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Los billetes tabasqueños Jorge Priego Martínez www.heytabasco.com

Un disparate celebrar la fundación Sergio Antonio Reyes Ramos

Fotografía de Arquímedes Díaz Jiménez

La oncena aguerrida

Mario Guzmán Pieza tocada, pieza movida

Del otro lado del odio Alejandro Rabelo

Andrés Ignacio Sánchez


www.heytabasco.com Semanario digital= Ideas+Gente+Cultura; Cuento+Poesía+Ensayo; Crónica+Entrevista+Noticia; Ajedrez+Cartones+Audio; Radio por internet. Editor Carlos Coronel Infomática Wilberth de la O Arte Alejandro Hernández-García Radio Gilberto Vigil Colaboradores: Fracisco Magaña Magaña, Jorge Priego Martínez, Sergio Antonio Reyes Ramos, Marcos Rojas Gutiérrez, Gerardo Rivera, Antonio Solís Calvillo, Pablo A. Graniel, Sara Emilia Medina, Moisés Villareal, Andrés Ignacio, Francisco Payró, Carlos Dzul, Juan de Jesús López, Mario Guzmán, Diego R. Barrionuevo, Aníbal Santiago, Josimar Reyes Mosqueda (q.e.d.), Ulises Rodríguez, Alejandro Rabelo, Didier Garaven, Alejandro May, Luis Acopa, Pedro Luis, Beatriz Pérez Pereda, Jesús Heredia Cañaamo, Liz Marín, Nezih Einar, Cecilia Díaz de León, Jasmín Simone, Fernando Abreu, Alejandro Breck, Manuel Campos, Francisco Cubas, Manuel Felipe, Garbro, Rubén Mondragón, Pavel Santa Rosa.

El cartón de Pavel


Un disparate el festejo Sergio Antonio Reyes Ramos

Aunque no existe la cédula real de la fundación de Villahermosa, gobiernos estatal y municipal dan como válido lo inexistente y realizan celebraciones.

F

ue en tiempos del alcalde Pascual Bellizia cuando surgió la ocurrencia de celebrar la supuesta fundación de Villahermosa. De entonces para acá

se ha reiterado tal versión. Pero, si en efecto puede parecer bizantino el cuestionamiento, no menos cierto es la sinrazón de dar como válido lo inexistente.


“Que la ciudad cumple años, sin duda, pero es improbable que haya sido fundada” Que la ciudad cumple años, sin duda, pero es absolutamente improbable que haya sido fundada. Y es que tomando como referencia el año 1564 que es en el que presuntamente habría sucedido tal cosa, entonces tenemos que para fundar era necesario satisfacer una serie de formalidades que Hernán Cortes cumplió escrupulosamente al fundar la Villa Rica de la Vera Cruz: partir de la plaza, trazar a cordel y nombrar autoridades, de lo que no hay constancia alguna en el caso de nuestra ciudad, en cuyo entorno de la plaza no se ubicaron edificios públicos sino casas particulares (el palacio y el Ayuntamiento hasta el siglo XIX). Y en cuanto al nombramiento del primer cabildo esto ocurrió ya en las postrimerías del gobierno colonial. Que la ciudad tuvo un

escudo real y como patrono al precursor, pues tampoco se ha encontrado la cédula respectiva ni el dato de cual inmueble religioso estuvo dedicado a tal personaje y sí en cambio del decreto del 27 de octubre de 1826, aprobado por la Primera Legislatura estatal, en donde al pueblo de Villa Hermosa se le denomina Ciudad de San Juan Bautista de Tabasco, y se aprueba “el diseño de armas presentado por su respetable Ayuntamiento”. A como también que la parroquia de “Esquipulas” fue designada catedral cuando se erigió el obispado en 1880. Pero nada más. No se debe confundir el hecho del asentamiento de una ciudad con el acto jurídico de fundación que en tiempos de Cortes se regulaba en lo dispuesto por Las Siete Partidas, y décadas después con las “Ordenanzas


de descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias dadas por Felipe II, el 13 de julio de 1573”. Ahora bien, como se entendía que los reyes (no la corona) eran los dueños de toda la tierras descubiertas a excepción de las pertenecientes a comunidades y pueblos originarios, o de las que se adjudicasen los nombrados adelantados o encomenderos; éstos (los reyes) ordenaban o confirmaban la fundación de una ciudad, lo que no podía darse en asentamientos indígenas previos,

pues en tal caso se trataba de un poblamiento, otra figura del derecho español de la época. Tal es el caso de la fundación de la ciudad de Puebla en 1531. Hasta ahora ninguna constancia documental prueba o demuestra la aplicación de alguna de las dos legislaciones en el caso de la capital tabasqueña. De ahí que ninguna identidad pueda construirse con mitos o leyendas. Y menos que éstas partan discrecionalmente de los poderes públicos o sus agentes.


Billetes de la Revolución Jorge Priego Martínez

Para frenar el bilimbique, el Gobierno de Tabasco y comerciantes españoles idearon los vales.

E

n otro artículo nos referimos a los billetes emitidos por el Banco de Tabasco de 1901 a 1903, explicando qué imágenes lucían en el anverso de todas las denominaciones que formaban dichas emisiones, así como la del reverso que resultaba común a ellas, con la sola salvedad de la cifra correspondiente a la denominación; es decir, que los billetes de 5, 10, 20, 50 y 100 pesos

del Banco de Tabasco, tenían distintos grabados en sus anversos, pero uno mismo en sus reversos. En el citado artículo dijimos: “En épocas más recientes, circularon en Tabasco vales y bonos, tanto del gobierno como del comercio organizado, pero de éstos nos ocuparemos en otra ocasión”. También externamos que, la mayor información sobre di-


chos billetes, la obtuvimos del Standard Catalog of Mexican Coins, Paper Money y medals, del Dr. George W. Vogt, editado por Colin R. Bruce II, gracias a la traducción en lo conducente, de Lorena Santiago Priego. En esta ocasión nos ocuparemos, como habíamos prometido, de los billetes que circularon en nuestra entidad, después de los que emitiera el Banco de Tabasco, o sea, los impresos tanto por la Cámara Nacional de Comercio de Tabasco como por el Gobierno del Estado, durante la Revolución Mexicana. Para recabar informes sobre este tema, acudimos también al citado catalogo y, gracias a él y a la inapreciable ayuda que nos proporcionaron Lorena y Mabel Santiago Priego, al traducir los textos correspondientes, y al auxilio del acucioso investigador Elías Balcázar, pudimos darle forma al presente artículo. Durante la Revolución Mexicana de 1910 a 1917, la moneda de cuño corriente fue impresa en papel, cartón

o tela, procedimiento usado por los menos en 35 diferentes lugares de la República por los diversos gobiernos revolucionarios a nivel nacional, estatal o municipal, ya fuesen civiles o militares; también algunas instituciones privadas imprimieron este tipo de moneda, cuyo monto superó los 10 billones de pesos. Como es de suponer, tales impresos fueron fácilmente falsificables y, por efecto de la situación política que prevalecía en el país, estos billetes, al poco tiempo de su emisión valían menos que el papel en que estaban impresos. El pueblo les llamó despectivamente bilimbiques, a estos billetes que cuando determinada facción dominaba en un poblado, obligaba a sus habitantes a recibirlos en pago de toda clase en mercancías y aún de propiedades. De más está decir que cuando esa gavilla revolucionaria era echada de aquel territorio por otra, su dinero dejaba de valer y había que recibir el de los nuevos dominadores. Muchísima gente perdió la mayoría de sus bienes a cambio de cientos de estos papeles sin ningún val-


