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EL BLOB Y EL CONCIERTO PARA EL BIOCENO

Ingrid Hausinger Geoecóloga y ecofeminista

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Hace unos meses leía con asombro que en una universidad de EE. UU. se había conformado el primer programa académico del mundo para una especie NO HUMANA¹ conocida como Blob, un tipo de moho de limo (Physarum polycephalies)

Leí que en 2018 el filósofo experimental, Jonathon Keats, propuso que se nombrara al Blob como «académico visitante» para que aportara a la reflexión sobre los problemas más desafiantes del mundo. Mencionaban que el Blob era capaz de trazar la red ferroviaria del Gran Tokio en tan solo 26 horas; una red que se diseñó y optimizó durante décadas y que también lo están utilizando para simular las estructuras del universo. Me resultó fascinante que un organismo sin cerebro fuera capaz de resolver problemas, mapear redes y navegar por sistemas mejor que un ser “inteligente”. Pero me resultó todavía más fascinante que un grupo de académicos occidentales integraran a un moho “colaborador” en un programa de investigación y le asignaran incluso una oficina.

Justo en ese momento me invitaron a participar como editora invitada para la revista Impúdica bajo el tema BIOCENO, un término que yo escuché por primera vez en 2020, cuando el artista Eugenio Ampudia organizó el famoso «Concierto para el Bioceno» un concierto para una audiencia exclusiva de plantas. Después supe que el termino Bioceno fue concebido originalmente por la curadora de arte española Blanca de la Torre, justamente para invitarnos a pensar sobre cómo vivimos y cómo interactuamos con aquello que llamamos “naturaleza” o “no-humano”, y que a su vez es un término que nos invita a reflexionar sobre otras formas de sociedades que dignifiquen la vida y valoren la sabiduría ancestral.

Sin bien actualmente tanto la colaboración con el Blob o el Concierto para el Bioceno nos puedan parecer risibles, son a mi parecer acciones simbólicamente profundas que nos llevan a cuestionar nuestro arrogante antropocentrismo que nos ha llevado a posicionarnos por sobre todas las otras formas de vida, dominándolas y utilizándolas para cubrir nuestras necesidades. Un pensamiento que finalmente nos ha llevado a las múltiples crisis en las que nos encontramos y que pone finalmente nuestra propia existencia y la de otras especies en riesgo. Desde esa idea semilla nace esta edición de Impúdica BIOCENO, una revista que, a través de tres momentos, esperamos que logre llevar a reflexionar si verdaderamente merecemos llamarnos Homo sapiens u hombre sabio y a cuestionar nuestra relación con todas las otras formas de vida.

El primer momento busca reflexionar sobre la cosmovisión de los pueblos indígenas, quienes tan sabiamente entendían que no existe frontera entre lo humano y no humano, que los tiempos no son lineales, que las transformaciones son posibles y que no siempre podemos entender la vida. Pensar, por ejemplo, que un ser puede ser varios a la vez nos resulta incomprensible; sin embargo, el mismo Blob es un organismo de una sola célula gigante con varios núcleos, por lo que es uno, pero muchos a las vez. En un segundo momento reflexionamos sobre el momento de la desconexión entre la humanidad con la vida y sobre la ruta de destrucción que esto marcó para el planeta. Y, finalmente, cerramos con reflexiones desde el ecofeminismo, el feminismo comunitario territorial, la agroecología y el derecho que nos muestran caminos para conectar nuevamente con la vida y construir un sentido más profundo de empatía planetaria.

Este nuevo número de Impúdica coincide con los cincuenta años de la publicación del Informe de los límites del crecimiento, en el que un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), liderado por la biofísica Donella Meadows, advertían que, de persistir con el ritmo de crecimiento de ese momento, el planeta alcanzaría un límite catastrófico en los próximos cien años.

«No puede haber un crecimiento poblacional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos limitados», rezaba aquel informe que también señalaba que era posible detenerlo y conseguir un equilibrio entre satisfacer las necesidades de todas las personas y la ecología. Pero no ha hecho falta que pasara un siglo para traspasar los límites biofísicos de la Tierra y experimentar sus consecuencias, migraciones, aguas contaminadas, inseguridad alimentaria, deforestación, extinción de especies, pandemias y, en definitiva, mayor desigualdad.

Quienes nos han llevado deliberadamente por la senda del crecimiento sin límites han preferido negar la evidencia, como la existencia del cambio climático, aprovechando la desconexión y la falta de la práctica común. Por eso no es casual que las personas defensoras de derechos humanos más amenazadas y criminalizadas en los últimos años sean, precisamente, quienes defienden el territorio y el medioambiente, según la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Con este número titulado Bioceno, que cuenta con la mirada y el criterio de la ambientalista Ingrid Hausinger como editora invitada, queremos hacer frente al negacionismo, el “sálvese quien pueda” y “que paguen siempre las mismas personas los platos rotos”. Apostamos por la solidaridad y el no dejar a nadie atrás, que además es objetivo de la Agenda 2030 y lema de la Cooperación Española.

