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Capítulo 40:Aina y Emmerich.........................................................................................................Pp
from Hokuou Kizoku 1
CAPÍTULO 40 %
AINA Y EMMERICH
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El día de hoy las mujeres de la aldea harán lino. Sieg también fue desde muy temprano para ayudar. Mientras tanto, voy a reunir a los niños de la aldea para quitar las malas hierbas de los campos de cultivo. Ya que las mujeres no tendrán tiempo de cuidar a los niños, me ofrecí como voluntario.
Como les dije que se reunieran en la piedra del Espíritu, me dirigí allí. —Ah, milord~ Buenos días~
—¡Buenos, días! —Buenos días.
Hay siete niños en total, su edad va desde los cinco hasta los ocho años, que no pueden ayudar en fabricar lino. No obstante, había una niña que sobresalía. ¿Qué está haciendo está niña grande?… —Eh… ¿Qué haces aquí, Aina? —Mamá fue a fabricar lino.
La sensación de disonancia venía de Aina, quien tenía dieciséis años. Me comentó que su madre le dijo que fuera a los campos.
La madre de Aina, me pregunto si ya está mejor. Escuché que ni siquiera podía mover bien su cuerpo luego de perder a su esposo. —Pero, siendo franco, te lo agradezco. Pensé que estaría bien tener a otra persona para que me ayudara conesto. —No es que viniera por ti. —Sí-sí.
Aunque actuaba de manera fría, seguía caminando mientras sujetaba la mano de un niño pequeño. Parecía llevarse muy bien con ellos, ya que la siguieron sin resistirse. Luego de hablar con los otros niños, nos dirigimos a los campos.
Sin embargo, en ese momento, me llamaron mientras iba de camino… —¿También puedes llevarte a mi hijo, milord?
La señora que se acercó tenía un niño que apenas empezaba a caminar. El niño no podría ayudar en los campos. —L-lo siento,ambos padres están enfermos. —Aah, es por eso.
En días ajetreados como este, las personas en casa se suponen que cuidan a los niños. No obstante, si ambos no se sienten bien, no pueden hacer otra cosa más que dejárselo a alguien más. —Está bien. Por favor, prepare tres toallas, dos kuksa y una tela para cargar al niño en mi espalda. —¡Gracias!
Sujeté al niño mientras esperaba que ella trajera las cosas que le pedí. Este niño era dócil y ni siquiera lloro cuando un extraño como yo lo abrazó. Cuando lo levanté alto, se rió felizmente.
Mientras cargaba al niño en la espalda, me dirigí a los campos. En el camino, nos topamos con Teoporon. Tan pronto como vieron al enorme hombre con un oso por sombrero, los niños se acercaron. El distante guerrero oso blanco era inesperadamente popular con los niños.
Cuando pasé por el corredor de la fortaleza, obtuve un saludo enérgico desde el mostrador en la recepción. —¡¡Buenos días, milord!!
—…Buenos días.
Por extraño que parezca, los soldados en la fortaleza se encontraban en muy buena forma estos días. Antes perdían el tiempo bebiendo; pero, últimamente no huelen a alcohol. Además, hacen sus deberes de guardia con diligencia, también se comportan como un soldado apropiado.
Hace como dos meses, un nuevo capitán llegó aquí luego de ser degradado. Quizá se debía a la influencia de él; pero, no me consta. Caminé por el corredor mientras ladeaba la cabeza con extrañeza.
—¡¡Qué tenga un buen viaje, milord!! —Solo voy a los campos. —¡Hacer el trabajo usted mismo, es increíble, señor!
— …
Tal vez este sea el comportamiento adecuado; sin embargo, como los conocí cuando eran viciosos, se siente fuera de lugar. Bueno, era algo bueno. Así que, decidí dejarlos en paz.
—Dile al vigía que nos alerte si algún animal salvaje se acerca. —¡Sí, señor, encantado!
— …
El recepcionista se levantó rápidamente y me mostró un saludo perfecto.
Afuera de la fortaleza, un vasto espacio de campos de cultivo se desenvolvía frente a nosotros. Los aldeanos tomaban turnos para trabajar con los vegetales que plantamos durante la temporada de deshielo, los cuales estaban creciendo bien. Aunque, no podemos conseguir grandes cosechas ya que la tierra de aquí no es fértil.
Acostumbrados a hacer esto, los niños se movieron entre los surcos y sacaron las plantas innecesarias con gran velocidad. Les dije que avanzaran mientras recolectaban las malas hierbas en una canasta. Lo que recojamos, lo secaremos para utilizarlo como fertilizante el próximo año.
Como estaba cuidando de un niño pequeño, yo, pues, no trabajé. Es peligroso quitarles los ojos de encima a los niños de esta edad; así que mi atención siempre estaba sobre él. Ya que no tenía muchas opciones, simplemente paseé alrededor del área y soplé silbatos de hojas para pasar el tiempo.
