GEALITTERA REVISTA DIGITAL Tierra de letras, tierra de otros; aquellos que se dan cita para escribir. Coeditada por Cecilia Ortiz (Argentina) y Carmen Membrilla Olea (España). Bajo la infinita ilusión de unir voces literarias pertenecientes a países y continentes distintos. revistagealittera2014@gmail.com http://revistagealittera.blogspot.com.es/ IBSN: 14-08-2014-55
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INDICE EDITORIAL
Carmen Membrilla Olea
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Cecilia Ortiz
9
POESÍA
Isabel Pérez Aranda
Junto al portón
11
Genaro Riera Hunter
Mi apuesta
13
Gloria Marecos Rodas
Hendiduras
15
Isabel San José Mellado
17
Daniel Montoly
El secreto geográfico de la puerta
19
Cecilia Ortiz
Seré
21
José Ramón Castaño Díez
24
Emilia Marcano Quijada
Mi vida
27
Anamaría Mayol
Acción de abrir y cerrar la puerta
30
Ivana Szac
Morimos en el insomnio
33
Isabel Llorca Bosco
Puerta
35
Isabel Pisani
¿Dónde?
38
Rolando Revagliatti
Se fue
40
Adri Delfini
Detrás de la puerta
42
Aleqs Garrigóz
La casa del polvo
44
Sandra Gudiño Gloria Gayoso
46 La puerta 3
48
Pura Fernández Segura
Recelo
50
Custodio Tejada
Mi puerta
53
Marita Ragozza de Mandrini
Esa puerta
57
Araceli García Martín
Noches azules
60
Mayte Álvarez
Dos puertas
62
Alicia de León Epp
Hay
65
Tomás Sánchez Rubio
Puertas
67
Inma Ferrero
El afán de tu recuerdo
69
Mercedes Eleine González
La puerta del paraíso
72
Säo Gonçalves
Puertas
74
Milagro Haack
XXV
76
Raquel Graciela Fernández
La puerta azul
78
Julia del Prado
El timbre
80
María Carreras
83
José Javier Ramos Alcocer
Llaves y más llaves
86
Natalia Pineros
Vida
88
Yolanda Arias Forteza
Sin puerta, ni… escape
90
Juan Idiazabal
Micro poema 99- La muerte
94
Mar de Fondo
Blindada
95
Julián Gómez de Maya
Fuera de quicio
97
Mabel Coronel Cuenca
Puerta abierta
99
FOTOPOEMAS
Carmen Membrilla Olea
102
Lazara Nancy Díaz
103
Juan Carlos Cárdenas
104
Daniel R. Jaime
105
4
RELATO Elisabet Cincotta
Perdón
107
Juan Carlos Vecchi
Attenzione a che porta
109
M. José Riazuelo
La puerta
111
Enrique A. Meitin
Tras la desaparecida puerta
113
Javier Terán Díez
Como si nada hubiese pasado
117
Mía Pemán
Las puertas de la amistad, se han abierto de nuevo
Margarita Polo Viamontes
120 126
Edgardo Benítez
El secreto detrás de la puerta
131
José Adolfo Remusini
La luz en la puerta
136
Mariena Padilla
En Bruselas
138
Arely Huber
El vuelo 2210
141
Roxana Rosado
El castillo de las soledades
143
María Teresa Fandiño
¡Y la tripulación en la Toscana!
146
Jorge Eduardo Lacuadra
Las puertas del Paraíso
151
Sara Brussa
Yo, ya lo sabía
156
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EDITORIAL
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Imagen: Google
En Gealittera, durante este mes de agosto las puertas se abren. Pasamos para instalarnos cómodos, para observar y para escribir diseñando esquemas, caminos, resúmenes y partes de relatos y poemas que se definirán a través de acciones y metáforas. Ya se mantendrán para siempre en esta tierra de todos. El olor de la madera, las sorpresas que hay en el abrir y cerrar, el poder de los pomos, la geografía de una cerradura, los secretos de los distintos colores…serán escrutados por nuestra mirada inquieta, por nuestras
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manos tímidas y es así como daremos vida a cada una de las verdades que se esconden detrás de las puertas. Adelante. Entrad y leed. Estáis todos invitados.
Carmen Membrilla Olea. Guadix. Granada. España.
8
Imagen: Google
Cada puerta es un desafío. Delante de ella vemos lo que nos quiere mostrar, su color, anchura, alto… Por detrás, no lo sabemos. Hay que abrir cada puerta. Cada una de ellas es como un libro, un mundo de soledades, de alegrías, universos de estrellas, alfombras mágicas, sentimientos. Historias de vida. Cada puerta es una salida, una posibilidad para descubrir eso que imaginamos cada vez que pasamos frente a ella. Cada puerta es una entrada a la magia de las palabras que se adhirieron a la pintura o al lustre. Hay puertas invisibles que solamente se abren con una fórmula secreta. En esta publicación hay muchas de esas puertas. Felizmente nuestras puertas se abren y no se cierran Gracias por acompañarnos.
Cecilia Ortiz- Olivos- Buenos Aires- Argentina 9
POESÍA
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ISABEL PÉREZ ARANDA JUNTO AL PORTÓN
Imagen: Isabel Pérez Aranda
En este espacio, junto al portón de madera, estoy sentada, apoyando las manos en el suelo, asiendo papel y aire a la espera de que el cromo cobre vida.
Sorteo esta puerta de mil roces en mañanas de infinitos recados anotados, y me adentro en esta dulce armonía del caos, 11
y traspasando su umbral, todo a mano, algo arriba, algo abajo, en cajones de madera chirriante cantidades diminutas de porciones sustanciosas, para el cuerpo y para el alma.
En este bullicio de las prisas desatadas, adentro la mirada en la estancia del picó, empujo la puerta y atisbo el carbón amontonado a la espera de ser ascuas, y me instalo aquí sin esfuerzo con su aroma penetrante de invariable recuerdo. Y es este portón de madera, en la calle de San Marcos, junto al Auxilio Social, que me mira, que ya no está, y siento las fugaces incursiones de sus vidas que influyeron en mi ser.
Isabel Pérez Aranda / Guadix / Benidorm - España
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GENARO RIERA HUNTER MI APUESTA
Imagen: Fernando Montesdeoca
Sí, quiero… digo Sí. Y es mi voz ascendente, un grito en las puertas de la unidad. Más adelante sin punto fijo, cuando las compuertas de los siglos se abran en el infinito, 13
leeremos nuestra carta en islas y astros aislados, volando juntos con alas imantadas. Sí…mis partes no convertidas dicen "Sí" a tus no conversiones. “Sí” es mi apuesta, vos sos mi puerta, el umbral de mi permanencia.
Genaro Riera Hunter – Asunción - Paraguay
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GLORIA MARECOS RODAS HENDIDURAS
Imagen: Google
QuĂŠ son las puertas, sino alas que se pliegan y despliegan cuando la soledad enciende su lumbre en la penumbra de los ecos, entre murmullos denegados y voces impronunciadas. Son puertas las gargantas inexplicables que empalman el yo con el tĂş, 15
el afuera con el adentro, la vida con la muerte, el cielo con el infierno. Son puentes que oscilan entre tiempos y destiempos, por donde cruzan inevitablemente benditos e impĂos.
QuĂŠ son las puertas, sino hendiduras que develan las simas del asombro.
Gloria Marecos - LambarĂŠ - Paraguay
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ISABEL SAN JOSÉ MELLADO
Imagen: Google
Liberaré mi puerta de su cerrojo a pesar de tenerla bien cerrada, e iré limpiando de mi alma el abrojo, para que de ti continúe enamorada. De vez en cuando abriéndola iré, para refrescar mis pensamientos y recordando tus caricias seguiré, con liviana alegría y sin lamentos. Me asomaré como una niña curiosa, aunque las arrugas marquen mi piel, por si algún día encontrase una rosa, que endulzara mi vida como hidromiel. 17
Y cada vez que abra esa recia madera, en el horizonte mis versos escribiré, el ansiado resurgir de nuestra primavera, aun sabiendo que de necedad moriré. Aunque tal vez el día que la resquebraje, por que desee de nuevo sentir la libertad a nuestro amor lo haya varado un oleaje, porque a tu puerta llamado ha, la felicidad.
Isabel San José Mellado Derechos de autor - España.
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DANIEL MONTOLY EL SECRETO GEOGRÁFICO DE LA PUERTA
Imagen: Google
“Y cuando el corazón de un último latido haya hecho caer el muro de sombra(...)” Gusieppe Ungaretti
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“Desde la ventana más alta de mi casa, con un pañuelo blanco digo adiós...” Fernando Pessoa
La puerta es un secreto externo perdido en la geografía de mis manos ansiosas, una hoja que abre a la eternidad de tus ojos insostenibles, una voz que abre entre dos tiempos, un quizás que florece tardío en tus labios, un paraguas para dos cuerpos dispersos por el adiós.
Daniel Montoly. Montecristi. República Dominicana.
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CECILIA ORTIZ SERÉ
Imagen: Google
Una huella enlaza mis pasos y un vuelo lejano y azul dialoga con mis manos sobre qué palabras 21
muevo
este perfil humano que se extingue
detrás de portales desdibujados y surge a borbotones la primitiva salvaje de la que desciendo qué óvulo legó el mandato rebelde o qué esperma
impaciente obtuvo el dominio del pacto
-pórtico sutil por un instante-
aguardo entre tierra y agua el rocío agudo que me amanezca
espero la marea alta y nueva (ola sobre ola montada en aire)
Una huella enlaza mis pasos y soy la que libera pájaros -aves prisionerasespero mi nueva forma seré la que no cierra puertas 22
la que cierne luz sobre las horas la que ciertamente revela una sola palabra
Óvulo y esperma me confiaron secretos y sellé el pacto.
© Cecilia Ortiz- Olivos- Buenos Aires- Argentina
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JOSE RAMÓN CASTAÑO DIEZ
Imagen: Google
Amanece a deshora esta mañana que aún yace descuidada sobre el lecho, exhalando el último suspiro de la noche; y late en mí como moneda en la palma de la mano de Caronte, como semblante sin pasado 24
que a lo vivo me lastrara. En la habitación, la puerta a media luz abierta, aún se demoran las sombras en ese incierto paisaje de lo umbrío que, con su tremolar de réquiem, pasan dejando un olor a hollín de noche insomne, inacabada, como impropio desorden que a nada pone nombre. Al borde del ayer se dobla del revés este pequeño universo como mayo dobla al viento las espigas en la insustancial gravedad de su existencia, en un mero afán de inmortalidad que se devana en la anatomía de los sueños como una ruina que fuera preconcebida consciencia que diera noticia de uno mismo. La mirada inmóvil, y ese sabor salado sobre el hueso como impronta, que es idioma común de la barbarie 25
de cuerpos que se atraen y, al tiempo, se desangran como si carecieran del ingenuo tacto de la memoria, llevados, tan solo, por la leva de la costumbre a hollar allí donde brota la sed que no se sacia.
José Ramón Castaño Diez – Oviedo (España)
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EMILIA MARCANO QUIJADA MI VIDA
Imagen: Google
Celebro el instante que mata la espera, celebro los versos que madre decĂa, celebro las olas, la mar y la arena, el sol y la playa que siempre me inspira.
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Celebro los años que unida al recuerdo detuve mis pasos sentada en la acera, por solo clavarme un puñal en el pecho, la hojilla del vicio que acosa y silencia.
Celebro la calle que esconde secretos, celebro las horas que no fueron nada, la esquina, los rostros de cera cubiertos, que ya se marcharon de mis madrugadas.
Celebro un destino de brumas y limbos, la muerte segura que no se cumpliera, celebro el momento que cambió mi sino, llegando en los ecos de puertas abiertas.
Celebro que pase la peste, la sangre, celebro que nunca quedé de rodillas, 28
celebro el pasado, pues sigo adelante, con todo lo grande que tengo, mi vida.
Emilia Marcano Quijada, Isla De Margarita. Venezuela.
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ANAMARÍA MAYOL ACCIÓN DE ABRIR Y CERRAR UNA PUERTA
Imagen: Google
Abro la puerta con el gesto de la que espía una caja recién llegada detrás seguramente el cielo 30
los pájaros que habitan el jardín otoñal con sus flores marchitas mojadas por la lluvia el pulso de la noche la luna asomada a la montaña
abro la puerta con esa incertidumbre de salir al mundo estar viva y no saber qué nos deparara ese día
cierro la puerta como si fuera un provisorio adiós a los objetos amados dejo al resguardo perfumes que anuncian el hogar 31
solitarios fantasmas susurros en el fuego
abro la puerta del otro lado una voz me llama
AnamarĂa Mayol. La Pampa. Argentina.
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IVANA SZAC MORIMOS EN EL INSOMNIO
Imagen: El mundo en blanco y negro (Facebook)
Los fantasmas entran por las cerraduras de la noche rompen las puertas mientras dormimos invaden todo a veces nos destapamos corremos a lavarnos la cara 33
y gritamos un nombre por la ventana a veces la locura ataca y morimos en forma vertical.
Ivana Szac. Argentina.
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ISABEL LLORCA BOSCO PUERTA
Imagen seleccionada por la autora
Prestaba mi cuerpo a los miedos y llegaba el torbellino. Ahora navego por las aguas oscuras. Me devuelven la imagen de una mujer de bronce. Todo es zozobra, incertidumbre. Hay un edificio en la otra orilla muy carcomido por los a単os. Se llega subiendo piedras. Tiene varias puertas custodiadas por columnas. Una es verde como el pesebre roto de mi infancia. 35
Varias veces me he cruzado con esta puerta, sin fuerzas para abrirla, que no era la hora, sino la rabia con su grito que se deshace en el aire.