or en aquel entonces, pero que hoy, son buscados ávidamente por coleccionistas. El maestro Francisco J. Santamaría, en su monumental Diccionario General de Americanismos, nos proporciona la siguiente definición de bilimbique: “BILIMBIQUE. (¿Del ing. bill, billete?) m. Nombre con el que fueron designados despectivamente por el pueblo de toda la nación, en Méjico, las distintas clases de billetes emitidos durante la revolución constitucionalista de 1913.- (Se ha dado otra versión acerca del origen del vocablo, que no me parece muy convincente tampoco. Que un William Vique (pronunciado por el pueblo bilimbique), administrador o rayador de un mineral o de una hacienda, en Durango, bajo el dominio de Pancho Villa, en los días del constitucionalismo, pagaba con vales a los cuales se les trasladó su nombre (vales de bilimbique); y cuando el billete villista corrió como única moneda allá, y el tal William

pagó con ese billete, el nombre de los vales pasó a este mismo billete o moneda fiduciaria.)” Veamos cómo y por qué se originó este desorden económico durante la Revolución Mexicana. Al ocupar Victoriano Huerta la presidencia de México, tras el asesinato de Madero y Pino Suárez, para hacer frente a quienes se rebelaron contra él, incautó los fondos bancarios de todo el país en agosto de 1913 y, a cambio de tal medida, otorgó permiso para la emisión de billetes no respaldados por ninguna garantía real, pues todas las monedas del cuño corriente que a la sazón eran de oro y plata, quedaron en poder del usurpador. Con base en estas disposiciones, la mayoría de los bancos del país y algunos comercios, imprimieron vales o bonos, que tuvieron cierta aceptación entre la gente del pueblo. La Cámara Nacional de Comercio de Tabasco, imprimió vales de diversas denominaciones que eran aceptados por todos sus socios, compuestos


por la gran mayoría de los comerciantes españoles. Gracias a la gentileza del coleccionista Juan Pérez González, podemos describir el vale de cincuenta centavos que en su anverso ostentaba la siguiente leyenda: “Serie, Número foliado progresivo. Vale al portador por Cincuenta Centavos que pagará la Cámara Nacional de Comercio de Tabasco. San Juan Bautista, Abril 15 de 1914., y las firmas del Presidente, Juan Ripoll; el Secretario, E. M. Granados y el tesorero, J. Garcés Alemany”; en el lado derecho estaba impreso el Escudo de Tabasco y casi al centro del vale, aparecía un sello circular con el Escudo Nacional al centro y en las orillas la leyenda: “Tesorería y Admón. Gral. de Rentas del

Estado de Tabasco.” No sabemos cuánto tiempo duró la circulación de estos vales, pues de acuerdo con la información que nos proporcionó el investigador Elías Balcázar Antonio, el gobierno huertista jefaturado por Alberto Yarza, emitió bonos-cupones, precisamente en el mismo año de 1914, con las siguientes características, que anota el citado estudioso: “A mediados de 1914 la situación era tan crítica que debido a la escasez de monedas y de billetes, las transacciones diarias en el comercio local se habían trastornado. El gobierno huertista de Alberto Yarza se vio en la necesidad de emitir bonos-cupones por la cantidad de 50 mil pesos; estos cupones eran de 50 y 20 centavos que


al hacer las veces de moneda debían ser aceptados por el comercio local. Los bonos de 50 centavos eran de color amarillo y por el anverso tenían impresos la serie, fecha y el número progresivo, así como su valor en cifras y la siguiente leyenda impresa en tinta azul: ‘La Tesorería General del Estado de Tabasco, pagará al portador cincuenta centavos en efectivo, de acuerdo con las prevenciones del decreto que expidió hoy el Ejecutivo del Estado’, por el reverso llevaban la inscripción: ‘Bonos del Estado’. Los bonos de veinte centavos eran de color verde y llevaban las mismas inscripciones que los anteriores, pero en tinta café. Además los dos tipos de bonos llevaban impreso un sello de la Tesorería General, de color rojo.” El decreto de referencia fue el No. 21 de fecha 21 de abril de 1914, publicado en el Periódico Oficial del Estado, el 23 de mayo del mismo año.

