. Las guitarras de algunos y las linternas amarillas y blancas de otros, se iban apagando como faroles soñolientos al paso de las horas, callando uno a uno en aquélla contienda de viento y lluvia, atrincherados en la circunferencia termal, hasta escuchar el último ruido seco de unas cervezas que destapamos. Callamos. Nos dormimos bajo el gran Ojo, aquel que quedó abierto en alerta, como el único guardián de la noche Inca.


N

Poemas desconocidos Ramón Galguera Noverola

octurnos horizontes (Gobierno del Estado de Tabasco, 2003) se llama la recopilación de la poesía de Ramón Galguera Noverola (1914-1979), a cargo del maestro Jorge Priego Martínez, quien también redactó el prólogo del volumen. Después de esa fecha, el investigador literario ha descubierto otros poemas desconocidos del bardo tabasqueño, que “se incluirán en la reedición

Domingo Las calles son más largas en el domingo mudo, todas ellas iguales… de una tristeza igual. Los árboles del parque, silentes y desnudos. El reloj de la esquina se ha echado a roncar. El sol, que entra con miedo, rompiendo los cristales, tiene el dolor que tienen los soles de hospital. Mañana de recuerdos; amor en primavera, nostalgias en el alma de un canto tropical: la guanábana exúbera “que viste de seda”, y la roja sandía, bandera nacional. El caimán, que con lágrimas, forja perlas de luna, el mar que ruge y clama como una tempestad, las mórbidas caderas que la palmera ondula y el río que solloza con voz de eternidad. Domingo silencioso, de la ciudad ruidosa, domingo de ciudad con sus calles más largas, todas ellas iguales… de una tristeza igual. Enero 6 de 1935.


que saldrá este año del citado libro”. Dicho material fue encontrado “en diversos periódicos y revistas de Tabasco, principalmente en Rumbo Nuevo, del que fue director durante un tiempo”, explicó el actual Director del Archivo Histórico de Tabasco”. Con motivo del centenario del nacimiento del autor de Examen de Primer Grado y Solar de soledades, Priego Martínez dio a conocer algunos de estos poemas desconocidos en Facebook , los cuales están fechados en distintos años (1935, 1941, 1943 y 1945) y que a continuación reproducimos con su permiso. Canto de la ausencia futura Frágil y tenue, impalpable como una sombra de silencios. La fuga del color en tus mejillas. El vestido, como un negro circuito de amarguras sin término. En la fiesta de los pájaros tristes, frente a los balcones del crepúsculo, reviviendo una escena de tarjeta postal. Yo te decía la canción del amor de las sensibilidades absurdas, entre las nebulosas otoñales de tu mundo crepuscular. Te decía la canción de los ojos volados de la lluvia de octubre, de los caminos silenciosos de tus venas sin sangre. Eras como una resurrección en los pajaritos de papel de mi infancia;

en los barcos sin brújula, sin timón y sin ruta de las tardes de lluvia, junto al arroyo improvisado de tu calle y la mía; en el cristal equívoco de la flor de durazno. Te cantaba, te canto por la ausencia futura; por la angustia que avanza; por el dolor que llega, que llegará mañana; por el presentimiento de mis lágrimas; por la inútil espera de tus cartas imposibles; por el dolor que llega, que llegará mañana. Te cantaré desde esta sima de viento amargo y lodazales nobles; frente al impresionante desfile


de las más agrias sonrisas; entre tu congestionado murmullo de voces negras.

Historia

Tú, te alzarás como un dios impasible, como una estatua de granito que no ve, que no oye, que no canta, que no puede sentir, y yo te cantaré con mi voz de tormentas: con el alarido de los acordeones asmáticos; desde los corredores largos, casi infinitos de mi soledad; con el agudo de la desesperación; cada vez más alto, hasta caer rendido, destrozado, exhausto, soñándote siempre, frágil y tenue, impalpable como una sombra de silencios.

Es una pena gris que lenta sube y ajena a brotes de ímpetus corsarios tiene algo de Luzbel y de querube.