Puerta sin timbre ni aldaba (por cierto, inútiles) Con la mirada me aventuro a dar unos pequeños golpes. Ahora es el tiempo. Estoy en capilla, tal vez me ejecuten. Acaso me tomen un examen. Mojada por las aguas negruzcas, sola, vivo la espera más amarga que la vida. La noche que se cierra es un desierto, sin estrellas, sin luna. No quisiera que fuera el tiempo todavía. Pienso qué habrá detrás. ¿Voy a encontrarme con mis miedos en los cuerpos astrales, mi terror, mis temblores nunca cansados de roer? ¿Veré el foso de la tierra húmeda y habitada por raíces y animales nocturnos los que Caruso pinta y ama como se ama a la obsesión? ¿Quizá la mesa con la carpeta de encaje crudo, de vidrio verde el centro, todos rodeándola? ¿Veré la luz que un mortal no soporta?
La puerta tarda años en abrirse. Todas caen. No es más que frente la casa. 36
Adentro hay un afuera. El interior es un campo interminable con su cielo y un bosque que se abre a la primera y Ăşltima claridad de la maĂąana.
Isabel Llorca Bosco Ciudad de Buenos Aires, ARGENTINA.
37
ISABEL PISANI ¿DÓNDE?
Imagen: El mundo en blanco y negro (Facebook)
¿Dónde está mi puerta? Mi puerta certera , blanda, austera. ¿Dónde está mi puerta, aquella que abra 38
a un camino sincero , discreto de aliño? ¿Dónde está la puerta? La entrada tibia, sin pena… sin sendas anfibias. ¿Dónde está tu puerta, mi Dios? No es amplia ni ajena. Hoy , áurea y celosa, es peña de un cielo que aflige a plebeyos en perenne derrota.
© Isabel Pisani. Argentina. Todos los derechos reservados.
39
ROLANDO REVAGLIATTI SE FUE
Imagen: Im谩genes interesantes y videos exclusivos (Facebook)
Cuando se fue se fue por esa puerta Tard贸 esa puerta en cerrarse Tanto tard贸 como yo 40
tard茅 en decidir y ejecutar la acci贸n pertinente
Tard茅 pero lo hice Sucedi贸 Obtuve encierro al irse.
Rolando Revagliatti. Buenos Aires. Argentina.
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ADRI DELFINI DETRÁS DE LA PUERTA
Imagen: Imágenes interesantes y vídeos exclusivos (Facebook)
En la sombra de mi último descanso tu imagen aún me mira aún escucho tu canto 42
golpeando mi puerta entreabierta… que hoy se ha cerrado. Con versos obnubilados andariegos, se han cansado, serán huellas en mi camino como un secreto anidado, con sueños no materializados con el corazón entibiado, porque las palabras se enredan con hilos que Dios nos ha dado blancos, dorados y rosados, en lo virtual se exacerban la comunicación desenreda si hay amor no hay distancia o en el silencio se quedan.
Adri Delfini- Buenos Aires- Argentina
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ALEQS GARRIGÓZ LA CASA DEL POLVO
Imagen: Google
Vivo en una casa vacía donde el viento helado entra por las ventanas gastadas y me azota justo al rincón más estropeado y fúnebre. En la gruesa capa de polvo que todo el suelo cubre tan sólo hay unas huellas: las mías. No hay muebles; sólo un enorme espejo en cuyo fondo me espera para siempre 44
el negro horror de la más tremenda decepción. ¿Quieres recorrer sus desolados andadores, sus jardines erosionados y ver como el techo cae lenta y monótonamente sobre mí a pedazos? Sólo baja por la cuesta de las callejas turbias y encuentra la casa sin número y sin puertas.
Aleqs Garrigóz. Puerto Vallarta. México.
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SANDRA GUDIテ前
Imagen: Google
Siempre supe quedarme sola. El olor redondo de mi pテ。gina en blanco abre puertas a la jaula. Permanezco en el universo del ojo desnudo (el ojo mira/ el mundo fluye) percibo lo que es tambiテゥn lo que no es. 46
Intento traducir intermitencias de luz en el alma mientras otoño se desnuda amarillo desde el árbol. El silencio escribe. (Cada palabra es el comienzo de un nuevo silencio.) De vez en cuando dejo que los ojos recorran la mirada en el espejo y cuando estoy agotada de tanto esfuerzo permito que la palabra acoja mi cuerpo. Entonces encuentro el modo de llenar el silencio sin romperlo.
Sandra Gudiño. Santa Fe, República Argentina
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GLORIA GAYOSO LA PUERTA
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Anda el ĂĄnima sin norte tocando melodĂas inexactas, clamando a voces, inventando gnomos o hadas. Lleva el peso de lo ignoto que le aturde el descanso 48
y le mece, desnudo, el propio miedo. Vaga el espíritu buscando rumbos... Trasnochado de teorías, imagina una hipérbole gigante, arde en silogismos y dislates, se somete al amo de turno, desovilla sin brújula, ilusiones, naufraga en lodos maléficos. El alma busca una puerta; la carne aúlla en su sitio efímero; la noche encubre lunas y estrellas y el día sofoca soles plañideros. Es tarde para filosofar lo inentendible sólo queda esperar entre temblores la apertura beatífica de un cielo.
©Gloria Gayoso. Buenos Aires. Argentina. Derechos reservados
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PURA FERNร NDEZ SEGURA RECELO
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No pienses que soy poco hospitalaria, aunque me veas esquiva o recelosa . Pero si insistes en cruzar la puerta, que conduce a mis adentros, te advierto: no saldrรกs indemne.
Verรกs mis ropas cosidas con hebras de amargura.
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¡Alcanza la frágil copa y bebe!, contiene la esencia destilada, pródiga cosecha de blancas noches y sueños quebradizos.
Luz apagada en este instante. Espectro y nardo.
Si entras por mi puerta, como un ciego tocarás horrorizado , la oscura dentellada que dejó el cuerpo inerte y trémula el alma. Y te nombraré albacea universal de mis despojos.
Podría ser sostén tuyo, abrigo en la tormenta, ahora sólo, lecho en fuga de deseo.
¡Asómate a la noche azul de mis pupilas!, es posible que encuentres 51
algún venero oculto.
Toma mi breviario, ágil resumen, síntesis concisa, donde afirmo sin adorno, que al cabo eras tú quién yo buscaba. Extraña manera.
Si atraviesas el umbral de mi casa, ya estás avisado: no saldrás indemne.
Pura Fernández Segura. Guadix. Granada. España Del poemario ZONA PRÓXIMA. Ed Dauro
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ISABEL REZMO PRESENTE INDICATIVO
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A ver si pongo el presente, en modo indicativo completo. Ponemos la reserva en el ep铆teto, en la comisura, el abandono de tener nuestros cuerpos a la ventura de rociar tu nombre. A ver si se puede, o se prescribe el fundamento, o la valent铆a, o la raz贸n a la sinraz贸n 53
que clarea los pasos. Me quedé sin verbo a la deriva de imponer un surco en los intervalos. Las celosías son tan altas como la impaciencia de alcanzarte. Las puertas golpean los abrazos. El pomo es lánguido como una exclamación en medio del deseo. No tengo solicitud para abrirlas o arrancarlas de cuajo. La mirilla infunde complacencia a mi placebo. La delgadez es extrema, como las líneas divisorias de tu memoria. Pero me quedé en pasado, en el pretérito que no descompone la suma ininteligible, y sospecha de avatares ruidosos que asomen los adjetivos.
Isabel Rezmo. Úbeda. Jaén. España.
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CUSTODIO TEJADA MI PUERTA
Imagen: Google
Cuando una puerta se cierra, otra se abre, dicen. ¡He ahí la magia de las puertas! Que unen o separan, según estén cerradas o abiertas. Las hay también giratorias, 55
pero éstas, si te descuidas, siempre te dejan en la entrada. Una puerta es un rayo de luz que nos lleva y nos trae de una realidad a otra, en un cruce vital de dimensiones contrapuestas. Toda puerta que se digne lucirá una cerradura reluciente y una aldaba, y tendrá una llave que dejará pasar a quien la lleve.
Custodio Tejada. Guadix. Granada. España.
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MARITA RAGOZZA DE MANDRINI ESA PUERTA
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Punto. Punto concĂŠntrico. Espiral que se abre al viento amarillo me voy liada con mi sangre a tierras de fe 57
apasionada por el poema y la palabra
¿Cómo hace el ave que regresa a la partícula del aire y el pez a la gota de agua? Esencia. Vuelvo al punto concéntrico donde entran todas las miradas. Sea morir a los atrios del recelo donde mi tiempo es un cisne triste.
¿Alguna vez tendré en mano la llave de esa puerta
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que solo se abre cuando me doy vuelta? Marita Ragozza de Mandrini. Argentina.
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ARACELI GARCÍA MARTÍN NOCHES AZULES
Imagen seleccionada por la autora
Hace años que te fuiste, tu paseo de los tristes tus ojos fuera de órbita, ya no recuerdo tu boca, allí quedaste tras la puerta colgado de aquella soga. Tus caricias se esfumaron, tus acciones se olvidaron, tus mares de caracolas 60
de llanto y espuma se llenaron. Tus versos quedaron, bajo luna y luceros. Aquel tiempo me supo a poco, pero hoy sé que no hay segunda parte. Cerrando los ojos por un instante, te confundo escribiendo versos, quedando todo tan distante. Hoy me consuelo sintiendo latidos Me hacen recordar que aún vivo, sin perder los cinco sentidos, en noches azules como estas no te veré más tras la puerta.
Araceli García Martín Granada - España.
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MAYTE ÁLVAREZ DOS PUERTAS
Imagen: Google
Todo, todo el camino son dos puertas, únicamente dos puertas, recorrido tan largo como dos puertas. La primera es de color rojo intenso, del color de la pasión, donde el aire es caliente, y el sonido, algarabía. Los cerrojos de la desconfianza y la decepción mantienen la puerta cerrada. Y las llaves… no… a nadie quiere entregarlas. 62
Por la mirilla, los ve, el tiempo justo para conocer el panorama y… alejarse, recogerse, conocerse. Alejarse hacia la segunda puerta, recogerse en compañía de sí misma, conocerse… … mejor a una que a ellos. Pero… su vanidad, su humanidad, su deseo de un intenso abrazo, por allí, más tiempo del debido, a veces, le retienen. Murmullos, que son piropos, antes oídos en boca de algún pasado fugaz pretendiente que quedó en el olvido. Aspavientos, buscando atención, en despilfarro de paleta de gris oscuro, en conversión de molesto zumbido. El desconocimiento del amor sincero, en ocasiones, le hace abrir la puerta, cuando su debilidad surge y confunde a quien otorga el calificativo de “hombre valiente” Así entran… muchos hombres… demasiados para una sola mujer. De existir entre ellos uno sincero y valiente, no lo ha de reconocer. Deja pasar o se cuelan: Trovadores de alcantarilla, guerreros de mantequilla, 63
Magos botijeros, hijos de puta puñeteros, vendedores de falsas bambalinas, aspirantes a mochila, profetas usureros, no aparentes enfermos. Que, por el camino se apagarán, pues la luz que los envuelve, al ser falsa, desaparecerá. La segunda puerta permanece abierta bajo el cerrojo del vacío. Silencio, quietud, claridad, soledad. Bajo el dintel empieza el fulgor al que temen: la libertad. … bailará sola.
Mayte Álvarez. Alcoy. Alicante. España.
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ALICIA EPP HAY
Imagen: Google
Hay puertas colgadas en bisagras de miedo, puertas que parecen ser ojos cerrados que al llamado triste del alma indigente responden fríamente con grises candados. Hay puertas tapiadas con tablones de odio mohínos rectángulos tenebrosas puertas 65
discriminatorias que por ignorancia y por arrogancia no serán abiertas. Hay puertas secretas puertas intangibles puertas que tan solo las abre el perdón puertas transparentes que no ocultan nada puertas olvidadas por el corazón. Y después hay puertas de misericordia rectángulos claros piadosa acogida son puertas ecuánimes que al mundo embellecen que abiertas ofrecen esperanza y vida.
Alicia De León Epp Uruguay/Canada
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TOMÁS SÁNCHEZ RUBIO PUERTAS
Imagen: Google
Puertas que florecen marchitas por el olvido.
Verticales como el horizonte cuando cae sin esperanza.
Puertas que se hacen hiedra entre las cenizas de la última tarde. 67
Puertas que enjugan lágrimas nunca vertidas.
Son como murallas que se saltan, que se deshacen que se desgastan por la falta de besos y de sueños.
Puertas que se abren al más tierno y delicado desamor.
Tomás Sánchez Rubio -Sevilla- España.
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INMA J. FERRERO EL AFÁN DE TU RECUERDO
Imagen: Google
Tal vez llame a tu puerta y al escuchar tus pasos esconda el corazón como un niño asustado. ¡Son tantas noches deshojando mis desvelos! Preguntándome si me amas 69
aunque sólo sea un momento. Tal vez decida verte, y camine hacia tu casa, respondiendo una y mil veces la misma pregunta. Pero soy cobarde, tu nombre me angustia, y llena mi coraje de miedo volviéndome una sombra. Tal vez ya sea tarde, y tu corazón me haya olvidado castigándome con la distancia. Pero yo me muero en el afán de tu recuerdo, y mi voz se oscurece como una hoja triste, como un suspiro sin dueño.