Ahora, bien, a nivel nacional, empezaron a ver la luz pública los billetes emitidos por las fuerzas revolucionarias que luchaban contra el usurpador Victoriano Huerta. La primera impresión de billetes que hicieron los revolucionarios, tuvo lugar en Monclova, Coahuila, el 26 de abril de 1913, por decreto del gobernador de dicha entidad, don Venustiano Carranza, principal opositor de Huerta, proclamado después Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Esta emisión estuvo compuesta por billetes de las siguientes denominaciones: 1, 5, 10, 20, 50 y 100 pesos, con la siguiente leyenda: “Gobierno Constitucionalista de México”. De estos billetes, el más buscado por los numismáticos, o sea, los coleccionistas de monedas y billetes, es el de 20 pesos, que fue el más falsificado y en muchas ocasiones en lugar de imprimirse la palabra veinte, se imprimió “viente”, lo que lo hace valioso.


Ilustraciones de Alejandro Hernández-García

Del otro lado del odio

Alejandro Rabelo García

Néstor no puede decirle a su novia que es americanista, pero tampoco a su padre que quiere dejar de serlo.

M

i recámara se encontró, hasta muy adentrada mi adolescencia, tapizada con toda la parafernalia del club: pósteres, casi foto murales, de los campeonatos obtenidos entre 2002 y 2007; una playera conmemorativa del 85 aniversario, autografiada por la oncena titular; imágenes compradas por encima del valor de las de mi graduación universitaria,

pero eso sí, con los seleccionados enfundados en el uniforme del conjunto de mis amores; banderines, pulseras, collares, mochilas, el juego completo para mi cama, la sábana, la sobrecama, las almohadas, la camiseta y el short de mis 9 años de edad como delantero de las fuerzas infantiles, mi protector de pantalla de mi computadora, el himno oficial


como timbre al recibir las llamadas del resto de la barra de hinchas para los partidos de local, el reloj, la dona para mi larga cabellera, un aún más largo etcétera de mercancía para confirmar la identidad, a mucho orgullo, de ser fanático a ultranza –si tal término cabe–, “Ódiame más”, el más popular y el segundo más ganador de torneos, que construyó mi padre alrededor de mí desde mi cuna, también tapizada con sonajas y móviles y baberos y mamelucos y mantelitos y periqueras azulcremas. Empero, ya en estas fechas pienso si fue la decisión correcta, y no me refiero a la de mi padre de imponerme sus predilecciones futbolísticas en vez de respetar las mías, sino a la de seguirle la corriente, a sabiendas que ni estaba de acuerdo con esa visión impositiva de la vida ni con el equipo elegido: Es celebérrimo el coraje que las dos terceras partes de la afición mexicana manifiesta cada que puede a las Águilas del América, básicamente, por los valores que encarna, algunos de los cuales mi padre no compartiría en la realidad. Mi padre, un vendedor de medio pelo del “interior de la República”, era consciente de la manipulación mediática del antiguo monopolio televisivo, fustigador de la corrup-

ción arbitral que le proporcionó la mayoría de sus títulos de Liga en la década de 1980; criticaba los desplazamiento de jugadores nacionales por extranjeros y/o naturalizados, que beneficiaban millonariamente a los dueños que no tardaron en apoderarse del Estadio Azteca; soportaba el desfile de promociones comerciales en el medio tiempo o en cada gol; los panegíricos de los locutores, que no periodistas, a la escuadra de sus amores; las faltas, las manos, los penales, los fuera de lugar, los saques de banda, los tiros de esquina, las amonestaciones, las expulsiones y las anotaciones fantasmas sancionadas a su favor, en contraste con las brillantes jugadas de Carlos Reynoso, Héctor Miguel Zelada, Luis Alves, Daniel Alberto Brailovsky, Antonio Carlos Santos, Luis Roberto Alves (sobre todo en la Selección mediante un evidente cachirulazo solapado por la FIFA), Oscar Ruggieri, François Omam Biyik, Kalusha Bualya Embé, Leo Rodríguez, Iván Zamorano y Claudio López, con una efusividad digna de haber ganado, por fin, el Mundial. De modo que expié una y otra vez ese gusto extremo que, por cada ocasión, me fue perteneciendo menos y menos. Recuerdo el