Abril de 1941

I

Aunque nací en el trópico incensarios, junto a los ojos floreció la nube opacando horizontes luminarios. Nada del sol de abril en brillos hube y nada a colorines lapidarios donde la tierra flor luces incube, donde el grito del sol, a tonos varios, pueda decir: En la mitad estuve pronunciando discursos incendiarios. II Hubo una sola claridad estría cuando, de espaldas, a la voz del cielo, te di la sal, el vino y la poesía; cuando alumbrando a la mitad, el duelo, el alma, brazo joven de osadía, halló por fin el alba del consuelo. Fue un navegar por mares sin bahía y una sed no colmada en el anhelo de eternizar la claridad y el día. Un echar por los cielos la jauría del corazón, para traer al suelo prisionera una estrella de alegría.


III

Autorretrato

Fue todo tan fugaz que no preciso fechas, sonidos, ni color ni nombre. Volvió la pena sin pedir permiso.

Cae sobre la tarde dulce paz de hospitales diluida en los cambiantes de una luz enfermiza, que a veces me recuerda alguna voz arcana difusa en los espasmos de la tuberculosis.

Aunque afanoso en el pasado escombre, no hallaré nunca la razón que quiso cerrar la ruta oscureciendo al hombre. Y en la substancia del dolor, sumiso, sin que la pena al pensamiento asombre, he de cerrar los ojos al hechizo. Es necesario que la pena alfombre de olvido. El corazón se halla preciso de no volver a pronunciar tu nombre. Mayo 13 de 1943.

Divagación de dulce sonata peregrina, que presta al incansable tormento de la vida visiones inconclusas de amarga neurastenia, morados desgarrones de nubes sin ventura, y en las aceras tímidas, supremas elegancias de cosas amarillas. Me siento tan lejano como el florero roto, la lámpara en desuso y el cofre de la abuela, arrumbado en el cuartucho oscuro de las cosas inútiles. Por eso tengo tímida la voz y el corazón apretado de angustias, como el florero roto que aspira a ser adorno


de los áureos salones, como la lámpara en desuso que habla despreciativa del talento de Edison, como el cofre de la abuela, deteriorado, voluminoso, cuajado de alimañas, masticando rencores hacia las maravillas de la carpintería moderna. Me ha llovido en el alma el moho del olvido, de las ingratitudes; me ha cerrado la puerta el afán, el rostro inexpresivo de las gentes que pasan sin volver la cabeza. Me he quedado en el lago con los cisnes, el color azul, y los sauces llorones. No he leído otro libro que el de los poemas de Heine. No conozco otra música sino “El claro de luna”. Un día de tantos, el sol sobre las cumbres, la grisura en el alma, doblaré antes de tiempo la página postrera de mi historia sin nombre. Villahermosa, Tab., 27 de abril de 1945.

Los ajedr Spassky y Tal, como otros grandes maestros del juego ciencia, han tenido sus momentos amargos con la derrota.


x

recistas también lloran Andrés Ignacio Sánchez

T

odos con gran euforia y pasión esperan a que inicie el partido, y 90 minutos después, nadie asimila aún lo sucedido, mejor hubiese sido no levantarse ese día, Brasil es eliminado de la copa del mundo en su país y por un contundente 7-1. No vi el partido porque

estaba en la escuela, pero en la noche veo el resumen y lo que sucedió verdaderamente dio pena, al término del partido entrevistaron a David Luis, jugador brasileño, quien llorando pidió disculpa a Brasil, hasta mi hermana que no le gusta para nada el fútbol, vio con


ternura cómo lagrimeaba, la entrevista cerró con una frase que llega: “solo quería darle una sonrisa a mi gente”. En el ajedrez, los grandes jugadores también han llorado, figuras como Anatoli Karpov y Gari Kaspárov confiesan haber llorado en su infancia, después de perder. En una Olimpiada de ajedrez, llevada a cabo en Moscú, se les preguntó si alguna vez habían llorado al perder una partida cuando eran niños. Para sorpresa de

todos, Kaspárov contestó: “no solamente en mi niñez”. En otra justa, el ex campeón de ajedrez, Borís Spassky, con apenas 21 años, iba ganando al “Brujo de Riga”, Mijail Tal, cuando de manera sorpresiva terminó perdiendo la partida al bajar la guardia, entonces se puso a llorar, el también ex campeón explicó luego que lloraba no por la derrota sino por el hecho de saberse en posición ganadora y haberla perdido, su exceso de confianza causó