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Geografía Inversa (La palabra en mi reloj manchado) © 2015 Inma J. Ferrero. Madrid. España. ISBN-10: 150897005X ISBN-13: 978-1508970057 Nº de Asiento Registral 16/2013/6760 Copyright © Todos los Derechos Reservados
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MERCEDES ELEINE GONZÁLEZ LA PUERTA DEL PARAISO
Imagen: Google
En el umbral de una puerta Vi tu imagen reflejada Con el brillo santo y puro De una límpida mirada. Tanta pureza divina Me mostró tu imagen bella Que pensé que era un paisaje Recobrado de una estrella. 72
Viví momentos de amores, De pasiones y de brío, Montada en potro de luna Por las orillas de un río. La noche estaba estrellada, Los árboles a lo lejos Se mecían con el viento Mientras tú me susurrabas Lisonjas ante un espejo. Y en el umbral de esa puerta Con tu imagen reflejada Tuve la dulce certeza De vivir real ese sueño Montada en potro de luna Y besada con anhelo por un hombre alto y bello. que se deshace en el tiempo.
Mercedes Eleine González Miami. Copyright.
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SÄO GONÇALVES PUERTAS
Imagen: Google
Comprendo el sonido de la luz y la sombra el leve susurro de los pasos puertas que abren puertas que se cierran en la antesala de los días muelen los temores en los suelos 74
Puertas… tantas puertas tantos silencios encerrados
Del otro lado la palabra olvidada las paredes desnudas
Secretos de hechizos en las paredes sin mirar para atrás Tantos momentos posibles en la imposibilidad de las horas
En el otro lado espacios vacíos, donde escondo miedos, rabias el parpadeo de un gesto. Abrimos la puerta a la inmensidad del olvido
Säo Gonçalves- Portugal/ Luxemburgo. Traducción del portugués Cecilia Ortiz
75
MILAGRO HAACK XXV
Imagen: ImĂĄgenes interesantes y vĂdeos exclusivos (Facebook)
Miles de claros crecen al mirar la orilla de su boca apareciendo el ascua con todos sus alabes
El aire se contrae 76
espera s贸lo abrir esa puerta
noche y bordarlos en la transparencia que dej贸 sobre mi almohada.
Milagro Haack- Valencia- Venezuela Del libro Puertas que no me pertenecen
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RAQUEL GRACIELA FERNÁNDEZ LA PUERTA AZUL
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“Un pájaro muerto llamado azul.” Alejandra Pizarnik
I Hay una puerta azul y en esa puerta tu mano trazó un ojo para velarte solo. Ningún encuentro en las hojas que danzan. Hay pequeñas flores en la memoria pero no bastan 78
para repatriar tu jardín. II La puerta azul transita un rumor, una convulsión de seda. El sudor se anticipa de nido en nido para golpear lo que queda de tus manos. Un ramo de viento se abandona en el umbral. La ausencia tiene los delicados pies de una novia. III La puerta azul es una máscara. Detrás está tu rostro. Cuántos gestos para aterirme en la noche. Cuánta carne multiplicando insectos. Lo que está abajo debe permanecer abajo. La puerta azul es una lápida. IV Abro y cierro la puerta. Un acto de inocencia para lavar la mortandad de las sombras. Ingenuamente te tallo en la cadencia de un pájaro. Para que migres con las voces del alba. Para que alcances el verano que se rompió en septiembre. Raquel Graciela Fernández- Buenos Aires- Argentina 79
JULIA DEL PRADO EL TIMBRE
Imagen: Google
Es motivo de juego, suena ligero, rápido - prendido en el tiempo en la mano de un niño que en rauda carrera pasa por una puerta, de un vecino cualquiera. El timbre entonces ríe - cómplice en este juego de niños. Es motivo de angustia, suena fuerte, sonoro - prendido en el tiempo en la mano de una abuela que pide ayuda en socorro al pasar por la puerta. 80
Con el compás de los años el timbre, el timbre busca como su dueño la paz compartida en una casa donde todavía quede el aire en atizado fuego.
El timbre, el timbre comparte la historia de cada hogar, en familia suena no siempre igual. Diferente, Ish Ish, sordo, Quedado (a veces) Din don Don din Alegre (a veces) El timbre es música cuando se introduce - sutilmente en una cena, en familia. El timbre asusta cuando el hombre duerme la siesta, en suave profundo; o en el sueño de una noche casi eterno (a veces). El timbre vibra ¡Cómo vibra! en dulzura, en fiesta, El timbre danza cuando nos trae una buena nueva
¡Y cómo! 81
en suave murmullo se sabe poner triste como las noches en pena, en su sonar, en silencio. Y es que triste, triste el timbre suena largo cuando el hombre está en duelo, cuando la angustia lo embarga. El timbre habla, -dice muchoa través de su música en solidario afecto al hombre, en silencio. Y así sabio, en sabiduría -de años aprendidatrae al hogar en familia una historia de sabor a cuento.
Julia del Prado - Lima- Perú
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MARÍA CARRERAS
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Abro la puerta del armario de mis sueños. Veo mi niñez en los brazos de la infancia. Me contemplo adolescente de dudas y temores 83
los supero. Llego a la juventud perdida entre osos de peluche y cajitas musicales. Me paro en el marco de esta abertura de la existencia. Dudo acerca de avanzar o regresar. Siento la lluvia lavar mis recuerdos. Percibo el sol tibio anidar entre mis cabellos y entonces atravieso el umbral.
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La puerta se diluye bajo el torrente de mis pasos.
MarĂa Carreras- OlavarrĂa- Argentina
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JOSÉ JAVIER RAMOS ALCOCER LLAVES Y MÁS LLAVES
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Y así pasan las cosas, la vida , es como un laberinto, un laberinto con puertas, cada una de ellas, se abre en su perfecto instante.
Cada puerta tiene su cerradura, cada cerradura, es un misterio a resolver, cada misterio, una llave, 86
una llave de recuerdos a coleccionar, recuerdos, que serán siempre recordados.
Por eso, nuestras existencias son llaves, llaves que abren puertas, puertas que crean momentos, momentos que te hacen feliz, para pasar cada uno de tus días.
José Javier Ramos Alcocer- Guadix- España
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NATALIA PINEROS VIDA
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En el día en que nací Un mundo nuevo y diferente Abrió sus puertas mágicas solo para mí Frente a mis ojos latentes. Todo eran luces y colores Lágrimas y alegría Todo explore todo toque Y nada me lo impedía. Cuando supe erguirme y caminar derecho Todos me decían "un gran joven serás" Descubrí que podía abrir puertas yo solo 88
Y resuelto, me decidí explorar. Que equivocado me vi Creyendo que el mundo sería toda una aventura Cuando me encontré solo a la deriva Solo con anhelos y mi cordura... Había abierto miles de puertas, Algunas con promesas tentadoras, Otras con rutas prometedoras Y ninguna traía más que demora... Sabía que debía buscar la correcta Debía abrirla pronto hacia mi destino, Debía hacerlo por mis medios Y no dejar que nadie se meta en mi camino... Di con ella cuando me costaba caminar Mi pelo lucia brillante y encanecido Más aun mi espíritu seguía rebelde y aventurero Ansioso de probar lo vivido... Abrí esa puerta que me encontró anhelante Y encontré sus ojos, su piel emanaba calidez Su sonrisa me desarmaba de pasión Y supe que ya no buscaría otra vez... La miré y le sonreí como jovencito inmaduro Ella me acogió en sus brazos fuertemente Cerré tras de mí la última puerta de mi vida Y me entregué al infinito finalmente...
Natalia Pineros- Mar De Ajó-Buenos Aires, Argentina 89
YOLANDA ARIAS FORTEZA SIN PUERTA, NI… ESCAPE.
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En mi infancia hubo puertas que antojaba, gigantes. Puertas. Descomunal recuerdo. Desafiantes, altivas, de madera gastada, con sus goznes chirriantes que llenaron de miedo y goces expectantes el sencillo deleite de girar picaportes, o de insertar la llave en el ojo aberrante, temiendo que no abriera o que, abriendo... temiera. Portón que me acogiera con cuatro primaveras, que perfiló, primero, mi alma 90
de poeta, la sencilla belleza de pensar sin hablar, la reflexión constante de mirar y saber de las cosas pequeñas, a lograr comprenderlas, sentada en travesaño del marco de madera. La puerta majestuosa con su aldaba de bronce, de un león con melena, y la voraz manera de sus fauces abiertas, y sus ojos de fiera. Una puerta primera, del azul más profundo que jamás concibiera, que al baño no se abriera en la primera noche que pasara en mi escuela por nueve años interna. Un vestíbulo enorme, como la noche negra, y me privara entera de poder contemplara como entrada sincera. Regresé al dormitorio, el de las niñas nuevas, sin que nadie me viera y la vergüenza honda de humedad en la cama, me persiguió por años de insidiosa manera. Ahora me pregunto si distinta no fuera, si algo en mí distinto, porque la, puerta, aquella noche…abriera. Muchas puertas he abierto, y cerrado por siempre con llaves prisioneras, herrumbre entre llaveros que hoy permanecen quietas en cajas de madera, ¿a cuál pertenecieron? 91
si semejan quimeras, silenciosas, esperan y no saben que aún abren en recuerdos las puertas de mis casas primeras, guardando mis secretos, y conservan memorias de glorias, alborozos de cenas navideñas, lágrimas y penas. Hoy madura, recuerdo esas puertas silentes y es el alma quien abre otra, plena… consciente. Puertas hay que detienen el paso hacia la mente. Son puertas que, invisibles delimitan umbrales que nunca han de mostrarse, habitaciones sordas, encrucijadas, laberintos tan propios, misterios del crecer que a nadie atañen y se muestran tan sólo al elegido. Son las puertas del alma, sin el acceso franco, con cerraduras y candados blancos. La llave, sólo el símbolo. La clave, el instante preciso en que habrá de insertarse, ese momento idílico que conjuga en unión, razón y conmoción, abriendo el corazón, enmudeciendo el labio. Dando paso al amado, la puerta ha de cerrarse y así, aventurarse por vestíbulos negros, pasadizos secretos por los que sólo leve, la intuición transita. No hay marcha atrás, la puerta ya no existe. Has dado paso en tu alma a la Poesía y vagarás eterno, en su conquista. Perpetua desazón, incógnita respuesta, 92
inquietud galopante encendiendo tus venas, atrapada en poemas, por sólo imaginarlos. Sin puerta, ni… escape.
Yolanda Arias Forteza- Michoacán- México
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JUAN INDIAZABAL MICROPOEMA 99 - LA MUERTE-
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Lo peor en la vida es la muerte y sin embargo, es sólo otra puerta que se abre hacia lo desconocido del mañana y la aventura más grande de tu vida.
Juan Miguel Idiazabal Resido en LiuShi, China Argentino 94
MAR DE FONDO BLINDADA
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Atrรกs quedaron las adivinanzas cuya respuesta me encaminaba a ti, los enigmas del destino, los caminos, las sendas. Atrรกs quedaron las preguntas que no salieron de mis labios, 95
las calles, las puertas entreabiertas. Ahora sólo quedan cuartos obscuros, muros de piedra, silencios blindados.
Mar de Fondo (Mar García Treviño). Murcia, España.
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JULIÁN GÓMEZ DE MAYA FUERA DE QUICIO
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Bien sé que todo esto te resulta más o menos incómodo, como al que, en regla apenas, a pie de segundero anda afanado, perplejo un tanto acaso por el tiro de la traílla, pero… piensa en cuánta medida mal pudieras revolverte a la mano que te mueve 97
si párpados abajo te cae un sudor hecho de esquirlas y al arrimo de tu angustia o mansedumbre qué pasión no arrostras, qué no sacas de ti, aunque ni haya…, tú a la postre tan sólo tierra, tierra con agua, barro, el molde sobre el barro del aire, ensueño de simientes aleatorias y, al cabo, casquería la linde espiritual donde vacilas entre salir del paso o apretarlo, el umbral en que dudas entre dejar la suerte echada o sólo tentarla, en fin, la puerta de entrada a un tornaviaje sin salida, tal vez fuera de quicio… Bien sé que nada es fácil, ni tan siquiera la caída libre. Bien sé que todo esto te resulta cuando menos incómodo, sentado —tic-tac-tic— sobre la bomba. Julián Gómez de Maya. Cehegín, Murcia, España. 98
MABEL CORONEL CUENCA PUERTA ABIERTA
Imagen seleccionada por la autora. Tomada de la red
Cuando escribo no busco complacerte, pues indigna soy yo de merecerte, sentir que me acaricias, cuando suave deslizas tu mirada por mis letras... -es mi única pretensión esta nocheCuando escribo yo no busco un Cervantes, mi corazón lo que quiere es amantes de la poesía, más que utopía, un verdadero néctar de los dioses.
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Cuando escribo, la que grita es mi pluma, tan sólo soy la tinta que perfuma los olores de una carne ya muerta, que por los poros del alma liberta los dolores por una puerta abierta. Cuando escribo no pretendo tenerte recorriendo mis líneas desiertas.
© Mabel Coronel Cuenca -Hernandarias - Paraguay
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FOTOPOEMAS
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CARMEN MEMBRILLA OLEA
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LAZARA NANCY DÍAZ
Cuba/New York
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JUAN CARLOS CÁRDENAS
Mar del Plata. Argentina
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DANIEL R. JAIME
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RELATO
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ELISABET CINCOTTA PERDÓN
Imagen: Google
Caminó hacia la puerta. Cada paso imbuía un recuerdo, un sentido de momentos célebres, victorias, pérdidas, trances pasajeros de amores ya lejanos. Sin premura la cruzó, no acusaba la desolación que invadía su cuerpo extremadamente vacío de sí. Se detuvo un instante, llevaba una mochila, le pesaba demasiado para los pocos objetos que cargaba.