maldito festival de fin de curso de la secundaria, cuando mi progenitor se dignó a colocarme la playera, la pantaloneta, los calcetines con todo y espinilleras, los tacos y hasta un pequeño bulto debajo de mi nuca, sólo porque a la directora se le ocurrió la genial idea que fuera de disfraces. Ahí me ves, de Cuauhtémoc Blanco en pleno salón de clases, ya que tampoco hubo forma de convencer al viejo de lo ridículo que me vería con semejante atuendo en mi primer año, lo que me granjeó de por vida el apodo de “Temo” por parte de los alumnos de Segundo y Tercero que, lamentablemente, me acompañarían hasta la Preparatoria. Detesté el futbol desde ese momento, pero aún más esa animadversión irracional a causa de tal o cual elección en el zoológico deportivo; porque no es sólo la enemistad natural entre rivales fuera del estadio, sino el sentido de exterminio contra todo lo americanista, una aberración exclusiva que exagera las derrotas y fracasos de los amarillos y minimiza los triunfos y logros alcanzados con prolongados cuestionamientos, dado con razón el amplio historial de trampas, que, aunque se pretenda ocultar, persiste. La reacción más clara, siempre, desde la lógica simple de

los niños, es responder con furia, uno no se explica tanta rabia, pero sucede, uno da las zancadillas tan violentas como las recibe, según el club pase por su racha negativa o positiva, uno formula las mismas burlas mordaces que le regalan, según tu director técnico o el mío posea buenos o malo resultados, uno tiene ganas también de odiar al América sólo para que no lo odien a uno. No obstante, a mi padre, mi tocayo, le dio un infarto que, por suerte, no fue fulminante; sólo dos verdaderas desgracias acompañaron al hecho: El corazón le traicionó en el momento


que Hugo Norberto Castillo, su admirado “Misionero”, empataba el partido de vuelta de la final contra el Necaxa; y, el médico nos indicó que deberíamos ser muy cuidadosos en lo sucesivo de no darle malas noticias. Sí, es cierto, mataría a mi padre sin remedio el día que se enterara de mi apostasía pambolera. Y lo entiendo, aunque él sea quien no entienda que éstos son otros tiempos, que cualquiera puede ejercer –o pudiera ejercerlibremente el principal derecho de todos: El derecho a disentir. Es una contrariedad que mi padre sólo me haya procreado a mí. Por

una parte, me contenta que no haya un hermano mayor que de plano lo haya mandado a la tumba saliéndole con que le va a las Chivas o al Cruz Azul; por otra, me disgusta que mis hermanas puedan divergir con él, incluso en su americanismo, pues a las tres no les interesa ya no digamos el futbol, sino los intrincados y secretos conflictos familiares. Por supuesto, mis hermanas pueden contestarle, a coro si quieren, que no, mientras el pendejo de Néstor sí lo ayuda a treparse por las gradas del estadio, sí se encierra en su cuarto a ver aun los encuentros de pretemporada, sí se faja las ropa marca original que le compran cada cumpleaños, onomástico, 12 de octubre y 6 de enero, sí participa en cuanta promoción ofrecen los Cañedo, Pérez Teuffer y Bauer, mediante la estafa de la membresía de Socio Águila por la que no ganamos nunca nada. Lo sé. Mi papá pertenece a la generación que vio crecer al América hasta las dimensiones mesiánicas que, artificiales o no, alcanzaron hasta ahora. ¿Podría convertir su gloriosa satisfacción por el Imbatible del Prode 85, el de la lluvia de trofeos por el 83-84, el 86-87, el 88-89 y el 89-90? ¿Acaso me atrevería a controvertir su testimonio del saque-golazo de Reinoso, de la rabona de Careca,