Por eso este número es un viaje por conceptos desconocidos, por reflexiones sobre la herida fundante debido a los impactos del extractivismo y las prácticas colonizadoras, pero también una ventana a formas de vida más armoniosas con lo terrestre, iniciativas valiosas e inspiradoras, como el ecofeminismo que practican las guardianas del territorio en El Salvador.

La Relatora Especial sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la Corte Interamericana de Derechos Humanos plantea que se deben tomar decisiones de política pública con base en evidencia científica y teniendo como eje transversal la protección de los derechos humanos.

Para no dejar a nadie atrás es necesario fortalecer nuestras democracias, instituciones participativas, justas y fuertes que permitan frenar las dinámicas extractivistas y proteger los territorios de los que los seres humanos somos parte y en los que convivimos. Desde las prácticas culturales, queremos aportar narrativas frescas, participativas, basadas en la empatía y en otras maneras más justas de relacionarnos entre nosotras, nosotros y con nuestro entorno. Así que les invitamos a la reflexión y el pensamiento que compartimos en este número.

A lo largo de este milenio, el concepto de Antropoceno se ha situado como protagonista en casi toda reflexión, de cualquier disciplina, en torno a la crisis climática y ecológica. Ya en 1873, el geólogo italiano, Antonio Stoppani, había sugerido uno similar, el de Antropozoico. Sin embargo, fue el Premio Nobel de Química holandés —y descubridor de la capa de ozono—, Paul J. Crutzen, el que popularizó el término antropoceno tras firmar en el año 2000, junto a Eugene F. Stoermer, un artículo en el boletín del Programa Internacional Geosfera-Biosfera (IGBP), en una conferencia en Cuernavaca. Aunque el propio Stoermer llevaba desde los años ochenta utilizando ese concepto, será a partir de la publicación de un artículo de Crutzen en la revista Nature, «The Ecology of Mankind» (2002), cuando su uso comenzará a extenderse.

Desde entonces, se han propuesto numerosas fechas como posible inicio de esta era sustituta del periodo anterior, conocido como Holoceno. La mayor parte de los expertos —así como los mismos Crutzen y Stoermer— ha situado sus inicios en la Revolución Industrial. Otros, como Zalasiewicz, retrasan su comienzo hasta los años sesenta, con el inicio de la era nuclear, mientras que para William Ruddiman la fecha clave se remonta 8000 años atrás, coincidiendo con la primera revolución agrícola. Simon L. Lewis y Mark A. Maslin apuntan sus orígenes en la colonización, con la creación de un Nuevo Orden Mundial que a su vez sería el germen de la primera economía global¹. Estos autores, para los cuales el Antropoceno empezó con la expansión del colonialismo y la esclavitud —dos hechos indisociables de la crisis ecosocial—, lo definen como «la historia de cómo la humanidad ha tratado el medioambiente y de cómo las personas se han tratado las unas a las otras»².

«Hablar de Antropoceno es una forma, como otra cualquiera, de negar la historicidad concreta de ese delirio cósmico de la especie»³, señala Jaime Vindel. El delirio al que se refiere este autor tiene que ver con las afirmaciones del excepcionalismo humano heredadas del legado occidental, que, por otro lado, ya han sido desmontadas con diversas teorías que prueban que otros seres son también capaces de demostrar su ingenio. Esta es la línea apuntada, sin ir más lejos, por Deborah Bird Rose: «Al poner en primer plano el daño excepcional que los humanos están causando, el Antropoceno nos muestra la necesidad de formas radicalmente reelaboradas de atención a lo que marca a la especie humana como diferente»⁴.

En cualquier caso, el Antropoceno reconocería al hombre como responsable último del estado de degradación del planeta, repartiendo de ese modo de manera homogénea la responsabilidad del deterioro ecológico de la Tierra entre todos los anthropos, y diluyendo las implicaciones políticas, socioeconómicas y, especialmente, coloniales que este conlleva asociadas a la devastación de los territorios, el expolio y las políticas de extracción que dieron origen a las actuales «zonas de sacrificio». Además, el concepto elude la deuda climática, una suerte de evasiva que también se extiende a los factores relativos a raza, género y clase social que derivan de este, asentándose cómodamente en el análisis histórico y la categorización geológica, sin tomar cartas en el asunto; una tesis que, como señala Isabelle Stengers, «propone un futuro perfecto continuo que pone a los teóricos en una posición muy agradable»⁵.