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Inútil sería dejar el trébol de cuatro hojas que ambos habían recogido en la plaza de su juventud, ni el pañuelo con que secó sus lágrimas cuando murió su padre o el retrato de sus hijos del año nuevo, aquel de la pobreza.
Volvió sobre sus pasos, entreabrió la puerta, y casi en un susurro le dijo: te perdono.
Reinició su ida sin lágrimas. Su mochila... ya no pesaba.
Elisabet Cincotta- Hudson- Argentina
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JUAN CARLOS VECCHI ATTENZIONE A CHE PORTA
Imagen: El mundo en blanco y negro (Facebook)
“Morir es como dormir, pero sin levantarse a hacer pís.” (Woody Allen).
En la casa de la familia Domiciano siempre se ha dicho que esa puerta nunca debería abrirse porque del otro lado la muerte está sentada y espera. Eso fue lo que dijo el anterior propietario, Don Duilio Moretti, sin quitar los ojos abreviados de la puerta prohibida, momentos antes de cerrar el trato con la familia Domiciano, a efectos de evitar un futuro cargo de conciencia si bien el precio de la venta era similar al de Uganda (subasta del año 1755). 109
Durante un montón de años nadie abrió aquella puerta aunque más de uno se comía las uñas de las manos y pies por hacerlo (no era el caso de Antolín Domiciano que hasta en verano usaba sus inseparables y transpirados guantes y medias de lana gruesa desde su regreso traumático de Islandia y aquellas para nada disfrutadas vacaciones de invierno). Todo esto a modo de pura chachara porque esta historia se nos abre aquella noche del año 1898 cuando, y cuando no tuvo que ser uno de los dos abuelos (don Belisario Domiciano, a quien tiempo atrás le amputaron ambos brazos porque era insoportable su manía de abrazar a todo aquel que se le arrimara), no aguantó más el secreto que la puerta señalada escondía y la abrió con tremendo patadón. —¡Porca miseria! –fue lo que se escuchó cuando la famélica oscuridad devoró de una sola mordida su encorvada y anciana figura. Luego, un silencio de la santa madre sopló la última letra del senil grito y al siguiente luego, un viento del tipo “portero de edificio de 16 pisos sin ascensor”, cerró violentamente la puerta. Nunca de los jamases salió de la habitación el abuelo Belisario y por esa trágica circunstancia, la dolida familia Domiciano, a la mañana siguiente no tuvo otra opción que enterrar, previo velorio sin percepción sensorial, interpretación mental y constelación emocional, a un tal Hedilberto Usre.
© Juan Carlos Vecchi (Olavarría, Provincia de Buenos Aires, Argentina).
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M. JOSÉ RIAZUELO LA PUERTA
Imagen: El mundo en blanco y negro (Facebook)
Abro los ojos, en la oscuridad de la habitación distingo cómo la luz de la habitación contigua se filtra a través de las rendijas de la puerta. Presto atención y escucho. En la otra habitación hablan en susurros, cuchichean, creen que duermo y que no me entero de lo que dicen. Sé que hablan de mí, de mi enfermedad, de mis fiebres, de que quizás esta sea la última noche que tengan que cuidarme, luego ya… Sonrío al oírlo. Sé que la fiebre ha desaparecido y que las fuerzas vuelven a mi cuerpo, pero permanezco quieta en la cama sin hacer ruido y dejando pasar el tiempo.
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¿Y si abriera la puerta y me presentara ante ellos? Sé que darían un buen respingo. Creen que me voy a morir, que estoy en las últimas… Con esa puerta cerrada quieren separar la salud de la enfermedad, la juventud de la vejez. ¡Pobrecillos! Una puerta no aísla esas cosas, simplemente las esconde pero están ahí, son la vida… ¡es tan fácil que pasen de un lado a otro! Tan fácil como agarrar el pomo, girarlo y abrir. ¡Ya está, ya no hay separación! Oigo pasos que se acercan a la puerta y cierro los ojos, me hago la dormida. Esos pasos se acercan poco a poco , de puntillas, si querer hacer ruido ni molestarme y llegan hasta mi cama. Una mano acaricia suavemente la mía. A través de mis ojos entrecerrados veo que es mi hija, el cansancio y la tensión de estos días se reflejan en su cara y me apena su aspecto. Siento el impulso de hablarle, de tranquilizarla, de decir que todo está quedando atrás pero guardo silencio. Me toca la frente buscando la posible fiebre y suspira aliviada al comprobar que no ha subido durante la noche. Sonríe, apenas me roza con sus labios en un beso suave y se aleja sin hacer ruido. Al salir, entorna la puerta, ya no la cierra, se que en su corazón brota la esperanza de mi recuperación, de que seguiré viva entre ellos. La puerta, esa puerta, ya no está cerrada como una barrera para esconder o alejar, ahora es la muestra del respeto a mi intimidad.
M. José Riazuelo Huesca, España.
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ENRIQUE A. MEITIN TRAS LA DESAPARECIDA PUERTA
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Al caminar por la calle habanera de Ejido y observar los restos de La Vieja Muralla recordé lo aprendido en un libro de Historia: “Que en época en que fuimos colonia de España, constaba de nueve puertas entrantes y salientes. La primera de esas que salía a la Coleta de San Lázaro, se le denominó de La Punta y la que le siguió en el tiempo fue nombrada Puerta de La Muralla. Luego se construirían otras cincos: la de La Luz, al extremo del muelle del mismo nombre, destinada al tráfico de pasajeros y mercancías entre los pueblos de Regla y Casablanca y la Villa de San Cristóbal de La Habana”…, la Habana Vieja actual. También supe, que a estas primeras, le siguieron la de San José y Jesús María, la de Monserrate y las de Colón, pero la que más me llamó la 113
atención en ese libro, fue la de El Arsenal, otrora división de los barrios marginales de San Isidro y Belén. Abierta para el tránsito por la calle Ejido, entre la ciudad amurallada y la estación de ferrocarril. Si bien, aunque a decir verdad, cuando yo vagaba por esos lares ya no existía tal Puerta…, hoy aquí en el presunto lugar donde existiera, casi frente a la estación de ferrocarril el instinto fue mi único guía. Me hallé nuevamente en aquella virtuosa y ya habitual depresión que desde hacía algún tiempo me acompañaba. Recogí un puñado de flores y
tras
arroparlas en un manojo de brillantes y salvajes colores hube de arrojar el improvisado ramo al corazón de aquel residuo de muralla que se niega a desaparecer con el tiempo. No sé si fue como un recordatorio a la memoria de Carmita, la madre de una novia que tuve allá por el barrio habanero de San Isidro, en aquellos años de adolescente, o fue quizás en honor de todos aquellos que murieron tras las explosiones del barco francés La Coubre, colmado de armas, fondeado en la rada habanera, allá por los sesenta. En realidad no he podido nunca explicarme el porqué de aquel sincero gesto mío. Mucho menos, a quien o a quienes iba destinada mi ofrenda, ni tampoco ¿Por qué? hube de depositarla en aquel lugar donde según dicen los que saben, antaño estuvo la puerta de El Arsenal de La Muralla. La Vieja Muralla, cual pared invisible, pero presente que la separaba del resto de sus vecinos, surgía reiteradamente en las pesadillas de Carmita cerrando sus desaparecidas puertas para evitar el paso, enrarecer el aire, y acortar el espacio que separaba a los marginales de ella y de su hija, así como del resto de su ciudad, sin percatarse que de no existir esta, nada cambiaría, pues tal separación sólo permanecía en su mente. 114
Siempre que se refería a la sociedad cubana, la comparaba con La Vieja Muralla en forma de metáfora. Le había escuchado decir que: “lo que acontece hoy en día es como una cascada que alimenta los odios sobre esta sociedad inmoral de ‘marginales’ y la derrumba poco a poco como a la Muralla, encorvándola, marchitándola, que ya ni las flores suelen florecer en ella. Cada año son menos las que la pueblan, como si la tierra conociera sus rencores y se negara a parir las pocas flores que crecen al margen de la sociedad se van marchitando”. En otra oportunidad refiriéndose a una joven amiga de su hija, que andaba por La Habana jineteando, le agregaría: “No por llegar a término, sino por nacer ya malditas”. En realidad el principal y más agudo recuerdo que tengo de ella y de su cacareado marginalismo, era aquella ansiosa búsqueda por parte de su hija…, mi novia de entonces de la verdadera razón de catalogarnos a todos como marginales. Por suerte para nosotros, el proceder de mi amada sin no sería un vano intento de justificar las partes, sino de comprender el todo, sin excluirlas. Ella entendía que en una sociedad que ha sufrido las consecuencias tanto económicas como políticas, donde a tenor de ello ha crecido la desigualdad, donde se multiplica la corrupción, el mercado negro, el relativismo moral y el deterioro de los valores y donde el alcoholismo, la prostitución, el exilio imparable, el suicidio y la desesperanza por no tener futuro, son algunas de las únicas vías escapatorias. ¿Puede entonces por eso ser tildado alguien de marginal? Se preguntaba ella y de inmediato se respondía. Para mi madre, sí.
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Para Carmita, cada persona, piedra u objeto, ocupaba un lugar específico en la sociedad cubana que le tocó vivir, pero todos…, los llamados por ella marginales estaban todos en un nivel inferior, pues se consideraba superior e incorruptible. Posición esta, a la cual quería atraer a su hija, pues sentía que tras la desaparecida puerta de El Arsenal, corría un grave peligro debido a la atracción de las “malas influencias” de las personas con que andaba, y por los lugares que frecuentaba. Su hija en cambio, era de la opinión que había que encontrar un sentido de la justicia social y de igualdad de oportunidades. Una solidaridad que aliviara la pobreza, así como encontrar iniciativas de recuperación cívica aún bajo la represión cotidiana a que se encontraba expuesta. Era del criterio que para ello se debía partir de los elementos intrínsecos del problema para no eliminar de un “solo tajo” la autonomía individual. Posición esta que no sólo chocaba con los preceptos de la autora de sus días, sino con gran parte de sus conocidos. Carmita no solo pasó los últimos años de su vida sufriendo las mismas vicisitudes y carencias de todos los cubanos, sino desgastándose en pensar en la posible influencia que pudiese tener en su hija los que ella tildaba de marginales, causando primeramente disgusto por sus planteamientos, más tarde tolerándola y finalmente sintiendo pena por ella…, tal vez por ese motivo que es tras la desaparecida puerta de El Arsenal, le ofrendo mis flores, y las traje aquí a este enigmático lugar de la vieja Muralla, que tanto parodiaba.
Enrique A. Meitin Duluth, GA, USA
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JAVIER TERÁN DÍEZ COMO SI NADA HUBIESE PASADO
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Huyendo un poco del calor asfixiante de este verano en la meseta, pero también otro poco tratando de encontrar un tiempo para la reflexión, luego de un agitado y acelerado año laboral, he recalado estos días en un pueblo de costa a orillas del Mediterráneo. Digamos, que he abierto las puertas de mi casa al campo y al mundo exterior, y he huido de mi realidad en busca de algo novedoso que pudiera ser que la vida me tenga reservado. Y ha sido justo en un lugar que tú y yo -¡cuánto tiempo sin vernos!-, conocemos muy bien; porque llevaremos grabado siempre en el recuerdo con extraordinaria nitidez.
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Y es que en él daría los primeros pasos aquel recién estrenado amor de juventud, el primero de nuestras vidas –según nos confesamos-, en aquel verano de todavía feliz recuerdo; aún después del tiempo transcurrido. Pero hoy, anocheciendo ya y sentado en el espigón del puerto, desde donde se domina buena parte de la bahía en una dirección, y con el faro que ya ha comenzado a proyectar su luz sobre la bocana del puerto, en la opuesta; sin puertas por delante que cierren mi perspectiva de la ciudad, he querido buscar tu imagen entre tanta gente como atraviesa ahora por estos alrededores. Pero a pesar de no tener límites en la observación, todo parece haber sido en balde. Ninguna de las personas que por aquí transitan me ha recordado a ti. Bueno, siendo sincero, a excepción de alguien que parecía tener tus mismos rasgos físicos –al menos los que yo recordaba de ti-, mas al instante he rechazado la semejanza; aunque reconozco que me ha quedado la duda por algunos segundos. He tomado algunas instantáneas del lugar y te las haré llegar en algún mensaje posterior. Como verás, poco queda de todo aquello que conocimos en el pasado; y se advierten unos signos de cambio y modernidad en todo el pueblo que, con el paso de los años, se ha convertido en una verdadera ciudad con ingentes cantidades de veraneantes por doquier. Aquella noche, tras cerrar la puerta de mi apartamento y retirarme a descansar, he de reconocer que soñé nuevamente contigo. En esta ocasión, habitábamos juntos una gran casa en un indeterminado pueblo de la costa. Me llamó la atención la gran cantidad de puertas que disponía nuestra mansión; cada una de ellas daba acceso a una estancia diferente. Y cada una de las puertas respondía a un color diferente, que se repetía en el interior de la habitación a la que daba acceso. Luego, con el nuevo amanecer, he de reconocer que no supe interpretar mi sueño…
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Así las cosas, al atardecer del nuevo día regresé instintivamente al mismo punto de observación de la jornada anterior y me volvió a visitar el recuerdo de aquellos inolvidables días; que he estado rememorando paso a paso mientras contemplaba la impresionante bahía con el sol declinando ya y escondiéndose tras los grandes edificios de apartamentos. Pero sin dejar de observar, a mi vez, el continuo fluir por el lugar de gentes de las más diversas nacionalidades. Y, de pronto, he notado cómo el corazón me pegaba un vuelco, porque he creído verte caminar con tu elegante prestancia de entonces entre la gente del paseo… ¿Será ella?, me he preguntado... Desde luego que sí, me he contestado a mí mismo a continuación con una claridad meridiana y hecho un manojo de nervios. Me he levantado de un salto para dirigirme hacia ti y, ¡oh casualidad!, he visto que tanto tu mirada como tus pasos se dirigían hacia mí sin ningún género de duda… Las farolas del paseo comenzaban a encenderse ahora una tras otra, justo en el mismo momento en el que una gran ilusión volvía a prender en lo más profundo de mi corazón, que abría así una puerta al reencuentro, luego de unos cuantos años de distanciamiento. ¿Tendría algo que ver el sueño de ayer, con aquella gran casa donde destacaban el número tan elevado de puertas que daban acceso a otras tantas habitaciones?...