de la espectacular alineación bajo la tutela de Leo Benhaaker, de las victorias sobre el Guadalajara dos veces, los Cementeros y la UNAM, de la “voltereta” contra los Rayos y la masacre a los Tecos de la UAG? Para él, el antiamericanismo sólo es la ira elemental contra el ganador en un país de mediocres envidiosos, contra el que progresa y por ende favorito de todos, ira que, igual que su contraparte, se hereda inexorablemente, pues hoy que los campeones se han diversificado, hoy que casi todos los estados pueden presumir un ganador del Torneo, hoy que son Pachuca y Toluca los máximos ganadores en su modalidad corta, subsiste el rencor a veces absurdo. Él conoce únicamente del ascenso a la cúspide, de que sus futbolistas son admirados, pese a la escasez de galardones. Curiosamente son los “otros”, seguidores de otros conjuntos, los que, rechazando las supuestas actitudes soberbias del club, muestran su apertura con un elocuente apotegma de diversas variables: Puto, o Chingue a su madre, o pendejo, el que le vaya al América. Son ellos quienes han dividido a México en aliados y adversarios; son ellos a quienes les preguntas, mujer u hombre, a cuál apoyan y contestan con pleno dominio de su criterio

A cualquiera, menos al América; son ellos quienes, entre bromas y veras, se decepcionan, no sé si de enterarse de tu afán americanista o de tu valor de confesarlo; son ellos quienes se solazan, porque muchos medios críticos y no menos manipuladores comparten –¿o reparten?– su opinión, del marcador desfavorable, de una contratación fallida (subrayadamente si es foránea), de un descalabro internacional, de una serie de cotejos sin sumar puntos, cosas todas ellas comunes a todos los equipos de Primera, Segunda y hasta de la Octava División que imaginó Rius, pero a los que no se les destina la cobertura socarrona de cajón; son ellos, en definitiva, quienes al prestarle tanta atención a las siglas condenadas, consecuentemente las difunden. Qué pena, además, esta contradicción adicional. De seguir en esta orilla de la cancha, sencillamente el repudio continuará, sutil o burdo, y me veré obligado a retribuir de forma similar. De cruzar el terreno de juego, será apenas una minoría la que me felicite por “recapacitar” en tanto los demás no me bajarán de villamelón, el repudio continuará por volverme un americanista con piel de zorro o potro o tuzo o tigre o jaguar, sutil o….


No le he dicho a ninguno en la Universidad, ni siquiera a la chica que amo y que ha prometido amarme a pesar de todo (Sí, de ella no soportaría la mamada de “Ay, qué lástima, mi novio le va al América”), estas convicciones cada vez más apartadas de mí. Me invitaron a alinear en el equipo del salón para el futbol rápido, pero toda mi indumentaria apropiada está plagada del mapa del continente americano con las letras C y A. No quiero ser “Temo” nunca más. Es más: Quisiera olvidarme del balompié para siempre y dedicarme a mi otra pasión secreta, alejada del banal consumismo en que se ha convertido: Escribir. Además de la propuesta de mis compañeros, futuros veterinarios, mañana realizaré pruebas con la juvenil tabasqueña. Si le lleno el ojo al técnico, otro que viste los colores sólo porque le pagan por hacerlo –es conocido de mi papá, pero le va al Monterrey, de donde es originario–, me iré al Distrito Federal a la Sub-20, de las Águilas. Quizá allá abandone el campo para dedicarme a la literatura, y por lo menos no veré al viejo revolcarse en la cama de decepción mientras se resiste a leer mi primer libro. Quizá también triunfe y emule a Batistuta, el delantero de Argentina que toda su vida detestó al futbol, pero que fue el goleador en la liga italiana y de la selección de su país porque “lo consideraba un buen trabajo”. Y, total, si Félix Fernández, Guadalupe Castañeda, Jorge Valdano, el mismísimo Edson Arantes, Eduardo Galeano, Fernando Schwartz y Juan Villoro pudieron intercambiar experiencias y oficios, el futuro me ofrece mayores horizontes que patear un balón por hora y media.