Por su parte, la filósofa y física india, Vandana Shiva, propone la posibilidad de un Antropoceno creativo, versus el actual Antropoceno destructivo, un cambio de paradigma que conllevaría considerar- nos miembros de la «familia Tierra» en lugar de seres fuera de la red ecológica de la vida, amos y conquistadores de sus recursos. Para ello, es de vital importancia comenzar a trabajar como co creadores y co productores con el planeta que habitamos: «Nuestro mundo ha sido estructurado por el patriarcado capitalista en torno a ficciones y abstracciones como “capital”, “corporaciones” y “crecimiento” que han permitido desencadenar las fuerzas negativas del destructivo Antropoceno. Necesitamos conectarnos a la tierra nuevamente, en la Tierra, su diversidad y sus procesos de vida, y desatar las fuerzas positivas de un Antropoceno creativo»⁶.

Esta propuesta se acerca a mis reflexiones en torno a un posible Bioceno, que yo planteo como alternativa, o como un posible posantropoceno, que se une a la pléyade de conceptos que han ido surgiendo a lo largo de estos años.

Entre ellos, resulta especialmente atinado Peter Sloterdijk cuando habla del Euroceno o Tecnoceno iniciado por los europeos⁷. En la misma línea, Nicholas Mirzoeff se decanta por el WhiteSupremacyScene: la era de la supremacía blanca⁸.

Otras ideas se han articulado en torno a algunos de los cuatro elementos, como el Piroceno, que pone el foco en el pacto que la humanidad hizo con el fuego; o el Acuatoceno, acuñado por la artista e investigadora Robertina Šebjanič con el fin de describir los procesos de aquaforming que se producen en el propio Antropoceno, centrándose en la contaminación sonora antropocéntrica de océanos, mares y otros entornos acuáticos⁹.

Por su parte, los filósofos de la ciencia Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz nos hablan del Tanatoceno, una era de la muerte y la matanza, tanto de animales humanos entre sí como, y sobre todo, de animales no humanos por parte de humanos. Y este Tanatoceno, apunta Jens Soentgen, «es al mismo tiempo, como podemos afirmar desde adentro con la mirada de la ecología, un “Foboceno”, una era del miedo»¹⁰.

Glenn Albrecht, en cambio, prefiere referirse a una nueva era basada en la simbiosis, el Simbioceno¹¹, mientras Donna Haraway acuña los términos de Plantacionoceno y Chthuluceno, que, para ella, «deberá recolectar la basura del Antropoceno, el exterminismo del Capitaloceno, y hacer una pila de compost aún más caliente para pasados, presentes y futuros posibles»¹².

Es esta misma autora la que ha divulgado el Capitaloceno, enunciado originalmente por Andreas Malm y Jason Moore. Sin duda, este concepto, que afirma que la actual crisis planetaria es el resultado de una lucha de clases a nivel mundial, es el que más se ha popularizado en todos los ensayos e investigaciones recientes. En esa batalla, la burguesía, de momento, va a la cabeza. Su logro supremo es haber puesto fin al Holoceno. Y esto nos deja una cosa clara: la crisis climática no es antropogénica (procede de los humanos), sino capitalogénica (procede del capital)¹³.

Estos son solo algunos de los términos que han surgido en los últimos años, a los que se unen otros como Cianoceno, Faloceno, Hombreceno, Gyneceno y muchos más. El Bioceno es, pues, el que yo pretendo sumar a esta larga conversación, como alternativa a una nueva era que ponga en el centro el cuidado de la vida y todo el tejido que la sostiene.

En el concepto Bioceno (bio + kainos), el prefijo «bio» (del griego, vida) opera como una doble alusión: no solo la de organismos vivos o vida orgánica que estamos acostumbrados a utilizar en biología, bioarte, biotecnología, etc., sino también la relativa a «historia», como ocurre con la «biografía». Ambas acepciones se unen a la de kainos para aludir a lo nuevo, pero no como algo creado ex novo (en cuyo caso sería neos), sino como algo renovado, sugiriendo así un periodo de la historia donde el cuidado de la vida —con todas sus ramificaciones y relaciones de ecodependencia e interdependencia— se vuelve el epicentro.

Cuando hablo de centro me refiero aquí a un núcleo simbólico, a ese «poner la vida en el centro» del que a menudo habla Yayo Herrero, o a uno que desarrolle una cultura planetaria gaia-céntrica a la que apela Jorge Riechmann, un nuevo geocentrismo basado en la simbiosis con la naturaleza¹⁴.

Para este filósofo, «deberíamos comprender el carácter excepcional de nuestra Madre Tierra, Gaia / Gea, nuestro planeta simbiótico y autopoyético con sus impresionantes capacidades de autorregulación basadas en la vida y favorables a la vida, que le han permitido recuperarse de diferentes cataclismos globales en el pasado»¹⁵.

