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Pita Floja: La cotidianidad
from Impúdica (8) Bioceno
by CCESV
Canta el gallo, suena el reloj y marca las tres de la mañana y entonces rapidito, rapidito Guadalupe se levanta y prende el fuego del polleton para luego colocar la olla del café. En seguida lava su rostro con agua fría para espantar el sueño que aún tiene, seca su cara y luego sale a buscar la masa de maíz para las tortillas. Hay que preparar el alimento del marido que pronto se irá a la parcela a desmontar para la siembra postrera. Ella se queda pensativa y hace un gesto de preocupación «Señor… hay que comprar el abono y los venenos para la plaga y es mucho pisto…» se aprieta las sienes con las manos y las eleva al cielo en señal de solicitud «…Dios mío proveenos los agroquímicos».
El comal calienta y mientras prepara el alimento el brillo de los primeros rayos de sol deja ver la monumental columna de polvo gris que sale de los hornos de la cementera HOLCIM-LAFARGUE, es tan pesada que el viento la inclina hacia el espejo de agua del majestuoso lago de Guija quien parece tragarla en sus profundidades. Guadalupe observa largamente, ya no le asombra, no la inmuta, tiene más de tres décadas observando esa columna de humo, sus ojos infantiles la han visto desde que nació, la nube de polvo gris está ahí, siempre está ahí.
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La luna y las estrellas dejan ver su brillo blanco intenso y Guadalupe luego de las últimas jornadas del día busca el descanso en su humilde cama, amarra su cabeza con un listón —padece de una tos persistente, seca y dolorosa— «…uuusss», respira con dificultad. Lleva algunos años con dolor crónico en el tórax, ya no va al hospital de Metapán, asegura que no le dan medicamento que mejor ella prepara y bebe hierbas que le ayudan a ir pasando. Ignora cuál es el origen de su tos. Al fin y al cabo, en Pita Floja la mayor parte de la gente tiene tos y es normal que muchas mujeres y hombres mueran de eso todos los años.
Cerca de Guadalupe vive Angélica. Angélica tiene su vivienda a menos de doscientos metros del hermoso río Ostúa, una corriente que viene desde Guatemala, cruzando el parteaguas del cerro Blanco o cerro de serpientes. Su casa es prestada, la tierra también es prestada, carece de servicios básicos, tiene un poco de energía eléctrica gracias a que su hermano Edwin es inteligente y se ha aprovisionado de una celda solar estupenda. Con Angélica vive su madre, Ángela, de 76 años, sus hijas e hijo adolecentes y sus dos hermanos. Aunque vive cerca del río no usa el agua para beber o para actividades del hogar, teme que pueda estar contaminada con desechos de la mina cerro Blanco que está como a unos cuatro kilómetros de su casa. Para conseguir agua buena debe levantarse muy de madrugada y para poder conseguir una «barrilada» que le regala un vecino, camina largo y caliente, ella sabe que «el río y el cerro están heridos y sus aguas ya traen consigo una muerte silenciosa». Angélica sabe que el agua buena para consumo humano es muy escasa, esto a pesar de vivir en un territorio nominado Reserva de la Biosfera Trifinio Fraternidad, un complejo hidrológico del lago de Güija.
Don Chepe es el presidente de la ADESCO y el responsable de poner y quitar el agua en la comunidad. «Es interesante el poder que da la administración del agua», es el pensamiento que seguramente se cruza por la memoria de don Chepe. Pero también trae problemas y responsabilidades. Hoy tocaba taller de derechos ambientales con el colectivo de mujeres de la comunidad Pita Floja, pero solo llegaron dos mujeres «¿Qué habrá pasado?», se pregunta. Hoy tocaba esperar el agua y no se puede dejar la tarea a otros, porque no aprovechan a llenar los depósitos porque luego no alcanza. Otras amanecieron con gripe y otras tenían que ir a consulta a la unidad de salud de San Gerónimo, no pudieron ir antes por estar esperando que don Chepe mandara el agua. Ya se le dijo que respete el calendario, pero él hace lo que le da la gana.
A lo lejos se ven las imponentes torres de la cementera, se levantan con un poder casi indestructible. Don Chepe vestido con su usual ropa de campo, montado sobre los hombros de su caballo, observa pensativo la fuente de agua que brota directamente de la tierra. «Es como si naciera de las propias entrañas de la madre tierra, cobijada por un imponente árbol de amate». Esta fuente es una maravilla para un poco más de doce comunidades, que suman unas 800 familias o quizá más, con una gran población de mujeres. Son ellas las que esperan pacientemente en sus hogares que don Chepe allá arriba se decida a qué comunidad le dará agua este día. Son apenas dos horas a la semana que don Chepe les pone el agua, en este tiempo tiene que llenar todos los depósitos para almacenar el líquido y hacer todos los quehaceres que puedan. No se sabe si habrá agua la próxima semana.
Doña Dora, que en paz descanse, era una de las mujeres que nunca se perdía los talleres formativos de la comunidad. A sus 60 años aprendió sobre sus derechos de mujer. Todas en la comunidad la admirábamos y queríamos mucho, ella comentaba que don Chepe era muy machista y no le gustaba que las mujeres aprendieran, por eso, cuando se daba cuenta de los talleres de aprendizaje, anunciaba que mandaría agua y que se pusieran alertas y el «pícaro nos hacía perder el tiempo». Doña Dora comentaba que las mujeres de su comunidad enfermaban continuamente, sobre todo de los riñones y la piel «es por el agua del río» decía. Así como Ingrid, una joven de 22 años que nació con la piel estropeada por una extraña enfermedad. La piel de sus brazos, cara, piernas…, bueno, todo su cuerpo, está lleno de erupción escamosa, a veces con supuraciones incómodas. Ella no sabe cuál es el origen y tampoco los médicos del hospital nacional, pero confía en milagros y que un día su cuerpo estará libre de ese mal.