Pieza pieza

Andrés

L

inares, España, 2001. Se lleva a cabo un súper Torneo. “El Ogro de Bakú” toca su caballo y lo coloca en la casilla c5 para regresarlo rápidamente a la posición inicial. Según el reglamento de la FIDE, pieza tocada es pieza movida. No obstante, mientras no sueltes la pieza puedes colocarla en cualquier casilla. Justo lo que le sucedió al bakunense Gary Kaspárov. En el juego ciencia son las piezas, en la vida las personas que tocamos, y no hablo de cuando estre-


tocada, movida

Ignacio

chamos la mano o cuando nace una caricia, hablo de tocar a las personas de una manera especial, a través de palabras, gestos, actos de solidaridad, de unión. Para mí, la mejor manera de tocar es siendo uno mismo. Gandhi tocó y sigue tocando a tanta gente, Mozart con su música ha hecho llorar a muchos. Cada quien debe tocar con las manos más honestas posibles, las que no hacen trampa. En ajedrez es lo mismo, se juega como uno es, al nivel que cada jugador tiene. Sin hacer trampa. Y conforme

uno toca las piezas, avanza, adquiere más experiencia y conocimiento, si se es aficionado pronto moveremos como un jugador de segunda fuerza o tercera. El tacto, tanto en la vida como en el ajedrez, debe ser siempre con la meta de dejar algo bueno a las personas y en el caso del ajedrez, hacerlo cada vez mas bello, demostrando la elegancia y el arte que potencia cada movida. Una vez tocada la pieza, no hay retorno, para bien o para mal. Mejor para bien, así apareceré la magia, el unicornio


La oncena literaria Mario Guzmán

Este equipo de Las Letras Mexicanas es muy rudo, basta mencionar a Revueltas y Garro para saberlo.

S

onó el primer silbatazo. Ese día el portero estaba representado por un chaparrito, indígena, nacido en Tixtla, Guerrero, donde se cocina el mejor pozole del mundo, y se come el peor platillo: el caldo tlalpeño. Recordemos que Tixtla pertenecía al Estado de México. Autor de Clemencia. Su apellido era Altamirano, fungiendo como un apagafuegos, lo que hizo siempre toda su vida como periodista, diputado, gran orador, entre otros muchos oficios. Sobre sus lomos se sostiene la selección de las Letras Mexicanas. Nuestro “penta Pichichi” sería Juan Rulfo, por supuesto, en la delantera. Tendría el primer toque del juego, pasaría la bola a todos los que nacieron después de los años 40. Le tocó sepultar a la gran

Novela Revolucionaria. Sepultó a personalidades cómo Fernando Benítez y su Rey Viejo, a Mauricio Magdaleno y La tierra grande, a Martín Luís Guzmán y La Sombra del Caudillo. Rulfo, hombre de acción y gran viajero, estuvo en el rescate alpino del accidente aéreo en el volcán Popocatépetl, donde murió la estrella de cine Blanca Estela Pavón, el senador Gabriel Ramos Millán y el arqueólogo Salvador Toscano. Condición tenía. ¿Se imaginan a Rulfo en short? Ver sus carricitos. Seguro traería un short que le quedaría grande. En el lado izquierdo se encontraba vistiendo la camisa del Estupiñán a José Revueltas, el mismo que se proclamó autor intelectual del Movimiento del