©J. Javier Terán Palencia (España).
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MÍA PEMÁN LAS PUERTAS DE LA AMISTAD, SE HAN ABIERTO DE NUEVO
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Cuando entramos a un lugar nuevo, nos cuesta un potosí aceptar esa esencia que nos pueda llegar a transmitir, pero, enseguida le sabemos sacar un mejor partido. Se abren y se cierran, a veces con bastante facilidad, pero en otras ocasiones, es difícil llegar a su acceso total. Deberíamos de poder anotar todas las puertas que abrimos durante todo un año, quizás veríamos las cosas de otra manera diferente, algo que no
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quita para nada, que sean de solo un uso y no de dos, como normalmente se las viene utilizando. Las puertas, pueden ser físicas, de madera, metálicas, de obra, aluminio, vidrio o acrílico, sin embargo, no son del mismo calibre emocional, pues, se abren y se cierran, y se les colocan diferentes herrajes metálicos, que se les llama bisagras o bibeles, a algunas les ponen cerraduras, candados, cerrojos y resbalones, que les sirve para evitar el libre acceso al interior de un lugar o sitio. Y, en sí, son las puertas, elementos constructivos, que en muros se colocan, muebles, losas y también en las emociones, como si se tratasen de ataduras para bloquear los sentimientos. Dicen que no nos hablan, pero, yo diría, que tienen una sensibilidad, que nadie les ha dado y la cual, nos dejan ver y tocar, sin apenas darles importancia. Cuando conocemos personas nuevas de frente, o qué ya tenemos un conocimiento de ellas por otros medios, por ejemplo por las redes sociales, es algo diferente, sencillamente, te es más fácil acceder a su entorno y ver cómo se vive ese primer encuentro, qué medidas no tiene, si no, todo lo contrario, la calidez, es extremada, por su esmerado concepto del respeto y la admiración, de quien te puedas llegar a encontrar, y no siempre puede ser igual, pero, sí te da la gran oportunidad de llegar a ver a esa persona con la cual compartes cada día tu espacio virtual, que a la vez, es bastante ameno y cordial. Yo he tenido la suerte este verano de conocer a un amigo virtual, que ahora ya es presencial. Vine de vacaciones, pues, mis puertas este año se han abierto a muchas más y aún seguirán abriéndose más y más… En raíles me fui, y he venido en ellos, con alas al viento que tienen, regresé a mi casa, en compañía…desde el mar a la montaña, y en mi ciudad había quedado con este amigo antes de partir hacia mí otra ciudad mediterránea.
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Al día siguiente de venir, fuimos a encontrarnos a su trabajo, en una zona de la ciudad, donde se disfruta de la extensión amplia que se une a un espacio abierto al deporte de índole mundial, el más favorito de todos. Entre árboles y casas se hace el camino, donde la Feria y el Mercadillo de los domingos unen sus instancias abiertas al público, por allí se divisan rotondas y avenidas, y la primera de ellas lleva la inicial de nuestra ciudad, en grandes proporciones, de enorme relevancia, que se levanta para que pueda ser vista, por un escultor que la realizó, y está enclavada en una zona abierta, sin el exceso de casas y construcciones más bajas. De camino nos encontramos con el árbol de las trompetas, de verdes hojas y vainas alargadas, qué al hacer una foto, la compartí en un grupo y pregunté qué clase era, pues, no conocía su especie, al lado de un frontón deportivo. Sus enormes flores simulan racimos de trompas alargadas y anchas, blancas y rosadas pueden ser, el olor, no te alcanza, pues ya no es época de flores, sus vainas verdes enseña y se dejan caer como si colgadas las hubieran olvidado. Cuando llegamos al amplio edificio de nueva construcción, su interior es completamente luminoso, con una amplitud y magnificencia increíbles, que llama bastante la atención, por su excelsa belleza y los complementos que contiene, marcan una clara calidez humana, por la amabilidad que en su interior comporta. Tan solo es un esbozo y dibujo de un ámbito tranquilo y de sabor amable, el que se puede respirar en esas estancias, donde no hay muchas personas, pero, el ambiente se aprecia franco y generoso, como quien nos lo pudo enseñar… qué en su compañía, estuvo una visita de lo más interesante, además, del encanto y la magia que un entorno ZEN se observa en un patio interior, es el qué da equilibrio a todo su alrededor, dejando entrever un aire de calma y serenidad. Luego, terminamos nuestra increíble visita por su trabajo, tomando un cortado, qué aunque de máquina fue… nos sentó de perlas a los tres… por 122
la sencillez y lo especial de la reunión y el conocimiento de tres personas… y, ahora, ya somos presenciales conscientes. La impresión fue realmente magnífica y nuestro anfitrión, lo más de lo más, increíblemente afable y a partir de ya, seguiremos compartiendo nuestros quehaceres literarios que el pensamiento es el artífice de nuestras letras y líneas relatadas y versadas. Podría decir muy bien, que es el castillo de la amigabilidad, ya que, todos sus componentes, son libres en el conocimiento y el trabajo les une a la par que les complementa, y hacía muchísimo tiempo que no me encontraba con algo así de especial y mágico, y eso que era un jueves, a la esquina justo, del fin de semana, la cercanía, era de lo más estupendo que hallamos en nuestro caminar por el sombrero del Universo del trabajo. En domingo se volvieron a abrir otras puertas, fueron las de un autobús que nos llevó a varias personas a un pueblo costero en Cantabria, San Vicente de la Barquera, que precisamente, ya conocía, por haber estado hace cuatro años, durante una semana con dos amigas, en un apartamento que le regalaron a una de ellas la estancia, por eso mismo, lo pudimos compartir. Y, de siete días que estuvimos, cinco de ellos, con el nublado puesto, nos íbamos de caminito hacía la playa del botín, la más popular de todas, que al lado de un camping está, y que los surferos utilizan como si fuese de ellos, además, le da un aire superior por su excelsa presencia, al intentar dominar las olas y quitarle esa importancia al mar, y cogérselas para ellos y sus compañeros, que también alumnos suelen tener en más de una ocasión. Vi de nuevo todo el lugar y sus rasgos del ayer, me llegaron de otra manera, no llegamos hasta donde estuvimos, quizás nos detuvimos más en otros lugares y entonces, no pudimos aprovechar bien el tiempo, pero, no estuvo nada mal. Gracias a esas puertas que traía el autobús, pudimos subir y bajar, y bajar y subir, así como al final, bajar y descender sus escalinatas, que tras de sí, 123
se quedaron como algo espontáneo y localizado se fueron alejando, con el sentir de quizás volver otro día de nuevo, pues, es una zona qué te da la ocasión de querer estar otra vez. Entonces, después, del regreso, volvimos a abrir la puerta de mi escalera y mi casa, así como las puertas de establecimientos y otros lugares a los que vamos a poder acudir. También, en unos días más, saldremos de nuevo, a ciudades gallegas, para disfrutar de las vistas y nuevas puertas por enseñarnos y por disfrutar de ambientes diferentes, y volver de nuevo a pasar la “puerta Santa, de Santiago de Compostela, su Catedral”, ya de otra manera, pues, la vez anterior que estuve hace siete años, en la misma época, la estaban remodelando y por dentro, así pues, de otra manera nos recibirá… y al Santo Patrón de Galicia, Santiago el Apóstol, iremos a saludar… y la enormidad de su bella Catedral, apreciaremos y encontraremos más entornos de Galicia, y nos dará su cobijo y sus puertas volver a traspasar y renovar nuevos lazos, porqué, de nuevo… tengo una “quedada pequeña”, que por lo que conlleva en su interior, va a estar de perlas. Al igual, que una que vendrá después, en la otra capital mía, con más gentes que nos reuniremos, para conocernos y algunos más, volvernos a abrazar, y celebrar ese grato y genial encuentro, que hace algo más de un mes, volví a renovar lazos invisibles, que se unen en la fortaleza del amanecer de cada día, al darnos los buenos días y desearnos, que la jornada sea cálida y apacible. Y, supongo yo, qué cómo aún muchos meses quedan todavía, seguro tendrán que abrirse más puertas hacía el conocimiento o hasta encontrarme con algunas de mis amistades, que posiblemente un reencuentro nos queda por compartir y nuevas alianzas compartiremos, al igual que la posibilidad de ensanchar sentimientos de nuevas olas. A estas puertas, no les voy a dejar que se encierren entre candados ni llaves imposibles, son y serán libres como los pájaros, a mi lado, tan solo tengo algunas puertas, que a veces se abren y otras se cierran por completo, sin la posibilidad de haber una nueva apertura, pero, eso solo 124
ocurre, de vez en cuando, si se oprime el contorno, sería como exprimir su razón de ser y entonces, dejaría de haber esa libertad que mi espacio necesita y el de las personas que a su vera se suelen mover.
©Mía Pemán – Palencia - España
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MARGARITA POLO VIAMONTES
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La puerta se cerró detrás de mí y nunca más… las cosas serán como ayer. No dice así la vieja canción de Luis Demetrio, pero es lo que sucedió. La puerta de la casita en Playa quedó a nuestras espaldas, tras de ella dejamos más de medio siglo de vida en la isla donde nacimos. ¿Podrán abrirse otras puertas en el futuro lejos de La Habana? –pensábamos preocupados al salir de casa, sin saber si la partida sería un “hasta luego” o un “adiós” definitivo.
Un rato después no sé por qué, llegó a la mente otra canción: “Cuando salí de La Habana, de nadie me despedí”… ¿Por qué cantar y sonreír cuando 126
realizo este paso tan serio? Será la melancolía, porque ahora no voy camino a la tierra natal en el tren, como hacía en la adolescencia y juventud, sintiendo que La Habana quedaba a mis espaldas, a la cual debía regresar en breve, tras finalizar cada etapa de vacaciones.
Entonces, mi novio me decía adiós desde el andén habanero y aunque en casa me esperaban mis padres, amigos, vecinos y familiares más cercanos, sentía ganas de volver a la capital para estar abrazada a su pecho, sentir el sabor del salitre del mar en mis labios y deambular a su lado por la ciudad amada. Muchos años después, era a la inversa el trayecto, cerramos la puerta de la vieja casona en Camagüey y La Habana fue el hogar por varios decenios.
Ahora cuando la puerta del avión cierra herméticamente tras de nosotros, mi esposo, pasa su brazo sobre mis hombros y no sabe por que sonrío mientras miro hacia afuera por la ventanilla de cristal, despidiéndome nuevamente de La Habana. En breve estamos en el aire, panea sobre la ciudad el aeroplano, observo los edificios y trato de identificar cada calle antes de perderla de vista…
“Cuando salí de La Habana…” vuelve la canción como en disco rayado… ¿Qué vendrá después? No sé, cualquiera sabe… comencé el peregrinar demasiado temprano ¿Qué edad tenía cuando cruce para viajar por primera vez sin mami y papi, el umbral de la puerta del natal Camagüey? Mi hermano le pidió a mi madre llevarme consigo porque la situación económica de mis padres era incierta. La Habana no fue mi primer destino, inicie mi periplo en la ciudad oriental de Holguín, linda ¿moderna?
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En realidad, muy diferente a mi terruño natal tan añeja, de calles adoquinadas disparejas y plagada de callejones sin salida. Holguín era novedad, una ciudad limpia, simétrica, con una montaña a la que ascender para encontrar una cruz, con un mar cerca más limpio que el de Nuevitas. Me gustó vivir en Holguín viajar hasta la estación de Cacocum en el tren y luego ir en su búsqueda por ¿carretera? Se me pierde en el recuerdo la vía…
El único minuto infeliz resultó el viaje de regreso a Camagüey, el esperar por la puerta del fondo a mi hermano, mirando desde del pasillo central de su casa hacia afuera. Me dijo que no tuviera miedo que él me observaba desde allí, en su oficina. A veces ese minuto se me une mentalmente, a la espera de mis hijos por mí, a la de mis nietos por sus padres que regresen del trabajo. ¡Qué triste desesperación es esa espera tras la puerta del hogar ajeno! Saber que están al llegar a recogernos, pero que no llegan y sentirse solo aun en compañía. Hasta que de pronto tocan a la puerta y el abrazo los funde en uno.
No esperaba cargar con tantos recuerdos dispersos… Aquel primer encuentro con La Habana, en compañía de mis padres, aquellos días correteando de niña por el ancho pasillo del hotel habanero… ¿Cómo se llamaba? Solo visualizo sus losetas blancas, limpias como espejos… cuando salimos a la calle, el encuentro con las farolas muy antiguas, frente al imponente edificio del Capitolio habanero, con alta cúpula redonda, amurallado, rodeado de esculturas gigantescas ¿de dioses? Majestuoso, blanco aun en la noche, lugar donde papi habló en su hemiciclo sobre las necesidades de las escuelas públicas, frente políticos sonrientes que nunca tomaron en cuenta sus palabras.