Al mediodía, Ruruporon y Miruporon trajeron el almuerzo. Reuní a todos e hice que se lavaran las manos en el estanque. —¿Ya está limpio, milord?~ —Ah, todavía hay tierra debajo de tus uñas. Una vez más. —Sí~
Revisé debidamente que sus manos estuvieran limpias. Como se podrían enfermar si comían con las manos sucias, las inspeccioné rigurosamente.
Ruruporon preparó sopa de crema con albóndigas y pan de centeno. Las albóndigas las trajeron en una gran olla y en abundante cantidad. A los niños les sirvieron su porción en suspropias kuksa que trajeron de casa.
Como el pan de centeno era demasiado duro para un niño pequeño, lo dejé remojando en la sopa y esperé hasta que se suavizara. El bebé parecía hambriento, me dio la impresión que quería dejarse caer al tazón. —Un poco, espera un poco más~ —dije mientras aguardaba a que el pan se suavizara.
—¿Ya comiste, milord? Mientras alimentaba al niño pequeño, Aina se acercó. —No, todavía no.
—Yo me encargaré, tú come.
—¿Qué hay de ti, Aina? —Yo ya comí. —Está bien. Gracias.
Le pasé el tazón y la cuchara, luego senté al niño que estaba sobre mi regazo junto a Aina. Después, fui por mi ración de albóndigas y pan.
Luego de terminar de comer, el niño comenzó a dormirse, así que lo cargué en mi espalda y lo até fuertemente con la tela.
Estaba esperando este momento, determinado a trabajar duro por la tarde. —Ah, Aina. —Qué. —Llegó una carta de Emmerich. —¡¿Q-qué has dicho?!
Como el niño se podría despertar con el repentino ruido fuerte, le advertí a Aina. —¿Por qué no me dijiste antes? —Se me olvido.
— … —Lo siento, no pensé que esperaras tanto las cartas de Emmerich. —¡¿U-uuh?! ¡Cómo si las estuviera esperando!
— …
Aina y Emmerich están intercambiando cartas en secreto. Dichas cartas son entregadas por medio de mi casa. Aunque el índice era extraño, con Emmerich enviando tres mientras que Aina solo escribía una. —Esa persona es muy rara. —¿Sí? —Sí, en verdad. En una ocasión, recogió una flor y la prensó en un marcador, luego me la envió.
¿Me pregunto quién fue la que vino preguntando el nombre de esa flor prensada? Desde luego, como era una flor extranjera, no tenía forma de saberlo.
En cambio, recuerdo haber tenido un sentimiento indescriptible cuando me imaginé a Emmerich agachándose para recoger flores o prensándolas.
En cuanto al motivo de que un hombre relativamente adinerado está dando regalos como esos, es el resultado de mi consejo de que los obsequios que no son muy caros,
son mejores. Quién habría pensado que estaría dando cosas que no costaban ni un centavo.
Emmerich no solo envió la flor prensada. —Incluso envió una carta en un papel grueso con una pintura.
Creo haber visto a Aina mientras miraba seriamente la pintura de un hermoso castillo blanco; pero, tal vez esa persona solo se parecía a ella.
Las tarjetas postales son raras aquí; sin embargo, en otros países son bastantes comunes. Yo, de igual forma, cuando vi por primera vez que las vendían como obsequios, recuerdo haber dicho «eeh~» embobado. —¡Por encima de todo, incluso mandó una concha de mar que recogió en la playa, ¿sabes?!
En la muñeca de Aina había un brazalete hecho de una concha de mar rosa. Lo hizo a partir de su regalo. Sin duda alguna parecía que le gustó.
Independientemente de lo que dijera, daba la impresión de que se gustaban mutuamente; así que, terminé sintiéndome muy contento. Al darse cuenta de que estaba siendo presuntuoso, Aina actuó de manera deshonesta para ocultar sus sentimientos. —¡Él es muy raro! —Ya~ veo~.
—¡¿?!
Aunque declaró que Emmerich era raro, para los demás no sonaba así. Cuando le contesté de modo desenfadado, me fulminó con la mirada. —Por cierto, dijo que vendría pronto. ¿No te escribió eso en tu carta? —¡¿Uuh?! ¡¿De qué hablas?! —Eh, ¿no?
— … —¿Aina? —¡¡LA CARTA!! —Está bien.
Como tenía la tela con la que estaba cargando al niño alrededor de mí, me llevó un poco de tiempo alcanzar mi bolsillo interior. Frente a mí, Aina se estaba poniendo visiblemente impaciente.
— … —¿Qué dice?
—Dice que una perrita que está cuidando en su casa dio a luz.
— …
Qué decepción, Emmerich.
Terminé preocupándome por su futuro. Se trataba de una historia muy decepcionante para ese día.