’68. Filósofo, periodista y fundador del periodiquito Machete. Buen bebedor, autor de El Apando, Los Muros de Agua. El panorama en su cuadrante sería filosófico y extraordinariamente religioso. En el lado derecho, un teniente desertor del Ejercito Mexicano, Heriberto Frías, autor de Tomochic, amigo de ladrones, con quienes extrajo los documentos donde lo acusaban de desertor de la institución castrense. Enemigo del mal gobierno, estuvo en una terrible batalla contra los indios tarahumaras que fueron esclavizados y llevados a las haciendas henequeneras del sur del país y de donde surgiría un libro muy trágico, de John K. Thurner, México Bárbaro. Nunca lean este libro, de verdad, es terrorífico.

De goleador, y como el cuarto hombre en la delantera, digamos nuestro Maradona… definitivamente sería Octavio Paz, el más internacional de todos los escritores mexicanos. Amante de la literatura europea, hombre de Estado, embajador, educador, editor, critico, ensayista, poeta. Fundador de una revista política, Vuelta, que fue la que marcó la vida cultura de este país durante varias décadas. Enemigo de muchos y amigo de pocos. Autor de varias poesías: Salamandra, la que más me gusta. La más conocida: Piedra de Sol. En la media: Fernando Benítez, súper prolífico, hizo toda una enciclopedia de Los Indios de México, hombre interesante, también gran viajero y auténtico intelectual en el amplio sentido. Mujeriego y virtuoso, difícil mezcla en nosotros. Se le considera el padre de todas las publicaciones culturales de este país. Carlos Montemayor, cantante de ópera, políglota, traductor, impulsor de la poesía indígena, y estudioso de los movimientos guerrilleros de esta tierra. Desafortunadamente recién caído. Amigo nuestro. Como se acostumbra para reconocer a los grandes, su núme-


ro de camiseta sería retirado como homenaje Jorge Ibargüengoitia, hombre con suerte, lo reconozco como el “Porfirio Muñoz Ledo” de la literatura, ganador dos veces de la Beca Guggenheim, que le costó que le hicieran la prueba del cáncer de próstata a la antigüita en la embajada yankee. Autor de Los Pasos de López, Las Poquianchis, etc. Autor corrosivo, cáustico. Las Poquianchis es la historia de unas putas de su estado natal que terminó en un caso judicial muy sonado en los años setenta. En la defensa: Elena Garro, autora arrojada y además innovadora, escribió teatro, novela, cuento. “Las dos Helenas”, de Carlos Fuentes hace referencia a ella. No sería extraño que pateara una bola, pues montaba a caballo y se fue de su casa para jamás regresar. Amiga del mejor bailarín del mundo y de Rusia. Una novela suya: Y Matarazo no llamó. Junto a ella, en la defensa también, no su marido, sino Carlos

Fuentes, con vasta experiencia internacional y un toque profundo, capaz de parar con su Aura y La muerte de Artemio Cruz, las innovaciones literarias del enemigo, y asustarlo en el otro medio campo, usando las mismas técnicas aprendidas fuera. Léase sino Gringo viejo, homenaje al periodista amargado e hipnotizado por México que fue Ambrose Bierce. Como un Jorge Ávalos, “el de los saque muy largos por sus brazos que parecían de hule”, tenemos a Salvador Elizondo, hombre solo, que buscó a toda costa el reconocimiento pero sin lograrlo, aún su novela sigue incomprendida, aunque se le atribuye una gran influencia de George Bataille. Hombre elegante y con buen gusto, refinado, amante de la buena vida. Escribía con pluma de oro y bebía champagne en un yate. Otro equipo mexicano aguerrido, sólido con la pluma, que habla de tú a tú con los grandes, ¿a poco no? Semanario digital= Ideas+Gente+Cultura; Cuento+Poesía+Ensayo; Crónica+Entrevista+Noticia; Ajedrez+Cartones+Audio; Radio por internet.

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