enojo consigo mismo e impotencia; algunos hasta se les pone la cara roja. Hace unas semanas me tocó ver a un infante llorar por haber perdido, imaginé que así debió sucederle a Kaspárov de niño, la imagen todavía sigue viniendo a mi memoria, el papá lo abrazaba y consolaba. Lo mismo en el fútbol que en el ajedrez, la vida no es el juego, este solo es una parte de aquella. En dado caso pueden ocurrir invariablemente dos reacciones, que el

niño ya no quiera jugar más o que la derrota lo incentive. Para el caso del fútbol, a los brasileños le quedará el recuerdo amargo por muchos años y pasará a formar parte de su memoria colectiva, pero tampoco detendrá el futuro que le espera a un grande de las canchas. El ajedrez genera en cada jugador las mismas emociones extremas que nos conducen a las lágrimas, a sentir la adrenalina y la más grande felicidad cuando se gana.


El día en que Pelé anotó el gol del siglo Marina Lugo Martínez No todo ha sido desdicha en la Selección Brasileña, de hecho el Mundial permite recordar las alegrías familiares ocasionadas por la verde amarela.

M

i tía Candita viene a mi memoria con motivo del Mundial de Fútbol. Cuando era niña, yo la veía llegar a la casa de mi abuelita María, su hermana, acompañada de don Isidro, su esposo. Ambos con ropa de gente rica, según mis ojos de niña de pueblo, porque vestían, él de traje y corbata, y ella, de zapatos de tacón, bolso y guantes, siempre traía la boquita pintada. Yo la saludaba con un poco de temor porque una vez que fuimos a su casa en la Ciudad de México, nos regañó porque regamos algunos granos del arroz que nos había servido. Cuando tuve que ir a estudiar a la UNAM, su casa fue mi opción para hospedarme; y comprendí perfecto que era un sacrificio para ellos,


porque vivían en el apartamento de porteros, aunque muy dignamente, con muebles antiguos y finos, un poco apretados, pero todo, impecablemente limpio. Ahí me enteré que no eran ni remotamente ricos; supongo que las tierras que le heredó su papá le dejaban pocas ganancias, porque a pesar de

sus dedos artríticos, aseaba el edificio donde vivían y se ayudaba lavando y planchando; su esposo vendía ropa en abonos en una bicicleta, que era guardada en el baño a falta de espacio. Calculo que en 1970, ella tendría unos 68 años. Mi tía hacia todo per-fec-to; lo que limpiaba, lo que cocinaba, lo


que lavaba o planchaba; lo que vestía; y lo que compraba para comer, porque aún pobremente, debía ser de primerísima calidad. Creo que su padre había sido español, pero nunca se me ocurrió preguntarle cómo había sido su infancia. Ella y sus hermanos eran güeritos y bajitos, y se puede decir que se comportaban con ciertas ínfulas, que nunca abandonaron. No tuvo hijos, sólo sobrinos encajosillos como yo. La recordé porque le encantaba el fútbol, seguía los partidos por radio, pues no tenía televisor y su esposo le llevaba el Esto. Sabía todo: alineación, entrenadores, goles, y próximos partidos de la Primera División; su equipo era el América y por ser de Hidalgo, ocupaba un segundo lugar en su corazón, el Cruz Azul. Supongo que habría estado perfectamente enterada de los partidos del Mundial, porque el día del célebre e histórico partido aquel en el que Pelé metió el gol del siglo, yo la había acompañado a verlo a través


del aparador de un negocio en la Colonia del Valle, a donde vivíamos. Su euforia era sorprendente para mí y para muchos ciudadanos ahí reunidos, por ser una señora mayor; ya saben, aún en esta época, a las mujeres que gozan del futbol, siguen viéndolas como bichos raros. Ese “histórico” día regresamos al depa y toda la tarde y muchos días, la severidad con la que vivíamos, se tornó en simpatía y sonrisas a las que no estaba acostumbrada, fueron días felices. Cuando enviudó, regresó al pueblo, y vivió algunas temporadas con mi mamá, ya viuda también; creo que nunca fue recompensada por mí como debía, pues gracias a su generosidad pude iniciar mis estudios universitarios. Todavía hay gente viva con la que tengo una deuda; estoy a tiempo para agradecerles. Pero ¿con los que ya no están, como mi tía Cande?

La tira de Carlos Dzul


El cart贸n de Pavel Santa Rosa

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