No sé qué fecha fue aquella, caminando mi primera vez por las calles habaneras, con mis breves manos sostenidas por las de mis padres… Entre 128
ellos hablaban en susurros, pero logré escuchar sobre el temor de que su único hijo varón estuviera entre los muertos del asalto al cuartel en Santiago, instante en que emergió de la semipenumbra la silueta de mi hermano y corrí hacia sus brazos, aun antes que mis viejos se dieran cuenta que era su hijo pródigo aquella figura joven, para mi gigantesca siempre.
Mi hermano y La Habana, son uno en mi recuerdo, porque de Holguín nos mudamos tiempo después con mi hermano a la capital. Adolescente andaba a su lado, conociendo el Vedado, el maravilloso malecón desde que comienza o termina en la salida del río Almendares desembocando al mar, hasta kilómetros más allá, cerca de las antiguas murallas habaneras, en la que montábamos las lanchitas de Regla y Casablanca… sus playas de Marianao, la Habana del Este entonces en construcción… Guanabo, Santa María del Mar…
¡Qué días aquellos de aprendizaje en mi adolescencia! Nada tenía que ver la vida de entonces, con todo lo que ocurrió después. Los días de campañas, de becas, el noviazgo, la boda… las proyecciones… el futuro prometedor con el nacimiento de mis niños hasta la llegada del nuevo siglo y milenio, junto al adiós a mis hijos, alejándose definitivamente del entorno habanero. ¡Ay! Mi Habana… al cerrar la puerta de la casita de Playa quedas atrás con tus calles, tus playas y los recuerdos.
Ahora vamos más lejos en el avión rumbo Norte, mi esposo me aprieta contra su pecho, no sospecha que canto mentalmente una canción: “La puerta se cerró detrás de mí y nunca más…” observo cada detalle del viaje, abajo el mar, el verde del caimán dormido que es Cuba va quedando atrás. Azul, azul más intenso, más oscuro, minutos después es verde otra vez… ¿verde? ¿El mar? ¿Verde? ¡No!…son cayos, islotes, luego como un brazo largo que se funde con estos y comienzan a verse las casas, los 129
techos rojizos, como las tejas de mi terruño… ¿estoy soñando? Es mi nuevo destino, tan cercano y tan distante de lo que dejo atrás.
Un decenio después de cerrar la puerta de la casita de Playa, en La Habana, cuando el camino parecía llegar al fin, varias puertas cerraron y otras abrieron, sucesivamente. ¿Podrá esta nueva tierra arrebatar del corazón a Cuba? No creo, la isla fue, es y será por siempre la reina de mis añoranzas, desvelos, de mis sueños, proyectos, esperanzas y logros… Sobre todo Camaguey y La Habana, visten lo mejor de mi existencia. Aunque el destino cierre la puerta tras de mí, siempre la tendré en mente. No importa cuánto deba esperar para cruzar de nuevo sus puertas ancestrales libremente.
Margarita Polo Viamontes. Cuba/Miami.
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EDGARDO BENÍTEZ EL SECRETO DETRÁS DE LA PUERTA
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Espiar por la rendija de las puertas ha sido una penosa afición con la que he convivido toda mi vida. Permanecer quieto frente a ellas, admirarlas y, con especial cuidado aplicarles una ganzúa para dislocar sus entrañas, hasta conseguir traspasar el umbral deseado. Doblegarme ante la necedad de cultivar esta morbosa sensación, que crece y se alimenta, me hace profesarme poderoso de una manera muy peculiar. Debo decirte, padre, que de esta curiosa emoción que me produce indagar lo fortuito, lo desconocido, y que hasta ahora ha sido mi secreto, han emanado incontables agravios, pero, también, alguno que otro agrado. Inolvidables momentos los que vivía a mis doce años, cuando 131
conseguía, a través de la rendija de la puerta del patio, descubrir los secretos de Dorita, que mostraba sus partes. Permanecía en silencio esperando el minuto exacto para que ella, con exquisitez absoluta, se quitara la ropa y caminara desnuda por la habitación, para luego meterse en su cama como ovejita y dormir plácidamente. Era envidia o celos, no lo sé, lo que avivaba fastidio a mis ocho años, cuando veía a Martita darse un beso con Raúl; recuerdo que pactaban sus encuentros bajo la cama mientras jugábamos a las escondidillas; puesto yo detrás de la puerta, observaba la manera prohibida que disfrutaban de su tierno amorío. Es que esta, la que considero una simple indiscreción de mi parte, es hasta cierto punto graciosa; mi pretensión nunca ha sido la de entrar a las casas para robar, ni mucho menos abusar de sus inquilinas, no, al contrario, he colaborado con ellas sin que se percataran, hubo vez que reparé el grifo de más de alguna, ya que parte del juego es dejar rastros más que evidentes para que cuando estén de regreso sepan de mi presencia. He de admitirlo, padre, busco apartamentos de mujeres que viven solas, y con preferencia de alguna edad… Digamos una edad ligeramente avanzada, ¿lo entiendes? Cierto es que una vez dentro me apasiona registrar gavetas y otros muebles, eso es hermosísimo. Tirar por los suelos una librera con sus libros, luego de echarles una ojeada, ya que como tú sabes, padre, admiro sus finos estampados y me encanta leerlos, percibir ese característico olor a “libro viejo”, olor que remueve mi tripa con satisfacción; del mismo modo, llegar hasta la alcoba y desarreglarla, abrir clóset y anaqueles para desordenar vestidos, blusas, y al mismo tiempo oler su ropa interior, sus zapatos, hurgar y oler dentro de sus carteras de piel curtida por el uso, para después recostarme en sus inviolables camas y, a la postre, husmear en su refrigerador, beber y comer de su contenido, mientras creo algún caos en la cocina. Luego, sentarme en los sillones a ver algún programa, acompañado de una taza de café; en fin, padre, provocar mil modos de hacer notar a su dulce habitante que alguien allanó su intimidad. Como has de imaginar, estas incursiones mías me han provocado profundos estados de desasosiego y furor. Ha sido una de las 132
consecuencias que he tenido que pagar por cultivar esa afición casi lujuriosa por cruzar el umbral prohibido de una puerta, para después, con plena satisfacción, poder hurgar sus escondrijos. Es que sustentar este temor a ser descubierto también es delirante, es como dar un paseo por tierra impropia, un asalto a la impertinente desfachatez del mundo privado. Claro que estos actos me han colmado de sensaciones difíciles de explicar a otros y que, por ser solo mías, me vanaglorio de manera excelsa por poseerlas; sin embargo no puedo negarlo, padre, por períodos tiendo a admitir vergüenza por mi secreta pasión. Debes saber que es una práctica con la que he convivido todos estos años y que he tratado que desaparezca de mi vida en varias ocasiones, pero, en cuanto creo haberme liberado de ella, de repente y como si se comportara como una manada de leones al momento de capturar a su presa, me sale al paso con la compañía de todos mis miedos. Mis miedos, que se revelan y emergen de sus viejas cavernas como seres de ultratumba, y se lanzan contra mí con una fuerza feroz, monstruosa; se unen al festín como buitres o hienas. Entre todos me arrastran y me despedazan, padre. Este apartamento en el que resides es en realidad hermoso; las luces tenues, incrustadas en las paredes de colores sombríos, lo hacen bastante acogedor; además, me embruja esta alcoba con sus cortinas color marrón que hacen juego con el edredón de tu cama. ¿Sabes que encuentro cierta similitud con nuestra casa de la isla?, aunque me pregunto: ¿qué hace un viejo lobo de mar, indómito como lo eres tú, en esta otra isla, tan olvidada como la nuestra?, ¿o es que te ocultas de alguien o algo, padre? Deseo confiarte un secreto: desde hace un buen tiempo llevo allanando tu cuarto sin que tú lo sepas; meses vigilando y esperando la hora adecuada para ingresar y encontrarte dentro. Vaya susto el que te he dado, padre, porque después de todo, tú no me has invitado a pasar, ¿verdad? Soy yo, el que te ha buscado por años y que ahora te encuentra, el que se te aparece para platicar contigo. A decir verdad, padre, estoy más que seguro de que luego de esta visita habrán desaparecido mis manías. 133
Así que, en el fondo, todo esto que te he contado no interesa, ya que nada más he venido hasta acá para narrarte los últimos minutos que conviví con madre; estoy seguro de que deseas que te los detalle, ¿no es cierto, padre? Tremenda ironía: mi existencia se ha desarrollado entre puertas y cerraduras. Bien recuerdo ese día. Aún no amanecía cuando tú llegaste hasta mi habitación para darme un beso y desearme felicidades. Abandonabas el hogar para nunca más volver. Era mi cumpleaños número seis, ¿te acuerdas, padre? Por las mañanas, la perilla de la ducha emitía un chillido particular. Era la clara señal de que madre se encontraba ya en pie. Despertaba temprano, para atender las múltiples ocupaciones propias del hogar. Aquella mañana, luego de que tú te fuiste, no escuché ese chillido. El silencio me llenó de extraños pensamientos, padre. Con la duda en mi cabeza, me tiré de la cama y caminé hacia su cuarto. Recuerdo el pasadizo entre las habitaciones, lo percibí tan largo y solitario que me pareció eterno, recuerdo mi angustia, no puedo olvidar mi angustia; yo solo deseaba saber a cualquier precio qué ocurría. Temeroso, disminuí el paso y caminé lentamente, pegado a la pared: los cuadros colocados en cada una de las habitaciones con sus ventanas abiertas me parecían extraños, quizás era la primera vez que me fijaba en ellos. Al llegar a la puerta de su habitación, la habitación que tú abandonaste, padre, me tropecé con la sorpresa de que se encontraba bajo llave. Tú la dejaste así, nunca podré saber el porqué. Espié por el ojo de la cerradura y alcancé a distinguirla quieta, muy quietecita, como si aún durmiera. Recuerdo haber llorado amargamente, pues madre no atendía a mis gritos. Intenté abrir pero me fue imposible. Después de un buen tiempo, no sé cuánto, coloqué una grada y subí para alcanzar las llaves que se encontraban colgadas de un clavo en la pared. Abrí y salté sobre su cama, “¡madre, madre!”, recuerdo que le decía, al tiempo que tomaba su mano y acariciaba su cabello. Me extrañaba que sus ojos permanecieran abiertos y no me vieran, que de sus labios no saliese palabra alguna y que su cuerpo se mantuviera inmóvil. Cómo lloraba, recuerdo que lloraba, padre.
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Cuando un policía llegó y abrió abruptamente, yo estaba recogido en un rincón de la cama y lloraba. ¿Me preguntas por madre?, pues ella ya tenía un aspecto diferente. Sí, siempre inmóvil. Madre murió sin despedirse de nadie. Qué dolor se siente en el pecho. No hay trauma más grande para un niño de seis años que la muerte de su madre. Más todavía cuando se pasan seis días al lado de una muerta, padre. Pero yo no quería separarme de ella, porque si lo hacía me iba a quedar solo, totalmente solo, sin padre y sin madre, y eso me daba mucho miedo. Prefería las nubes de moscas encima, ver su lengua afuera, aun tan fea como estaba seguía siendo madre y madre me defendería siempre y yo no tendría miedo de estar solo. Padre, el puñal que he colocado cariñosamente en tu cuello se ha desprendido. Claro, después de seis días de muerto… Y este olor nauseabundo que desprendes, padre, tan pútrido como tu carne, como tus vísceras, como el color amarillo de tus ojos abiertos, tu lengua de fuera y las nubes de moscas encima, sigue siendo iguales a los de madre. Sí, ahora sabes cómo lucía ella.
Publicado por primera vez en la antología "Necroslogía", una antología de la muerte.
Edgardo Benítez. Santa Ana. El Salvador. Centro América.
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JOSÉ ADOLFO REMUSINI LA LUZ EN LA PUERTA
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Un día tocaste la puerta, y se abrió con tanta dificultad aquella puerta… era tan pesada, de aspecto grueso y de color perdido, pero con olor fijo, que aún la conservaba legitima, se podía reconocer de que árbol provenía, era una madera con fuerza en su aspecto; y a pesar de haber soportado los embates del sol, la lluvia, el tiempo y el descuido propio de su dueño, era clara su legítima presencia. Era clara la estirpe de un antiguo bosque. La puerta tardó un poco en abrirse, cargaba muchos pesares, algunos llenos de ruidos, ruidos extraños de nostalgias y melancolías, aún así la puerta deseaba con pasión le abrazara la luz, aquella luz que quemaba, pero no la lastimaba, la luz que se hacía inimaginable, pero con sentido de permanencia, que era increíblemente luminosa en el abrazo y las caricias, pero con delicado roce; y aunque no tenia manos, ni rostro, ni mucho 136
menos aspecto. Ella poseía una gran voz, una fuerte voz que se convertía en complaciente. La puerta también era capaz de sentir la fuerza, el olor y la paz infinita que cargaba aquella bendita luz. Y sin pensarlo la puerta noto que la luz empezó a sanarla suavemente en un beso lleno de aires de sutilezas, que la hacía estremecerse de una forma inexplicable… Y fue entonces que la puerta vio que tenía muchas preguntas, pero no quiso hacer ninguna, no quería arruinar el momento con frivolidades de la razón. Permaneció en silencio dejándose llevar en el caudal de sus ganas. La luz comprendió ese silencio y la arrullo por un tiempo infinito y la puerta se sintió agradecida con la magia que la envolvía de forma tan intensa, en aquel suspiro que la vida le daba y la llenaba de nuevos colores que ahora la hacían atractiva, ya no existía mas la puerta de colores perdidos… La luz logró reinventar a la puerta, le dio vida y la tallo delicadamente como si fuera la primera vez, pero en esta ocasión con amor y pasión, esa pasión que solo sabe tener el escultor de mis sueños. Ese que no presume de su arte, que no necesita alardear, porque el mundo lo reconoce, ese mismo que hoy es capaz de enaltecer esa puerta que se abrió con dificultad un día, pero que ya nunca más se cerrará en su sentir. Ese escultor de luz, que dejó de trabajar una verdadera obra, para poder dedicarse a una puerta olvidada por su dueño. Y ahora esa puerta está profundamente agradecida con la maravillosa luz que la transformó de manera sin igual y está segura en su nuevo eje y dintel luminoso de su nueva entrada.