En el ámbito de la cultura y sus instituciones, el Bioceno supone iniciar un nuevo periodo que deje atrás la eco retórica para pasar a la acción y proponer un cambio real. En esta era, los paradigmas han cambiado, o al menos sus bases fundamentales se encuentran en una etapa de tránsito para llegar a una completa reformulación de los fundamentos de la economía, la política y, en general, de los pilares que han construido nuestra cosmovisión.

Como señala Lucía Vicent Valverde en Crítica ecologista de la economía política del capital: «No se pone en el centro lo que verdaderamente ha de estar (la biosfera, la biodiversidad, la conservación de los ecosistemas, la vida de las personas, etc.). (…) Han de situarse en el epicentro del conocimiento, pero también de la agenda pública»¹⁶

Se trata, pues, de nueva etapa donde se apuesta por la «vida buena» y el abordaje de lo bio de un modo holístico, interconectado y sistémico, donde prime la justicia ecológica y redistributiva y, por tanto, se hayan superado las lógicas de dominación relativas a la clase, el género y la raza, y en la que se han pagado las deudas ecológica y climática¹⁷. El Bioceno, que busca superarlas, reconoce los desequilibrios, asume deudas y salda las cuentas con las víctimas de la crisis ecosocial, humanas y no humanas.

Además, el Bioceno se caracteriza por ser una era feminista, ecologista, decrecentista, equitativa, poscapitalista y descolonizada, que posiciona la red de la vida como protagonista, que ha sido capaz de crear un nuevo futuro que incluya todas las especies e implique el desplazamiento de los anthropos a un segundo plano para abrir, a partir de la imaginación radical, un nuevo periodo de justicia ecológica.

1 Lewis, Simon L. y Maslin. Mark A. The Human Planet. How we created the Anthropocene. Reino Unido, Penguin Random House, 2018, p. 10.

2 Ibíd. p.13.

3 Vindel, Jaime. Imágenes (dialécticas) de la historia: la filosofía política del ecosocialismo. Disponible en : https:// esteticafosil.csic.es/wp-content/uploads/2021/07/Vindel-Jaime_Como-si-hubiera-un-manana.pdf

4 Bird Rose, Deborah. «Shimer. When all you love is being trashed», en Anna Tsing, Heather Swanson, Elaine Gan, Nils Bubandt, Arts of living on a damaged planet. Mineápolis, University of Minnesota Press, 2015, p. 55.

5 Davis, Heather y Turpin, Etienne. Art in the Anthropocene. Encounters Among Aesthetics, Politics, Environments and Epistemologies. Londres, Open Humanities Press, 2015, p. 6.

6 Mies, Maria y Shiva, Vandana. Ecofeminism. Londres, Zed Books, 2014, p. XXI.

7 Sloterdijk, Peter. «The Anthropocene: A Process – State at the Edge of Geohistory?», en Art in the Anthropocene. Encounters Among Aesthetics, Politics, Environments and Epistemologies. Londres, Open Humanities Press, 2015, p. 328.

8 Mirzoeff, Nicholas. «It’s Not The Anthropocene, It’s The White Supremacy Scene, Or, The Geological Color Line», en Grusin, Richard (Ed.), After Extinction, f. University of Minnesota Press, 2016, p. 17.

9 Šebjanič, Robertina. Plastic Ocean: Art and Science Responses to Marine Pollution. Berlín, Boston, De Gruyter, 2021, p. 3.

10 Soentgen, Jens. Ecología del miedo. Barcelona, Herder, 2019, p. 85.

11 Albrecht, Glenn. Las emociones de la Tierra. Nuevas palabras para un nuevo mundo. Barcelona, MRA Ediciones, 2020.

12 «Anthropocene, Capitalocene, Chthulhucene. Donna Haraway in conversation with Martha Kenney», en Davis, Heather y Turpin, Etienne. Art in the Anthropocene. Encounters Among Aesthetics, Politics, Environments and Epistemologies. Open Humanities Press, 2015, p. 269.

13 Moore, Jason W. «La crisis climática es una lucha de clases», Revista JACOBIN América Latina, N.º3 Otoño-invierno, Austral 2021, p. 60.

14 Riechmann, Jorge. Simbioética. Homo sapiens en el entramado de la vida. Elementos para una ética ecologista y animalista en el seno de una Nueva Cultura de la Tierra gaiana. Madrid, Plaza y Valdés editores, 2022, p. 193.

15 Ibíd., p. 200.

16 Vicent Valverde, Lucía. «Crítica ecologista de la economía política del capital», en Como si hubiera un mañana. Ensayos para una transición ecosocialista. Barcelona, Editorial Sylone en coedición con Viento Sur, 2020, p. 119.

17 «A la deuda ecológica que se acumula desde la colonización se suma ahora lo que algunos autores llaman una “deuda climática”». Carro de Combate. Consumo crítico. El activismo rebelde y la capacidad transformadora de la solidaridad, Madrid, Libros de la Catarata, 2021, p. 214.

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