La mirada de otros
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Luz Arcas Abok (“Danza”)
Malabo. Guinea Ecuatorial. Centro Cultural de España Primera parte del proyecto. Mayo y junio
José Manuel Ondó Mangué, bailarín ecuatoguineano, en la pieza de danza Abok, dirigida por Luz Arcas.
Es el primer día de taller y casi no han venido alumnos. En el plan de trabajo que he desarrollado hay clases de danza, tanto de técnica como de interpretación, de dramaturgia, escenografía, luces, producción, todas las disciplinas fundamentales a la hora de abordar una creación coreográfica. “Todos los proyectos fracasan en Guinea —me dicen los expatriados—, es un país apático”. Pienso: “no es apatía, es que nuestros proyectos les aburren profundamente. Es un cansancio histórico”. Decido ignorar mi proyecto y observar. Conozco a Delmati, un coreógrafo reconocido en el país que tiene bajo su tutela a muchos bailarines. Hablo con él, le explico mi proyecto, le pido ayuda. Al día siguiente vienen más de 30 bailarines a clase. “¿Qué hacéis aquí?”, les pregunto. “Delmati nos ha dicho que vengamos”, me responden. Empezamos a trabajar. La danza es, después del fútbol, lo que más interesa a los jóvenes de Guinea. Los chicos son mucho más numerosos y bailan mejor. Pero si para las clases bajas ecuatoguineanas el futuro es poco prometedor, para las chicas es casi inexistente. Muchas de ellas se quedan embarazadas antes de terminar el colegio y eso supone el final inmediato de su posible proyección profesional. Pocas mujeres pueden tomarse, salvo el casamiento o la maternidad, algo en serio. Los alumnos llegan cuando pueden, con entre una y dos horas de retraso. A veces no llegan. A veces porque su casa ha sido destruida por una tormenta ecuatorial, otras veces por la muerte de algún familiar, por su propia malaria o por no haber conseguido el dinero para desplazarse hasta la clase. Las chicas van disminuyendo cada día. Sus padres les prohíben venir por miedo a los embarazos y a que desatiendan el hogar o a los hermanos pequeños. Algunos chicos sueñan con ser bailarines profesionales. Hay un talento enorme unido a una peligrosa mitología del éxito, importada de la cultura neoliberal. Los bailarines son autodidactas, han creado estilos híbridos entre las danzas tradicionales de sus etnias, que probablemente han aprendido de sus abuelos y familiares, y la cultura afroamericana (y afroeuropea) de las danzas urbanas. La convivencia de los rasgos precoloniales junto al resultado de las migraciones y de la nueva identidad poscolonial. Todas y todos se entregan en cuerpo y alma. Creamos una coreografía muy coral, donde desarrollamos muchas ideas con las que ellos se sienten especialmente identificados, relacionadas con el cuerpo colectivo, con el grupo cultural. A diferencia de nosotros, y a pesar de que la influencia moral de Occidente pesa sobre ellos, siguen siendo tribales: forman parte de familias numerosas y tienen siempre presentes a sus muertos. Es como si siempre fueran acompañados por ellos y les dieran muchísima fuerza, una fuerza que se hace aún más visible cuando bailan.