José Adolfo Remusini- Buenos Aires- Argentina
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MARIENA PADILLA EN BRUSELAS
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Al oír el chasquido, me arrepiento. El guardia del museo busca con la mirada y yo desvío la vista para que no descubra culpabilidad en mis ojos. Camina hacia donde me encuentro, con su rostro de piedra, a la vez que dice algo incomprensible. ¿Qué hará si me identifica? Diga lo que diga, no entenderé, porque no sé una sola palabra en neerlandés. Disimulo y trato de confundirme entre los visitantes que, afortunadamente, son muchos. Todo ha sido culpa de las puertas cerradas.
Abrigada al máximo y con mi sombrero de fieltro tipo cloché, había hecho fila casi por dos horas bajo un aire gélido, segura de que el viaje y la espera valían la pena. Llegado el momento crucé el umbral, me detuve en el guardarropa y, enseguida, una serie de puertas me hizo describir un círculo, como en un juego. Entonces llegué a la escalera de mármol, flanqueada, de un lado, por paredes de madera y cristal; del otro, por pasamanos de hierro y bronce con exquisitas formas vegetales. Arriba, a gran altura, un domo 138
con vitrales. En el primer rellano de la escalera una puerta capturó mi asombro. Cerrada. A mitad de la escalera, ¿a dónde llevaría? Continué subiendo hasta llegar a un segundo descanso a partir del cual se ramificaba la casa: se extendía en una serie de espacios abiertos como un abanico en espiral ascendente, de manera que casi desde cualquier punto era posible observar el resto de las habitaciones. Esta, que para mí era la principal virtud del edificio, jugó en mi contra, porque no había modo de pasar desapercibida. Arcos de ladrillo y columnas de azulejos separaban unos salones con pisos de madera de otros que tenían alfombras. El dibujo de las paredes, los muebles y adornos, todo, estilo Art Nouveau. Yo no cesaba de admirar biombos, tapices, sillas, lámparas. Subía escalones para volverlos a bajar y repetir la vista desde diferente ángulo. El encanto se acentuaba por el contraste entre la apertura de los grandes espacios y la sensación de que había sitios que escondían algo. Así que, después de disfrutar el delicioso lenguaje que hablaba la casa, me concentré en lo que callaba: el misterio encerrado en los rincones donde había alguna puerta sin abrir. Fue entonces que me acerqué a una de ellas, tiré de la perilla con un movimiento suave. No abrió, como era de esperarse, pero insistí con otra. Fue en el tercer intento cuando se produjo aquel chasquido de madera al astillarse. Me paralicé, la gente volteó hacia donde yo me encontraba, incluido el guardia. Traté de mantener la calma, “al fin y al cabo no ha sido gran cosa”, me decía. Insensata. Era claro que había cruzado la línea. Sigilosamente, hube de escabullirme. Cada puerta, un enigma sin resolver. Quizá, en la actualidad, sencillamente lleven a nimias áreas con funciones administrativas o de limpieza, pero impregnada del espíritu de la casa mi imaginación volaba. Aún ahora no puedo más que pensar en el cúmulo de objetos que pudieron albergar en su época: armarios labrados con motivos de aves; vitrinas con vajillas exóticas; ropas suspirando en lánguidos divanes. O, tal 139
vez, tras ellas haya habido escaleras de caracol en dirección a sótanos, a cocinas con teteras de cobre y enseres alargados como cuellos de ganso; baños con pisos de mosaicos bizantinos y herrajes en forma de lazos; un patio secreto; un cuarto clausurado; un pasillo que lleva a algún lugar. La experiencia fue espléndida, aunque haya tenido que terminarla abruptamente. Todavía alcancé a disfrutar alguna sección, muy pequeña, fuera del ámbito del vigilante. Luego bajé y recogí en el guardarropa mi abrigo, la doble bufanda y mi bello sombrero. En el exterior el frío se había intensificado. Era de noche.
Mariena Padilla- Monterrey, Nuevo León, México. Agosto 2015
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ARELY HUBER EL VUELO 2210
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Unas rosas, unos exquisitos chocolates belgas y yo, aguardábamos tu llegada. La temperatura de la temporada verano/otoñal causaba estragos en ambos, el ambiente era algo caluroso, el viento se dejaba sentir con mayor intensidad cada vez más, ansioso esperaba entregarte aquellos detalles que, sutilmente había escogido para ti, además de una gran sonrisa dibujada en mi rostro por tu regreso. Unos días atrás tu indiferencia casi terminaba con mis ilusiones por ti; a pesar de los malos entendidos y sucesos tristes entre ambos, allí estaba, dejando de lado mi orgullo para verte una vez más… 141
Los minutos pasaban, sentí como los nervios se apoderaban de mí, me temblaban las piernas, el corazón parecía salirse de la intensa emoción que me provocaba nuestro reencuentro. Adentro del aeropuerto comenzaron a cancelar vuelos, la gente algo confundida empezó a murmurar lo que ocurría, decidí salir y dejando atrás la puerta del aeropuerto me fui a esperar recostado en mi auto, encendí la radio y un cigarrillo; entonces escuché la noticia de una voraz tormenta acercándose a nuestras playas, los vuelos venían retrasados y otros cancelados como aludí, había que esperar unas horas más… Después de un buen rato las flores terminaron cabizbajas, los chocolates acabaron derritiéndose por el intenso calor y la prolongada espera; a las nueve de la noche anunciaban destrucción por doquier; la tormenta había tocado tierra a unos kilómetros cerca de nuestra ciudad. Me comencé a desesperar y a preocupar por lo que pudiese suceder durante tu vuelo, ante aquél fenómeno natural. Horas después el aeropuerto reportaba que se estaban restableciendo las llegadas, en ese instante alcancé a escuchar como anunciaban tu número de vuelo; miré mis presentes y pude advertir que no eran dignos de ti, sólo me quedaban la sonrisa y la alegría de volver a verte; de pronto, una tristeza me invadió, a lo lejos pude ver como cruzabas la puerta de aduanas, te veías feliz de la mano de aquélla persona que te acompañaba, entonces recordé que la mentira y la indiferencia eran tu mejor pasatiempo. Nada tenía que hacer allí. Me cansé. Decidí marcharme. Había olvidado que cuando la tormenta pasa, siempre deja destrozos, y, efectivamente, eso fue lo único que dejó en mi ser: Nunca más volví a verte.
Arely Huber- Puerto de Veracruz, México.
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ROXANA ROSADO EL CASTILLO DE LAS SOLEDADES
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Por la entrada principal entraban y salían constantemente. Sus pisadas hacían ruido sobre la duela, las llaves sonaban como cascabeles mientras la cerradura vencía sus engranes perezosamente cuando alguno de los habitantes del castillo entraba o salía. Era difícil saber cuántos eran. A veces parecía no haber movimiento, como si la respiración se hubiese congelado y solamente la luz del sol se animase a entrar por la ventana.
Un único pasillo atravesaba el castillo. Las puertas de las habitaciones daban al mismo. Visto desde fuera parecía un camino sin fin. Los 143
habitantes se perdían detrás de cada una de las puertas. A veces se escuchaba el ruido de la perilla cuando giraba seguida de algunos pasos breves, de puntitas o pisadas firmes. En ocasiones sus habitantes se topaban cara a cara, sorprendiéndose por el acontecimiento y dirigiéndose un saludo cordial –buenos días, buenas tardes, buenas noches, cómo te fue- intercambiaban algunas palabras y se despedían, metiéndose rápidamente a sus respectivos cuartos. Cuando tenían la fortuna de coincidir en alguna de las comidas, actuaban como una familia cualquiera. Conversaban, se reían, compartían ese breve instante. Pero después volvían a sus madrigueras.
Detrás de cada puerta había una historia. La dama que rezaba constantemente buscando consuelo y esperanza en las cuentas de su rosario, la bella adolescente que abría su hermosura al mundo como capullo de flor soñando con ser alguien diferente y luchando por ser ella misma, callada y taciturna, tímida o sonriente. El joven que se sentía en ocasiones demasiado viejo para emprender la aventura de la vida, cuyo corazón era tan noble como el que más, esperando que llegase el día venturoso en que su futuro cambiase, transformándose en aquello que más amaba. La visita, la amiga, aquella que había llegado sorpresivamente al castillo, casi sin aviso, cargada de sus maletas, escondiendo en cada una de ellas veinte kilos de lágrimas y desventuras, sueños, emociones escondidas y esperanzas. Cada uno de ellos jugaba en sus propios mundos a cambiar, a evolucionar para ser mejores cada vez, aunque eso costaba algo de trabajo sin lugar a dudas.
A través de las ventanas se colaba el ruido de la calle, del pueblo, de los vasallos. Gentes que caminaban por los senderos circunvecinos, saludándose unos a otros, cantando o silbando. Por allá se escuchaba de vez en vez el ladrido de un perro, el chirriar de unas llantas o la voz desafinada de algún borracho que intentaba ahogar el día en un vaso de cerveza. 144
Algunas noches la luna alumbraba el castillo que se erguía imponente. Los paseantes volteaban a verlo preguntándose qué secretos encerraban sus paredes, qué callaban sus habitantes. Nunca lo sabrían porque eran demasiado miedosos para preguntar.
En el interior del recinto por la noche (y a veces durante el día) imperaba el silencio. Los muros eran tan gruesos que no se escuchaba lo que sucedía detrás de ellos ni pegando la oreja. Sus moradores podían llorar o reír y no se escucharía ruido alguno.
El silencio era el rey del lugar.
Y al siguiente día, si corrían con suerte, se verían de frente para saludarse o desearse buenas noches, cerrando tras de sí la puerta de su reino privado mientras continuaban rezando, soñando tímidamente, añorando a alguien del pasado o luchando por ser ellos mismos.
La gata, única moradora que siempre paseaba por todo el lugar, también soñaba con ser una gran cazadora esa y todas las noches.
Roxana Rosado- D. F. México
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MARÍA TERESA FANDIÑO ¡Y LA TRIPULACIÓN EN LA TOSCANA!
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Abrió la escotilla y salió a la superficie. Al cerrar se percató que no podría volver a abrirla, se había atascado. No quedaba nadie dentro, él había sido el último en salir. Todos se angustiaron, el capitán, asustado porque no sabía cómo lograría retomar el mando del submarino; el cocinero, porque había dejado el puchero al fuego; el alquimista, porque no sabía muy bien cómo convertir 146
algo en oro que pudiera ayudar, y es que, a veces, el oro no sirve para nada. Él, un pobre marinero, le dio un empujón a una escotilla. No había marcha atrás, se sintió culpable y muy pequeñito. Como un mosquito, miró al frente y observó las montañas nevadas. Presintió la noche larga y fría que les aguardaba en cubierta, ante aquella soledad compartida. El capitán se auto inculpó, él debería de haber sido el último en abandonar el submarino; el cocinero se derrumbó, sabía que por su culpa todo se quemaría; el alquimista recordó que antes, cuando era muy joven, había asistido a una escuela de magia e incluso había ejercido durante un corto periodo de tiempo. Él podría convertir la escotilla de un submarino en cualquier otra cosa. Estaban muertos de frío, de hambre y muy asustados. Cuatro conjuros después, realizados con objetos que llevaban en los bolsillos consiguieron un imposible. Atónitos, ante sus ojos, surgía una muralla de piedra antigua, parecía la parte de atrás de un castillo. El sol brillaba como nunca a sus espaldas. Existían varias puertas en la muralla, cada una era de un color diferente y sobre ellas, cestos de mimbre que recogían plantas llenas de jazmines, celindas y otras flores de primavera. Del muro pendían buganvillas y rosas, se podía apreciar su aroma. El cocinero explicaba las entradas al castillo como él las entendía. La puerta verde era la de la esperanza, la amarilla traería mala suerte y la negra, seguramente, les llevaría a la muerte. Había una puerta roja pero el 147
marinero creía que esa puerta les llevaría directamente al infierno. La puerta azul parecía la más apropiada. El capitán decidió que cada uno iría por donde quisiera. Primero entró el alquimista, lo hizo por la puerta azul, él sólo buscaba la oración, la tranquilidad, la paz...De la vida solamente pedía una cosa, poder realizar sus experimentos en un gran laboratorio y trabajar con metales, de forma espiritual, en busca de la piedra filosofal. El marinero entró a través de la puerta verde, con la esperanza de poder regresar a casa, encontrarse con su madre, sentir de nuevo sus caricias y sus pasos cuando ella entraba en su dormitorio y le colocaba su uniforme recién planchado sobre la cama. Recordaba aquel olor de las mañanas, a café y tostadas. Los demás, asustados, les aguardaron un buen rato. La impaciencia hizo que el cocinero se encaminara a la puerta amarilla, no creía en la mala suerte y estaba muerto de hambre. Decidió terminar con aquella pesadilla, soñaba con un buen plato de garbanzos y un vaso de rojo vino. Cruzó aquella puerta muy animado. Tampoco regresó para contar lo que había visto... El capitán, muy desanimado, entró por la puerta negra casi arrastrando los pies. Tras las puertas un par de guardias. Todos estaban presos ¡quién osa entrar en un castillo por las puertas de atrás, sin pedir permiso ni llamar antes de entrar! ¡Qué osadía! 148
Apareció un hombre muy feo y muy risueño, que poseía una nariz espectacular y un bigote muy extraño y muy largo, acompañado por la policía. Decía ser el dueño de la finca. Les preguntó por su procedencia, pregunta a la que no supieron responder. El marinero, muy valiente, les contó lo sucedido. — Cualquier puerta que escojamos nos conducirá a la realidad, a la que se accede como uno quiere y se encuentra con lo que hay —dijo el hombre sin más—, me parece que están drogados, pero en fin, eso ya no es de mi incumbencia. Después de interrogarlos, uno a uno, la policía no consideró que su delito fuera grave. Al fin y al cabo las puertas estaban abiertas, no las habían forzado y, además, averiguaron que no se habían drogado. Los dejaron salir y, en unos días, pudieron regresar a casa. Nunca se encontró el submarino. Ni tampoco al marinero, que en Italia se quedó, haciendo caso omiso a sus recuerdos. Con una nota le bastó para que su madre le comprendiera. —Madre querida, en Italia me enamoré de unos lindos ojos verdes, de los viñedos y de su sol. El alquimista, coronado de gloria por su gran hazaña, se quedó en Italia durante una pequeña temporada, permutando la magia por la alquimia en una escuela de magos. El capitán se auto degradó. Poco después, la nieve de las montañas se habían derretido, esa era la 149
prueba irrefutable de la conclusión a la que llegó, en su ignorancia, el cocinero... “Seguramente fue el submarino que ardió y la derritió”, lloraba desconsoladamente, mientras cocinaba para otra tripulación.