Mirna Pérez vive a las orillas del lago de Güija, lleva muchos años, desde niña creció y se desarrolló en una mujer allí. Ella cuenta que allí conoció a Chilano, su esposo, con quien parió ocho hijos. El lago de Güija le dio siempre la alimentación para su familia, pero ahora es cada vez más difícil. Mirna es una lideresa, ella convoca a sus demás compañeras porque este día hay que hacer monitoreo de agua, van a la búsqueda de insectos de agua (indicadores biológicos de calidad). Mirna comenta que los bichitos nos indican la calidad de agua del río y del lago, «por ellos nos damos cuenta que el lago está enfermo». Pero Mirna también sabe que podemos sanarlo si nos proponemos hacer una limpia y demandamos que cierren las minas. Mirna se ha vuelto una pequeña celebridad, muchos medios han llegado a entrevistarla, no pueden creer que una mujer campesina sin estudios haga el monitoreo de los indicadores biológicos. Al principio no le gustaba hablar con la prensa, pero como ella dice «Ya no sentimos temor de hablar con la prensa, la investigación nos dio poder, poder de comunicar lo que vemos y sentimos«. Algo cambió desde que llegaron en el 2009 aquellas mujeres que dijeron venían a hablar de la mina y sus impactos y nos empezaron a contar sobre una nueva forma de vivir, sin agroquímicos, sin aire contaminado con polvo de cemento, sin enfermedades renales y sin cáncer de pulmón o de riñón… Vivir libres y sanas, en una nueva relación con la madre tierra.
Hilando resistencias: La ruptura
Transcurría el año 2009 cuando llegamos a Pita Floja como un pequeño grupo de mujeres. Llegamos preocupadas por la figura amenazante de un nuevo proyecto minero de oro de grandes dimensiones que se levantaba a tan solo 4 km de distancia del hermoso río Ostúa y en el corazón de la Biosfera Trifinio Fraternidad, en el territorio de Guatemala. El proyecto minero cerro Blanco.
Como ambientalistas defensoras de la naturaleza y como testigas del legado que dejaron las mineras de oro y plata en El Salvador, vimos en Cerro Blanco destrucción de bienes comunes: agua, tierra, biodiversidad, cultura de los territorios; pero además una fuerte amenaza al cuerpoterritorio de las mujeres. Nos preocupaba, además, en gran manera el desinterés que mostraban los habitantes de las comunidades fronterizas. Fue en esas primeras visitas que nos propusimos alterar la vida cotidiana de las comunidades cercanas al río Ostúa y el gran complejo hidrológico del lago de Güija y activar esa región para cuidar la vida. Así empezó nuestra historia en ese territorio.
Ahora doña Mirna, Guadalupe, Ingrid y Angélica son parte de nosotras, la asociación de mujeres ambientalista de El Salvador (AMAES) y del movimiento ecofeminista, y desde entonces no hemos dejado de juntarnos para hablar de nuestros sueños, miedos y amenazas y sobre todo para seguir construyendo, denunciando, organizándonos y creciendo como las olas del mar, como las flamas de fuego cuando recibe madera seca.
Como AMAES asumimos el ecofeminismo como una postura política. Buscamos visibilizar los aportes de las mujeres en las diversas luchas a nivel nacional e internacional contra el sistema económico patriarcal e imperialista. Especialmente, aquellas luchas que realizan las mujeres desde sus espacios y tareas del sostén de la vida. Entendemos como resistencia el encontrarnos para aprender las unas de las otras, juntarnos para repensarnos con amor para desordenar esas relaciones de poder que ordenan la vida en nuestros territorios, investigar para reconocer el territorio donde vivimos: La tierra, el agua, el bosque, las hierbas, los animales; los cantos de la naturaleza, las rocas, el observar el movimiento lunar y cómo se vincula con la semilla y con nuestro cuerpo, con el nacimiento de nuestros hijos. Con todo esto, nos llenamos de poder y de magia de nuestras ancestras, un poder que libera y nos fortalece para poder enfrentar y defender nuestro territorio-cuerpo cuando es amenazado por el imperio patriarcal.
Cuando llegamos a Pita Floja, aunque sentían las afectaciones, nunca las habían denunciado y mucho menos habían demandado cambios a la mina. Ahora, han caminado y siguen caminando junto a nosotras y otros colectivos de mujeres, compartiendo saberes y demandando cambios. Y aunque todavía no podemos hablar de grandes transformaciones, sí hemos logrado romper la cotidianidad impuesta por el patriarcado y el sistema capitalista. Hemos realizado exploraciones en el agua y con asombro han descubierto la otra vida en las corrientes de los ríos, la que no se ve a simple vista, la que es muy diminuta y permanece debajo de las piedras, hojarasca, palos, de las hierbas acuáticas. Han comprendido que esa diminuta vida (macro-invertebrados) es parte de las cadenas energéticas de un ecosistema y mantiene el equilibrio natural del mismo. El cual se encuentra en desequilibrio o alterada por proyectos extractivos y contaminantes que están en el territorio, pero que además está muy relacionada con el cuerpo y sus sentires.
Los monitoreos ambientales han sido y siguen siendo un arma poderosa para todas, sentimos poder de hablar con propiedad y con indignación. A través del monitoreo, las mujeres han ido descubriendo elementos en su entorno que no son naturales, tampoco normales, y empiezan a sospechar sobre su posible relación con su estado de salud, con la escasez de agua «buena» para beber, con la ausencia de peces para comer; y a partir de estos descubrimientos piensen y sientan la necesidad de cambiar desde sus propias visiones y creencias.