María Teresa Fandiño Pérez La Coruña, España
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JORGE EDUARDO LACUADRA LAS PUERTAS DEL PARAÍSO
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Yo, Cipriano Flores, hombre de confianza del brigadier general Estanislao López, transcribo esta relación de hechos, sin querer arrojar sobre mi persona mérito literario alguno. Fui personaje de esta aventura que nos costó caro y que con el tiempo supe entender y descifrar. Ningún otro testigo sobrevivió para contarlo. Era el verano del 18.. Recuerdo que fatigamos los caballos por unos pajonales altísimos. El bicherío se disparó espantado a nuestro paso. La sensación de extravío nos daba angustia y una sed descomunal. Uno de los Ojeda, que se las daba de baqueano, pero que fuera el último en sumarse a la partida, dijo - ¡Las malditas Puertas deben estar por acá! – Al detenernos los mosquitos iniciaron su festín y los caballos se revolvieron 151
infelices bajo nuestras monturas. Reanudamos la marcha hasta que los matorrales se fueron abriendo hacia una lomada arcillosa, desde donde divisamos la extensión amarronada de un riachuelo ancho y al parecer, infinito. El Coronel, consultando un libro pequeño de hojas amarillentas y señalando el curso de agua enunció - ¡Podría ser este el Éufrates o el Tigris! – No quise contradecirle y señalarle que este, era apenas un arroyo, el Pavón y que los alambrados que sorteamos al mediodía marcaban los límites de Santa Fe y Buenos Ayres. Tampoco decirle, que de un caserío exiguo que habíamos dejamos atrás, el puestero sorprendido nos dio el nombre de Villa Constitución y que fue donde se nos unió el otro Ojeda. Nunca supe si fueron hermanos en vida, pero los unió el destino. El Coronel examinó el horizonte, las charreteras de su chaqueta estaban deshechas y el quepis no parecía ser el de reglamento, pero era nuevo. El negro Cardozo amagó una sonrisa que yo corte con urgencia poniendo la mano derecha sobre la culata del Lefaucheux. El Coronel nos paga, al Coronel hay que respetarlo. Aseguran los que estudian estas mitologías, que fue Enoc el primero en describir las geografías primigenias del Paraíso, territorios que la Vulgata luego se encargaría de difuminar o entorpecer. Enoc nos propuso un vastísimo recinto amurallado, accesible a través de siete puertas de piedra infatigable. Mencionó primeramente cuatro ríos para después bosquejarnos apenas dos o uno. Recuerdo que la Vulgata también nos regala un solo río. El patriarca urbanizó este jardín con una población sui generis de animales y plantas exóticas, fue excesivo con los árboles, de los cuales engrandeció dos: el Árbol de la Vida y el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Un hecho es irrevocable, en ese jardín floreció por primera vez la rosa. Enoc señaló la ubicación del Paraíso hacia el levante, hacia la derecha bíblica del Huerto. Dice el Libro de Enoc: “desde allí continué hacia el oriente de todas estas montañas, lejos de ellas, al oriente de la tierra”. De las siete puertas (La homérica Tebas se hizo eco de esas aberturas), la principal está custodiada por Uriel, el primer ángel (o querubín según dictan los sabios) que tuvo un nombre en esas vastas administraciones de Jahveh. Uriel también fue el primer portador de la flamígera, espada de primer orden en el eficaz armamento celestial. Profanado el Árbol de la Vida, Adán y Eva fueron expulsados y Uriel, fiel guardián, los acompaño hasta la salida. Fue el fin de la Edad de la Inocencia y las puertas se cerraron para siempre. La Biblia nos encamina nuevamente: “Y expulsóle Yahveh Dios del vergel del Edén a trabajar la tierra, de la que había sido tomado. Cuando hubo arrojado al hombre, 152
puso a Oriente el vergel de Edén a los querubines con espadas de hoja fulgurante para guardar el camino del Árbol de la Vida”. Uriel, custodio celeste, portador de la flamígera, protege por siempre las Puertas del Edén. Cruzamos por un vado angosto y correntoso, el ruido de los cascos repiqueteando sobre las piedras pulidas. Remontamos una o dos leguas hacia la derecha de nuestra marcha llegando a unas barrancas bajas y primordiales. El sudor nos cubría y también a los caballos. Vi largos facones y dagas con gavilanes asomar entre las fajas y las espaldas. Las camisas transpiradas también se pegaban al cuerpo y las tercerolas nos pesaban como si fueran cañones de piedra. Éramos cinco sombras que mal aguantábamos el bochorno de ese enero. Nos detuvimos otra vez y frente a nosotros, inmenso, dulce y encabritado, vimos el Río Paraná. El Coronel volvió a manosear el librito y dijo - ¡Ah, este río debe ser! ¡Solo un caudal así pudo alimentar las bestias antediluvianas! ¡El fin de nuestra aventura está cerca! – Ya los hombres no se inmutaban por las palabras del Coronel. Los rostros curtidos, las miradas acostumbradas a las soledades de la pampa o las vastedades del Plata, ya no expresaban las emociones superfluas. Recuerdo si, que no eran hombres del teniente coronel López, sino gente de Pergamino, pero eran federales. Mordisqueamos juntos unos trozos de carne salada y seca y compartimos las botas de agua. El almuerzo frugal y tardío nos reconforto un poco, nos hizo olvidar por un momento que seguíamos los sueños alterados de un hombre que era esclavo de las leyendas. En 1667, el inglés John Milton, publica una obra literaria excesiva, monumental y excelente. El paraíso perdido. Poema compuesto por más de diez mil versos sin rima, que conforma una epopeya de los primeros minutos del génesis donde Adán y Eva son los principales actores de la Caída. Milton que posiblemente leyó a Enoc y también la Vulgata y nos da una descripción más precisa de las Puertas del Paraíso: “Descendía entretanto lentamente el Sol hacia el punto extremo en que el cielo parece tocar con el mar y con la tierra, y sus rayos, extendiéndose hasta el ocaso, se reflejaban en la puerta oriental del Paraíso. Ésta era una roca de alabastro, que se alzaba hasta las nubes y que a larga distancia se descubría, accesible del lado de la Tierra por medio de una subida que conducía a su alta entrada; el resto lo formaba un escarpado risco, imposible de escalar” La obra es substancial y moralizante, un texto lleno de elementos sobrenaturales y fantasiosos que confundió a muchos. Hubo 153
lectores que la tomaron como un admirable escrito, otros lo condenaron (en Alemania no se la quiso traducir) y sus versos fueron tomados como posibles evangelios. Yo creo que la obra de Milton fue superior al propio Milton y se hermanó al prehistórico Enoc y al bíblico Yahveh. Bordeamos el río por una hora o algo así y comenzamos a internarnos en un pantanal inmenso. Tratábamos de alejarnos de la costa hacia terrenos más altos, pero los mimbres y el lodazal parecían no tener fin. La única solución era volvernos hacia la orilla y vadear si el agua no era profunda. De pronto llegamos ante unos pilares de piedra, compuestos por inmensos sillares ya verdosos por el transcurso del tiempo y las humedades. Los cimientos ya estaban hundidos en el fango y la vegetación muerta. Vestigios portentosos que alguna vez sostuvieron un arco o una bóveda en las alturas. A ambos lados contemplamos los restos de unas murallas, también de piedra, de la parte superior de estas ya nada era apreciable. El destruido edificio semejaba a la cáscara de una gigantesca catedral consumida por el paso de miles de años de intemperie y abandono. Mirando hacia el interior solo vimos el amasijo vegetal de la selva litoraleña, dueña de todo, alimentada por las crecidas del Paraná y el fabuloso clima tropical. Poco tiempo tuvimos para curiosear esas ruinas. Otra suerte nos aguardaba. Los caballos percibieron algo y comenzamos a percibir un olor fuerte a cuero mal curtido, grasa de pescado y orines. El nerviosismo de los animales se nos contagiaba, aferramos las armas y los dedos se cerraron sobre los gavilanes de acero. No me pesa decir que se nos erizaron los pelos y que presentíamos una mala jugada del destino o una emboscada. Unas sombras furtivas y rastreras se convirtieron en una docena de indios que nos rodearon con sigilo. Tanto podían ser timbúes o caracarañáes, sobrevivientes de tribus que empezaban a caer en el olvido. La marginalidad y la civilización los fueron empujando a la bestialidad y al abandono. Las poblaciones y los alambrados los fueron arrinconando hacia la inexistencia. Uno de ellos se adelantó hacia nosotros, gigantesco y silencioso como los sillares de piedra. Portaba una lanza enorme y tenía los rasgos de un dios de barro. Sostuve las riendas con el muslo y apunte el cañón del Lefaucheux hacia su pecho mientras extraía el facón con la otra mano. La tercerola del negro Cardozo me cubría y los dos Remington de los Ojeda barrían el círculo de indios que se nos venía encima. El Coronel alcanzó a murmurar - ¡Uriel! ¡Uriel! ¡No! ¡Las Puertas! – Y un lanzazo que nos pareció una llamarada roja se le clavó en el corazón arrojándolo del caballo. Antes de tocar el barro estaba muerto. Disparamos todas las armas a la vez y mientras Cardozo y los Ojeda 154
recargaban vacié el revólver a los bultos ladinos que apenas lograba divisar entre la humareda y las ramas de sauce. Nos llovían flechas que parecían serpientes negras y vi caer también a Cardozo agarrándose la garganta. Avancé con el facón macho en punta mientras la fusilería descargaba de nuevo pero no encontré a nadie. El gigantesco indio había desaparecido. Al volverme comprendí que los Ojeda estaban cercados y que por el color oscuro de las camisas ya eran finados. Los caballos corrieron enloquecidos hacia el pantanal. Nunca negué ser cobarde, pero no me quedo más rumbo que huir hacia él río y con el agua hasta el pecho del flete logré orillar varias leguas hasta escapar de esa pesadilla. El último recuerdo de ese lugar es la visión del librito del Coronel hundiéndose entre el barro y los cañaverales. Es ahora, cuando el tiempo ha hecho madurar al hombre y contemplamos el país con otros ojos, es ahora digo, el momento en el que escribo, yo, hombre de confianza del Patriarca de esta provincia autónoma y federal de Santa Fe, cuando quiero esclarecer algunos hechos para no dar carácter de fantástico a lo leído. Acompañamos a ese Coronel porque estaba loco. López nos había encomendado: que si era hombre del Supremo Rondeau le descerrajáramos un tiro caso contrario, lo escoltáramos hasta Villa del Rosario y lo embarcáramos para Montevideo donde los portugueses pagarían por él. Ya había sido degradado y el quepis era de la Guerra del Paraguay. Unos indios insurrectos, ya guaranizados, nos tendieron una emboscada en la que el Coronel confundió su mitología con un indio de corpulencia anormal y unos pilares, quizás de adobe con las Puertas del Paraíso. Por lo que recuerdo de la lanza que le dio muerte, jirones de una camisa roja punzó estaban anudados a la moharra y esto fue suficiente para configurar una visión flamígera. Nunca volví a ese paraje y no sabría encontrarlo. Solo deseo que los hombres que me acompañaron en la partida, descansen en paz.
Jorge Eduardo Lacuadra – Córdoba, Argentina
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SARA BRUSSA YO YA LO SABÍA
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Yo ya lo sabía, se paraba frente al buzón y no las depositaba allí. Por alguna extraña razón dejaba las cartas en las casa vecinas y si por casualidad aparecía algo por debajo de la puerta, resultaba anómalo. Un día lo vi, fuliginoso, chorreante y viscoso. Primero pensé, que era el afloja tuercas que puse para que cediera la cerradura .Y después de haberlo limpiado y nuevamente aparecido concluí, que eran los niños que dejaban restos de un escupitajo.
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Yo había visto todo, día tras día. Hasta que, me entregó la correspondencia en mano. Bajo su brazo sostenía la bolsa, la cubría con un guante. Pero la marca seguía allí, esta vez era roja.
Sara Brussa. Santa Fe- Argentina
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